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Jairo Torres

Rector de la Universidad de Córdoba (Colombia). Doctor en Filosofía, licenciado en Ciencias Sociales, especialista en Filosofía Política y Justicia Constitucional y Tutela Jurisdiccional de los Derechos.


La universidad en su apuesta educativa y generadora de conocimientos sigue enfrentando grandes retos a los que debe estar dispuesta a salir avante, no sólo por su dimensión social, sino por el profundo compromiso de generar transformación y cambios, dejando atrás el papel conservador o tradicionalista que durante muchos años ha acentuado. Ahora el rol de las universidades más que propositivo ante la búsqueda de soluciones que afectan a la sociedad, es trascender y arraigarse en el compromiso por formar en el ser y el hacer, la práctica y promoción de principios como la igualdad y la justicia social, acciones que van más allá de la enseñanza o del método científico y que toman su soporte en la humanización de escenarios que lentamente han ido desapareciendo.

En la actualidad, las dinámicas universitarias se han venido aperturando a la acogida y puesta en marcha de conceptos claves que ponen en contexto la necesidad de fortalecer la relación universidad-sociedad, lo que implica una mayor apertura en la formación ciudadana, conscientes de la importancia de propiciar entornos diversos, inclusivos, con igualdad de oportunidades que vayan en beneficio del progreso social, de un colectivo universal, que ahora demanda más entrega, humanidad y filantropía.

Este paradigma que viven las instituciones de educación superior, al hablar de universidades inclusivas, busca redefinir los modos y formas de ver la equidad educativa, porque la perspectiva de inclusión no debe quedarse en el acceso a la infraestructura física, técnica y tecnológica, que es fundamental; también es necesario adentrarnos en una cultura en la que debemos aprender, desaprender y reaprender, para así integrarnos a lo que es la garantía total de derechos de estudiantes con algún tipo de discapacidad o de aquellos que aún no se han reconocido en medio de la diversidad, habilidades y puntos de vista.

Las barreras sociales y culturales alrededor de la inclusión, así como de acceso, ya no deben ser justificaciones para no abordar y ejercer la tarea integradora que, además, tienen las universidades, donde la participación activa con igualdad de condiciones se debe promover en todos los contextos, sobre todo, en aquellos que buscan despertar nuestro sentido de lo humano y el de los demás, porque nada hacemos si sólo se forma para tener conocimiento y ser reconocidos por lo que sabemos, si no educamos para ser sensibles frente a las realidades de nuestros semejantes, para ser compasivos y comprender las realidades que nos rodean. Si no es así, entonces sólo se ha formado a seres que no serán capaces de valorar y aceptar lo que cada persona, en medio de las diferencias, puede aportar a la construcción de un tejido social más fuerte.

Y es que la universidad, más que una institución de educación superior en la que se imparte conocimiento, representa un pilar fundamental desde la que se impulsa la formación integral de miles de estudiantes, a quienes además se les reconoce su dedicación, disciplina, compromiso y responsabilidad consigo mismos y con la sociedad. Desde este escenario de aprendizaje, se construye el proyecto de vida de cada individuo, sobre el cimiento más poderoso y transformador con el que dispone el ser humano: el saber al servicio de los demás.

Por ello, educar no es fácil y menos en comunidades que se caracterizan por su complejidad, pluralidad y diversidad de visiones. La universidad enfrenta un gran desafío porque educar también implica la formación de individuos capaces de convivir en armonía. A lo largo de la historia de la humanidad, se ha buscado incansablemente las claves para una convivencia pacífica en una sociedad marcada por sus diferentes perspectivas; lo complejo y esencial es buscar el equilibrio, porque la falta de armonía conduce al caos, a la violencia y la exclusión.

La inclusión en la Universidad de Córdoba

Para la Universidad de Córdoba, Colombia, el objetivo de educar para la vida, la transformación de las personas, de la familia y de la sociedad, se enfatiza aún más cuando direccionamos la planificación estratégica, las apuestas de docencia, la modernización y el bienestar instruccional con un enfoque inclusivo y diverso. Allí ampliamos nuestra visión como catalizadores de progreso social, ese que se mide por la aceptación, empatía y que ejercen una verdadera influencia positiva en la comunidad.

En Unicórdoba el esfuerzo ha sido permanente, allí hemos abrazado la experiencia humana desde lo diverso, la capacidad y la orientación, entendiendo lo desiguales que somos, pero lo iguales que podemos llegar a ser, cuando el respeto es la verdadera base para no hacer de lo vulnerable una excusa que conduzca al desconocimiento de derechos.

Desde el alma mater hemos planteado una política de inclusión que esté integrada no sólo a las necesidades de la población, sino que sea prospectiva, flexible, que aborde propuestas a las barreras sociales, económicas y culturales que desdibujan la integración de quienes quieran acceder a la educación superior y de quienes en el proceso educativo se sientan limitados o excluidos. El documento que se elabora con todo el rigor ha sido una tarea participativa de docentes, funcionarios, estudiantes y directivos, quienes estamos llamados a ejercer el beneficio común, como modelo de vida universitaria y personal.

