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El libro consta de Introducción y cinco partes, formadas por 21 capítulos en total.
I. El desafío tecnológico
II. El desafío político
III. Desesperación y esperanza
IV. Verdad
V. Resiliencia

Si en los tomos anteriores de la trilogía de Harari se presupone sin más la respuesta a la pregunta humana de quién soy («un animal con suerte») y se enfrentan las de dónde vengo y a dónde voy, desde el Big Bang al final de los tiempos, el presente se refiere a las preguntas perentorias: ¿Pero, qué está pasando ahora? ¿Quién soy ahora mismo? ¿Qué debo hacer en la vida? ¿Cuál es el sentido que puedo encontrar a mi vida en este momento?

He aquí el resumen que he compuesto a base de citas del autor, apostilladas cuando lo he creído necesario.

Parte I. El desafío tecnológico

La humanidad está perdiendo la fe en el relato liberal que ha dominado la política global en las últimas décadas, exactamente cuando la fusión de la biotecnología y la infotecnología nos enfrentan a los mayores desafíos que la humanidad ha conocido.

I.1. Decepción. El final de la historia se ha pospuesto

«En 1938 a los humanos se les ofrecían tres relatos globales entre los que elegir [el relato fascista, el relato comunista y el relato liberal], en 1968 solo dos y en 1998 parecía que se imponía un único relato; en 2018 hemos llegado a cero» (p. 23).

Yuval Noah Harari: «21 lecciones para el siglo XXI». Debate, 2018

«Las revoluciones en la biotecnología y la infotecnología nos proporcionarán el control de nuestro mundo exterior y nos permitirán proyectar y producir vida. Aprenderemos a diseñar cerebros, a alargar la vida y acabar con pensamientos a nuestra discreción. Nadie sabe cuáles serán las consecuencias. Los humanos siempre han sido más duchos en inventar herramientas que en usarlas sabiamente. Es más fácil reconducir un río mediante la construcción de una presa que predecir las complejas consecuencias  que ello tendrá para el sistema ecológico de la región. De modo parecido, será más fácil redirigir el flujo de nuestra mente que adivinar cómo repercutirá esto en nuestra psicología individual o en nuestros sistemas sociales» (p. 25).

«En los primeros años de la década de 1990, tantos pensadores como políticos saludaron el fin de la historia y afirmaron confiadamente que todas las cuestiones políticas y económicas ya había sido zanjadas. Y que el paquete liberal renovado de democracia, derechos humanos, mercados libres y prestaciones de bienestar gubernamentales seguirían siendo la única alternativa. Dicho paquete parecía destinado a expandirse por el planeta, a vencer todos los obstáculos, a borrar todas las fronteras nacionales y a transformar la humanidad en una comunidad global libre» (p. 29).

«Pero si tanto el liberalismo como el comunismo están ahora desacreditados, quizá los humanos deban renunciar a la idea misma de un único relato global. Después de todo ¿no fueron todos estos relatos globales  (incluso el comunismo) producto del imperialismo occidental? ¿Por qué habrían de depositar su fe los campesinos vietnamitas en la ocurrencia de un alemán de Trier y de un industrial de Manchester? Quizá cada país debería adoptar una senda idiosincrásica diferente, definida por sus propias y antiguas tradiciones. Tal vez incluso los occidentales deberían tomarse un descanso  en su intento de gobernar el mundo y centrarse en sus propios asuntos, para variar» (p. 33).

«De la misma manera que los grandes cambios generados por la revolución industrial dieron origen a las nuevas ideologías del siglo XX, es probable que las revoluciones venideras en biotecnología y tecnología de la información requieran perspectivas nuevas» (p. 35).

«Y entonces ¿qué hay que hacer? El primer paso es bajar el tono de las profecías del desastre, y pasar del modo de pánico al de perplejidad. El pánico es una forma de arrogancia. Proviene de la sensación petulante de que uno sabe exactamente hacia donde se dirige el mundo: cuesta bajo. La perplejidad es más humilde y, por tanto, más perspicaz. Si el lector tiene ganas de correr por la calle gritando: ¡Se nos viene encima el apocalipsis!, pruebe a decirse: No, no es eso. Lo cierto es que no entiendo lo que está ocurriendo en el mundo» (p.36).

I. 2. Trabajo. Cuando te hagas mayor, puede que no tengas un empleo

El trabajo es una preocupación universal y está relacionado con si es preferible proporcionar a las personas una renta básica universal (el paraíso capitalista) o servicios básicos universales (el paraíso comunista). Pero con independencia del paraíso escogido el problema radica en definir que significan, en realidad, «universal» y «básico». Y, sobre todo, que significará «trabajo» en la era de la Inteligencia Artificial (IA).

«Es fundamental darse cuenta de que la revolución de la Inteligencia Artificial no tiene que ver solo con que los ordenadores sean cada vez más rápidos y listos. Está impulsada asimismo por descubrimientos en las ciencias de la vida y las ciencias sociales. Cuanto mejor comprendamos los mecanismo bioquímicos que subyacen a la emociones, los deseos y las elecciones humanas, mejor serán los ordenadores a la hora de analizar el comportamiento humano, de predecir las decisiones de los humanos y de sustituir a los conductores, banqueros y abogados humanos» (p. 39).

«Podría ocurrir que el mercado laboral de 2050 estuviera caracterizado por la cooperación humano–IA en lugar de por la competición entre uno y otra. En ámbitos que van desde la vigilancia hasta las operaciones bancarias, equipos de humanos + IA tal vez superen tanto a los humanos como a los ordenadores. Después de que el programa de ajedrez Deep Blue de IBM derrotara a Garri Kasparov en 1997, los humanos no dejaron de jugar al ajedrez. En cambio, gracias a IA entrenadoras, los maestros de ajedrez humanos se hicieron  mejores que nunca, y. al menos durante un tiempo, equipos de humanos-IA conocidos como “centauros” ganaron tanto a humanos como a ordenadores al ajedrez. De manera parecida, la IA podría ayudar a preparar a los mejores detectives, banqueros y soldados de la historia» (p. 49).

