Eduardo Maura, diputado por Vizcaya en 2015 y 2016, es portavoz de Unidos Podemos en la Comisión de Cultura del Congreso. Al tiempo, no abandona la docencia en la Universidad Complutense de Madrid donde es profesor de filosofía. Su trabajo se ha desarrollado en los ámbitos de la teoría crítica, la estética y la filosofía política. Es autor de Las teorías críticas de Walter Benjamin (2013), su tesis doctoral; coeditor, con Luis Alegre, de ¿Qué es la Ilustración? (Escolar, 2017), que recoge las intervenciones de una veintena de profesores sobre la actualidad de los planteamientos ilustrados, y acaba de publicar un ensayo muy esclarecedor sobre la realidad de España desde su perspectiva generacional, Los 90. Euforia y miedo en la modernidad democrática española (Akal, 2018). En el Parlamento, ha participado muy activamente en la plasmación del Informe del Estatuto del Artista.
Eduardo Maura gusta decir: «Nací en 1981 y crecí en Bilbao en una familia urbana castellanoparlante». Su apellido nos lleva a su tatarabuelo, el político Antonio Maura (1853-1925), que fue presidente del consejo de ministros con Alfonso XIII en cinco ocasiones, y que también asumió la dirección de la Real Academia Española (1913- 1925), antecediendo a Ramón Menéndez Pidal.
En el libro Los 90. Euforia y miedo en la modernidad democrática española, Eduardo Maura, además de enlazar toda una serie de confesiones personales, arroja luz sobre la década del título y sus consecuencias, unos años en los que su generación entra en contacto con una España que había culminado ya la etapa de la Transición y la democracia podía considerarse asentada. En su análisis, Maura no abomina de la mentada transición. Más bien al contrario, considera su «relato oficial», de consenso y modernización, como «la escena originaria de la única experiencia democrática estable que ha tenido España». Pero Maura va más allá de ese «relato», avanzando hasta los años noventa, que entiende fundamentales en nuestro devenir democrático hasta el conflictual presente. Unos años noventa y siguientes, para el autor, «más importantes de lo que se dice». Subrayando: «Si lo hacemos bien, lo serán todavía más». Matizando: «El problema es que aún no lo son».
No tarda el autor en poner sobre el tapete los dos conceptos sobre los que va a bascular la tesis de su trabajo:
«Euforia y miedo, sueño y despertar, son pares dialécticos de una historia apasionante cuyo influjo es imposible de minusvalorar». Euforia y miedo en una España en que «todo iba bien, pero algo iba mal». De ahí la imagen del Suárez, tomada de Javier Cercas, en su Anatomía de un instante, cuando el escritor le pregunta a su padre por qué se confió en el joven político franquista, y su respuesta es: «Porque era como nosotros». Con lo que el padre de Cercas es para Maura «la imagen de la transición», con su cúmulo de temores y esperanzas. Una palabra, «imagen», de la que no se desembarazará el autor, sacando a plaza a Platón y a la mismísima Atenas —es buen admirador del universo griego—, donde «las imágenes, relatos y personajes de los poetas producen una cohesión cívica».
La digresión platónica, lleva a Maura a considerar, con el filósofo, que «el poder se dirime en el derecho a mentir por el bien común», y, más adelante, por la vía ateniense, a considerar el paralelismo entre lo trágico y la democracia, pues ambos tienen su nudo gordiano en el conflicto. Por eso, afirma Maura, Platón «expulsa a los poetas, lo cual equivale a la expulsión del conflicto y a la expulsión de la democracia» de la ciudad. Este es el punto en el que Maura se detiene para definir la CT, la «cultura de la transición», donde «solo el polo del consenso es genuinamente democrático».
Todo esto, al pairo de la apreciación de que la «regeneración de la monarquía», en el paso de Juan Carlos I a Felipe VI, es «la batalla política más relevante desde 1982», batalla que, en opinión de Maura, está ganando «el equipo» del joven rey, «cuyo proyecto se asemeja, como dirían Freud y Benjamin, al eterno retorno de lo igual». Regeneración monárquica: «regenerar implica al mismo tiempo reparar, recuperar y producir de nuevo», subraya Maura.
