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“¿Recuerdas cuando recorrías los campus universitarios y oías a los consejeros de admisión y a los decanos elogiar su centro por fomentar el pensamiento crítico? ¿Te preguntaste alguna vez si había alguna universidad que no afirmara hacerlo? Pero, lo más importante: después de repetirlo tan a menudo, ¿te aclararon alguna vez los administradores universitarios qué quieren decir con pensamiento crítico?”.

“Me temo que a menudo utilizan el término como un eslogan vacío”, dice Lehner

Así comienza un artículo publicado hace unos meses por el profesor de la Universidad de Notre Dame Ulrich L. Lehner en la revista norteamericana First Things. El artículo pone sobre el tapete lo complejo y escurridizo, pese a lo manoseado, de este concepto que suena a talismán o a bienintencionado tópico de moda, como puedan serlo inspirador, sanador o empoderamiento. “Me temo que a menudo utilizan el término como un eslogan vacío”, dice Lehner. Por otra parte, ¿no es una redundancia, un pleonasmo, hablar de pensamiento crítico? ¿puede haber un pensamiento digno de tal nombre que no lo sea?

Si consultamos algún diccionario de filosofía, como el de Cambridge (publicado en España por Akal) o el que, en 2003, dirigiera Jacobo Muñoz y publicara Espasa, vemos que la entrada pensamiento crítico brilla por su ausencia. El de Cambridge solo tiene la de Crítica, filosofía, en la que remite, además de al muy previsible Kant, al filósofo Charles Dunbar Broad, para el que –se nos dice en la entrada correspondiente- “la filosofía crítica es el análisis de los conceptos básicos de la vida ordinaria y de la ciencia, fundamentalmente como en la tradición de Russell y Moore”. El de Espasa sí contiene un largo texto en la entrada crítica, debido al propio Jacobo Muñoz. Ahí, este importante filósofo español, lamentablemente fallecido en 2018 y una de cuyas líneas de investigación fue precisamente la teoría crítica, explica que el término original griego “designa una suerte de disposición o actividad a la que luego dará nombre la expresión latina ars iudicandi”. Y señala como connotaciones de crítica, o de ejercicio de la crítica, una larga lista de términos como elegir, discernir, distinguir, discriminar, enjuiciar, juzgar, tomar una decisión sobre algo dudoso… “En uno de los documentos centrales del proceso de irrupción histórica de la filosofía –añade Jacobo Muñoz-, el Poema de Parménides, la diosa, que quiere evitar que el iniciado se deje llevar sin orden ni reflexión por las opiniones contrapuestas e incompatibles de los mortales bicéfalos, le dice: ‘Juzga, discrimina con logos’”.

Reflexión frente a opiniones; he aquí ya, nada menos que en Parménides (comienzos del siglo V a. de C.), una clave del debatido asunto del pensamiento crítico. En los fragmentos que nos han llegado del filósofo de Elea “se contraponen la verdad y el saber, por un lado, y la apariencia y la mera opinión, por el otro” (Hans Joachim Störig, Historia universal de la Filosofía, Ed. Tecnos). Y un poco después, en la segunda mitad de ese mismo siglo V, ¿qué decir de Sócrates y su empeño por combatir las ideas preconcebidas y poner en cuestión las opiniones de sus conciudadanos ayudándoles a pensar, a alumbrar (al modo de la partera) sus propias ideas? Si, como escribe Jacobo Muñoz, “es propio del espíritu crítico no aceptar aserto alguno sin una previa indagación de su validez y sentido”, Sócrates merece un lugar destacado en la tradición del pensamiento crítico que arranca con los primeros vagidos de la filosofía porque, en realidad, en el fondo se confunde con ella.

La crítica, inherente a la filosofía

Pero el concepto de crítica, que aquí asociamos, si no identificamos, con el de pensamiento crítico, tiene su manifestación sin duda más alta y más exigente en Kant, cuyo modo de filosofar ha sido etiquetado a menudo como criticismo. En Kant, crítica –palabra que está en los títulos de sus obras más importantes- equivale a examen, análisis, establecimiento de límites. El término, repetimos, está presente en toda la historia de la filosofía. Valga como último ejemplo de una lista que sería inagotable el de Marx, que subtitula su gran obra El capital, como “crítica de la economía política”. Y es que –Jacobo Muñoz de nuevo-, la filosofía es “el desafío del pensamiento crítico” y “tiene mucho que decir porque vivimos grandes cambios que exigen una valoración crítica con criterios; ésa es la clave, que la crítica tenga un criterio; la filosofía siempre es una reflexión actual, pero desde la distancia; sin distancia crítica estaríamos en una positividad terrible”.

Al contrario que los diccionarios, la socorrida Wikipedia nos ofrece un largo artículo sobre el pensamiento crítico, muy basado en conceptos psicológicos (habilidades, sesgos y prejuicios cognitivos). En todo caso, dicho artículo aporta sugerencias interesantes a la hora de aclararnos sobre lo que sea el pensamiento crítico. Así, la definición inicial dice que “el pensamiento crítico es el proceso de dudar de las afirmaciones que en la vida cotidiana suelen aceptarse como verdaderas”. Dudar; he ahí otra clave. Uno recuerda un presunto proverbio chino según el cual el principio de la sabiduría es saber dudar. La antaño denostada y sospechosa Wikipedia (es curioso cómo ha ido ganando respetabilidad en unos años) sigue aportando consideraciones interesantes: “Lo crítico enfrenta y evalúa los prejuicios sociales constantemente. Tener un pensamiento crítico no significa llevar la contraria a todo el mundo o no estar de acuerdo con nadie, pues esto último no sería un pensamiento crítico, sino solo un modo simple de pensar que se limita a contrariar lo que piensen los demás. Por lo tanto, un pensador crítico es capaz, humilde, tenaz, precavido, exigente… El pensamiento crítico nos hace más analíticos, nos ayuda a saber clasificar la información en viable y no viable, nos hace más curiosos”.

