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Ignacio Villaverde. Catedrático de Derecho Constitucional y rector de la Universidad de Oviedo. Exletrado adscrito al Tribunal Constitucional. Ha centrado sus investigaciones en los derechos de libertad de expresión e información y la teoría general de los derechos fundamentales.


Avance

La universidad pone el saber al servicio de los ciudadanos a través de la extensión universitaria, formidable instrumento de cambio social para hacer el mejor mundo posible. En eso se materializa el alma de las universidades, a la que se refería el profesor de Harvard, Harry R. Lewis, ya que de sus aulas deben salir no solo profesionales doctos sino también ciudadanos y no súbditos, con conciencia social, capaces de desarrollar un pensamiento crítico; de afrontar los problemas internacionales como ciudadanos del mundo; y de «imaginar con compasión las dificultades del prójimo», como apuntaba Martha Nussbaum. La ciencia abierta —argumenta Ignacio Villaverde— alcanza plenamente su objetivo si «las universidades disponen de herramientas que divulguen el conocimiento y hacen de él partícipe al conjunto de sociedades que nos soportan financieramente». Pero es preciso superar la tentación, propia de una época marcada por la competitividad, de perseguir como objetivo exclusivo la rentabilidad económica, olvidando «su dimensión cívica y social, que es donde la extensión cobra todo su sentido».

La extensión universitaria debe ser una pieza clave de la planificación estratégica de la universidad incorporada a su mapa de especialización inteligente; y operar como espacio de encuentro y colaboración entre diversos agentes sociales y la propia universidad. Históricamente surgió, en la Universidad de Oviedo y en el contexto regeneracionista de finales del siglo XIX, como una herramienta de educación popular, pero actualmente han cambiado, tanto la sociedad como la universidad, de forma que la extensión universitaria tiene como misión primordial poner el valor el conocimiento, divulgándolo y contribuyendo a transformar el entorno, ya que «la universidad contemporánea o es disruptiva o no es» subraya el autor.

La extensión universitaria juega un papel de primer orden, que la hace estratégica y transversal, en la acción local de las universidades. Esta es especialmente relevante porque aprovecha procesos de cambio en beneficio de todos; forma a especialistas y crea un clima y una cultura intelectualmente comprometidos socialmente, como señalan Byrne y Clark. Pero el proceso de comunicación ya no puede ser unidireccional, sino que debe orientarse a un espacio de cooperación con los agentes sociales, aprovechando canales nuevos como internet que proporcionan accesibilidad global al saber.

Las universidades deben alinearse con las estrategias de especialización inteligente impulsada por la Unión Europea para diversificar los sectores económicos y el desarrollo social de ámbitos regionales. Y tienen una especial responsabilidad de contribuir a los objetivos de desarrollo sostenible de la agenda 2030, mediante proyectos de investigación en ámbitos como la descarbonización y la transición verde, la explotación agraria sostenible o los retos de las nuevas sociedades digitales.

La extensión debe jugar un papel en el marco de las alianzas universitarias europeas, generando lazos transversales y trasnacionales para cooperar en la construcción de un campus universitario común. Debe propulsar el desarrollo en su territorio, creando espacios con las administraciones locales. «Muchas universidades son ahora instituciones conectadas con su ciudad más que instituciones de su ciudad» señalan Byrne y Clark.

Tales objetivos se materializan, en el caso de la Universidad de Oviedo, en dos programas que integran la extensión universitaria de forma transversal: UO Territorio, que ha permitido cerrar acuerdos de colaboración con más de una veintena de ayuntamientos, y que la universidad participe en la creación de polos de innovación y emprendimiento, en colaboración con las empresas del entorno; y UO Casa Abierta, iniciativa de apertura de los espacios universitarios —como el edificio fundacional de la universidad—, y su accesibilidad a todo tipo de personas.


Artículo

Alguna consideración general

El prestigioso profesor de Harvard Harry R. Lewis se preguntaba en su libro Excellence Without a Soul: Does Liberal Education Have a Future? si las universidades no habían perdido el alma. Si la obsesión por medir, mensurar, por las bibliometrías, por los índices de impacto, por los retornos de las inversiones en la educación superior, por las rentabilidades de estos o aquellos estudios, sus tasas de rendimiento y de empleabilidad, etc., no nos habían hecho perder la perspectiva y una visión clara de la razón de ser de las universidades, esa «misión cívica» a la que Lewis, en unión de otro gran profesor de la institución académica norteamericana, Langemann, apelan en otro libro no menos relevante, What is College for? The public purpose the higher education.

