«Me gusta contar»: con tres palabras resume Antonio Pereira más de cuarenta años de dedicación al cuento. Exacto desde la primera frase, Pereira encierra en esta afirmación rotunda el norte que guía su escritura, el fin grande y modesto de quien
escribe para tener amigos, para poder reunirse con ellos alrededor de una mesa y charlar y beber unos vasos de vino.
Pereira busca siempre la complicidad de su lector, crear el ambiente familiar y de camaradería que presidía los filandones, aquellas reuniones invernales de otro tiempo en las que se contaban historias a la luz del fuego. De la tradición oral, Pereira
heredó algunas virtudes narrativas, por ejemplo la capacidad para adentrarse con rapidez en la historia o para mantener siempre despierta la atención del que escucha; pero quizá lo que más agradece el lector es la forma en la que el narrador se oculta para dejar que la historia se quede con todo el protagonismo. Pereira va al grano, trabaja la sencillez y desecha cualquier tentación manierista que se acerque a sus relatos.
Me gusta contar supone una excelente oportunidad para acercarse a la obra de este escritor periférico, polifacético —poeta vocacional, cuentista siempre, novelista esporádico—, acostumbrado al reconocimiento minoritario, a transitar por
lo que hasta hace bien poco eran los arrabales de la literatura española. Pereira reúne en este volumen más de sesenta cuentos, muchos publicados anteriormente y otros inéditos, una muestra acertada de su aportación al género en la que recopila historias memorables: «El hombre de la casa», «El apartamento», «El señor de los viernes», «El síndrome de
Estocolmo», «Palabras, palabras para una rusa» y tantas otras.
Pereira ha dividido el conjunto en cuatro apartados, de los cuales tres aluden a lugares geográficos: Madrid, remotas regiones del globo y, por supuesto, el noroeste peninsular.
En los lugares más exóticos —Roma, Río, Acapulco…— y en los parajes más cercanos —Villafranca del Bierzo, Astorga, León— habitan sus protagonistas tragicómicos, hombres casi siempre, a veces víctimas de sucesos imaginarios o fantásticos, y a veces simplemente de mujeres, tan deseables como avispadas. Pereira trasciende la anécdota humorística o irónica para fascinarnos con unos personajes que nos cautivan con su debilidad, personajes picaros, galanes de tres al cuarto, un poco atontados y cobardes que tienen algo de Marcello Mastroianni, aunque sean a veces más llanos y grotescos. Con la ayuda de estos personajes, Antonio Pereira hace saltar nuestros resortes anímicos y nos conduce, cuento a cuento, de la melancolía a la carcajada.