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El afán erótico del ser humano es el Leitmotiv de toda la obra lírica de Rubén, como ya vio Pedro Salinas en La poesía de Rubén Darío (1948), su inmortal ensayo sobre el vate nicaragüense. Hablar de esa pulsión erótica es referirse a la fugacidad del deseo cumplido y a la lancinante permanencia del afán. Es aludir a la radical insuficiencia del goce erótico pero, a la vez, a la irrenunciabilidad al erotismo, como certifica el poema «Lo fatal», aquel que comienza: «Dichoso el árbol que es apenas sensitivo…». Gozosa y dolorosamente, Rubén vivió, en la poesía y en la vida, su afán erótico. Cuando yo era pequeño, mi padre me leía en voz alta a Rubén Darío, pero no declamándolo al viejo estilo, sino teniendo en cuenta que yo era un niño y que jugábamos a que él me recitase poemas. Nunca olvidaré aquellas lecturas. Por ellas me enteré de que había caballeros capaces de vencer a la muerte, que las hadas llenaban copas repletas de felicidad y que las mujeres más bellas sentían devoción por los héroes más fieros. Por ellas también supe que la poesía debe cumplir con ciertas normas para serlo, que no basta con repartir la prosa en renglones para hacer poesía. Todo eso lo aprendí en Rubén y no se me va a olvidar nunca. Rubén es, para mí, el poeta más importante que ha escrito en lengua castellana desde Manrique, Sor Juana, Lope, Góngora, Quevedo y Bécquer. Libros como Prosas profanas (Buenos Aires, 1896, y París, 1901) y Cantos de vida y esperanza (1905, al cuidado de Juan Ramón Jiménez, que inauguró con él la costumbre de publicar libros orgánicos y no meras recopilaciones de poemas) se me antojan hitos inigualados en nuestra poesía contemporánea. Sin Rubén, ni los hermanos Machado ni Juan Ramón hubieran sido tan geniales. Precisamente a través de ellos se prolonga Darío en las promociones posteriores, empezando por la generación del 27. En lo que atañe a la generación del 70, también llamada del 68, de los novísimos o del lenguaje, Darío cuenta con un intercesor tan valioso como Pere Gimferrer. Yo mismo descubro en mi poesía la huella de Rubén, aunque sea a través de algún alumno suyo tan aventajado como José del Río Sainz y, desde luego, del autor de La muerte en Beverly Hills, a quien considero mi maestro. Toda la poesía española actual que me interesa tiene que ver con Rubén Darío.

Filólogo. Profesor de investigación del ILC/CCHS/CSIC. Poeta. De la Real Academia de la Historia.