Otro accionar enmarcado bajo las líneas de la inclusión y la diversidad es el Acuerdo 062, de 24 de julio de 2020, impartido por el Consejo Superior Universitario, relacionado con la Reglamentación para el Ingreso a la Universidad de Córdoba de Diversos Grupos Poblacionales. En este acuerdo se establece como prioridad para la institución, incorporar el enfoque de educación inclusiva y de diseño universal de los aprendizajes en el Proyecto Educativo Institucional, en los procesos de autoevaluación institucional y en el Plan de Mejoramiento Institucional, entre otras consideraciones importantes que aseguran una universidad integrada e integradora con un modelo inclusivo en la educación superior.

Pero más que la sustentación y adecuación de normas y reglamentos legítimos, el propósito fundamental de la universidad va más allá de la transmisión de información; busca ayudar a los estudiantes en su ser y quehacer, impulsarlos para que obtengan logros académicos, personales y profesionales, despertando en ellos la necesidad de reconocer su entorno para transformar sus realidades; que tengan la capacidad de convivir en una sociedad compleja y diversa.

Historias de transformación

Actualmente la Universidad de Córdoba cuenta con 89 estudiantes que tienen algún tipo de discapacidad, entre ellas, sensorial, cognitiva, física o motora y psicosocial, quienes han compartido los mismos espacios académicos, culturales, recreativos, deportivos, convirtiendo estos territorios institucionales en el segundo hogar que los forma, para desenvolverse desde el ejercicio de una disciplina profesional.

Y es que, situarnos en su naturaleza humana para experimentar cómo enfrentan el día a día, cómo proyectan sus sueños, debería ser un ejercicio necesario en nuestras vidas, es decir, apropiarnos de la frase «ponerse en los zapatos del otro»; y es aquí donde, como una conducta metodológica, surge la estrategia En los Ojos de Luisito, en nuestra Universidad de Córdoba, Colombia. Es una iniciativa diferente y podría decir que modelo a nivel regional, donde se hace disruptiva la afanosa práctica de querer que la persona discapacitada se adapte a las condiciones de la institución o de las personas que están a su alrededor; aquí en esta novedosa metodología, el docente y los compañeros de clase buscan ponerse en el lugar de Luis. Esta práctica pedagógica ofrece la oportunidad de entender cómo se enfrenta al mundo académico el joven Luis Ángel Ruiz Herrera, estudiante de octavo semestre de Licenciatura en Educación Artística, con su énfasis en saxofón.

Sus compañeros de aula, con los ojos vendados, caminan, tocan, escuchan y experimentan cómo aprendió a hacerlo al que más admiran en la clase. Y como otro gran premio de la vida, Luisito, fruto de sus oportunidades, compartió su talento en Córdoba, España, entre delegaciones de diferentes países que exponen el talento específico con los instrumentos que les ayudan a vivificar el alma y expresar la alegría de sus corazones. Eso es inclusión, estar en un escenario artístico con impacto mundial, estar en un aula de clases afianzando una disciplina del saber, y luego, plantear soluciones en los territorios desde el rol de profesional, científico, extensionista del conocimiento, vecino, amigo, ciudadano de bien; y eso sólo lo consigue la universidad de puertas abiertas para todos.

Deberá ser la inclusión una ocupación de lujo para las universidades, desafío aún más exigente en las instituciones estatales, generadoras de la gran parte de los recursos que requieren para su funcionamiento. Somos conscientes que, aunque hemos dado pasos grandes en las condiciones físicas en materia de infraestructura, para seguir adaptando y construyendo obras con la perspectiva de inclusión; pero los recursos económicos son limitados para garantizar la sostenibilidad y efectividad no sólo de las obras, sino en la implementación de programas que brinden las herramientas necesarias para el desarrollo de habilidades. La inversión económica en asuntos de inclusión puede marcar la diferencia en la creación de oportunidades reales y de participación que buscan contribuir al progreso colectivo.

La inclusión y la diversidad, desde el escenario universitario deberían ser grandes oportunidades para liderar acciones concretas como agentes de cambio, donde todas las voces sean consideradas, escuchadas y valoradas; ello implica que los estudiantes sean promotores de diálogos pluriculturales, del respeto a la diferencia y que tengan una mirada holística donde converjan para enfrentar un mundo globalizado.

Unicórdoba como institución, ubicada en la región Caribe colombiana, con sus propias particularidades históricas que ha percibido la comunidad educativa, con los vejámenes de una violencia sufrida, ha vivido la realidad de la inclusión como el mismo reconocimiento de nuestros semejantes de lo que son, de lo que hacen, de cómo lo hacen y cómo sus iniciativas, ideas y expresiones, también ayudan a construir conocimiento y su propio futuro de manera emancipada, como actores principales de su camino formativo, tratados con apertura, empatía, por su singularidad; pero también como seres valiosos que aportan significativamente a seguir cimentando universidades inclusivas, convirtiéndose estas instituciones en ejemplo para el mundo y demostrando que sí podemos sobrepasar los prejuicios y anteponer la esencia de una humanidad integradora.

