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Rafael Aguirre Monasterio. Bilbao (1941). Catedrático emérito de la Facultad de Teología de Deusto. Trabaja preferentemente sobre los evangelios sinópticos y los orígenes del cristianismo.


Avance

El uso y abuso de la Biblia en la vida política es moneda común y a la vez un asunto de gran interés intelectual y de enorme alcance práctico. Rafael Aguirre Monasterio presenta en esta obra cinco escenarios geográficos donde analiza ese uso y abuso: Estados Unidos, Israel, Sudáfrica (apartheid), Latinoamérica y el Reino Unido. 

En lo que sigue nos centramos en la influencia de la Biblia en el moderno Estado de Israel, por ser su lugar de nacimiento y por la actualidad del ataque terrorista de Hamás junto a Gaza, el 7/10/2023, con la consiguiente guerra injusta por la desproporción en la respuesta.


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La Biblia es la memoria social del Estado de Israel, con una presencia y un peso sin parangón en otro lugar. Desde su fundación en 1948, el Estado de Israel ha tomado de la Biblia sus símbolos de identidad, como la Menorá, el candelabro de siete brazos del Templo de Jerusalén descrito en Ex 37,17-24. En el Estado de Israel las festividades son las que señala la Biblia: Shabat (Sábado), la fiesta semanal; Pesaj (Pascua); Shavout (Semanas o Pentecostés); Sucot (Tabernáculos); Yom Kipur (Día del Perdón); Ros Hashana (Principio del Año); Yom Haatzmaut (Día de la Independencia); Shoá (Día del Holocausto); y Yom Yerushalaim (Día de la Reunificación de Jerusalén, el 7 de junio de 1967). El lema del Mossad (el servicio secreto israelí) es: «Con sabios consejos ganarás la guerra» (Prov 24,6).

Rafael Aguirre Monasterio: «La utilización política de la Biblia». Epílogo de Julio Trebolle. Editorial Verbo Divino, 2024.

El sionismo como proyecto para instaurar un Estado judío surgió a finales del siglo XIX y en su origen hay diversos factores, pero dos fueron los decisivos: «El auge de los nacionalismos en Europa y la influencia de la Biblia como memoria social», afirma Aguirre. 

La novedad (y lo peligroso) es que, desde hace unos años, en Israel se ha impuesto un tipo de sionismo, de todos los primigenios, cuya meta es el sometimiento total de los árabes, sin ningún tipo de concesiones. En opinión de Aguirre, no hay posible comparación entre los pioneros que se instalaban en Palestina, antes de la existencia del Estado pero amparados por la Declaración Balfour de 1917, que no querían que los árabes fueran sus servidores, y los colonos actuales, normalmente movidos por un fundamentalismo bíblico que utiliza la Biblia al margen de una lectura crítica y convierte su visión alegórica en fuente de legitimaciones políticas. «Si la guerra de 1967 fue la de la ocupación, es de temer que la de 2023 sea la de la anexión de los territorios ocupados. Son Israel porque lo dice la Biblia», subraya Aguirre lo que razonan abiertamente varios ministros del actual Gobierno y otros no lo dicen, pero están de acuerdo y nunca lo desmienten. La guerra de Gaza está sirviendo para acelerar la colonización de la Cisjordania ocupada y para arrebatar a los palestinos sus tierras y sus casas. El extremismo político en Israel ha ido de la mano del mayor peso del sionismo religioso y de su «lectura de la Biblia fundamentalista, xenófoba y supremacista». La actual lectura política de la Biblia que realiza el Gobierno de Israel no es, por supuesto, la única posible, ni es la más adecuada, ni es compatible con una consideración crítica de los textos. No solo eso: es «un atentado gravísimo contra el judaísmo como tradición cultural, humanista y religiosa».

Aguirre ilustra el judaísmo como tradición cultural acudiendo al ejemplo del escritor Amos Oz, quien se consideraba, ante todo, israelí, pero no renunciaba a ser un sionista. Cuando explicaba el origen del sionismo, Oz no podía negar la influencia de la Biblia, pero tendía a disminuir su importancia en favor de otros factores (auge de los nacionalismos en Europa, la conmoción de la Shoá, la utopía social). Afirmaba Oz que Theodor Herzl, uno de los fundadores del sionismo, no habló de «un Estado judío», sino de «un Estado para los judíos» (su libro, en efecto, recuerda Aguirre, se titula Der Juden Staat El Estado para los judíos, no Der jüdische Staat —El Estado judío—). «Definir étnicamente a un Estado, llamándolo judío, va contra su carácter democrático y es tan absurdo como definir como judío a una silla o a un autobús. El Estado reconoce ciudadanos y da lo mismo que sean judíos, cristianos, drusos o musulmanes. Así se expresaba Amos Oz», insiste Aguirre.

Un paso fundamental en esa dirección de sionismo fundamentalista se dio con la declaración, en julio de 2018 y con rango de ley fundamental, por la Knesset, el Parlamento israelí, de Israel como el Estado de la nación judía. Esto supone una discriminación de los israelíes no judíos, en concreto de los árabes de Galilea que poseen la ciudadanía del Estado desde su fundación. Al mismo tiempo se declaraba el hebreo como único idioma oficial del Estado, en detrimento del árabe, que dejaba de serlo». 

