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Alain Finkielkraut (París, 1949). Filósofo, ensayista, y polemista. Profesor de Historia de las Ideas en la Escuela Politécnica de París. Miembro de la Academia Francesa. Sus obras más importantes son Nosotros los modernos, La identidad desdichada, La derrota del pensamiento, La humanidad perdida y El judío imaginario.

Avance

“Hemos entrado en la edad de la posliteratura”, en el sentido de que “en su lucha contra la mentira, el arte está perdiendo la partida” sostiene Alain Finkielkraut en este ensayo. Pensador y activista de mayo del 68, miembro de los llamados “nuevos filósofos” -junto con Bernard-Henri Levy, Pascal Bruckner y André Glucksman- reacciona ante algunos de los postulados de aquella revolución cultural y sostiene que el nuevo orden moral y la cultura de la cancelación han puesto en jaque a la educación, el derecho, y a la libertad de expresión y la literatura. A lo largo de sus páginas expone las contradicciones de algunos de los ismos de lo que él llama era postliteraria: nihilismo, wokismo, antiespecismo, los populismos -de izquierdas y de derechas-, el neofeminismo simplificador, feísmo… tomando pie de noticias de actualidad relacionadas con el movimiento #MeToo o la cultura de la cancelación. Cuenta con su experiencia de observador e incluso de víctima (fue expulsado de un canal de televisión por sostener ideas políticamente incorrectas), y también con dos grandes referentes: el novelista norteamericano Philip Roth y el escritor checo Milan Kundera.

Especialmente graves le parecen las amenazas que se ciernen sobre la educación, el derecho y la libertad de expresión (y la creación artística en general). De la primera dice que [el nuevo orden moral] “arruina la autoridad del maestro en la escuela (la propia palabra maestro ha desaparecido)”[…] Y se llega así, en nombre de la igualdad, a traicionar el ideal de la igualdad de oportunidades”. Respecto del derecho afirma que “se aprueban apresuradamente leyes para poner la justicia penal al servicio de la justicia popular”, y la cultura de la cancelación se lleva por delante el papel jugado por el derecho: “que representa el esfuerzo grandioso de la civilización para arrebatar la justicia a la pasión justiciera”. Del arte y la literatura sostiene que “En la lucha contra la mentira el arte siempre ha ganado y siempre ganará”; pero que ahora “el arte está perdiendo la partida”.

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Artículo

Sostiene Alain Finkielkraut que “hemos entrado en la edad de la posliteratura”, en el sentido de que “en su lucha contra la mentira, el arte está perdiendo la partida”. En el nuevo orden moral y en la cultura de la cancelación “los libros ya no tienen ninguna virtud formativa. Se dirigen a lectores que desde antes incluso de entrar en la vida se niegan a que se les cuente, y miran la Historia y las historias con la inteligencia soberana que les confieren la victoria total sobre los prejuicios” (pp. 184-185).

Finkielkraut recopila en este ensayo algunos de los ismos, de esta era posliteraria: nihilismo, wokismo, antiespecismo, los populismos -de izquierdas y de derechas-, el neofeminismo simplificador, feísmo… etc. Y para diseccionarlos se apoya en su propia experiencia como pensador de Mayo del 68, -perteneció al grupo de los llamados “nuevos filósofos” con Pascal Bruckner, André Glucksmann y Bernard-Henri Lévy-, cuyas luces y sombras observa con la perspectiva del tiempo, así como en dos grandes referentes literarios: el norteamericano Philip Roth y el checo Milan Kundera.

