Quizá no haya habido otro filósofo moderno tan amado por los poetas como — Spinoza. «En la Etica de Spinoza encontré un apaciguamiento a mis pasiones», decía Goethe. Y añadía: «La imagen de este mundo es transitoria; sólo quisiera ocuparme de las cosas duraderas y procurar a mi espíritu la eternidad, de acuerdo con la doctrina de Spinoza». La razón de este amor de los poetas por Spinoza reside probablemente en el hecho de que ningún filósofo de los tiempos modernos ha encarnado tan cumplidamente la figura arquetípica del filósofo y la ardua empresa de la filosofía como Spinoza. Frente a las tendencias del escepticismo moderno, Spinoza proclama la ligazón indisoluble de la libertad humana con la potencia del entendimiento. Frente al relativismo y al eclecticismo nos dice que la verdad es siempre norma de sí misma y de lo falso, y que, por tanto, esto último no puede nunca amenazarla. Frente a la inconstancia y provisionalidad de las cosas efímeras que constituyen nuestro mundo, proclama valerosamente que sentimos y experimentamos que somos eternos. En fin, frente a los profetas tan modernos (y tan posmodernos, desde luego) de la muerte de Dios, afirma sin el más leve atisbo de duda que cuanto es, es en Dios, y que nada puede ser ni concebirse sin Dios.
Spinoza y la literatura
Esta fascinación de los poetas por Spinoza, que ha servido de motivo de inspiración de no pocas obras literarias, ha sido estudiada precisamente en el quinto y, de momento, último de los volúmenes de los Studia Spinozana, consagrado a «Spinoza y la literatura»’. Spinoza en la obra de Malamud, en la de Borges, en la de Melville, en la de Canetti o en la de Leopardi, Spinoza en la poesía, Spinoza en la literatura finlandesa o en la alemana, son algunos de los temas estudiados en el presente volumen. Desgraciadamente, la literatura española es, salvo excepciones, poco proclive a inquietudes filosóficas. Aun así, Spinoza no ha dejado de fascinar a algunos escritores españoles. Tal fue el caso, por ejemplo, de Pío Baroja, el protagonista de cuya novela El gran torbellino del mundo lee precisamente la Vida de Spinoza de Colerus para consolarse de sus desengaños. Eso si, no falta en el volumen que comentamos un estudio sobre Borges, sin duda el más spinozista de los escritores de lengua española, que consagró al filósofo dos espléndidos sonetos, uno en El otro, el mismo y otro en La moneda de hierro.
Precisamente, y desde Ciudad Real, el único miembro español del comité editorial de los Studia Spinozana es Atilano Domínguez, al que debemos una recentísima, y excelente, edición del Tratado breve de Spinoza. El Tratado breve, escrito en holandés, en el que Spinoza esboza las ideas que luego desarrollaría en la Ética latina de forma geométrica, permaneció completamente inédito hasta 1852, en que Eduard Boehmer publicó un compendio del mismo. Atilano Domínguez ha hecho su traducción del Tratado breve sobre el texto holandés de la edición crítica de Filippo Mignini (1986), y en su documentada introducción el lector interesado encontrará todos los pormenores relativos a la historia del manuscrito spinozista tan largamente inédito. Pero la importancia de la edición del Tratado breve reside, además, en que, con ella, con la publicación de este quinto volumen, Atilano Domínguez concluye su proyecto de realizar «una traducción completa, objetiva y crítica, de las obras de Spinoza». Con la excepción de la Ética, de la que ya había una vahada gama de traducciones, y del Compendium grammaticae linguae hebreae, excesivamente especializado, Atilano Domínguez ha ¡do ofreciendo al lector español una fidedigna y documentada traducción de la totalidad de la obra de Spinoza, y el lector español spinozista no puede sino estarle reconocido.
Laboratorio del dinero
Un último acontecimiento en la bibliografía spinizosta lo constituye la aparición del estudio Amsterdam au temps de Spinoza de Henry Méchoulan, libro subtitulado reveladoramente «Dinero y libertad». Lo que le interesa a Méchoulan de Amsterdam en la época de Spinoza es el haber sido «el laboratorio del dinero en su modernidad y el de las libertades en su diversidad». «¿Debemos concluir que dinero es sinónimo de libertad?», se pregunta Méchoulan. Y, de alguna manera respondiendo a esta pregunta, nos dice que en Amsterdan, en el Amsterdam de Spinoza, es en el único lugar en el mundo en que se encuentra «una mercancía que no tiene precio: la posibilidad de sustraerse a todo orden transcendente. En las orillas del Amstel no se quema ni a las brujas ni a los filósofos».