¿Pensamiento crítico o pensamiento único?

Pero volvamos al profesor Lehner, que nos ha dado con su artículo el pie para esta indagación. Él lleva su reflexión por el lado de lo que algunos llaman pensamiento único (otra expresión difícil de definir, pero que siempre se usa refiriéndose al pensamiento de los otros) y su dogmatismo y cerrazón; es decir, nos avisa del peligro de que el pensamiento crítico, en manos de algunos, devenga conformista y dirigido. Oigámosle: “Me preocupa que a menudo los educadores de hoy ya no quieren liberar la mente; más bien, quieren transformar a los jóvenes y recrearlos a su propia imagen. La presión de grupo en las universidades es poderosa hoy en día. Determina qué zapatillas llevar, la música que hay que escuchar y, sobre todo, qué y cómo hay que pensar. Las olas de conformidad han cambiado drásticamente en las últimas décadas, pero siguen funcionando de la misma manera: o encajas, o te excluyen”.

“Por eso es tan importante el pensamiento crítico real, la capacidad de discernir”, añade el profesor de Notre Dame. “Bien entendido, el pensamiento crítico permite filtrar información y evaluar los datos según criterios razonables. A través de criterios, un pensador crítico podrá determinar qué autoridades son fiables y cuáles no… El pensamiento crítico te libera para tomar tus propias decisiones y elegir a qué autoridades (en ciencias, matemáticas, historia, etc.) seguir”.

Como el deporte, el pensamiento crítico es siempre un esfuerzo activo que exige total dedicación. Su punto de partida es, por tanto, el deseo de conocer la verdad de las cosas.

“¿Cómo se adquiere la capacidad de pensar críticamente? Como un hábito, es una forma de vida. Hay que desearlo y convertirlo en una prioridad. Como el deporte, el pensamiento crítico es siempre un esfuerzo activo que exige total dedicación. Su punto de partida es, por tanto, el deseo de conocer la verdad de las cosas. Una de las mejores maneras de suscitar este deseo es encontrar cosas que inspiren asombro, porque la búsqueda de la verdad comienza en el asombro, que nos impulsa a hacer preguntas. El arte, un buen libro, incluso experiencias sensoriales… pueden ser la llave de oro de este profundo deseo”.

“El razonamiento crítico te enseña sobre tus propios deseos y valores. Y lo que es más importante, te enseña cómo ves el mundo y a la gente que te rodea. Te abre los ojos y, si se hace bien, el corazón. Así pues, la pregunta que todo posible estudiante y padre debe hacerse es: ¿Desea esta universidad inspirar asombro y conocimiento, y conducir así al verdadero pensamiento crítico, a la búsqueda de la verdad con alegría y confianza?”. Hasta aquí Ulrich Lehner.

Por su parte los profesores Richard Paul y Linda Elder han publicado en la Fundación para el Pensamiento Crítico una Guía para los Educadores en los Estándares de Competencia para el Pensamiento Crítico. Tras señalar que la adquisición de un pensamiento crítico por parte de los estudiantes es un proceso que dura entre doce y dieciséis años, y antes de detallar los veinticinco estándares que recogen en su guía, dan esta definición de pensamiento crítico: “El proceso de analizar y valorar el pensamiento con el propósito de mejorarlo. El pensamiento crítico presupone o demanda conocer las estructuras más básicas del pensamiento (los elementos del pensar) además de los estándares intelectuales más básicos para el pensamiento (estándares intelectuales universales). La clave para el aspecto creativo del pensamiento crítico (la verdadera mejoría del pensamiento) está en reestructurarlo como resultado de analizarlo y evaluarlo de manera efectiva”. ¿Contesta esto a la pregunta que se (nos) hace Lehner al comienzo de su artículo, la de si nos aclararon alguna vez los administradores universitarios lo que quería decir con pensamiento crítico? ¿O nos sentimos como Aquiles persiguiendo a una inalcanzable tortuga? Dígalo cada cual.

En cuanto al peligro señalado por el profesor Lehner de que el presunto pensamiento crítico desemboque en un pensamiento gregario, quizá convenga recordar lo dicho en su día por nuestro Julián Marías: donde todos piensan lo mismo, nadie piensa mucho. Y sobre la dificultad de discernir entre lo correcto y lo incorrecto (como dice Lehner, qué autoridades son fiables y cuáles no), en un mundo tan bombardeado por la información y en el que todos reclaman la posesión de la razón, también conviene tener en cuenta el viejo precepto (esta vez procedente de Jerusalén, ya que antes hemos hablado de Atenas): “por sus obras los conoceréis”.

Y, en fin, tampoco es mala advertencia, después de habernos referido a la alta cultura, esta que procede de la cultura popular: “que el pensamiento no puede tomar asiento”.

Periodista cultural.