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Juan Meseguer es poeta, ensayista y profesor del Departamento de Formación Humanística (Universidad Francisco de Vitoria).


Avance

El deseo de los jóvenes de vivir con menos ansiedad y estrés que sus mayores puede ser el revulsivo para unas reglas del juego más saludables.


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La inteligencia artificial (IA) ha acelerado el futuro y, de paso, lo ha hecho menos previsible. Hoy el reto ya no es saber si seremos capaces de usar la IA para comunicarnos con los animales, sino cuándo lo conseguiremos. Es una de las ideas que destaca el informe Trends for 2024: On Hope’s Edge, realizado por la analista de tendencias Marian Salzman.

Paradójicamente, la fiebre de innovación y el optimismo tecnológico conviven con el miedo al futuro instalado en el corazón de cada vez más gente. Es un signo de los tiempos: frente a la idea de que la humanidad avanza inexorablemente a cotas más altas de progreso, hemos dejado de dar por supuesto que entrar en el futuro equipados con cada vez más cachivaches es garantía de un mundo más justo y próspero.

En este contexto de incertidumbre, Salzman –quien lleva años dedicada al arte del trendspotting– ha querido destacar 24 tendencias que expresan el deseo de personas de todo el mundo de cambiar las reglas del juego de la sociedad actual. Aunque no lo dice expresamente, como telón de fondo de esa «búsqueda mundial de cordura» está el debate sobre qué deberíamos entender por progreso para construir un futuro mejor.

Cursos para reaprender a ser humanos

Quizá el apartado más ilustrativo del informe es el que se refiere a la salud mental y el bienestar emocional (tendencias 6 a 15). En él Salzman identifica cambios sociales que están por venir, pero también transformaciones que resultan reveladoras de lo que está pasando en el presente.

Una de las tendencias más llamativas es el éxito de los cursos que enseñan a practicar habilidades sociales que hasta hace poco se consideraban elementales: cómo iniciar una conversación, cómo hacer amigos, cómo ligar, cómo comportarse con buenos modales en la mesa… Todo apunta, dice Salzman, a que en la era de las pantallas vamos a necesitar este tipo de cursos para reaprender «el arte de ser humanos».

En la misma línea van algunas prácticas pensadas para aliviar la soledad no deseada. En las consultas de atención primaria del Reino Unido, por ejemplo, cada vez más médicos de familia prescriben paseos y planes al aire libre, visitas a museos o actividades de voluntariado como remedio al malestar emocional que proviene del aislamiento social.

De soledad también nos habla el crecimiento de hogares unipersonales, el turismo para singles o el recurso a los chatbots de IA que hacen de amigos o de novios, como las aplicaciones Replika o Hi Waifu.

También es revelador del momento actual el éxito de profesiones emergentes que ayudan a conseguir una vida más plena, como los coaches de felicidad o los coaches antiansiedad.

Adiós al «tanto produces, tanto vales»

Una tendencia esperanzadora en el capítulo de la salud mental es la aspiración de la generación Z a una vida con menos estrés que la de sus mayores. Y esto, en su opinión, parece que pasa por dejar de presentar la hiperproductividad y la competitividad como ideales sociales.

Siempre habrá quienes, ante esta tendencia, lamenten la indolencia o la falta de exigencia de los jóvenes de hoy. Y es verdad que quizá a algunos (o a bastantes) habría que ayudarles a apreciar más el inmenso valor de la herencia recibida. Pero también podemos tirar del hilo y ver de dónde viene tanta insatisfacción. Propongo algunas preguntas:

  • ¿Qué tipo de sociedad estamos construyendo para que la salud mental y el malestar emocional se hayan convertido en problemas de primer orden?
  • ¿Por qué los jóvenes miran con tanto recelo esa «vida moderna» que las generaciones anteriores hemos forjado con tanta ilusión?
  • ¿Tan progresista es una sociedad a la que sus miembros más jóvenes no quieren incorporarse?
  • ¿Y si el problema no es solo «su» miedo al compromiso, «su» pánico a tomar las riendas de la propia vida? ¿Y si parte del problema es «nuestra» idea del progreso?

Piénsenlo bien: afirmamos el valor incondicional de cada ser humano por el hecho de serlo, pero luego elevamos a criterio último de estimación social el nefasto mantra «tanto produces, tanto vales»; defendemos con firmeza el derecho a conciliar familia y trabajo, pero luego es un drama arreglar quién se queda con los críos cuando se ponen malos; decimos que amamos la tolerancia y la diversidad, pero luego cortocircuitamos si alguien piensa de forma distinta a la nuestra; nos indigna la inacción de los gobiernos ante el cambio climático, pero no estamos dispuestos a apearnos de los niveles actuales de consumo; ensalzamos el valor del cuidado, pero no paramos de producir

Es posible que la mayoría de estas fallas respondan no tanto a un problema de coherencia personal como a las mismas pautas sociales que nos hemos dado. Y es posible también que el deseo de los jóvenes de vivir con menos ansiedad y estrés, sea el bendito revulsivo que necesitábamos para plantearnos una nueva idea de progreso. Una, como dice Jenny Odell, que deje de identificar el avance social con el afán constante por «poner algo nuevo en el mundo» –por crecer e innovar a cualquier precio– y que empiece a asociarlo a «frenar un poco»; a descubrir momentos que son valiosos en sí mismos; a renunciar a la exigencia de traducir todo lo que hacemos en resultados cuantificables o beneficios económicos; a tener tiempo para cuidar, mantener, contemplar o demorarse.

Poeta, ensayista y profesor del Departamento de Formación Humanística (Universidad Francisco de Vitoria).