Ahora bien, si el lector cree que la IA debe competir con el alma humana en términos de corazonadas místicas, eso parece imposible: «Los israelíes secularistas suelen quejarse amargamente de que los ultraortodoxos no contribuyen lo suficiente a la sociedad y viven aislados del duro trabajo de las otras personas. Los israelíes secularistas también suelen argumentar que el modo de vida ultraortodoxo es insostenible, en especial porque las familias ultraortodoxas tienen un promedio de siete hijos. Tarde o temprano, el Estado ya no podrá sustentar a tantas perdonas sin empleo, y los ultraortodoxos se verán obligados a trabajar. Pero podría muy bien ocurrir lo contrario. A medida que los robots y la IA vayan echando a los humanos del mercado laboral, los judíos ultraortodoxos quizás sean considerados el modelo del futuro en lugar de fósiles del pasado. No es que todo el mundo vaya a convertirse en judíos ultraortodoxos y se encierren en las yeshivás a estudiar el Talmud. Pero en la vida de todas las personas, la búsqueda de  plenitud y de comunidad podría eclipsar la búsqueda de un puesto de trabajo» (p. 64).

I.3. Libertad. Los macrodatos están observándote

La gente objetará que los algoritmos nunca podrán tomar decisiones importantes por nosotros porque las decisiones importantes suelen implicar una dimensión ética y los algoritmos no entienden de ética.

«En 1970 se realizó un experimento con un grupo de estudiantes del Seminario Teológico de Princeton, que se estaban preparando para convertirse en ministros de la Iglesia Presbiteriana. A cada estudiante se le pidió que se dirigiera apresuradamente a una aula alejada y que allí diera una charla sobre la parábola del Buen Samaritano, que cuenta que un judío que viajaba de Jerusalén a Jericó fue asaltado y robado por criminales, que lo dejaron moribundo junto al camino. Después de algún tiempo, un sacerdote y un levita pasaron cerca, pero ninguno de ellos hizo caso del hombre. En cambio, un samaritano  (un miembro de una secta muy despreciada por los judíos) se detuvo cuando vio la víctima, cuidó de ella y le salvó la vida. La moraleja de la parábola es que el mérito de la gente ha de juzgarse por su comportamiento real y no por su filiación religiosa ni por sus opiniones filosóficas.

Los jóvenes e impacientes seminaristas corrieron al aula, mientras en el trayecto iban pensando cómo explicar mejor la parábola del Buen Samaritano, pero los organizadores dispusieron en su ruta a una persona vestida con andrajos, que estaba sentada despatarrada en un portal, con la cabeza gacha y los ojos cerrados. Cada vez que un incauto seminarista pasaba rápidamente por su lado, la víctima gemía y tosía de forma lastimosa. La mayoría de los seminaristas ni siquiera  se detuvieron para preguntar al hombre qué le pasaba, y mucho menos le ofrecieron ayuda. El estrés emocional generado por la necesidad de correr hasta el aula superó a su obligación moral de ayudar a un desconocido en apuros» (pp. 79-80). Venció el algoritmo.

«Las dictaduras digitales no son el único peligro que nos espera. Junto a la libertad, el orden liberal depositó también muchas esperanzas en el valor de la igualdad. El liberalismo siempre valoró la igualdad política, y gradualmente llegó al convencimiento de que la igualdad económica tiene casi la misma importancia. Porque sin un sistema de seguridad social y una igualdad económica mínima, la libertad no tiene sentido. Pero de la misma manera que los algoritmos de macrodatos podrían acabar con la libertad, podrían  al mismo tiempo crear las sociedades más desiguales que jamás hayan existido. Toda la riqueza y todo el poder podrían estar concentrados en manos de una élite minúscula, mientras que la mayoría de la gente sufriría no la explotación, sino algo mucho peor: la irrelevancia» (pp. 94-95).

I. 4. Igualdad. Quienes poseen los datos poseen el futuro

«Una aplicación popular puede carecer de modelo de negocio e incluso perder dinero a corto plazo, pero mientras absorba datos podría valer miles de millones. Incluso si no sabes cómo sacar partido de los datos hoy, vale la pena mantenerla porque tal vez posea la clave para controlar y determinar la vida en el futuro. No tengo la certeza de que los gigantes de los datos piensen de forma explícita en estos términos pero sus acciones indican que valoran la acumulación de datos más que los meros dólares y centavos.

A los humanos de a pie puede costarles mucho resistirse a este proceso. En la actualidad a la gente le encanta revelar su bien más preciado (sus datos personales) a cambio de servicios gratuitos de correo electrónico y de divertidos vídeos de gatos. Es un poco como las tribus africanas y americanas nativas que sin darse cuenta vendieron países enteros a los imperialistas europeos a cambio de cuentas de colores y abalorios baratos. Si, más adelante, la gente común decidiera intentar bloquear el flujo de datos, quizás se daría cuenta de que cada vez resulta más difícil, en especial porque podría acabar dependiendo  de la red para todas las decisiones que tomara, e incluso para el cuidado de su salud y su supervivencia físicas». (pp. 101-102).

Parte II. El desafío político

La fusión de la infotecnología y la biotecnología  es una amenaza para los valores modernos fundamentales de la libertad y la igualdad. Cualquier solución al reto tecnológico tiene que pasar por la cooperación global. Pero el nacionalismo, la religión y la cultura dividen a la humanidad en campos hostiles y hacen muy difícil cooperar globalmente.

[religión significa aquí cualquier «sistema de normas y valores humanos que se fundamenta en la creencia en un orden sobrehumano». Por ejemplo, «el islamismo, el budismo y el comunismo son religiones». El denominador común no es la espiritualidad].

