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Musicofilia. Relatos de la música y el cerebro. Oliver Sacks, Editorial Anagrama, Barcelona, 2009, 562 págs.

Resultaría difícil, y arriesgado, cualquier intento de aplicar a la personalidad múltiple de Oliver Sacks alguna de las clasificaciones que podrían servir al crítico para orientar a los lectores sobre la naturaleza y calidad de sus obras. Excelente narrador y dotado prosista, como lo ha demostrado en la deliciosa autobiografía El tío Tungsteno, asombra la finura intelectual y conocimientos médicos plasmados en su famoso estudio clínico Despertares, llevado al cine con éxito notable, pese a que se trataba de un serio trabajo de investigación neurológica. Médico, científico, ensayista y ameno escritor, en el conjunto de su obra se percibe la importancia concedida al ser humano, en toda su amplia dimensión, cuya actividad cerebral aspira a conocer en profundidad. Trata así de afinar en los diagnósticos y aplicar luego el tratamiento más adecuado para corregir, o sanar, según las circunstancias, las enfermedades.

EL FENÓMENO DE LA PERCEPCIÓN MUSICAL

Dentro de esa tónica, aborda en su último libro, Musicofilia, una de las vertientes más complejas y desconocidas del cerebro humano, la que se relaciona con el fenómeno de la percepción musical. Se trata de una capacidad que, si es difícil definir por la diversidad de factores que intervienen en el proceso, es todavía más difícil de localizar, al encontrarse dispersa en distintas áreas del cerebro. Planteamientos razonados que se hace el doctor Sacks y le llevan a indagar con su habitual sagacidad en torno al modo de abordar cuestiones sobre los mecanismos de la mente que no se deberían dar por supuestos. Para empezar, se plantea una cuestión previa: ¿qué es música?, ¿quizás un puro ruido que puede ser captado por el oído? Evidentemente eso no es música. Entonces, hace falta ampliar y precisar el concepto. ¿Estamos en presencia de un fenómeno bastante más refinado y complejo?

Parece que sí. En tal caso, ¿no sería más exacto definir la música como un conjunto de sonidos armónicos relacionados unos con otros, que se suceden de acuerdo con un determinado ritmo o cadencia? Esta definición ya se aproxima bastante a la valoración que realiza el autor en torno al papel y las relaciones de la música en relación con el cerebro del hombre—y, por supuesto con el de la mujer, para que no haya suspicacias—.

Pero, además, como aclara el autor, no hemos de olvidar otro aspecto fundamental a considerar: en la música los sonidos armónicos transmiten las sensaciones, emociones y sentimientos concebidos en la mente del compositor o del intérprete, que el oyente percibe, y después incorpora, «almacena» en su memoria de modo permanente y hasta prevalece, incluso, cuando ha perdido el recuerdo de otros acontecimientos del pasado.

EL MISTERIO DE LA PERCEPCIÓN MUSICAL

De cualquier modo que se mire, el proceso es, como reconoce expresamente Oliver Sacks, apasionante, en cuanto nos introduce en un terreno muy complejo que apunta a la presencia de facultades radicadas en la mente humana, cuyas funciones no pueden entenderse en su totalidad consideradas tan sólo como ejercicio de las facultades racionales, puesto que son «algo más»: aluden a la presencia de valores intangibles del espíritu humano.