El alma de las universidades es el saber, generoso, multitudinario, transversal, compasivo, y puesto al servicio del modelaje de seres humanos conscientes, críticos, reflexivos, prudentes, libres y racionales, y no solo (aunque también), profesionales doctos. En fin, seres humanos dignos de ser ciudadanos, y no súbditos, de comunidades que quieran llamarse civiles. Civiles por cívicas; civiles por civilizadas.

En este punto, siempre acudo a esta cita de Martha Nussbaum. Una universidad que se precie debe infundir en sus estudiantes la capacidad de «desarrollar un pensamiento crítico; la capacidad de trascender las lealtades nacionales y de afrontar los problemas internacionales como ‘ciudadanos del mundo’; y por último, la capacidad de imaginar con compasión las dificultades del prójimo» (2012, 26).

Esta misión cívica, radical en términos orteguianos, de la universidad no puede medirse, pero sí puede conocerse y transmitirse. Podemos medir y cuantificar la universidad. Sin duda, los números y los datos son herramientas indispensables para la gestión responsable de la institución universitaria. Nadie en sus cabales negaría semejante evidencia. Pero universidad y su gestión no son la misma cosa, y si las confundimos, habremos perdido nuestra alma.

Sí, es posible que hayamos perdido el alma y que nos hayamos creído de verdad esa afirmación muy cuestionable que tanto se oye hoy en los foros académicos, que se le atribuye a Peter Drucker: «Lo que no se puede medir, no se puede conocer, y lo que no se conoce, no se puede mejorar» (aunque probablemente el origen de esta afirmación haya que buscarlo en esta otra del físico y matemático William Thomson Kelvin: «Lo que no se define no se puede medir. Lo que no se mide no se puede mejorar. Lo que no se mejora, se degrada siempre»). Es que aquí el inconveniente es que la matemática quizá sea el lenguaje de la naturaleza, Galileo dixit, pero, desde luego no lo es del ser humano, y las universidades son humanas, muy humanas.

No creo que la universidad y su sentido, antes, hoy y en el futuro, pueda reducirse a métricas, y, desde luego, su mejora no pasa necesariamente por medirla, porque midiéndola no la vamos a conocer más. Las universidades seremos relevantes si tenemos impacto social generando riqueza cívica. El riesgo de la cuantificación es lo que Stefan Collini denominó «síndrome Champions League» (2012, 18): la acrítica asunción por las universidades y los gobiernos nacionales de que competimos unas contra otras, y que eso es bueno; y que la competición debe objetivarse en clasificaciones que necesariamente deben asentarse en números (ibidem, 17). El problema de este planteamiento es que convierte a las universidades en unidades competitivas que debe ser rentables económica y científicamente, y olvida que las universidades debemos ser, y sobre todo en este siglo, instituciones comprometidas socialmente. Aquí es donde la extensión cobra todo su sentido.

Las universidades son majestuosas creaciones humanas que nacen con la vocación de contribuir al bien común dedicándose al saber. De hecho, las universidades nacen como comunidades de filósofos, de amantes del saber porque albergan el absoluto convencimiento de que solo el conocimiento podrá alumbrar sociedades mejores, más justas y libres. La alternativa es la superchería y la ignorancia y, en consecuencia, la más ruda y sórdida oscuridad de la caverna platónica. La misión universitaria es la de buscar a través del saber el mejor mundo posible (Maxwell, 2014). Pero si esa búsqueda termina encerrada en nuestras paredes, si se ciñe a los circuitos académicos únicamente, si no fluye al entorno, no dejará de ser un ejercicio intelectual ciertamente baldío. Si la misión universitaria es pensar el mejor mundo posible, lo que tenemos que hacer para que esa misión no sea un juego floral es, primero, empaparnos de mundo para analizarlo y mejorarlo y saber lo que nuestros conciudadanos anhelan y necesitan; y segundo, actuar con herramientas que verdaderamente lo mejoren.

Este excursus tiene sentido para lo que se va a decir a continuación porque la extensión universitaria es, en esencia, la expresión del compromiso con esa misión cívica y civilizadora más allá de los muros claustrales. La extensión es el más formidable instrumento a disposición de las universidades para un verdadero cambio social.