Claves del nuevo orden moral

Toma pie de su discurso de entrada en la Academia Francesa, que tituló El nuevo orden moral o el triunfo de la tía Céline. Veía encarnadas en este personaje de En busca del tiempo perdido, de Marcel Proust, las claves de un nuevo orden moral que ha caído sobre la vida del espíritu en el siglo XXI, y comienza el ensayo describiendo sus características. “Su bandera es la humanidad. Su enemigo es la jerarquía. Arruina la autoridad del maestro en la escuela (la propia palabra maestro ha desaparecido)”. (p.21)

En el mundo del arte, la creación y el pensamiento, el ideal estético ha sido sustituido por el ideal igualitario: “Artes plásticas, literatura, teatro, danza, ópera, cine, filosofía, religión: todo esto ha pasado ya a ser defensa de la buena causa

[…] Nuevo orden moral que, al estimar que Philip Roth y Milan Kundera son demasiado sexistas para merecer el Premio Nobel y retirar Lolita de Nabokov de todos los programas universitarios, alardea de no seguir concediendo prebendas y de sancionar los daños causados como fantasmas de los últimos representantes del sistema patriarcal. Ya no es el ideal estético lo que inspira sus anatemas y su empresa de reeducación, es, según el modelo de tía Céline, el ideal igualitario”. (p. 22)

La posliteratura. Alianza. 2023.

En virtud de este ideal, el nuevo orden moral practica asiduamente “la escritura inclusiva para dar a las mujeres el lugar que les corresponde en las palabras y en la vida. Si copiara en la pantalla de su ordenador la frase de Salman Rushdie: ‘Algo nuevo estaba ocurriendo, el surgimiento de una nueva intolerancia. Se extendía por toda la faz de la tierra, pero nadie quería ponerse de acuerdo. Se ha inventado una nueva palabra para que los ciegos sigan siendo ciegos: islamofobia’, la leería, instando a sustituir la palabra estigmatizante ciegos por la más benévola personas deficientes visuales. Y sigue diciendo: “Bajo su égida, la Bella Durmiente del bosque ya no se despierta gracias a un beso no consentido, retira del repertorio del Teatro de la Ópera, El lago de los cisnes (…) porque no podría tolerar por mas tiempo una intriga en la que el personaje maléfico es un ave de color negro”. (pp. 21-22)

Como ese nuevo orden “no esquiva ningún campo de la existencia, su devoradora pasión democrática limpia nuestra civilización de todo cuanto le da valor”.

Además, “la religión de la humanidad no le exige que se defienda, sino que se confiese, que admita todas sus faltas e inicie así la larga senda de la redención”. A lo largo del ensayo, el autor subraya que esta vez el enemigo de la civilización no está fuera, sino dentro y recuerda la frase de Polibio: “‘Ninguna civilización cede a una agresión exterior si no ha desarrollado antes un mal que le corroía desde dentro’… mal que es hoy tanto más temible cuanto que se presenta como culminación del Bien”. (p. 24)

En el capítulo Las terribles simplificadoras, Finkielkraut analiza el fenómeno del #MeToo, repasa los casos de personajes públicos denunciados como Dustin Hoffman, Plácido Domingo o Elie Wiesel, y afirma: “esos comportamientos no merecen ninguna indulgencia, pero no por ello podríamos hablar de orden patriarcal hoy, cuando el hombre se convierte en optativo en la afiliación. La dominación masculina en nuestras latitudes es un fenómeno residual”. (p. 32)

Crítica otras formas de opresión contra la mujer cómo los vientres de alquiler, parafraseando a Charles Péguy “cada mundo será juzgado por lo que haya considerado negociable y no negociable”. Y considera que lo que llama “neofeminismo” carece de justificación. Ese feminismo -afirma- es “un realismo socialista; una desertificación del sentimiento; un vandalismo y un bovarismo [de Madame Bovary]”, en el sentido de que “las neofeministas como los contestatarios de mayo del 68 que se creían revolucionarios viven en un mundo imaginario […] cuando nunca en la historia de la humanidad las mujeres han sido tan libres como lo son hoy en Europa occidental, y si mañana las cosas cambian, se deberá a la deseuropeización de Europa”. (pp. 42 – 44)

El problema es que “lo políticamente ha abierto un nuevo capítulo en la historia de la mala conciencia”.

