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Reproducimos un texto de 1984 del escritor cubano Guillermo Cabrera Infante, sobre Gustavo Arcos, uno de los compañeros de Castro en el asalto al cuartel de Moncada. Posteriormente, Arcos se enfrentó al propio Castro, que fue encarcelado durante años, y hoy encabeza un movimiento que postula la lucha cívica en contra del dictador, encaminada a conseguir un proceso de transición similar al de otros países comunistas. El texto fue publicado por la Comisión Pro Derechos Humanos en Cuba, Delegación en Europa, cuyo gran impulsor fue, precisamente, Armando Valladeres.

El héroe renuente

Conocí a Gustavo Aros cuando era embajador de Cuba en Bélgica, a donde llegué como agregado cultural en octubre d 1962. Residía entonces en Bruselas, en la avenida Brugmann, cerca de la vieja sede de la Embajada en Avenida Moliére. Allí, en el edificio de la Avenida Brugmann, donde yo también viviría, tenía su residencia de embajador: un modesto estudio de una sola habitación, baño y cocinilla. Gustavo, hombre religioso y callado, era la imagen viva del revolucionario en el exilio. Pero esas virtudes las ponía por entonces enteramente al servicio de la revolución, pacería que fuera enviado de Loyola más que de Castro. Sin embargo, no había nada jesuítico en Arcos, ni comunista tampoco. Gustavo era un hombre franco, incapaz de intrigas porque no las necesitaba o tal vez porque no sabía cómo. Gustavo Arcos era un genuino héroe de la revolución. Esas virtudes fueron la causa de su eclipse y caída final.

Había visto a Gustavo Arcos en La Habana antes, cuando lo visité en el antiguo Hospital Ortopédico. Fui con Carlos Franqui, que ya había empezado a militar en el Movimiento 26 de julio que era, por supuesto, clandestino entonces. Gustavo convalecía en el hospital y la visita tuvo un carácter fugaz, que participaba de la clandestinidad permitida de la policía política de Batista como caridad precaria. A los pocos días, Gustavo, semiinválido, se escapó del hospital (Franqui, creo, no fue ajeno a su fuga). Capturado de nuevo, fue enviado esta vez al presidio Modelo de Isla de Pinos. Ya estaba preso Fidel Castro, uno de los líderes del asalto al cuartel Moncada, en Santiago de Cuba. Fue en esa acción de guerra donde Gustavo resultó herido de extrema gravedad. Que se salvara de su herida en el combate tanto como de la represalia del ejército batistiano es un quite que pertenece más al azar que a la mera historia. Fue también un desenlace increíble y, como todo acontecimiento histórico cruento, está teñido de una ironía salvaje y refinada. Uno de los agentes de ese juego irónico es el general Ramiro Valdés, ahora ministro del Interior de Cuba. Entonces el general Valdés se apodaba Ramirito, no usaba barba y era lo que se llamaba en Cuba un mulato ruso. El adjetivo correcto es, por supuesto, rufo, pero no hay duda de que el vocabulario popular tiene sus presciencias. Valdés era y es ruso.

En Bruselas intimé con Gustavo. Entre otras cosas porque debíamos vivir todos los diplomáticos cubanos en la nueva Embajada, una casona de 10 dormitorios que estaba, cosa casual, frente a la Embajada rusa. El edificio y los terrenos de la misión soviética quedaba (¿cosa casual?) donde había estado el cuartel general de la Gestapo e Bélgica. Tenía razón Chestertton: hay edificios cuya sola arquitectura es malvada. O atrae a los malvados. A veces, en esa Embajada cubana, que había sido un hotel burgués, durante las cortas noches de verano conversábamos Gustavo y yo hasta que amanecía. Gustavo me contó entonces su vida y milagros. Empezando, claro por donde comenzó su vida política y casi ocurrió su muerte: el asalto al cuartel Moncada y el milagro que salvó su vida.