II. 5. Comunidad. Los humanos tenemos cuerpo

«El 16 de febrero de 2017 Mark Zuckerberg publicó un audaz manifiesto sobre la necesidad de construir una comunidad global y sobre el papel de Facebook en dicho proyecto» (p. 107).

Pero «los humanos tienen cuerpo. Durante el último siglo la tecnología ha estado distanciándonos de nuestro cuerpo. Hemos ido perdiendo nuestra capacidad de prestar atención a lo que olemos y saboreamos. En lugar de ello, nos absorben nuestros  teléfonos inteligentes y los ordenadores. Estamos más interesados en lo que ocurre en el ciberespacio que en lo que está pasando en la calle. Es más fácil que nunca hablar con un primo en Suiza, pero más difícil hablar con el marido durante el desayuno, porque está todo el rato pendiente de su teléfono inteligente en lugar de estarlo de mí» (p. 111).

«Si ahora Facebook pretende instigar una revolución global, tendrá que cumplir una tarea mucho mejor a las hora de salvar la brecha entre lo conectado y lo desconectado. Facebook y los demás gigantes on line suelen considerar que los humanos son animales audiovisuales: un par de ojos y un par de oídos, conectados a diez dedos, una pantalla y una tarjeta de crédito. Un  paso crucial hacia la unificación de la humanidad es apreciar que los humanos tienen cuerpo.

Sin embargo, una vez que los gigantes tecnológicos lleguen a un acuerdo con el cuerpo humano, podrían acabar también manipulándolo por completo igual que suelen manipular nuestros ojos, dedos y tarjetas de crédito. Podríamos llegar a echar en falta aquellos buenos y viejos tiempos en que lo on line estaba separado de lo off line» (p. 114).

II. 6. Civilización. Solo existe una civilización en el mundo

«Cuando el lector estuviera preparándose para los juegos olímpicos de 1016, no podría saber de antemano qué delegaciones acudirían, porque nadie estaría seguro de qué entidades políticas seguirían existiendo al año siguiente […].

Cuando el lector vea los Juegos Olímpicos de Tokio en 2020, recuerde que la aparente competición entre naciones supone en realidad un asombroso acuerdo global. Aun con todo el orgullo nacional que la gente siente cuando su delegación gana una medalla de oro y se iza su bandera, hay muchísima más razón para sentir orgullo porque la humanidad sea capaz de organizar un acontecimiento de este tipo» (p. 127).

«Para muchos, ser europeo en 2018 no significa tener la piel blanca, creer en Jesucristo, o defender la libertad. En cambio, significa debatir apasionadamente acerca de la inmigración, la Unión Europea y los límites del capitalismo, y también preguntarnos de manera obsesiva: ‘Qué define mi identidad’, así como preocuparnos por la población envejecida, el consumismo desbocado y el calentamiento global. En sus conflictos y dilemas, los europeos del siglo XXI son diferentes de sus antepasados de 1618 y 1940, pero son cada vez más parecidos a sus socios comerciales chinos e indios» (pp. 130-131).

«¿Cómo explicar, pues, la oleada nacionalista que se extiende por gran parte del mundo? Quizá en nuestro entusiasmo por la globalización hayamos despachado con demasiada celeridad a las buenas y antiguas naciones. El retorno al nacionalismo tradicional ¿podría ser la solución para nuestras desesperadas crisis globales? Si la globalización conlleva tantos problemas, ¿por qué no abandonarla, simplemente?» (p. 131).

II. 7. Nacionalismo. Los problemas globales necesitan respuestas globales

«Cada uno de estos tres problemas, a saber; la guerra nuclear, el colapso ecológico y la disrupción tecnológica basta para amenazar el futuro de la civilización humana. Pero en su conjunto constituyen una crisis existencial sin precedentes, en especial porque es probable que se refuercen y se agraven mutuamente» (p. 145).

«Las armas nucleares han hecho subir la apuesta y cambiado la naturaleza fundamental de la guerra y la política. Mientras que los humanos sepan cómo enriquecer el uranio y el plutonio, su supervivencia dependerá de preferir la prevención de la guerra nuclear frente a los intereses de cualquier nación concreta» (p. 138).

«A diferencia de la guerra nuclear, que es un futuro potencial, el cambio climático es una realidad actual. Los científicos están de acuerdo en que las actividades humanas, en particular la emisión de gases de efecto invernadero como el dióxido de carbono, hacen que el clima de la Tierra cambie a un ritmo alarmante. Nadie sabe exactamente cuánto dióxido de carbono podemos continuar bombeando a la atmósfera sin desencadenar un cataclismo irreversible. Pero nuestras estimaciones científicas más optimistas indican que a menos que reduzcamos de forma drástica la emisión de gases de efecto invernadero en los próximos veinte años, las temperaturas medias globales aumentarán más de 2ºC, lo que provocará la expansión de los desiertos, la desaparición de los casquetes polares, el  aumento del nivel de los océanos y una mayor incidencia de acontecimientos meteorológicos como huracanes y tifones. Estos cambios alterarán a su vez la producción agrícola, inundarán ciudades, harán que gran parte del mundo se vuelva inhabitable y que cientos de millones de refugiados busquen nuevos hogares» (pp. 139-140).

«Dentro de un siglo o dos, la combinación de la biotecnología y la IA podrían dar como resultado características corporales, físicas y mentales que se liberen por completo del molde homínido. Hay quien cree incluso que la conciencia podría separarse de cualquier estructura orgánica y surfear por el ciberespacio, libre de toda limitación biológica y física. Por otra parte, podríamos asistir a la desvinculación completa de la inteligencia y la conciencia, y el desarrollo de la IA quizá diera como resultado un mundo dominado por entidades superinteligentes, pero absolutamente no conscientes» (p. 144).