El “izquierdismo cultural” que estaba en los postulados de mayo del 68, “ha reorientado su discurso” -señala Finkielkraut-, “quería un mundo sin represión, ahora aspira a un mundo sin dominación. Después de haber dicho con William Blake ‘el deseo que no va seguido de la acción engendra pestilencia’ defiende, en el campo mismo del deseo, al débil contra el fuerte”.  Añade el autor “quienes hoy se sienten moralmente superiores me recuerdan las palabras de Jesucristo ‘Ves la paja en el ojo de tu hermano pero no la viga en el tuyo’ o la implacable máxima de Nicolás Gómez Dávila “nadie desprecia tanto la tontería de ayer como el tonto de hoy”. (pp. 58 – 59)

Las grandes víctimas del nuevo orden moral son la literatura y el derecho, a los que califica de «los antídotos contra la desaparición de lo particular en lo general. La atención a las diferencias y el rechazo a pensar en masas, que caracterizan al enfoque jurídico y al literario, nos preservan de la ideología”; pero en períodos revolucionarios como el actual “esa humanidad y esa perspicacia quedan barridas por el aluvión de una piedad despiadada y se aprueban apresuradamente leyes para poner la justicia penal al servicio de la justicia popular”.

Recuerda el autor que “el derecho representa el esfuerzo grandioso de la civilización para arrebatar la justicia a la pasión justiciera […]  Para la justicia popular matizar es debilitar; distinguir es minimizar”. Y “la gran máxima de todos los sistemas jurídicos civilizados -que la carga de la prueba incumbe a la acusación- le resulta aborrecible, puesto que ese principio implica no dar por cierto sin más el testimonio de las víctimas es la verdad indefectiblemente”.

Se pregunta Finkielkraut “¿para qué sirven entonces la presunción de inocencia, la exigencia de pruebas, el principio de contradicción, los abogados…?  Y apela a Michel Foucault que en un diálogo con los maoístas en 1972 señalaba “¿No es el establecimiento de una instancia neutral entre el pueblo y sus enemigos capaz de establecer la división entre lo verdadero y lo falso el culpable y el inocente lo justo y lo injusto una forma de oponerse a la justicia popular? (pp. 62- 63)

Por expresar todas estas ideas, el filósofo fue despedido del canal de televisión donde tenía una columna semanal, como cuenta en el libro. “La revolución cultural está en marcha” apostilla. (p.65)

Pone el ejemplo del novelista judío Philip Roth, ganador del Pulitzer, y uno de los grandes de la letras americanas según Harold Bloom, que ha sido acusado de machista y misógino -además de obsceno-, y juega irónicamente con el título de una de sus novelas, La mancha humana para afirmar:

“Lo políticamente correcto es un esfuerzo gigantesco por enderezar el árbol de la humanidad. Sin embargo, ‘la mancha está en todos y cada uno, es permanente, inherente, constitutiva’

como dice Fauna Farley la portavoz femenina de Philip Roth: ‘por eso lavar esa mancha es tan solo una broma, y hasta una broma bárbara’. La fantasía de la pureza es aterradora, es demencial ¿Qué es la búsqueda de la purificación sino una impureza más?”. (pp. 71 – 72)

Toma pie de una idea de La mancha humana de Roth para dar la vuelta al #BlackLivesMatter: “ya no es el racismo lo que tiene el poder de arruinar y de destrozar carreras en Estados Unidos sino el antirracismo”. Como señalaba la activista Robin D’Angelo “La identidad blanca es intrínsecamente racista”. (pp. 82 – 83)

El #BlackLivesMatter ha logrado que “la civilización occidental se sienta en el banquillo en la mayoría de las universidades”, primero en EE.UU., y ahora en Europa. De los Dead White European Males -señala el autor- “provienen la totalidad de los males que se esparcen sobre la tierra: la esclavitud, el colonialismo, el racismo, el sexismo. la homofobia, la transfobia”. Y recuerda cómo “en Cambridge estudiantes tildaron a Beethoven de too pale, too male, too tale (demasiado pálido, demasiado masculino, demasiado rancio)”. Pero en este denuncia general del antirracismo -observa Finkielkraut- no tienen cabida  “ni las tratas negreras árabes de África, ni los insultos rostro pálido, cara de acelga o blanco de mierda, ni el antisemitismo árabe musulmán”. (pp.85-87)

Para la doxa progresista el separatismo islámico o el racismo anti-blanco no son hechos probados sino opiniones inadmisibles”. (p. 87)

