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No es de extrañar que Simone Weil (París, 1909-Ashford, Reino Unido, 1943) deslumbrara a Albert Camus e incomodara a Simone de Beauvoir. Como no es de extrañar que a medida que se desentierran textos menos conocidos o difundidos se atice una curiosidad inusitada. Su innegociable libertad a la hora de pensar y debatir está aquí intacta, y resulta tan estimulante como esclarecedora. Aunque se había publicado en Argentina en 1957 por la Editorial Sudamericana, estaba descatalogada esta gavilla que, bajo el epígrafe Opresión y libertad, recoge “ensayos de crítica social y política”. Con una nueva y límpida traducción de Luis González Castro, a partir de la edición de Gallimard de 1955, estos textos fueron en su mayoría escritos entre 1933 y 1934, salvo el último, inacabado, ya que está datado el año de su muerte, cuando al parecer se dejó morir como protesta ante el alto mando aliado, que se negó de plano a que fuera arrojada en paracaídas para unirse a la resistencia francesa. Hubiera sido otro tipo de suicidio, dada su precaria condición física y su mermada salud. Su mente, sin embargo, seguía hirviendo de verdad.

 

Simone Weil: Opresión y libertad.
Página indómita 2020. Traducción: Luis González Castro. 192 pág. 19 €

Este pequeño volumen atrae desde su portada, con una fotografía de Simone Weil en plenitud y con un fondo azul celeste, aunque mucho me temo que no sería de su agrado: por poner su imagen como reclamo, algo contrario a su sentido del pudor, y por ese azul tan grato que no es precisamente lo que busca su pensamiento. Pero el lector contemporáneo lo agradece.

Es imprescindible señalar que los textos más vibrantes fueron escritos en una época especialmente crítica en Europa, a comienzos de los años 30, con el irresistible ascenso del nacionalsocialismo en Alemania y el afianzamiento de la Revolución de Octubre con la política atroz de Stalin. Es en ese escenario donde Simone Weil aplica con una lucidez pormenorizada su análisis de las esperanzas políticas del marxismo y sus falacias científicas. Como lo que pretende esta breve reseña es sobre todo invitar a leer y a que el lector juzgue por sí mismo, me limitaré a levantar acta de algunos de los hallazgos de una lectura en la que la “filósofa, mística y activista social” (así la califican en la solapa) se esmera sobre todo en hacerse entender con un lenguaje claro y asequible a quien esté dispuesto a prestar atención. Se trata de nueve ensayos de diferente extensión. Los más jugosos publicados en La Critique Social y La Révolution prolétarienne. Si algo engloba todo el volumen es la cita que abre el primer texto, ‘Perspectivas: ¿Nos dirigimos hacia la revolución proletaria?’, de sus amados clásicos griegos. Pertenece a la tragedia Áyax, de Sófocles: “Desprecio al mortal que se anima con esperanzas vanas”. Si hay algo que buscará la autora con denuedo, contra todo y contra todos, es la verdad.

Crítica con la revolución comunista

En los primeros compases ya ofrece también una de las deducciones de su pensamiento radical. Tras reconocer que a lo largo de toda la historia los hombres han “luchado, sufrido y muerto para emancipar a los oprimidos”, cuando han tenido éxito “no han tenido otro resultado que el de reemplazar un régimen de opresión por otro”. Aunque en más de una ocasión manifiesta su admiración por Karl Marx, mucho antes que la mayoría de los intelectuales que se dicen de izquierdas (1933) dice lo que sabe sobre la Revolución de Octubre: “desde hace unos quince años, reina sobre una sexta parte del globo un Estado tan opresivo como cualquier otro, y que no es ni capitalista ni obrero. Ciertamente, Marx no previó nada similar, pero amamos la verdad incluso más de lo que amamos al propio Marx”.

Leer a Simone Weil es como asistir con asombro a un pensamiento en acción, un cerebro hirviendo. Sus reflexiones sobre la tecnología y la burocracia resultan hoy tan pertinentes como entonces, una burocracia (sindical, industrial y del Estado) que en su deshumanización del obrero es igual de despreciable tanto en el territorio capitalista como en el llamado socialista. Brilla a la hora de desmantelar la forma de razonar de Lenin: un método que “consiste en reflexionar para refutar, estando ya dada la solución antes de la investigación”. ¿Dónde radica la solución? En “el Partido, del mismo modo que para el católico viene dada por la Iglesia”. Tras reiterar (en el ‘Examen crítico de las ideas de revolución y progreso’) que “si la Revolución de Octubre en Rusia parece haber creado algo nuevo, se trata simplemente de eso: una apariencia; tan solo ha reforzado los poderes que eran los únicos reales bajo el zarismo: la burocracia, la policía y el ejército”, pero de forma mucho más eficaz e implacable, es en los dos últimos textos donde hallamos ideas dignas de ser atendidas y examinadas. Si en ‘Fragmentos, Londres, 1943’, señala que de “la interpretación marxista de la historia, no se puede decir nada el respecto, porque no existe”, en ‘¿Existe una doctrina marxista?’, subraya que “la única contribución real de Marx a la ciencia social consiste en haber postulado la necesidad de tal ciencia”, porque respecto a la cara expresión para la feligresía comunista de “socialismo científico”, el adjetivo científico “no es más que una ficción. O quizá habría que decir más crudamente que es una mentira”. Simone Weil piensa que Marx era “incapaz de realizar un verdadero esfuerzo de pensamiento científico, porque no le interesaba el asunto. A este materialista solo le interesaba la justicia. Estaba obsesionado con ella”. A Simone Weil también le obsesiona la justicia, pero no a costa de la verdad.

Periodista