Dice Harari: «Cuando se acerquen las próximas elecciones, y los políticos nos imploren que los votemos, planteemos a los políticos tres preguntas: ¿Qué acciones emprenderá para evitar los riesgos de una guerra nuclear? ¿Qué acciones emprenderá para evitar los riesgos del cambio climático? ¿Qué acciones emprenderá para  regular tecnologías disruptivas  como la IA y la bioingeniería?» (p. 148).

Nada de negacionismos, que serían insensatos, pero no estoy de acuerdo. Ni tampoco con la tesis del capítulo como descalificación del nacionalismo «porque los problemas globales exigen soluciones globales». Hay que poner todos los medios para solucionar los problemas con los conocimientos que tenemos a mano y según la situación en que se está, pero el ser humano no es dueño del futuro: lo que hemos visto a lo largo de estas páginas nos atestigua esta verdad.

II. 8. Religión. Dios sirve ahora a la nación

Como era de esperar, el único supuesto incontestable para Harari –su ateísmo– marca este capítulo de manera especial. Nada hay aquí de la comprensión del otro que manifiesta, por ejemplo, el conocido debate entre el agnóstico Jürgen Habermas y el católico Joseph Ratzinger. Lo que ve Harari es el resultado político que tiene o deja de tener el hecho religioso. Es una cuestión interesante, pero no se deja reducir así:

«La oposición a las normativas ambientales se incorpora a los sermones de fuego de algunos pastores evangélicos norteamericanos, mientras que el papa Francisco encabeza la carga contra el calentamiento global en nombre de Cristo (como atestigua su segunda encíclica “Laudato si”). De modo que quizá en 2070, con relación a las cuestiones ambientales, supondrá una gran diferencia que uno sea evangélico o católico. Ni que decir tiene que los evangélicos pondrán objeciones a cualquier limitación a las emisiones de carbono, mientras que los católicos creerán que Jesús predicó que debemos proteger el medio ambiente» (p. 155).

Tampoco el sentido de la sexualidad humana se resume en la política de Israel, Irán o Arabia Saudí. Es otra cosa, aunque de ninguna manera se puedan negar las conexiones religiosas de la política en estos asuntos, normalmente a través de los criterios en educación. Dice Harari:

«Así, el hecho de ser gay o lesbiana supone literalmente una cuestión de vida o muerte si uno vive en Israel, Irán o Arabia Saudí. En Israel, la comunidad LGTB goza de la protección de la ley, e incluso hay algunos rabinos  que bendecirán el matrimonio entre dos mujeres. En Irán, gais y lesbianas son perseguidos de forma sistemática y en ocasiones incluso ejecutados. En Arabia saudí, una lesbiana ni siquiera podía conducir un automóvil hasta 2018 solo por ser mujer, no importaba que fuera lesbiana» (p. 157).

II. 9. Inmigración. Algunas culturas podrían ser mejores que otras

«Debate 1. La primera cláusula del pacto de inmigración reza simplemente que el país anfitrión permite la entrada de inmigrantes. ¿Pero debe esto considerarse un deber o un favor? ¿Está obligado el país anfitrión a abrir sus puertas a todo el mundo. O tiene el derecho de seleccionar, e incluso de detener totalmente la inmigración?» (p. 162).

«Desde luego, incluso si permitir la entrada de inmigrantes fuese un favor y no un deber, una vez que los inmigrantes se establecen, el país anfitrión contrae poco a poco numerosos deberes para con ellos y sus descendientes. Así, no podemos justificar el antisemitismo en Estados Unidos de hoy, aduciendo que le hicimos un favor a tu bisabuela, dejándola entrar en este país en 1910, de manera que ahora podemos trataros como nos plazca» (p. 164).

«Debate 2. La segunda cláusula del pacto de inmigración dice que, si se les deja entrar, los inmigrantes tienen la obligación de integrarse en la cultura local» […] (p. 164).

¿Sí? «Una vez que los europeos sepan quiénes son, 500 millones de europeos no debieran tener ninguna dificultad en acoger a varios millones de refugiados… o en prohibirles la entrada» (p. 166).

«Debate 3. La tercera cláusula del pacto de la inmigración dice que si los inmigrantes hacen de verdad un esfuerzo sincero  por integrarse (y en particular por adoptar el valor de la tolerancia), el país anfitrión está obligado a tratarlos como ciudadanos de primera» (p. 166).

«Debate 4. ¿Están ambas partes [anfitriones e inmigrantes] a la altura de sus obligaciones? Este cuarto debate no puede resolverse antes de dar la definición exacta de los otros tres. Mientras no sepamos si la integración es un deber o un favor, qué nivel de integración se exige a los inmigrantes  y con qué rapidez los países anfitriones deben tratarlos como ciudadanos de pleno derecho, no podemos juzgar si las dos partes cumplen sus obligaciones (p. 168).

Hace un siglo, los europeos daban por sentado que algunas razas (en especial, la raza blanca) eran intrínsecamente superiores a otras. Después de 1945, estas ideas se convirtieron cada vez más en anatema. El racismo se veía como algo pésimo desde el punto de vista moral, sino que también estaba desacreditado desde el científico […]

Sin embargo, al mismo tiempo, antropólogos, sociólogos, historiadores, economistas del comportamiento e incluso neurocientíficos han acumulado gran cantidad de datos de la existencia de diferencias importantes entre las culturas humanas» (p. 169).

«Desde luego, aunque aceptemos la validez de algunas afirmaciones culturalistas, no tenemos que aceptarlas todas. Muchas obedecen a errores comunes. Primero, los culturalistas suelen confundir la superioridad local con la superioridad objetiva […]. En segundo lugar, cuando se define con claridad un criterio, una época un lugar, las declaraciones culturalistas bien pueden ser sensatas  desde el punto de vista empírico […]. ¿La cultura musulmana es muy intolerante? ¿Qué queremos decir? Una cultura puede ser intolerante con las minorías religiosas y las opiniones políticas insólitas, mientras que a la vez puede ser muy tolerante con las personas obesas o los ancianos» (p. 175).