Kundera y el estalinismo

Los ataques laicistas en Francia contra tradiciones cristianas como los belenes, le hace recordar a Finkielkraut la paradoja señalada por Kundera. Decía este que: “al borrar toda memoria cristiana en los países del Este, el estalinismo dejó brutalmente claro que todos, creyentes o no creyentes, blasfemos o devotos, pertenecemos a una misma cultura enraizada en el pasado cristiano, sin el cual no seríamos más que sombras sin sustancia, razonadores sin vocabulario apátridas espirituales”. (p. 177)

Milan Kundera. Foto © Wiki Commons

Para el pensador francés, lo más inquietante del nuevo espíritu totalitario es que no es un poder externo a la sociedad:

“el Big Brother no está donde estaba: ya no domina a la sociedad, y es una emanación de ella” (p.180)

 [Recopilamos a continuación otras reflexiones del autor en torno a diversos temas relacionados con el nuevo orden moral]

 Comunismo y progresismo

“Hace 30 años la caída del muro de Berlín supuso la muerte del comunismo. Pero el progresismo tomó el relevo y perpetuó la idea de una consecución del bien en la historia. Los burlones de después del humor atosigan con el sarcasmo a los que miran hacia atrás con nostalgia o no muestran suficiente respeto por los dogmas del día. Cualquier broma que no se ajuste a ese modelo registrado es susceptible de denuncia”. (p. 175)

Mayo del 68 y la educación

“En 1968 los jóvenes aparecieron como tales en la escena mundial y denunciaron con fuerza la autoridad como una fuerza de dominación. De la primavera de mayo data la confusión del maestro que enseña con el que oprime. Poco después de aquella gran revuelta, a Paul Ricoeur, que entonces era rector de la Universidad en Nanterre, le vaciaron en la cabeza una papelera. Y en lugar de aprender la lección de esa barbarie, la institución apoyó el sinsentido que la hizo posible. […] A partir de ahí los adolescentes y hasta los niños se convirtieron en los actores de su propia educación y la autorización sustituyó a la autoridad”. (p.117)

“Mayo del 68 fue también el triunfo de la espontaneidad sobre las convenciones y la buena educación. Los modales se dejan a la burguesía moribunda […] El civismo vuelve a nosotros por intermediación de su antónimo y nos damos cuenta de que la inhibición no es una llamada al orden como decíamos en el 68 es una llamada al otro”. (p.118)

Mayo del 68 y la primavera de Praga

“’Mayo del 68 -escribe Milán Kundera– era una revuelta de los jóvenes. La iniciativa de la primavera de Praga estaba en manos de adultos que basaban su acción en su experiencia y en su decepción histórica. El mayo de París ponía en tela de juicio la llamada cultura europea y sus valores tradicionales […]

la primavera de Praga era una defensa apasionada de la tradición cultural europea en el sentido más amplio y tolerante de la palabra,

la defensa del cristianismo como del arte moderno ambos negados por el poder’. La mera palabra tradición sacaba de quicio a los del 68 […] La propia noción de cultura se cuestionaba el nombre de la equivalencia de gustos, prácticas y discursos. Se pasó así de la gran proclama emancipadora todos los hombres son iguales a la afirmación nihilista todo es igual” (p. 118)

Cultura del feísmo

“Hoy la propia canción ha quedado destronada por los vituperios del rap y el estruendo de la música electrónica o tecno. Sucede con la música lo mismo que con la cultura: es la misma palabra pero no es en absoluto lo mismo […] La fealdad nunca deja de expandir su imperio. Caiga la vergüenza sobre quienes se ponen al servicio de la fealdad”. (pp.108-109)

La igualdad traicionada

“Hoy el infierno escolar está empedrado con las mejores intenciones igualitarias: para favorecer a los más desfavorecidos se marginó en las escuelas una cultura patrimonial que se suponía que beneficiaba a los herederos y se suprimió la selección. Resultado: el nivel de exigencia se ha desplomado y los padres que pueden permitírselo se saltan el mapa escolar o envían a sus hijos a la enseñanza privada. Y  se llega así en nombre de la igualdad a traicionar el ideal de la igualdad de oportunidades. (p. 113)