En fin, no hace mucho los pensadores marxistas buscaban inspiración en la obra de Spinoza. Así Pierre Macherey, discípulo del recientemente fallecido Althusser, le dedicaba un libro titulado expresivamente Hegel ou Spinoza (1979), en el que la tesis subyacente era que Spinoza es más dialéctico todavía que Hegel, que es Spinoza, y no Hegel, el auténtico padre del pensamiento dialéctico. Y poco después, Antonio Negri, el teórico de las Brigadas Rojas italianas, escribía desde la cárcel L’Anomalía selvaggia (1981), «una obra marxista sobre Spinoza», en opinión de Alexandre Matheron.
Quién sabe, quizás lo mismo que los anatematizadores del capitalismo de ayer, los apologistas del capitalismo de hoy, como parece indicarlo el libro de Méchoulan, encontrarán inspiración sobrada en la obra singular de Benito Spinoza. Pero que ideólogos tan aparentemente contrapuestos encuentren inspiración y aliento en la obra del filósofo sefardita, lo mismo que la fascinación que éste nunca ha dejado de ejercer sobre los poetas, lo único que de verdad nos revela es la perenne actualidad del pensamiento de Spinoza.
Libertad filosófica
De esta manera, oponiéndose decididamente a todas las tentaciones desfallecientes del derrotismo moderno, Spinoza sigue encarnando un pensamiento absoluto, un pensamiento absoluto en el que ni el infinito ni la eternidad están reñidos con la razón, que no puede sino derechamente a ellos encaminarnos. ¿Y qué sino esto sería la filosofía? Una filosofía que Spinoza, como ningún otro en la modernidad, sigue pensando, es decir, encarnando, viviendo, pues el pensamiento no es sino la forma de vida del filósofo. Por eso dice Santayana que tenemos que agradecer a Spinoza «ese espléndido ejemplo de libertad filosófica que nos ofrece, y… el valor, la firmeza, la transparencia con que supo acordar su corazón a la verdad».
Spinoza encarna como ningún otro filósofo moderno la figura arquetípica del filósofo, y, al encarnar la figura arquetípica del filósofo, Spinoza, sin salirse del terreno de la filosofía, sino todo lo contrario, dominándolo sin reserva, pero, al mismo tiempo, por esa encarnación arquetípica de la filosofía, está ingresando en el espacio del mito, y, al entrar en el terreno del mito, resultaba inevitable que Spinoza empezase a interesar a los poetas.
Esta talla mítica de Spinoza no podía pasar inadvertida a sus mismos contemporáneos, como queda patente en la espléndida Vida de Spinoza que le dedicó Colerus poco después de la muerte del filósofo. En realidad, Colerus no llegó a conocer a Spinoza, se limitó a recoger los testimonios de los que lo conocieron, es decir, se limitó a recoger su leyenda, la aureola mítica que envolvió a nuestro filósofo casi desde el principio. En el libro de Colerus queda ya definitivamente establecido el mito del santo laico, ajeno, pero no opuesto, a las iglesias, que se ganaba la vida puliendo lentes, que gustaba de fumar en pipa, y al que nadie vio nunca ni muy triste ni muy alegre, porque nunca se salió de su imperturbable ecuanimidad, a no ser, para que no faltase la nota pintoresca un tanto enigmática, cuando, como solía hacer en ocasiones, gustaba de contemplar cómo una araña se comía a la mosca que había quedado atrapada en la telaraña, en cuyo caso rompía en estruendosas carcajadas.
Colerus, nombre literario latinizado del pastor protestante Johann Koehler, no comulgaba con las ideas de Spinoza, a cuyo pregonado ateísmo no podía sentirse más radicalmente opuesto. En la vida que le consagró, Colerus defiende, frente a Spinoza, la resurrección de Cristo. Y, sin embargo, como dice Gebhardt, la Vida de Spinoza de Colerus «la leemos con la misma veneración y edificación que si se tratara de la vida de un santo». La discordancia con las ideas de Spinoza no le impide a Colerus una admiración incondicional por la beata vida del filósofo. Y es esta beata vida, tal como queda registrada en la obra de Colerus, esa vida impertérrita que encarna como ninguna otra la plenitud de la vida filosófica, la que, desde su altura mítica, no dejará de fascinar a la posteridad, y, muy en particular, a esos amantes del mito que son los poetas. Quizá para los griegos el filósofo fuese Sócrates, y en el medievo lo fuese Aristóteles, pero en los tiempos modernos el filósofo por excelencia es Spinoza.