Hace ya varios años que Enrique García-Máiquez está instalado en años de verdadera plenitud personal, y por tanto creativa, lo cual multiplica su plenitud personal, y por tanto la creativa… en un bucle satisfactorio e infinito del que sus lectores salimos dichosamente beneficiados. Si en 2015 entregó en Palomas y serpientes (Comares) el mejor libro de aforismos que se ha publicado en España en mucho tiempo (en un género tan dificilísimo y a menudo, en mi opinión, antipático, como el de la máxima, la sentencia…), ahora ha publicado en Númenor una nueva entrega de su divertido, sensible e inteligente blog (que él, razonadamente, llama blogg), que continúa aquel ya extraordinario El pábilo vacilante (Renacimiento) que en 2012 comprimía y seleccionaba las entradas que había publicado en su diario digital entre 2008 y 2011.
Entre los textos que han saltado a la dignidad insuperable del papel en esta nueva entrega (titulada Un largo etcétera (Rayos y truenos, 2011-2016)), hay uno especialmente arrebatador, elegante, emocionante, significativo, tierno, hilarante, todo a la vez. Como él lo cuenta tan bien, sin digresiones ni explicaciones que pudieran arruinar la pequeña y emboscada trascendencia de la anécdota, prefiero no parafrasearlo, y citar: “Antes de entrar de visita en la habitación del hospital, les digo que hay que portarse muy bien. Así que si sienten irrefrenables deseos de gritar que salgan al pasillo. Tocamos a la puerta y entramos cariacontecidos los cuatro, como corresponde. Quique, muy serio, sale despaciosamente a los cinco minutos sin que nos demos cuenta. Y escuchamos en el pasillo un alarido terrible: “¡Aaaaahhhhh!”. Tras el que vuelve a entrar, sereno y circunspecto” (pág. 133).
Tal vez pueda parecer un paralelismo exagerado, casi abusivo, pero en buena medida ese desahogo del niño ante la situación hospitalaria (esto es, ante la enfermedad, la convalecencia, la postración, el dolor, el miedo, el silencio, la muerte…) contiene el mismo espíritu que late en el fondo de muchos de los aullidos que el propio Enrique García-Máiquez ha antologado magistralmente en Tu sangre en mis venas. Poemas al padre en la poesía hispánica moderna (Renacimiento), y en la que desde Unamuno al todavía hoy veinteañero Rodrigo Olay se van recogiendo lo que el título anuncia: poemas dedicados al padre de los autores, entendido el asunto de un modo amplio pero sin admitir al mismo tiempo demasiados despistes ni mixtificaciones: ha de tratarse de poemas al padre real, con una implicación biográfica, sentimental y emocional suficientemente expresiva.
El antólogo explica bien las reglas del juego en su preciosa introducción, otra obra maestra, y en la que con razón se remonta hasta Jorge Manrique para ilustrar hasta qué punto el apóstrofe al progenitor, en segunda persona, con un contenido literalmente conmovedor y con una calidad literaria abrumadora, está en los mismos orígenes de la poesía española reciente (y digo “reciente” porque qué son quinientos años al hablar de poesía…), en las fuentes de nuestra sensibilidad lírica, en nuestra forma de leer versos y en la propia sangre del idioma.
Si los he contado bien, son noventa y cuatro los autores seleccionados, y, a pesar de la enorme y feliz variedad de tonos, estéticas y actitudes (ya que no de temas…), no hay ni un solo poema malo, ni tampoco, dada la importancia de lo que se está hablando, banal. Ése es también un enorme mérito del compilador, que se ha asomado a Hispanoamérica y ha encontrado y reproducido algunos poemas que yo no conocía y que son verdaderamente asombrosos (como el del argentino César Fernández Moreno, por citar sólo el primero de ellos).
Decía lo del niño en el hospital porque una enorme porción del libro trae poemas de naturaleza manriqueña, en el sentido de que están escritos tras la muerte del padre, elegías en carne viva que también admiten matices muy distintos pero que en todos los casos son, naturalmente, importantes, encendidas, verdaderas. Hay también testimonios impactantes, y algún poema de celebración o felicitación o circunstancias, y declaraciones de amor en vida, y ajustes de cuentas post-mortem…, pero todos construyen un libro revelador y palpitante que bombea desde el fondo de lo que somos muchos litros de belleza y verdad, sacando a la superficie de la página expresiones de emoción, amor, rencor, gratitud, mala conciencia, preguntas no lanzadas en su día y respuestas que proceden de un caudal interior siempre interrogante. Para aquellos que sólo quieren leer poemas escritos a la desesperada, con el corazón, abiertos en canal, Tu sangre en mis venas será un verdadero banquete, un libro que se queda adherido a las manos, pegado a la piel para siempre, interiorizado, asumido… pero que nunca se acaba de digerir ni asimilar del todo, porque lo que plantea no tiene solución final, no ofrece una respuesta definitiva, no se acaba nunca, como el propio rodar de las generaciones.