La rebelión del pudor

“[El pudor] no tiene nada que ver con la mojigatería. No condena el placer de los sentidos, protege celosamente su intimidad.  [Escribe Kundera] ‘Pudor: reacción epidérmica para defender la vida privada, para exigir una cortina en una ventana, para reclamar que una carta dirigida a A no la lea B. Una de las situaciones elementales del paso a la edad adulta, uno de los primeros conflictos con los padres es la reivindicación de un cajón para las cartas y los cuadernos personales, la reivindicación de un cajón con llave; se entra en la edad adulta a través de la rebelión del pudor’. Ahora se entra abriendo el cajón y publicando en Facebook o Instagram todo lo que contiene.  En lugar de la llave, la pantalla. (p. 126)

Libertad de expresión

“La libertad de expresión es una conquista de la civilización. […] expresarse en público no es dejarse llevar es -y no por censurarse sino por engrandecerse- hablar bajo el control del superyó. ¿Qué puede significar la transgresión de las normas de urbanidad en un mundo en el que tales normas ya no son de aplicación? Cuando la ausencia de normas se convierte en la norma y todo el mundo se pone a hablar como le da la gana, ‘ la mejor manera de servir a la República es -según escribe Francis Ponge- devolverle fuerza y distinción al lenguaje’” (p. 124)

Arte y propaganda

“El 8 de septiembre de 2020 bajo el impacto del caso Weinstein y el asesinato de George Floyd, la Academia de las Artes y Ciencias cinematográficas presentó una nueva lista de criterios de elegibilidad para la categoría de mejor película: Al menos uno de los actores principales o secundarios debe pertenecer a un grupo racial o étnico sobrerrepresentado […] De modo que para Hollywood los cineastas ya no son libres de imaginar a sus personajes: caen en la categoría de especímenes. […] Una vez más la propaganda invade el arte. Y tal abordaje no es obra de un estado totalitario, sino que viene prescrito y aplicado por el propio medio cinematográfico […]

‘La acción de la literatura sobre los hombres es quizá la última sabiduría de Occidente’ escribía Levinas. Mediante la acción de lo políticamente correcto sobre las obras de ficción pasadas presentes y por venir Occidente nos dice adiós” (p. 135)

Anti especismo: los falsos amigos de los animales

“El término especismo, acuñado por Peter Singer, en referencia explícita al racismo y al sexismo, indica la afirmación de una superioridad ontológica del hombre sobre el resto de la creación. Semejante pretensión tendría las mismas consecuencias fatales que la misoginia o que el desprecio por las llamadas razas inferiores. Los anti especistas son, por lo tanto, abolicionistas. Desde su punto de vista, la liberación de los animales debe seguir a la de los esclavos, los colonizados, y las mujeres. Y para dejar claro que defienden la igualdad de todos los seres sensibles, se cuidan de decir otros animales cuando hablan de ellos. ¿Qué quiere decir liberar a los cerdos, las vacas, las cabras, las ovejas, o las gallinas? Son animales que no están hechos para la vida salvaje. Trabajan para el hombre y con el hombre. A partir del momento en que deja de entenderse esa colaboración multisecular y la ganadería en granjas y la ganadería intensiva quedan condenados bajo el mismo epígrafe de dominación, los animales llamados del mercado no tienen cabida en esta tierra”. (pp. 150 – 151).

La lucha entre el arte y la mentira

Concluye Finkielkraut recordando las palabras de Solzhenitsin cuando recibió el Nobel de Literatura: “En la lucha contra la mentira el arte siempre ha ganado y siempre ganará”.  Los hechos parecían darle la razón, con la caída del Muro, pero cincuenta después se ha visto que no, subraya el autor. “Neofeminismo simplificador, antirracismo sonámbulo, recubrimiento metódico de la fealdad y de la belleza del mundo mediante las ecuaciones del pensar calculador, negación obstinada de la finitud: en su lucha contra la mentira el arte está perdiendo la partida”. (p. 185)

 

Doctor en Comunicación, periodista y escritor.