Y vuelve a 1992, año clave para el autor, dado que para su generación es «el año de nuestras vidas», con los Juegos Olímpicos de Barcelona y la Exposición Universal de Sevilla, deteniéndose con especial deleite en el papel entonces del hoy Felipe VI. «De todas las decisiones políticas de las élites españolas hay una especialmente memorable por su calado y longevidad: la elección de Felipe como abanderado de España en la ceremonia inaugural de los Juegos Olímpicos», indica Maura. Para anotar más adelante: «Quien abandera el imaginario del éxito, de sentirse deseado, de experimentar por unos días que el mundo te mira, es precisamente el hijo del rey: Felipe es un privilegiado, qué duda cabe, pero uno con el que es posible identificarse. Está hecho de otra pasta y con otros materiales va a construir su legitimidad». Se fija Maura en la bandera que porta el príncipe y en las otras rojigualdas de aquella ocasión, que «son diferentes a las del desfile del 75 [en el paseo de Juan Carlos tras su toma de posesión] y, desde luego, de las del “a por ellos” de finales de 2017».
Y para Maura, en «plena cumbre de la modernidad política española», llegó «la pérdida de la inocencia»: los casos Marey, Amedo y Gal, la Guerra de los Balcanes, la ruta del bakalao, los crímenes de Alcàsser, la televisión privada, Roldán, los superfondos… Desde esta perspectiva ve el autor, a partir de 1992, «la declinación de las crisis económicas posteriores, así como la indignación y el ciclo 15 M-Podemos». Queriendo matizar: «España no se indigna con los que quieren vivir en el paraíso. Lo hace con quienes embarran el camino y se aprovechan de su posición para hacer trampas». En otro momento, Maura hará mención del vídeo de Susana Díaz sobre la rabieta de los indignados que «aspiraban a una casa en la playa», pero no nos habla del derecho a tener una casa en la montaña. Maura hace la salvedad, no obstante, al acabar el libro, como aviso a los navegantes, de que no ha escrito el libro para regodearse «en la infamia de la transición, en sus mentiras y omisiones». Por si acaso.
Se detiene el ensayista, a continuación, en el análisis del consenso y el conflicto como factores democráticos. Con relación al dispositivo consensual habla del juego de la diversidad y la baldosa: «Se puede ser anarquista, demócrata cristiano, liberal, socialista, conservador ácrata, comunista o lo que se quiera, siempre que nadie se salga de los límites de la baldosa de lo discutible». Y por lo que respecta al conflicto, afirma que «una democracia es más profunda cuanto más conflicto es capaz de asumir y tramitar». En este sentido vuelve a lo ya expresado con relación a la Atenas democrática y a la tragedia. En este mismo apartado es interesante la reflexión del autor sobre el liberalismo y el nacionalismo/estado-nación. Escribe en positivo sobre los «liberales moderados de los treinta», quizás por alguna querencia de origen, para afirmar de seguido que «España es un país con liberales, pero sin liberalismo». Una muy significativa opinión, al pairo de las acciones de Pedro Schwartz, Antonio Garrigues Walker o Enrique Larroque, a los que cita.
Capítulo aparte merece su apreciación, vivida en primera persona, del terrorismo de ETA, como uno de los «puntos cardinales» en la configuración de la democracia en España. «Yo he odiado a ETA toda mi vida, pero también he sufrido la violencia de sentir que no me dejaban hacerlo con mis propias palabras». Se explaya sobre las «equidistancias» dentro de la cultura del péndulo: «En el fondo era un intento de reinventar para el progresismo lo que el péndulo denominaba equidistancia».
Maura asumirá, en definitiva, que la España de los noventa es la de su «formación individual y colectiva», siendo un tiempo «de crítica política y de asunción de un punto de vista de izquierdas, pero también de evasión de la realidad». Para, al cabo, preguntarse: «¿Qué podemos hacer con esa herencia que no poseemos, sino que somos? (…) ¿Hasta qué punto la imagen bidimensional de España que construye la transición le hace violencia a la tridimensionalidad de la democracia?» Y contestarse: «Qué hagamos con los conjuntos y subconjuntos disponibles es una pregunta excelente de la que solo puedo decir que ya no la responderé desde el escaño». Una incógnita sobre el propio futuro de Eduardo Maura. ¿Va a volver, en exclusiva, a la Filosofía, abandonando la política?
Pero el político no quiere cerrar el libro sin apostrofar algunos conceptos: 1. «No estamos en una segunda transición, como mucho en una segunda oportunidad». 2. «La crisis económica e institucional que vivimos desde 2008 ha acentuado una organización social que muestra trazos sobresalientes de miedo a la pérdida». 3. «De compuestos reformistas y rupturistas, progresistas y conservadores, va a estar hecho todo lo que consiga políticamente España en los próximos treinta años». Y 4.«No hay esperanza sin miedo ni hay miedo sin esperanza, como explica Spinoza. Lo que es seguro es que nada importa más que la gestión del miedo y de la esperanza».
Y al fin del fin del jardín, otra confesión de Eduardo Maura: «En realidad no solo quería escribir un libro sobre mi generación, sino un libro para entender a mi madre».