Por qué la extensión en el siglo XXI

Les adelantaré las tesis que quiero defender en las próximas líneas con el ánimo de ahorrarle al lector tiempo valioso si en ellas no encuentra nada de interés para seguir con la lectura de este texto. Son tesis para una recuperación y reimpulso de la extensión universitaria que en ocasiones parece quedar reducida a una simple programación cultural.

La primera es que la extensión tiene todo el sentido en este siglo y en el marco del papel disruptivo que deben desempeñar las universidades en el momento actual. Pero ya no tiene el sentido que tuvo en sus inicios, allá por el final del novecientos y los albores del siglo XX. Hoy la extensión debe ser expresión de un compromiso cívico social de las universidades con sus entornos.

La segunda es que la extensión universitaria no puede reducirse a ser una misión ancilar y subordinada de otras. La extensión debe erigirse en pieza clave de la planificación estratégica de la universidad incorporada a su mapa de especialización inteligente.

La tercera versa sobre la extensión concebida como espacio de encuentro y colaboración entre diversos agentes sociales y la propia universidad.

Las siguientes páginas desarrollan estas tres tesis, muy entreveradas las unas con las otras. Pero antes, hagamos algo de memoria.

El origen de la extensión universitaria

Siempre se ha dicho —y aquí apelo a la autoridad de quien más ha sabido de la historia, origen y desarrollo de la extensión universitaria, Santiago Melón—, que la extensión propiamente dicha nace en España en la Universidad de Oviedo, de la mano de aquellos gigantes que alumbraron el llamado Movimiento de Oviedo de renovación pedagógica y reimpulso universitarios al socaire de las ideas krausistas y regeneracionistas de la Institución Libre de Enseñanza a finales del XIX y principios del XX.

La fecha: 1898. Una fecha nada casual y muy simbólica. Exactamente en el claustro celebrado el 11 de octubre de 1898, a propuesta de Leopoldo Alas, se aprueba la creación de la Extensión. El grupo de trabajo creado por el rector Aramburu alumbró su primer programa el 14 de noviembre y el 24 de ese mismo mes se pronunció la primera conferencia en la propia universidad de su ciclo inaugural a cargo de Rafael Altamira, Leyendas de la historia de España. La extensión se articuló en ciclos de conferencias divulgativas, cursos de estudios superiores, excursiones artísticas y también arqueológicas y conferencias y cursos fuera de Oviedo (Memorias, 16).

Cierto es que la extensión hunde sus raíces en el Reino Unido, con alguna derivación en Francia, que tendió más a las universidades populares, y en Austria y Alemania, donde la iniciativa no tuvo especial fortuna. En España hubo alguna iniciativa en las universidades de Zaragoza, Barcelona y Sevilla. Pero en ninguna llegó a cuajar una iniciativa que perduró hasta el presente y que se adoptó muchos años después prácticamente en todas las universidades, no solo españolas.

La extensión universitaria fue concebida como una herramienta de educación popular. Nace en los tiempos de la cuestión social y de una creciente preocupación en las clases dirigentes y la burguesía por el cada día más fortalecido y consciente movimiento obrero y sus anhelos revolucionarios que en más de una ocasión estallaron en diversos puntos de Europa. En muchas universidades surgieron voces que consideraban que era primordial para la regeneración del país, pero también para alejar el riesgo revolucionario, la educación del pueblo. Sela lo expone con suma claridad:

«Forma la extensión parte de un movimiento general y muy complejo en pro de la educación postescolar. Se ha comprendido que, en las sociedades modernas, en cuyo régimen tan poderosamente influye la opinión pública, soberana, en definitiva, cuando sabe hacer valer su voluntad, sería, sobre injusto, peligroso, dejar abandonada, a sus propias fuerzas, desde el fomento de su salida de la escuela primaria, a una gran parte, la más numerosa, de la población.

Los que no pueden cursar la segunda enseñanza, y concurrir a las universidades y escuelas especiales, tienen también derecho a participar de los beneficios y de las voces de la cultura intelectual… Llamándolos a aprovecharse de los resultados de la labor científica, a contemplar de cerca, a colaborar en ella, se borran diferencias y rivalidades odiosas, se estrechan los lazos que, por sobre todas las divisiones artificiales, deben unir a los hombres de buena voluntad, y se trabaja eficazmente por la paz del mundo y por el reinado de la fraternidad y la justicia (Memorias, 7-8).