«Por ejemplo, el debate europeo sobre la inmigración está lejos de ser una batalla bien delimitada entre el bien y el mal. Los que están a favor de la inmigración se equivocan al presentar a todos sus rivales como racistas inmorales, mientras los que se oponen a la inmigración  se equivocan al retratar a sus oponentes como traidores irracionales» (pp. 176-177).

Parte III. Desesperación y esperanza

Aunque los retos no tienen precedentes, y aunque los desacuerdos son enormes, la humanidad puede dar la talla si mantenemos nuestros temores  bajo control y somos un poco más humildes respecto a nuestras opiniones.

III. 10. Terrorismo. No nos asustemos

Harari afronta aquí el problema e invita a reflexionar sobre su identidad real, función y significación.

«Es difícil establecer prioridades en tiempo real, a la vez que es demasiado fácil anticipar prioridades en retrospectiva. Acusamos a los líderes de no haber prevenido las catástrofes que ocurrieron, pero a la vez permanecemos felizmente ignorantes de los desastres que nunca se materializaron. Así, la gente piensa en retrospectiva en el gobierno de Clinton en la década de 1990 y lo acusa de pasar por alto la amenaza de Al Qaeda. Pero en la década de 1990, pocas personas imaginaban que los terroristas islámicos pudieran desencadenar un conflicto global al estallar aviones de pasajeros contra los rascacielos de Nueva York» (p. 191).

«Simplemente, no podemos prepararnos para todas las eventualidades. En consecuencia, aunque no cabe duda de que hemos de evitar el terrorismo nuclear, este no puede ocupar el punto número uno en el programa de la humanidad. Y, por supuesto, no debemos usar la amenaza teórica del terrorismo nuclear como justificación para reaccionar de manera desproporcionada ante el terrorismo común. Se trata de problemas diferentes, que exigen soluciones diferentes […].

Desde luego, la sensación actual de peligro que experimentamos no se debe solo al terrorismo. Muchísimos expertos y gente de a pie temen que la Tercera Guerra Mundial se halle solo a la vuelta de la esquina, como si ya hubiéramos visto esta película hace un siglo. Al igual que en 1914, en 2018 las crecientes tensiones entre las grandes potencias junto a problemas globales inextricables  parecen arrastrarnos hacia un guerra global. ¿Está dicha ansiedad más justificada que nuestro terror sobredimensionado del terrorismo?» (pp. 191-192).

III. 11. Guerra. Jamás subestimemos la estupidez humana

«En un mundo que está llenándose de malas vibraciones, quizá la mejor garantía de paz que tenemos sean que las principales potencias no estén familiarizadas con ejemplos recientes de guerras victoriosas. Aunque Gengis Kan y Julio César podían invadir un país extranjero a las primeras de cambio, los líderes nacionalistas de la actualidad, como Erdogan, Modi y Netanyahu, que no se reprimen de hablar, son sin embargo muy cuidadosos a la hora de emprender una guerra. Desde luego, si alguien encuentra una fórmula para desencadenar una guerra victoriosa, dadas las condiciones del siglo XXI, las puertas del infierno podrían abrirse de golpe. Por eso, el éxito ruso de Crimea fue un presagio particularmente alarmante. Esperemos que siga siendo una excepción.

Por desgracia, aunque las guerras sigan siendo un negocio improductivo en el siglo XXI, esto no nos da una garantía de paz. Jamás debemos subestimar la estupidez humana» (p. 201).

Ahí está la guerra de Ucrania.

III. 12. Humildad. No somos el centro del mundo

El siguiente capítulo tiene un valor hermenéutico especial, Harari es un judío ateo y aquí expresa cómo concibe su ateísmo.

«Los israelitas usan la frase las tres grandes religiones, pensando que dichas religiones son el cristianismo (2.300 millones de adeptos), el islamismo (1800 millones) y el judaísmo (15 millones). El hinduismo, con casi 1000 millones de creyentes, y el budismo, con sus 500 millones de seguidores (por no mencionar la religión sintoísta con 50 y la sij, con 25) no cuentan. Este concepto distorsionado de las tres grandes religiones implica a menudo que en la mente de los israelíes las principales religiones y las tradiciones éticas surgieron del seno del judaísmo que fuera la primera religión que predicó normas éticas universales. Como si los humanos anteriores a los días de Abraham y Moisés hubieran vivido en un estado de naturaleza hobbesiano sin ningún compromiso moral, y como si toda la moralidad contemporánea se derivara de los Diez Mandamientos. Esta es una idea insolente e infundada, que pasa por alto muchas de las tradiciones éticas más importantes del mundo» (p. 210).

Y, ¡atención! Según Harari, además la ética sería cosa tanto de seres humanos como de animales (que, al fin y al cabo, no son sino unos animales más):

«Un caso todavía más conmovedor tuvo lugar en las junglas de Costa de Marfil. Después de que un joven chimpancé apodado Oscar perdiera a su madre, se esforzó por sobrevivir solo. Ninguna de las demás hembras estaba dispuesta a adoptarlo y a cuidarlo, porque ya tenían a su cargo a sus propias crías. Poco a poco, Oscar perdió peso, salud y vitalidad. Pero cuando todo parecía perdido, Oscar fue adoptado por el macho alfa del grupo, Freddy, Este se aseguraba de que Oscar comiera bien e incluso lo trasladaba cargándolo a cuestas. Las pruebas genéticas demostraron que Freddy no estaba emparentado con Oscar, Solo podemos especular acerca de lo que llevó al viejo huraño jefe a tomar a su cargo al joven huérfano, pero, por lo visto, los cabecillas de los simios desarrollaron la tendencia de ayudar a los pobres, necesitados y huérfanos millones de años antes de que la Biblia instruyera a los antiguos israelitas a que no dañaría a la viuda ni al huérfano (Éxodo XXII,21), y antes de que el profeta Amós se quejara de las élites sociales que oprimís a los débiles y maltratáis a los pobres (Amós, IV,1)» (p. 211).

