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Peter Brown es un historiador, profesor emérito de la Universidad de Princeton, que ha escrito ya importantes obras sobre la época tardorromana y que es una de las principales referencias académicas en lo que se refiere a la transición a la Edad Media. Por el ojo de una aguja, titulado así en referencia a la dificultad que, según las palabras de Jesús en los Evangelios, tendrán los más acaudalados para salvarse, analiza, tras una prolija investigación, el cambio de actitud sobre la riqueza y la transferencia de poder económico desde los más pudientes a la Iglesia.

La obra, que, a pesar de ser un auténtico trabajo académico, se puede leer con facilidad, tiene la ventaja de resaltar un aspecto que se suele pasar por alto en la comprensión habitual sobre el Imperio Romano y su fin. Desde Gibbon, la idea es que paulatinamente la política y sociedad romanas entraron en un periodo de decadencia que determinó el colapso de su civilización. Tanto en este como en otros libros, Brown intenta alterar este enfoque y aclara que la que tradicionalmente ha sido considerada la época de deterioro del esplendor romano, en realidad no puede ser considerado un periodo de declive, a tenor de los testimonios, y que, en cualquier caso, no fue así experimentado por parte de quienes lo vivieron.

La idea es que paulatinamente la política y sociedad romanas entraron en un periodo de decadencia que determinó el colapso de su civilización

Brown ha explorado el proceso de cristianización de la sociedad romana. En un ensayo anterior, titulado El cuerpo y la sociedad, prestó atención a la transformación de las costumbres sexuales y la adopción del celibato en el cristianismo antiguo. Su interpretación es que ese cambio en la concepción de la corporalidad fue decisivo para el paso a la Edad Media. Sin embargo, como señala en Por el ojo de una aguja, la transición a este periodo es paulatina y no ocurre ninguna conmoción cultural por influencia cristiana. En este sentido, Brown parece rebajar la ruptura que representaba el cristianismo en las actitudes de la sociedad antigua.

Basándose en figuras relevantes de la época, como Ambrosio, Agustín o Jerónimo, Brown estudia el cambio que se produce en las donaciones de los más ricos en el fin de la Roma imperial y la constitución de la riqueza eclesiástica. Al predominar un enfoque social, la obra desmerece las contribuciones teológicas. Por ejemplo, tiende más a entender las disputas en términos de poder personal y no alcanza a comprender la importancia eclesial y católica de las polémicas teológicas. Asimismo, está interesado en explicar lo que para él es un mito: que los cristianos no fueron los pobres y miserables, sino que lo importante en la acumulación de poder por parte de la Iglesia y su posterior papel en la Edad Media fue la presencia de fieles cristianos también en la capa más alta de la sociedad romana.

Lo que ocurrió fue, a juicio de Brown, un cambio en la percepción de la riqueza y de la donación. Por un lado, el evergetismo tenía para el ciudadano romano un sentido esencialmente mundano y resultaba ser una costumbre político-social en continuidad con la concepción pagana de la vida civil. Como en Grecia, también en Roma la fama pública del ciudadano era lo más importante; de ahí el empeño por aparecer como benefactor de su comunidad. Según Brown, por cierto, también en el siglo ivproliferaron evergetas, si bien en un sentido más local.

Brown aprovecha la disyuntiva entre la forma pagana de donación y la cristiana como un factor decisivo para comprender la constitución del «Occidente cristiano». Si el paganismo exigía que la riqueza del ciudadano redundara en beneficio de todos, lo hacía porque en su cosmovisión no existía una diferenciación entre esa ciudad de Dios y la de los hombres que san Agustín delimitó.

Brown aprovecha la disyuntiva entre la forma pagana de donación y la cristiana como un factor decisivo para comprender la constitución del «Occidente cristiano»

Pero ¿cómo conciliar la riqueza con el tajante mensaje evangélico? Según Brown, se pueden distinguir dos interpretaciones sobre la relación cristiana entre la salvación y las riquezas. De un lado, lo que en el libro se llama «movimiento ascético» subrayaba la incompatibilidad entre los preceptos evangélicos y las actitudes de los más pudientes. Desde este punto de vista, era preciso que quien buscaba con determinación la salvación comenzara por renunciar a lo mundano y, se desprendiera de lo que le ataba al saeculum. Frente a esta postura existía otra, promocionada según Brown por obispos más mundanizados, que aliviaron la carga existencial que el cristianismo suponía para los ricos, ofreciéndoles un camino de compromiso para que no desesperaran de su salvación.

Con sus ofrendas, tanto a los necesitados como a la propia Iglesia, los ricos parecían mitigar la condena evangélica. Para Brown, esta última opción, que difundió una parte del clero, ansiosa también por su cuota de poder, es la que supuso no solo una suerte de connivencia del cristianismo con actitudes paganas —y, de ahí, que no existiera una diferencia tan radical entre el fin de Roma y la Edad Media— sino que también, gracias a la devota y generosa devoción de las altas clases altas conversas, posibilitó que la Iglesia se convirtiera en la depositaria de gran parte de la riqueza romana.

Brown es un erudito y eso se percibe, tanto por la pluralidad de fuentes que maneja como por el estilo que emplea, muy literario, lo que se agradece en la lectura. Ciertamente, aunque su pretensión no es teológica, a veces aparece demasiado atado a lo social y personal y, por tanto, juzga, tal vez ligeramente, algunos cambios importantes, como se ha indicado ya, que superan la índole mundana. En cualquier caso, pone de manifiesto que la vivencia del cristianismo era más problemática que la del paganismo, lo que serviría ya para afirmar que la fe en Jesús excede el restringido marco de las prácticas sociales existentes.

Profesor de Filosofía del Derecho. (Universidad Complutense de Madrid).