Nuestras universidades necesitan más que otras cualesquiera bajar al pueblo, educarlo, colaborar en la gran obra de la educación nacional de un modo más activo y de resultados mas inmediatos que los que puedan esperarse del cultivo de la ciencia pura que es su fin principal» (Memorias, 11).

La experiencia tenía una clara vocación divulgativa, formativa y también política. Un puñado de académicos comprendieron que las paredes universitarias estaban privando a un sector creciente y muy emergente de la población de una formación que debía contribuir sin demora a pacificar una época convulsa encarrilando en la vía del reformismo a las «clases populares» mediante la educación.

Pero la extensión tuvo un efecto colateral más interno que externo. Lo cierto es que esa bienintencionada misión pedagógica obtuvo la respuesta de las propias escuelas formativas del proletariado, no tan proclives a la reforma, y una mayor repercusión en la propia burguesía ilustrada. No obstante, con mayor o menor éxito, la extensión universitaria supuso una bocanada de aire fresco en unas instituciones académicas ensimismadas, cuando no simplemente aisladas de la vida.

Probablemente, ese efecto regenerador y comprometido interno es lo que explica que la extensión haya sido una idea que ha perdurado con el paso del tiempo en España al menos. No solo triunfó su denominación extensión universitaria, también su institucionalización —es difícil encontrar una universidad española que no posea un vicerrectorado con esa nomenclatura—.

Sin embargo, el transcurso del tiempo ha exigido de la extensión una profunda renovación, acelerada en estos últimos tiempos, porque aquella misión civilizadora que la alumbró ha cambiado de destinatarios y objetivos.

El cambio cultural y de misión

La extensión originariamente obedecía a una visión de la universidad como institución llamada a generar élites intelectuales y económicas con conciencia social. Lo que Ortega consideraba ineludible: «crear de nuevo en la Universidad la enseñanza de la cultura o sistema de las ideas vivas que cada tiempo posee. Esta es la tarea universitaria radical».

Una visión de la extensión muy ligada a instituciones universitarias justificadas en dos misiones: formar élites intelectuales y profesionales, y la investigación científica. Pero universidades muy ensimismadas y atrincheradas en sus muros llegaban a rechazar el contacto con el mundo exterior por miedo a espurias contaminaciones. En la mayoría de los casos, las instituciones académicas decimonónicas terminarían por ser simples oficinas de emisión de títulos. «Las universidades distan mucho de hallarse a la altura de su misión… La universidad no se asocia a ninguna empresa viva del país…» Así se lamentaba Sela (citado por Melón, 2002, 112). La universidad debía romper «su aislamiento» y comunicarse «directamente con las clases sociales que no concurren a la cátedra… en vez de encasillarse en su recinto académico, aislándose cada día más, con gran daño de todos», decía Altamira (ibidem, 113).

Hoy las universidades son instituciones que han ganado dimensión y visibilidad. Mucho menos aquejadas de la miopía pedantesca y más en consonancia con sus entornos. Pero esa consonancia no debe confundirse con acomodación o aquiescencia. La universidad contemporánea o es disruptiva o no es, porque su misión es agitar conciencias, romper lugares comunes, falsedades y contribuir a mejores sociedades enfrentándolas a su espejo. Las universidades deben ir contracorriente, no dejarse arrastrar por modas y modismos, y perseverar en la defensa del conocimiento riguroso y del pensamiento crítico.

El siglo XXI ha colocado a las universidades en un importante papel. Si esta es la época del conocimiento, las universidades están llamadas a ser estratégicas por dos motivos. Las universidades son las más formidables generadoras de conocimiento. Pero también tienen la misión de custodiar ese conocimiento frente a la tentación de su mercantilización. El conocimiento es un bien social y la extensión universitaria contemporánea tiene como misión primordial hacer efectivo su valor. La ciencia abierta cobra sentido si las universidades disponen de herramientas que divulguen el conocimiento que generamos y hacen de él partícipe al conjunto de sociedades que nos soportan financieramente.

Byrne y Clark señalan que la importancia de la acción local de las universidades en la actualidad estriba en que puede ofrecer formas de aprovechar los procesos de cambio del mundo actual en beneficio de todos; formar y recualificar a los especialistas cuyas habilidades son necesarias para afrontar el cambio; y crear un clima y cultura intelectualmente comprometido socialmente (2020, 102). En las tres, la extensión universitaria desempeña un papel. Una razón por la que resulta estratégica y transversal.