Pienso que ningún creyente sostiene que el proyecto del único Dios sobre la creación (ley natural) procede de Moisés, sino que es transmitida en un momento de la historia humana (historia de la salvación) a Moisés con fijeza explícita. Los cristianos añadirán que, en otro momento, la perfila Jesús de Nazaret (ser humano que manifiesta la plenitud de Dios corporalmente, Colosenses, II, 9) con el horizonte de las Bienaventuranzas.

En cuanto a la enternecedora historia (tipo Disney) del joven chimpancé y el macho alfa Freddy (no sé si la contó Oscar o Freddy antes de morir), ningún creyente negará bienes del Creador reconocibles incluso en el instinto de los animales. Ahí están las gallinas cluecas. No veo el problema.

El capítulo termina, sin embargo, con una atendible proposición:

«Y entre todas la formas de humildad, quizá la más importante sea la humildad ante Dios. Cuando hablan de Dios, con gran frecuencia, los humanos profesan una modestia supina, pero después usan el nombre de Dios para tratar despóticamente a sus hermanos» (p. 219).

III.13. Dios. No tomes el nombre de Dios en vano

«El tercero de los Diez Mandamientos ordena a los humanos no hacer nunca un uso arbitrario del nombre de Dios. Muchas personas creen en esto de una manera infantil, como una prohibición de pronunciar el nombre explícito de Dios (como en la famosa escena de los Monty Python “Si dices Jehová…”). Quizá el significado profundo de este mandamiento sea que nunca hemos de usar el nombre de Dios para justificar nuestros intereses políticos, nuestras ambiciones económicas o nuestros odios personales. La gente odia a alguien y dice; “Dios lo odia”, la gente codicia algo y dice: “Dios lo quiere”. El mundo sería un lugar mejor si siguiéramos de manera más devota el tercer mandamiento. ¿Quieres emprender la guerra contra los vecinos y robarles la tierra? Deja a Dios fuera de la cuestión y encuentra otra excusa» (p. 222).

«No visitar ningún templo ni creer en ningún dios es también una opción viable. Como se ha demostrado en los últimos siglos, no hace falta invocar el nombre de Dios para llevar una vida moral. El laicismo puede proporcionarnos todos los valores que necesitamos» (p. 226).

No es la experiencia de Dostoievsky: «Si Dios no existe, todo [mal] está permitido». (Los hermanos Karamazov).

III. 14. Acepta tu sombra

Harari propugna unos valores «laicos» que se deriven de la verdad científica y la compasión: la igualdad, la libertad, la valentía, la responsabilidad. Ningún seguidor de los Diez Mandamientos, pienso, estará disconforme con estos valores. Laico, término de extremada polisemia, no significa aquí antirreligioso, como se ve a continuación:

«La educación laica no significa un adoctrinamiento negativo que enseñe a los niños a no creer en Dios y a no participar en ninguna ceremonia religiosa. Más bien la educación laica enseña a los niños a distinguir la verdad de las creencias, a desarrollar la compasión hacia todos los seres que sufren, a apreciar la sabiduría y la experiencia de todos los moradores de la Tierra, a pensar libremente sin temer lo desconocido, y a ser responsable de sus actos y del mundo en su conjunto» (p. 233).

«Toda religión, toda ideología, y toda fe tiene su sombra, y con independencia del credo que sigamos hemos de reconocer nuestra sombra y evitar el ingenuo consuelo de que ’esto no puede pasarnos a nosotros’»(p. 237).

Es cierto que los seres humanos somos capaces de pervertir hasta lo más santo. Supongo, no obstante, que Harari entiende que el ateísmo (grado cero de la fe) es también una «fe». ¡Y vaya si tiene sombras!

Parte IV. Verdad

Si el lector se siente abrumado y confundido por la situación global, se halla en la senda adecuada. Los procesos globales se han hecho complejos en demasía para que una persona pueda comprenderlos por sí sola. ¿De qué manera, entonces, podemos saber la verdad acerca del mundo y evitar caer víctimas de la propaganda y la desinformación?

IV. 15. Ignorancia. Sabes menos de lo que crees

«De forma individual los humanos saben vergonzosamente poco acerca del mundo, y a medida que la historia avanza, cada vez saben menos. Un cazador-recolector de la Edad de Piedra sabía cómo confeccionar sus propios vestidos, cómo prender un fuego, cómo cazar conejos y cómo escapar de los leones. Creemos que en la actualidad sabemos muchísimo más, pero como individuos en realidad sabemos muchísimo menos. Nos basamos en la pericia de otros para casi todas nuestras necesidades. En un experimento humillante se pidió a varias personas que evaluaran cuánto conocían sobre el funcionamiento de una cremallera corriente. La mayoría contestó con absoluta confianza que lo sabía todo al respecto; a fin de cuentas, utilizaban cremalleras a diario. Después se les pidió que describieran con el mayor detalle posible todos los pasos  que implican el mecanismo y el uso de la cremallera. La mayoría no tenían ni idea. Esto es lo que Steven Sloman y Philip Fernbach han denominado ‘la ilusión del conocimiento’. Creemos que sabemos muchas cosas, aunque individuamente sabemos muy poco. Porque tratamos el conocimiento que se halla en la mente de los demás como si fuera propio» (p. 242).

