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Hace años corría en los cenáculos culturales y periodísticos de París una tajante y divertidaboutade. «a los libros de Revel les sobran siempre cien páginas». Estas memorias del conocido ensayista desmienten parcialmente esta maligna afirmación. En realidad, no son cien sino trescientas las páginas que sobran en este compacto volumen que roza las seiscientas cincuenta.

¿Significa esto, por fortuna, que no valga la pena zambullirse durante varios días en esta prosa espesa y contudente? Habría que matizar. Revel es un peso pesado de la cultura francesa, un polemista temible y un hombre de convicciones, de modo que cualquier libro suyo, aunque parezca excesivo,  debería compensar el esfuerzo, entre  otras razones porque casi siempre produce una sana reacción a favor o en contra de sus propuestas.

Tras haber transitado por los caminos de la filosofía, el periodismo, la teoría política, la literatura, el arte y la gastronomía, Revel ha querido bucear 0en su propia biografía. Tentativa un tanto fallida, hay que decirlo, porque difícilmente evita un obstáculo con el que inevitablemente chocan los autores de este tipo de libros: la memoria se convierte en justificación o en… palinodia. La mayoría de los memorialistas utilizan la tribuna de sus recuerdos para mirar hacia atrás sin ira ni remordimiento. Estas Memorias no son una
excepción, aunque tanto la calidad del autor como su capacidad de análisis le impiden caer en el simple y llano ejercicio de autosatisfacción que caracteriza a producciones semejantes de políticos, banqueros, futbolistas o diplomáticos.

Jean-François Revel («Revel» es, en realidad, un pseudónimo inspirado en un restaurante parisino) desgrana en los primeros capítulos de estas Memorias su infancia en Marsella, sus estudios -brillantes- en París, su militancia  en la Resistencia y en la secta de Georges Ivanovitch GurdjiefF, un charlatán ruso hoy completamente olvidado pero que tuvo notoriedad e incluso influencia intelectual en la postguerra europea. Tal vez sea esta parte la más interesante del texto, junto con la narración, sucinta, de su experiencia pedagógica
en Argelia, México e Italia.

El regreso a Francia y la incorporación del autor a la vida parisina coinciden con un descenso en picado del interés objetivo del libro, máxime cuando el lector no forma parte de la «inteligencia» parisina o no tiene un conocimiento exhaustivo de los dimes y diretes del mundo cultural franco-francés.

Resulta, en efecto, un tanto sorprendente que un autor sobre cuyo cosmopolitismo y extensa cultura existen pocas dudas haya sido incapaz de describir el ambiente -poco parisino, por lo demás- en el que se desarrolló su propia vida y que las referencias al universo exterior (exterior a Francia, quiero decir) resulten tan tenues como tediosas. Obras como Ni Marx ni Jesús, La tentación totalitaria, El conocimiento inútil o La recuperación democrática serían inexplicables sin una profunda reflexión sobre las realidades extra- francesas, una dosis considerable de curiosidad y cierta capacidad para superar la visión provinciana del mundo que, ay, caracteriza en buena medida a la clase intelectual gala. Asombra, por ejemplo, que Revel dedique casi cien páginas a su experiencia como director del semanario L ‘Express y que estos recuerdos se centren, sobre todo, en un ajuste de cuentas con quienes boicotearon su labor, la mediatizaron o simplemente la impidieron. Hay, desde luego, en este libro retratos magistrales y corrosivos –por ejemplo, el del líder comunista Georges Marchais o el del propio «filósofo» Gurdjieff- pero se pierden desgraciadamente en un maremagnum de lugares comunes, reiteraciones y menudeos.

A lo largo de sus más de setenta años, Revel ha conocido y tratado a personalidades importantes de la vida europea y americana; ha viajado por todo el mundo; habla perfectamente español, italiano, inglés y alemán; ha adquirido una innegable capacidad de síntesis y una facilidad indiscutible para la polémica; ha ido creando un pensamiento original; ha polemizado con muchos y ayudado a desmitificar algunos monumentos a la estupidez, como el llamado «pensamiento progresista», etc, etc. Y, sin embargo, en el momento de describir y explicar una peripecia vital apasionante, cae en los pequeños detalles, olvida -casi siempre, hay alguna excepción- las anécdotas picantes o sabrosas, se pierde en largas consideraciones sobre asuntos casi siempre menores y termina construyendo un volumen tedioso y de lectura no siempre fácil.

Aunque el subtítulo del libro –El ladrón en la casa vacía- está relacionado con la práctica espiritual budista, sirve perfectamente para describir la decepción del lector que, como un»butronero» intelectual, se las promete felices al penetrar en un palacio y lo encuentra vacío. Estas Memorias no están a la altura del autor. Ni seguramente tampoco del lector.

Periodista