Pero también es evidente que la forma en la que la universidad contemporánea debe seguir abriéndose ya no puede ser la de un proceso de comunicación y divulgación unidireccionales. Existen modelos que además ya no funcionan. Los cursos de verano o de extensión cada vez tienen menos demanda. La accesibilidad global al conocimiento que proporciona internet, que en muchas ocasiones suministramos las propias universidades a través de nuestros canales y plataformas, han hecho perder vigor a herramientas clásicas de extensión. En esos casos el reto es el de la certificación de su calidad para que se pueda discernir entre conocimiento y pseudoconocimiento o simplemente falsedades.

Si la extensión sigue teniendo sentido es en la medida en que se erige en espacio de cooperación entre la universidad y los agentes sociales para compartir, divulgar y enriquecer el conocimiento generado en la institución académica con el propósito de provocar cambios significativos en sus entornos. No se trata, desde luego, de la pedagogía social con la que la extensión decimonónica pretendía redimir a la clase trabajadora a través del saber y la formación. La sociedad actual está formada, los estados del bienestar y la elevación de la educación en todos sus niveles a servicios públicos de primera necesidad han restado a la extensión la condición de instrumento de expansión de la educación a sectores de población orillados y olvidados por el sistema educativo y universitario.

La formación académica, afortunadamente, hoy está abierta y es accesible a cualquiera. Las universidades públicas han cuidado mucho de su universalización. Su misión hace tiempo que ha dejado de ser la de formar élites intelectuales y políticas y reproducir un determinado estrato social. Cualquier persona de cualquier edad puede acceder a estudios universitarios y ha dejado de ser necesario extender la universidad a capas sociales que de otro modo quedarían privadas de sus enseñanzas. La universidad cumple con su «misión pedagógica» sobradamente con su amplia oferta formativa que va desde los títulos de grado y posgrado oficiales hasta la oferta de títulos propios donde ha cobrado especial protagonismo la formación para toda la vida. Los programas universitarios para mayores, una idea feliz de enorme éxito, atienden la misión universitaria de satisfacer las necesidades de desarrollo y crecimiento personales de quienes han alcanzado cierta edad.

Esta universalización de la universidad exige revisar la función de una extensión universitaria en un contexto en el que la educación superior se ha abierto y generalizado. Sin olvidar otro factor decisivo: internet ha globalizado y vulgarizado el acceso al conocimiento (como lo hizo en su momento la imprenta). Por tanto, la extensión debe obedecer más a un estímulo interno para empujar a las universidades fuera de sus muros académicos, que a una «misión pedagógica» que apenas tendría sentido en la actualidad.

La misión de las universidades ya no es la de formar élites, sino profesionales de alto nivel; ya no es formar sabios, sino seres humanos racionales y críticos; la misión de las universidades ya no es contemplar el mundo desde la torre del pensamiento, es transformar el mundo desde el conocimiento.

La extensión estratégica

La extensión ya ha dejado de ser la expresión de un acto de generosidad por el cual la universidad comparte su saber. La extensión genera espacios en los que agentes sociales y universidad definen estrategias de desarrollo cultural y socioeconómico.

Las universidades estamos llamadas a alinearnos con las estrategias de especialización inteligente impulsadas por la Unión Europea con el propósito de diversificar los sectores económicos y el desarrollo social de ámbitos regionales llamados a especializarse para hacerlas más competitivas y atractivas. En esa estrategia de especialización las universidades ocupan un papel preponderante porque definen los marcos formativos de su espacio, y en esa medida, la asignación de recursos a determinados intereses. Si la universidad se orienta de forma aislada a su entorno, esa desconexión la volverá irrelevante. Si la universidad es capaz de alinearse con los objetivos de desarrollo de su entorno ocupará un espacio relevante porque ella aportará el conocimiento y formará en el conocimiento que el territorio necesita para su desarrollo.

Por otra parte, la universidad tiene una especial responsabilidad en la consecución de los objetivos de desarrollo sostenible de la agenda 2030 (De Gusmão, 2020). El compromiso social universitario pasa por ser herramienta de concienciación social que transita desde la contribución a los 17 objetivos a través de proyectos de investigación (descarbonización, transición verde, programas de protección y eficiencia de cultivos, explotación agraria sostenible, retos de las nuevas sociedades digitales, etc.) hasta el desarrollo de programas de conciencias social.