A la vez, se han ido sustituyendo progresivamente las designaciones árabes de localidades y pueblo por los supuestos nombres hebreos bíblicos, a veces con imprecisiones muy notables. Las palabras de Jeremías «Volverán los hijos a su territorio» (31,16) se convirtieron en estribillo que se cantaba frecuentemente. Se repetía con emoción durante la guerra de los Seis Días en 1967. «En la actualidad se ha convertido en un eslogan en boca de la derecha radical, pero ha dejado de ser un canto popular de todos los israelíes», señala Aguirre.

Benjamín Netanyahu, el primer ministro israelí, citó el libro del Eclesiastés el pasado 30 de octubre de 2023 con esas palabras: «La Biblia dice que hay un tiempo para la paz y un tiempo para la guerra, y este es tiempo para la guerra». A los pocos días, para animar a los militares, afirmó: «Con fe profunda en la justicia de nuestra causa y en la eternidad de Israel realizaremos la profecía de Isaías 60,18: No se oirá más hablar de violencia en la tierra, ni de despojo o quebranto en tus fronteras, antes llamarás a tus murallas Salvación y a tus puertas Alabanza». Utilizando un texto clásico en el judaísmo, puso en relación lo que estaba haciendo en Gaza con los amalecitas, que se habían opuesto a los israelitas en su camino por el desierto tras la salida de Egipto: Ahora ve y golpea a Amalek, y destruye por completo todo lo que tienen, y no les perdones, mata tanto al hombre como a la mujer, al niño y al lactante, buey y oveja, camello y asno (1 Samuel 15,3). «Sus referencias a la Biblia han sido innumerables para defender políticamente el carácter judío de Jerusalén y concluir así la legitimidad de su anexión por el Estado de Israel», apunta Aguirre. El pasado 30 de diciembre de 2024 mencionó el Nuevo Testamento, pero para llevarle la contraria: «Nosotros no pondremos la otra mejilla», refiriéndose a las palabras de Jesús en el Sermón de la Montaña.

Hablar de dos Estados es pura retórica vacía, según Aguirre. Esa solución, la mejor intencionada, quizá habría sido posible en su tiempo (tras los Acuerdos de Oslo, 1993), pero nunca fue sinceramente aceptada por Netanyahu, ni por el Likud, su partido, ni mucho menos por los sectores más derechistas, cada vez más radicalizados. «Por otra parte, lo que queda de los territorios ocupados son unos enclaves aislados e incomunicados, parecidos a los bantustanes para negros de la Sudáfrica del apartheid, que no dan para hacer una unidad política», escribe el teólogo bilbaíno.

Israel y la Iglesia católica

El Holocausto fue un revulsivo colosal en Occidente. Tras siglos de controversias entre judíos y cristianos, se cayó en la cuenta de la gravedad de un antijudaísmo muy extendido en la teología cristiana y a nivel popular, apoyado sobre todo por algunos pasajes del Nuevo Testamento muy mal interpretados. La Declaración del Vaticano II Nostra Aetate supuso un cambio radical en la forma de enfocar la Iglesia católica las relaciones con el judaísmo. Nostra Aetate fue muy bien acogida por el mundo judío. En la exégesis cristiana actual el acercamiento al judaísmo está muy presente, ante todo eliminando las interpretaciones tradicionalmente antijudías de algunos textos, y profundizando en las raíces judías de Jesús.

Sin embargo, el establecimiento del Estado de Israel ha condicionado y complicado esta problemática, porque la crítica meramente política a sus actuaciones se tachan, a veces, como ataques antijudíos, «como una recaída en el viejo antijudaísmo, cuando en realidad no lo son». Es cierto que a veces el antijudaísmo arraigado se proyecta en críticas al Estado de Israel, pero, otras, «los sufrimientos del pueblo judío o una supuesta elección divina pesan para evitar condenar comportamientos inadmisibles en un Estado democrático». 

En el epílogo de este ensayo, Julio Trebolle abunda en que el conflicto del Medio Oriente ha alcanzado un grado extremo de violencia en Gaza en la guerra entre Israel y Hamás, pero las raíces de la violencia vienen de muy atrás. «Con la Revolución iraní el chiismo pasó de una tradición pasiva, quietista y martirial a un activismo radical y violento. Transfirió una concepción de la mística islámica —la fana o “aniquilación del yo en Dios”— a la lucha por un orden social islámico, incluso mediante la aniquilación de la propia vida en un acto terrorista».

El Estado Islámico, Hizbulá o Hamás se inscriben en esta transformación de corrientes cuasimísticas en «organizaciones islámicas extremadamente violentas en el Próximo Oriente». Ante eso, están los hijos y nietos de las víctimas del Holocausto», que «fueron llevados como corderos a las cámaras de gas», y «juraron romper con siglos de sufrimiento a causa de incesantes persecuciones y pogromos y defender con las armas el nuevo Estado de Israel». Con Aguirre, Trebolle coincide en que el «sionismo laico» ha quedado engullido en «un sionismo político-religioso que se propone hacer realidad el Gran Israel en fronteras que los reinos de Israel y Judá nunca alcanzaron en la época bíblica».

Director de «Nueva Revista», doctor en Periodismo (Universidad de Navarra) y licenciado en Ciencias Físicas (Universidad Complutense de Madrid). Ha sido corresponsal de «ABC» y director de Comunicación del Ministerio de Educación y Cultura.