Al menos así lo considera el neurólogo, como experimentado conocedor de la mente a cuyo estudio ha dedicado muchos años de intenso trabajo en el tratamiento de miles de pacientes, cuyas enfermedades mostraban alteraciones más o menos graves, estrechamente relacionadas con el fenómeno musical. De sus experiencias en el ámbito de la neurología, deduce el autor algunas conclusiones que resultan muy útiles para conocer cómo funcionan algunos de los mecanismos que son comunes a sanos y enfermos. Y es que, como expone el autor de modo magistral: «Nuestros sistemas auditivos, nuestros sistemas nerviosos están exquisitamente afinados para la música. Hasta qué punto esto se debe a las características intrínsecas de la propia música, sus complejas pautas sónicas que se entretejen en el tiempo, su lógica, su ímpetu, sus secuencias inseparables, sus ritmos y repeticiones insistentes, la misteriosa manera en que encarna la emoción y la —voluntad— y hasta qué punto obedece a resonancias especiales, sincronizaciones, excitaciones, oscilaciones mutuas o retroalimentaciones en el circuito nervioso inmensamente complejo y de muchos niveles que subyace a la percepción musical y la reproduce, es algo que todavía no sabemos».

Para que una primera autoridad científica, tal es el caso de Oliver Sacks, afirme desconocer algunos de los elementos sobre los que investiga, se requiere una fuerte dosis de humildad profesional muy poco frecuente en este tipo de obras. Pero, al mismo tiempo, nos anima a los que sabemos todavía mucho menos que él a seguirle en su discurrir por los vericuetos de la mente relacionados con los misteriosos y atractivos mundos del espíritu y del arte creativo. Se trata de campos de expresión abiertos al genio humano que se renuevan de modo constante y de formas distintas a través de la historia, según las diversas épocas, razas y culturas.

Una vez acotados las líneas maestras por los que va a discurrir su trabajo como investigador y sanador de la mente, el autor se sitúa en el terreno que más le gusta y en el que se encuentra más cómodo: el ser humano ante la música, bien sea en calidad de compositor, de intérprete o de perceptor, estudiando las diversas formas conocidas de reaccionar ante ella.

Como adelantaba en el citado párrafo anterior, un curioso fenómeno que llama la atención de Sacks es la capacidad que tenemos la mayoría de las personas para captar la música en toda su integridad desde su «sentimiento original, hasta la melodía, su tono y tempo». Añade, además, que nuestro cerebro no sólo es capaz de «comprender» la música de este modo, sino también de recordarla a través de los años, con la particularidad de que melodías y acordes musicales percibidos durante la infancia pueden permanecer grabadas en el cerebro con nitidez a lo largo de la vida y ser reproducidos fielmente con la voz o el instrumento adecuado en cada caso.

MÚSICA Y EL CEREBRO, MÚSICA Y ALTERACIONES DE LA MENTE

No es de extrañar, pues, que tal «maravillosa maquinaria, quizá por ser tan compleja y tan tremendamente desarrollada —continúa Sacks— es vulnerable a diversas distorsiones, excesos y averías. La capacidad de percibir, de imaginar la música, puede verse afectada por diversas lesiones cerebrales: hay muchas formas de amusia. Por otro lado, la imaginería musical puede volverse excesiva e incomunicable, lo que conduce a la repetición obsesiva incesante de melodías pegadizas o incluso de alucinaciones musicales. En algunas personas, la música puede provocar ataques».

Así, el autor nos lleva como de la mano al terreno de sus investigaciones sobre los efectos que la música produce sobre el cerebro humano. Unos efectos que no siempre son positivos y saludables, ya que en determinados casos desencadenan alteraciones que pueden ser graves y afectar en particular a los profesionales, sean compositores o intérpretes. Serían los llamados por Sacks «trastornos de destreza» generados por los esfuerzos derivados de la necesidad de fundir la actividad intelectual con la emocional, como ocurre a la hora de crear o interpretar partituras. Si es cierto que la música ejerce una influencia benéfica en las personas normales, sean o no profesionales, sean o no aficionados, también lo es que no siempre sus efectos son igualmente saludables, cuando despierta sentimientos o recuerdos asociados a situaciones dramáticas o dolorosas para el oyente.