La misión social de las universidades nos obliga a ese compromiso incorporándose a sus planificaciones estratégicas. Esa misión cívica es transversal. La actividad universitaria en su conjunto debe estar orientada a los compromisos cívicos y sociales de su entorno y esto solo puede lograrse si esa dimensión está integrada en la acción estratégica global de la universidad.

La extensión debe ser uno de los instrumentos estratégicos esenciales para hacer presente a la universidad en los objetivos de desarrollo sostenible, en la cooperación con los territorios para su desarrollo sostenible, el enraizamiento de su población (en particular la joven) y en actuar como espacios culturales que, al tiempo de proteger los patrimonios inmateriales y culturales, sirva de plataforma que da voz y visibilidad a las manifestaciones artísticas más vanguardistas y noveles.

No debe olvidarse el papel llamado a desempeñar por la extensión en el marco de las alianzas universitarias europeas. La transversalidad de la extensión debe aliarse con la transnacionalidad propia de unas alianzas cuyo objetivo último no deja de ser la fusión en frío de distintas y distantes universidades que, conservando su identidad, se conjuran para cooperar en la construcción de un campus universitario común. Tras esta iniciativa no ha de verse únicamente la táctica creación de grandes unidades internacionales universitarias capaces de competir con los espacios universitarios con más peso en la actualidad, Estados Unidos y Asia. En ellas, y de ello dependerá su éxito, late también el ánimo de construir espacios transversales y transnacionales de cooperación universitaria en la que su misión cívico social es indispensable para construir verdaderos compromisos interuniversitarios. Compartir experiencias, intercambiarlas, consorciar acciones que rotan o se reproducen en las distintas universidades pertenecientes a las alianzas son objetivos que buscan crear sentimientos de pertenencia en la diversidad de los distintos actores y agentes, y de colaboración en la construcción de un espacio cívico, social y cultural común en Europa.

Extensión universitaria como misión y como espacio

La universidad, en esa su nueva misión transformadora, debe ser una palanca tractora de desarrollo en su territorio. Las universidades generan conocimiento y albergan la capacidad para anticipar el futuro. Esa capacidad de analizar y anticipar, cuando no definir, los escenarios en los que debe desenvolverse la sociedad en los próximos años, es un bien cuya obligación es llevar ese poder a todas partes.

Pero el instrumento para hacerlo ya no es un diálogo unidireccional, sino la generación de espacios donde los agentes sociales y en particular las administraciones locales se encuentren con las universidades para actuar de agentes de desarrollo. En palabras de Byrne y Clarke, «muchas universidades son ahora instituciones conectadas con su ciudad más que instituciones de su ciudad» (2020, 9). La presencia de la universidad en el territorio no solo acerca el conocimiento, sino que permite vertebrar y articular los territorios y dinamizar sus potencialidades. De este modo, extender la universidad más allá de sus campus y asentar actividades consorciadas con los agentes sociales y las administraciones locales puede ayudar a mitigar el vaciamiento de los entornos rurales y asentar población que no debe desplazarse para obtener los beneficios del conocimiento universitario y la confortabilidad de la vida en un entorno urbano.

La creación de espacios de acción consorciada entre la universidad y los agentes sociales contribuye, como señalan Byrne y Clark (2020, 106) a lo siguiente:

  • Las personas trabajan juntas en las posibilidades de desarrollo práctico de sus localidades.
  • Ayuda a identificar iniciativas y líderes.
  • Convierte en real la colaboración público-privada.
  • Genera conciencias cívicas y de compromiso con el entorno.
  • Acerca los territorios y sus personas a sus universidades y ayuda a su conocimiento.
  • Puede crear centros, espacios, polos, escuelas de innovación y desarrollo.
  • Contribuye a la apertura social.
  • Ayuda a dotar de impulso a planes ambiciosos y a la autoestima de los entornos.

La experiencia de la Universidad de Oviedo

La Universidad de Oviedo ha integrado en su planificación estratégica la extensión universitaria de forma transversal y muy unida a dos ideas fuerza que atraviesan toda nuestra estrategia:

  1. La universidad es una cabeza tractora de cambio en sus territorios, tanto social como económico.
  2. La universidad genera espacio de encuentro y cooperación con diversos agentes dirigidos a dinamizar proyectos y territorios.