«En la década venidera, el mundo se volverá más complejo aún de lo que es hoy en día. En consecuencia, los humanos (ya sea peones o reyes) sabrán todavía menos de los artilugios tecnológicos, de las corrientes económicas  y de las dinámicas políticas que modelan el mundo. Como observó Sócrates hace más de dos mil años, lo mejor que podemos hacer en tales condiciones es reconocer nuestra propia ignorancia individual. Pero ¿qué ocurre entonces con la moral y la justicia? Si no podemos entender el mundo, ¿cómo confiar en distinguir entre lo qué está bien y lo que está mal, entre la justicia y la injusticia?» (pp. 246-247).

A no ser que haya unas pocas cosas sobre la verdad, la belleza y el bien que, desde siempre, sí puedan ser asequibles a sabios e ignorantes… Es cuestión de optimismo, otra vez.

IV. 16. Justicia. Nuestro sentido de la justicia podría estar anticuado

«Las comunidades rurales e incluso los barrios de las ciudades podían pensar juntos acerca de los problemas comunes a que se enfrentaban […]. Todas las tribus humanas existentes se hallan absortas en promover sus intereses particulares y no en entender la verdad global. Ni los norteamericanos, ni lo chinos, ni los musulmanes ni los hindúes constituyen la comunidad gobal, de modo que su interpretación de la realidad no puede ser digna de confianza […]. ¿Hemos entrado oficialmente en la era de la posverdad?» (p. 255). Veamos.

IV. 17. Posverdad. Algunas noticias falsas duran para siempre

«Además de las religiones y las ideologías, las marcas comerciales también se basan en la ficción y las noticias falsas. La creación de marcas y de su valor suele implicar contar una y otra vez el mismo relato ficticio hasta que la gente se convence de que es verdad. ¿Qué imágenes le viene a la mente al lector cuando piensa en Coca-Cola? ¿Las de jóvenes sanos que se dedican al deporte y se lo pasan bien juntos? ¿O la de pacientes con diabetes y sobrepeso tumbados en la cama de un hospital? Beber mucha Coca-Cola  no nos hará jóvenes, no nos hará sanos y no nos hará atléticos; más bien aumenta la probabilidad de padecer obesidad y diabetes. Pero durante décadas, Coca-Cola ha invertido miles de millones de dólares para que se la asociara a la juventud, a la salud y a los deportes…» (p. 263).

«Los humanos tienen una notable capacidad de saber y no saber al mismo tiempo. O mejor dicho, pueden saber algo cuando piensan de verdad en ello, pero la mayor parte del tiempo los humanos no piensan en ello, de modo que no lo saben. Si nos centramos de verdad, nos damos cuenta de que el dinero es ficción. Sin embargo, por lo general no nos centramos. Si se nos pregunta acerca del fútbol, sabemos que es una invención humana. Pero en el ardor del partido, nadie nos pregunta por ello. Si dedicamos tiempo y energía, podemos descubrir que las naciones son cuentos complicados. Pero en plena guerra no tenemos tiempo ni energía. Si queremos conocer la verdad última, nos damos cuentas de que el relato de Adán y Eva es un mito. Pero ¿con cuánta frecuencia queremos conocer la verdad última?» (p. 267).

Como neologismo reciente, La RAE dice que posverdad es distorsión deliberada de una realidad que manipula creencias y emociones con el fin de influir en la opinión pública y en actitudes sociales. Esto, que tiene que ver con propaganda y publicidad, con el mal uso de la Retórica, es muy de nuestro tiempo, pero nada tiene que ver con el mito (relato) o ficción que ilustra o puede ilustrar una verdad cualquiera. Harari aquí lo mezcla todo.

IV. 18. El futuro no es lo que vemos en las películas

«Los humanos controlan el mundo porque pueden cooperar mejor que ningún otro animal, y pueden cooperar tan bien porque creen en las ficciones. Pintores, poetas y dramaturgos son, por tanto, tan importante al menos como los soldados y los ingenieros. La gente va a la guerra y construye catedrales porque cree en Dios, y cree en Dios porque ha leído poemas sobre Dios, porque ha visto cuadros de Dios y porque ha quedado hipnotizada por las obras teatrales sobre Dios. De modo similar, nuestra creencia en la mitología moderna del capitalismo está respaldada por las creaciones artísticas de Hollywood y la industria del pop. Creemos que comprar más nos hará felices, porque vemos el paraíso capitalista con nuestros propios ojos en la televisión» (p. 271).

Harari rememora la novela de Aldous Huxley y, según sus planteamientos, solo ve una salida a la desesperada para el que resiste «a lo que vemos en las películas»:

«John el Salvaje se retira a un desierto deshabitado, donde vive como un ermitaño. Los años de existencia en una reserva india y de lavado de cerebro a manos de Shakespeare y la religión lo han condicionado para rechazar todas las bendiciones de la modernidad. Pero las noticias de un tipo tan insólito y excitante se extienden rápidamente, la gente acude en masa para observarlo y registrar cuanto hace, y muy pronto se convierte en una celebridad. Muy deprimido por toda esta atención no deseada, el Salvaje escapa de la matriz civilizada no tragándose una píldora roja, sino ahorcándose» (p. 281).

Parte V. Resiliencia

¿Cómo se vive en una época de desconcierto cuando los relatos antiguos se han desmoronado y todavía no ha surgido un relato nuevo que los sustituya?

V. 19. Educación. El cambio es la única constante

Siglo XXI. Si producen estupor la magnitud y rapidez de los cambios que se pueden vislumbrar, que lo puedan cambiar a uno mismo, resulta terrorífico:

«A medida que la biotecnología y el aprendizaje automático mejoren, será más fácil manipular las emociones y los deseos más íntimos de la gente, y resultará más peligroso que nunca seguir simplemente nuestro corazón. Cuando Coca-Cola, Amazon, Baidu o el gobierno sepan cómo tirar de los hilos de nuestro corazón y pulsar los botones de nuestro cerebro, ¿podrás seguir apreciando la diferencia entre tu yo y sus expertos en marketing?