Mientras en determinadas circunstancias la música puede elevar los ánimos en declive, suscitar emociones o devolver la calma en momentos de fatiga o estrés, como así ocurre en gran parte de los casos, en otras los resultados no resultan igualmente favorables. En este sentido, aparecen referenciadas diversas anomalías de gran interés para orientar a los profesionales en el diagnóstico y tratamiento de enfermedades cuyos orígenes son difícilmente localizables ya que el propio paciente no logra definir los síntomas ni orientar al especialista sobre las posibles causas de los trastornos.

Se aprecia en las páginas del estudio, la realidad del dicho: no existen enfermedades, sino enfermos. Para Oliver Sacks, cada ser humano es un mundo, único e imprevisible, cuyas reacciones, por diferentes, apenas se pueden generalizar puesto que exigen una atención específica, adaptada a cada tipo de personalidad teniendo en cuenta sus circunstancias personales: edad, afectos, salud…

Al considerar los efectos que despierta la música en las personas, el autor señala con acierto esas diferencias: «Algunas personas, en número sorprendentemente elevado, ven colores o huelen o gustan o perciben diversas sensaciones cuando escuchan música aunque esta sinestesia se considere más un don que un síntoma».

VALOR TERAPÉUTICO DE LA MÚSICA
Tras analizar y ordenar los datos extraídos de casos reales se ofrecen los resultados de experiencia reconociendo las ventajas y posibilidades, apenas exploradas, del valor terapéutico de la música en pacientes afectados por dolencias neurológicas de distinta índole y gravedad. Según las fichas personales manejadas por Sacks en numerosos casos, expuestos con detalle, los enfermos respondieron muy favorablemente a la música incluso en situaciones de demencia en fase muy avanzada. La conclusión es muy clara, al reconocer que la música posee «un gran valor terapéutico para pacientes de diversas dolencias neurológicas. Estas personas podrían responder de manera intensa y específica a la música». Sin embargo, el recurso no debe aplicarse con criterios generales o indiscriminados. Hay que estudiar las peculiaridades de cada tipo de anomalía antes de elegir el método adecuado. Un error en esa elección puede agravar o al menos resultar inútil para mitigar la enfermedad. Se trata de un asunto de gran importancia que exige, además, el máximo cuidado por parte del especialista… teniendo en cuenta que «el papel terapéutico de la música en la demencia es muy distinto del que juega en pacientes con trastornos motores o del habla, la música que ayuda a los pacientes parkinsonianos posee un fuerte carácter rítmico pero no precisa resultar familiar o evocativa. En los afásicos es fundamental contar con canciones con letras o frases entonadas e interactuar con un terapeuta».

Impresiona la forma como Oliver Sacks ilustra las tesis científicas, basadas en hechos reales, con referencias directas, testimonios y cartas de pacientes, o de sus familiares, con valiosos datos que le sirven para fundamentar las teorías en sólidos argumentos. Algunos de los testimonios seleccionados son profundamente conmovedores al mostrar esa vertiente de humanidad que rodea las diversas facetas de la actividad profesional y personal del autor. «Aunque mi esposa padece Alzheimer la persona esencial pervive de manera milagrosa. Toca el piano varias horas al día y muy bien. Su ambición actual es memorizar el Concierto para piano en La menor de Schuman. Tiene 88 años y ha perdido el lenguaje pero toca cada día. Cuando ensayamos Mozart señala adelante y atrás adelantándose a las repeticiones. Hace dos años grabamos el repertorio completo a cuatro manos de Mozart que había grabado… en los años cincuenta. Aunque el lenguaje ha empezado a fallarle me encanta su concepción musical y su manera de tocar actual, más aún que en la grabación anterior».

La carta, de la que se reproduce un fragmento, es sólo una muestra, como resumen final, de la sensibilidad y delicadeza con las que el neurólogo Sacks desciende al trato directo con el ser que sufre y no sólo el paciente, a veces incapacitado, sino también, como en este caso, con las personas que le rodean y ayudan al médico, a base de paciencia, comprensión y amor, a cumplir con mayor eficacia su noble tarea de sanar la mente y el espíritu.

Abogado y Periodista