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La tesis de que el sindicalismo está en crisis es usual, ya se refieran los análisis a los ámbitos nacionales o internacionales. Pero no es mucho mayor ni en intensidad ni en tensión que la que soportan las demás instituciones de Occidente. Hoy el debate es sobre el Nuevo Orden Mundial, lo que quiere decir que los viejos esquemas están o periclitados u obsoletos. Si hasta ahora la causa ha tenido como centro el proceso de transformación que origina el paso a la sociedad post-industrial, el derrumbamiento del imperio comunista, así como la consolidación del proyecto de la Nueva Europa, añaden en la actualidad nuevas tensiones en la relación de los sindicatos con la sociedad.

Dice Lord Lever, un antiguo ministro laborista, que los «-sindicatos buscan desesperadamente poder». Puede parecer extremista, pero es una afirmación que encaja en el fenómeno de una afiliación sindical que, por minoritaria, no se corresponde con el poder real que los sindicatos europeos tienen en las políticas nacionales. Es esta, en efecto, una lectura negativa de la lucha sindical, pues aunque no es razonable responsabilizarles del deterioro de la economía, no se puede negar que los sindicatos tienen también una responsabilidad respecto a la sociedad y no sólo respecto a los intereses de los trabajadores. La impopularidad que han alcanzado en otros países (recuérdese que se les considera artífices del triunfo de Margaret Thatcher) y la crispación social que suscitan en España por las huelgas salvajes de los servicios públicos, demuestran el deterioro de su imagen ante la opinión.

Pero si la superación de esta imagen negativa es una cuestión de «sensibilidad social» y de saber borrar a tiempo la denuncia de «corporativismo» que está pesando cada vez más contra ellos, son los cambios tecnológicos y económicos los que están exigiéndoles con urgencia «renovarse o morir». La transformación de las sociedades industriales en sociedades de servicios ha supuesto el desmantelamiento de las grandes fábricas que, junto a las sucesivas reconversiones industriales, están forzando a que los sindicatos se adapten a las nuevas formas de producción. La introducción de nuevas técnicas -como, por ejemplo, el «toyotismo»- modifica también el planteamiento sindical, que no puede desdeñar la competitividad desleal que representan los «5 Dragones» orientales con sus jornadas de 15 horas diarias. «¿Cómo asegurar -se preguntan los sindicalistas- que ¡as mejoras realmente necesarias de la productividad y de la calidad de vida no se hagan a expensas de las condiciones de trabajo y de la influencia sindical?».

Ruptura con los partidos

Los sindicatos tienen ante sí un panorama reivindicativo complicado, especialmente porque sus objetivos están superando los límites de lo meramente laboral para convertirse en eje sociopolítico del movimiento obrero. La Resolución del VI Congreso de la Confederación Europea de Sindicatos (CES) de Estocolmo de 1988 pone de manifiesto que los sindicatos europeos han perdido la confianza en sus partidos hermanos socialdemócratas, a los que creen seducidos por el «neoliberalismo que nos invade».

Esta ruptura de los sindicatos con los partidos políticos plantea interrogantes de gran relevancia no sólo para el futuro del sindicalismo, sino también para el funcionamiento del sistema democrático. Suplantar a los partidos es desnaturalizar la representatividad sindical y potenciar el «corporativismo», justificando la institucionalización de «sindicatos de base» (COBAS italianos) o de «oficio* (EMT madrileña). La politización (en su significado de vinculación a un partido o adscripción a una ideología y de enfrentamiento radical al adversario ideológico) pierde una gran parte de su sentido cuando la máquina democrática está perfectamente engrasada y permite canalizar los votos de los trabajadores. En una sociedad en donde el «partido de masas» está siendo sustituido por «el partido ¡nte re ¡asista» («catch match») el radicalismo sindica! no es el adecuado para la estrategia que requieren los objetivos a corto plazo.

Entre estos objetivos está la doble respuesta que los sindicatos europeos tienen que dar al reto del Mercado Unico. Por un lado, los sindicatos nacionales han de unir a la defensa de sus trabajadores la solidaridad con el resto de los ciudadanos en la tarea común de incorporar su sociedad a la nueva Europa.

Por otro lado, se encuentran ante la necesidad de instrumentar un verdadero poder sindical a nivel europeo. Es el camino que ha iniciado ya la Confederación Europea de Sindicatos (CES). Pero tanto ella como la patronal europea (UNICE) deben superar los recelos de los sindicatos nacionales respecto a la pérdida de competencias y funciones, pues igual que sus Estados también sienten resquemores a la hora de poner límites a su soberanía…

Burocracia

Los sindicatos se encuentran, por tanto, ante ¡o que no es sólo un cambio de estrategia, sino de objetivos y de filosofía y mentalidad, No pueden sustraerse a este hecho. Necesitan dar un salto cualitativo y desembarazarse de la imagen de «ghetto» burocrático que a veces tanto les daña en su operatividad. Son, por esencia más demócratas que políticos, y sobre todo, más eficaces que reivindicativos. Por eso no pueden ignorar tos datos que indican una importante caída a nivel europeo en la afiliación sindica!, como denuncia el último informe de la OCDE; ni la significativa llamada de atención de la Encuesta Nacional de la Juventud que descubre que los sindicatos son una de las últimas asociaciones en las que piensa un joven cuando decide afiliarse o asociarse a algo; ni el hecho de que el Estado de Bienestar ha sido sustituido por permanentes bolsas de paro; y, en fin, que et mapa de las relaciones laborales ha cambiado con la constitución del Mercado l’nico, al promulgarse en Bruselas más del 75 por ciento de las normas laborales y al incrementarse et carácter transnacional de las empresas con sus centros de decisión fuera de la *territorialidad» de los sindicatos nacionales…

Si los sindicatos son «hijos de su tiempo…» y son consecuentes con su propia realidad, el futuro será positivo para todos en la medida en que una estrategia sindical basada en et diálogo y la negociación facilita siempre acuerdos sobre políticas económicas y sociales que garanticen tanto la recuperación de las crisis como la distribución equitativa de la riqueza nacional.

Por el contrario, si el protagonismo lo asumen o el radicalismo o los sindicatos corporativistas, la crisis sindical se convertirá en crónica; y la sociedad seguirá preguntándose, como lo hizo en la pasada década, «para qué sirven los sindicatos?», y como ha empezado a hacerlo en la década actual: «¿son los sindicatos unos irresponsables» Para un demócrata, sería una situación insoportable…