Para tener éxito en una tarea tan abrumadora deberás esforzarte mucho en conocer mejor tu sistema operativo. Para saber qué eres y qué quieres en la vida. Este es, desde luego, el consejo más antiguo del libro: conócete a ti mismo. Durante miles de años, filósofos y profetas han animado a la gente a que se conociera a sí misma. Pero este consejo nunca fue más urgente que en el siglo XXI, porque a diferencia de lo que ocurría en la época de Lao-Tse o Sócrates, ahora tienes una competencia seria. Coca-Cola, Amazon, Baidu y el gobierno se apresuran a piratearte, a hackearte. No a hackear tu teléfono inteligente, ni tu ordenador ni tu cuenta bancaria. Están inmersos en una carrera para hackearte a ti y a tu sistema operativo orgánico. Quizá hayas oído que vivimos en la época de hackear ordenadores, pero es apenas una parte de la verdad. En realidad, vivimos en la época de hackear a humanos» (pp. 293-294).

V. 20. Significado. La vida no es un relato

Harari no es un lingüista, sino un historiador. Claro que la vida no es un relato, sino el modelo operativo automático que tienen los humanos para comunicar y autoaclararse. Los relatos son realistas o ficcionales, verdaderos o falsos. Por cierto, «ficcional» no es igual a «falso», porque la metáfora es otro modo automático del que dispone el ser humano para aclararse y comunicar significado.

Cuando uno es nominalista («posmoderno» se le llama ahora), da igual que sea historiador u otra cosa, acepta el dogma de que, frente a toda evidencia espontánea, el ser humano no está dotado para conocer y dar a conocer lo que conoce, sino que está condenado a equivocarse porque cada término remite a otro y este al siguiente en serie abierta sin anclaje alguno en la realidad. Y, así, repasa y descalifica la construcción de relatos de la cultura humana que, según nuestro autor, llega al colmo con el relato cristiano:

«Pensemos en el relato cristiano. Sus cimientos son lo más endebles de todos. ¿Qué prueba tenemos de que el hijo del Creador del Universo entero naciera como una forma de vida basada en el carbono en algún lugar de la Vía Láctea hace unos dos mil años? ¿Qué prueba tenemos de que esto ocurriera en la provincia romana de Galilea y de que Su madre fuera una virgen? Pero se han erigido enormes instituciones globales sobre dicho relato y su peso presiona con una fuerza tan abrumadora que lo mantienen en su   lugar» (p. 308).

Espero que el historiador Harari no esté poniendo en duda la historicidad del galileo Jesús de Nazaret que aparece alrededor del año quince del «imperio de Tiberio César, siendo Poncio Pilato, procurador de Judea, y Herodes tetrarca de Galilea; Filipo, su hermano, tetrarca de Iturea y de Traconítida, y Lisanias tetrarca de Abilene; en el pontificado de Anás y Caifás (Lc. 3, 1-2)». Otra cosa es que un ateo, mientras lo sea, se pueda plantear la posibilidad de que en Jesús de Nazaret se manifieste la «plenitud de Dios corporalmente» ni ningún otro hecho milagroso. Por supuesto.

Harari cierra el capítulo así: «De modo que si el lector quiere saber la verdad acerca del universo, del sentido de la vida y de su propia identidad, lo mejor para empezar es observar el sufrimiento y analizar lo que es» (p. 335).

V. 21. Meditación. Simplemente observemos

«De adolescente era una personan inquieta y llena de problema. El mundo no tenía sentido para mí y no hallaba respuesta a las grandes preguntas que me formulaba acerca de la vida. En particular, no comprendía por qué había tanto sufrimiento en el mundo y en mi propia existencia, y qué podía hacer al respecto. Todo lo que obtuve de la gente que me rodeaba y los libros que leía eran ficciones complicadas; mito religiosos sobre dioses y cielos, mitos nacionalistas sobre las patrias y de su misión histórica, mitos románticos sobre el amor y la aventura, o mitos capitalistas sobre el crecimiento económico, y cómo comprar y consumir cosas me haría más feliz. Yo tenía juicio suficiente para darme cuenta de que probablemente  todos estos mitos eran ficciones, pero no tenía idea de cómo encontrar la verdad» (p. 336).

«Por entonces yo sabía  muy poco de meditación Vispassana y suponía que debía implicar todo tipo de complicadas teorías místicas. De modo que me sorprendí por lo práctica que resultó ser la enseñanza. El profesor del curso S. N. Goenka, instruía a los alumnos a sentarse con las piernas cruzadas y los ojos cerrados, y  a centrar toda su atención en el el aire que entraba y salía por sus orificios nasales al respirar. «No hagáis nada —repetía una y otra vez—, no intentéis controlar la respiración ni respirar de una manera determinada. Solamente observad la realidad del momento presente, sea la que sea. Cuando el aire entra solo sois conscientes de que ahora el aire está entrando. Y cuando perdéis vuestra concentración vuestra mente empieza a vagar por recuerdos y fantasías, solo sois conscientes de que ahora vuestra mente se ha alejado de la respiración. Fue lo más importante que nadie me ha dicho nunca» (p. 337).

Como dije al principio, citando a Chesterton: «Cuando se deja de creer en Dios, enseguida se cree en cualquier cosa».

Especialista en Análisis del Discurso, ha sido catedrático de Gramática General y Crítica Literaria de la Universidad de Sevilla y profesor de investigación del Instituto de la Lengua Española (Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC). Madrid). Director de «Revista de Literatura» (CSIC) y editor-director de «Nueva Revista» (UNIR). Académico correspondiente de la Academia Argentina de Letras, Academia Chilena de la Lengua y Academia Nacional de Letras del Uruguay. Premio Internacional Menéndez Pelayo.