Como muestra de esos grandes pasos que hemos venido liderando, quiero referirme a un testimonio no sólo de vida, sino de superación, donde nada ha sido impedimento al reafirmarse en el sí puedo. Les escribo sobre Pedro Luis Quintero Guerra, un estudiante ciego que ha obtenido logros inspiradores, dignos de aplaudir. Pedro es un joven disciplinado que estudia Derecho en la Universidad de Córdoba y que posee talentos especiales en la interpretación de la caja dentro del grupo vallenato de la institución.

Su habilidad musical lo hizo merecedor al galardón a Mejor Cajero, tras demostrar sus destrezas excepcionales en el manejo de este instrumento esencial en la música vallenata, en la gran participación que realizó en el Festival Universitario Nacional de Música Vallenata ASCUN 2023, en el cual brilló con luz propia.

Pedro Luis asegura que dicho galardón resultó ser una gran experiencia para su vida personal y profesional y que se siente honrado de pertenecer al Grupo Vallenato Institucional de la Universidad de Córdoba.

En diálogo recientemente con Pedro me manifestó que la Universidad le abrió las puertas en el aspecto musical y académico, y que ha sido un sinfín de experiencias muy positivas que le permiten expandir sus dones y sus gustos por el arte. Pedro conoce la caja con los ojos del alma, frase que describió el ya fallecido compositor colombiano, Leandro Díaz. Su disciplina y talento han hecho que toque con tanta destreza la caja, que ni aún viendo, dejaría de tocarla con tanta precisión, como si fuera su único dueño.

«Hace siete años perdí la vista —me dijo—, pero he seguido luchando, hoy, me nace extender una voz de aliento a la sociedad, no perdamos la motivación. Mis pilares para seguir adelante fueron Dios y la música, pero debo agradecer también a la Universidad de Córdoba por la oportunidad que nos ofrece, primero para estudiar una carrera y luego para hacer arte», me compartió el joven con su instrumento ajustado a sus piernas.  

Su carrera de Derecho la realiza con mucha disciplina y en sus ratos libres le invierte tiempo al manejo de la caja y a los ensayos en el grupo musical porque considera que la música le eleva el estado de ánimo y lo conecta con su propio ser.

Anhela en pocos años convertirse en un destacado abogado Unicordobés, mientras perfecciona el estilo vallenato y por qué no, llegar a representar al departamento de Córdoba en uno de los festivales más famosos de Colombia, El Festival de Música Vallenata, en Valledupar, símbolo cultural del país.

Estos testimonios no sólo me hacen sentir orgulloso de dirigir esta gran universidad, sino que, me llena de satisfacción saber que se está haciendo la tarea de tal manera, que logramos movilizar el ser, que en medio de las imperfecciones podemos ser perfectibles, cuando la sensibilidad nos abre a nuevas perspectivas y emociones para descubrir a los demás, desarrollando una mayor conciencia del papel trascendental que cada uno desempeña en la sociedad y cómo contribuye a su positiva transformación.

La responsabilidad de las universidades

Tenemos una gran responsabilidad y no solamente es la de formar y educar y mucho menos hacerlo de cualquier manera. Las nuevas sociedades demandan mayor atención, su conexión con el mundo la tienen en las manos dando un sólo clic; pero estas no están del todo preparadas para afrontar sus realidades cuando aún existen prevenciones sobre lo que es y lo que debería ser, aún los abraza la precariedad de excluir por un color o por pensar diferente, por fijarse sobre un resplandeciente arcoíris y lucir diferente, cuando lo realmente importante es abrazar el tesoro de la diversidad; esa heterogeneidad que nos proporciona unas características particulares como individuos; pero acompañados por una homogeneidad en la que los derechos de todos deben primar para que ese estudiante sienta que es bienvenido y respaldo en la lucha por sus sueños.

Qué gran poder el que tienen las universidades y qué gran responsabilidad quienes las dirigimos. En nuestras manos está salvaguardarlas y visibilizarlas como las únicas instituciones que nacieron para hacer de los hombres gestores de su futuro, alimentadoras de conocimiento, conquistadoras de un mejor porvenir, protectoras de lo humano y lo racional, de la ética y la estética, sensibilizadoras sociales, integradoras, ejecutoras de proyectos de vida.

Las universidades no tienen fecha de vencimiento, pero sí deben estar a la vanguardia en todas sus dimensiones, pues, si ellas marcan la ruta que deberían seguir las comunidades, no sólo será necesario su esencia epistemológica; la pertinencia social, la inclusión y la humanización deben ser una prioridad, para que la educación siempre sea integral y no una póstuma intervención a una sociedad irreflexiva de sus realidades.

Cuando somos conscientes de nuestra realidad, cuando comprendemos y valoramos la diversidad que nos rodea, podemos coexistir sin vulnerar al otro. La universidad, como promotora de la conciencia y el conocimiento, se convierte en un faro que ilumina el camino hacia una convivencia pacífica en la complejidad de la sociedad actual, donde cabemos todos.

Rector de la Universidad de Córdoba (Colombia). Doctor en Filosofía, licenciado en Ciencias Sociales, especialista en Filosofía Política y Justicia Constitucional y Tutela Jurisdiccional de los Derechos.