Ambos objetivos se materializan en nuestro mapa de especialización inteligente a través de dos programas:

—UO Territorio

—UO Casa Abierta

En el caso de la Universidad de Oviedo, el programa UO Territorio ha permitido cerrar acuerdos de colaboración con más de una veintena de ayuntamientos en los que hemos creados aulas de formación, programas para mayores, actividades artísticas y musicales, divulgación científica o proyectos de carácter social o investigador. Se han ubicado centros de investigación y hemos participado activamente en la creación e impulso de polos de innovación y emprendimiento, en estrecha colaboración con las empresas del entorno.

Un programa complementario de UO Territorio ha sido el de UO Cultura Cercana. Con este proyecto de colaboración entre el sistema público de servicios sociales y los ayuntamientos se trata de acercar a la población rural y más envejecida las manifestaciones culturales y artísticas más novedosas, para que puedan disfrutar de ellas con el soporte de la universidad y en sus localidades.

De este modo, la universidad se ha hecho presente como un agente más de desarrollo en los territorios aportando sus herramientas para cooperar con los agentes socioeconómicos en su regeneración cultural o en su desarrollo económico.

Los programas para mayores que se desarrollan en distintas localidades fuera de las sedes universitarias, actividades de divulgación, formación destinada a mejorar la cultura científica, la formación integral de todas las personas y las acciones culturales destinadas al cuidado y exposición del patrimonio y el ofrecimiento a artistas noveles de espacios de exposición y experimentación, han permitido integrar a la universidad y hacerla presente en el conjunto del territorio asturiano y ganar peso y prestigio convirtiéndose en un cómplice de los territorios.

Casa Abierta es una iniciativa de apertura a la sociedad de los espacios universitarios, sobre todo de los más emblemáticos, como el edificio fundacional de la universidad. Garantiza plena accesibilidad a todo tipo de personas a través de herramientas de reproducción audiovisual y táctil de los elementos más significativos. De este modo, cualquier persona con cualquier tipo de discapacidad puede acceder y conocer los entornos universitarios.

Con este programa se han intensificado las acciones de inclusión y accesibilidad y, además, hemos conseguido que la universidad y sus espacios más emblemáticos se vean como lugares de vanguardia y experimentación, pero también de encuentro social. Todas las actividades son gratuitas y hemos puesto a disposición de las entidades colaboradoras nuestros espacios para que desarrollen sus actividades convirtiendo espacios como el edificio histórico de la universidad en referentes culturales y lugares de encuentro social.

La extensión transforma la universidad en un campus abierto donde lo que se hace, se hace para todo el mundo.

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

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Byrne, E./Clarke, C.: The University Challenge. Changing universities in a changing world. Pearson, 2020

Collini, S.: What are Universities for? Penguin, 2012

Delbanco, A.: The University and Its Discontents: Teaching and the Humanities in America. Cambridge University Press, 1997

De Gusmão, C. M. G.: University Extension Activities in Higher Education: Open Pathways for Lifelong Learning. Journal ofInformation Systems Engineering and Management, 5(2), em0115. https://doi.org/10.29333/jisem/8292 (último acceso, 23.7.2023)

Langemann, E.C./Lewis, H.R.: What is College for? The public purpose the higher education. Teachers College Press, 2012

Lewis, H.R.: Excellence Without a Soul: Does Liberal Education Have a Future? Public Affairs, 2007

Maxwell, N.: How Universities Can Help Creaa Wiser World: The Urgent Need for an Academic Revolution. Imprint Academic, 2014

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Nussbaum, M.: Sin fines de lucro. Por qué la democracia necesita de las humanidades. Katz, 2012

Post, M./Ward, E./Longo: Publicly Engaged Scholars: Next-Generation Engagement and the Future of Higher Education. Routledge, 2016

Saltmarsh, J./Zlotkowski, E. (Eds.): Higher Education and Democracy: Essays on Service-Learning and Civic Engagement. Temple University Press, 2011

Sela, A.: Extensión universitaria. Memorias correspondientes a los cursos de 1898 a 1909. Edición facsímil. Universidad de Oviedo, 2007

Ward, K.A.: Community Engagement in Higher Education. En: Teixeira, P.N., Shin, J.C. (eds) The International Encyclopedia of Higher Education Systems and Institutions. Springer, 2020


Imagen: Vicenç Salvador Torres Guerola / Projecte de col·laboració de l’Arxiu Ismael Latorre Mendoza amb Wikimedia Commons i Amical Wikimedia. © Wikimedia Commons

Catedrático de Derecho Constitucional y rector de la Universidad de Oviedo. Exletrado adscrito al Tribunal Constitucional.