La estrepitosa caída de los regímenes comunistas ha traído consigo no sólo la desaparición de la ideología comunista, sino también un avergonzado silencio de los socialismos más radicales.
Después de todas las barbaridades que hemos tenido que leer durante tantos años es reconfortante que el realismo y el rigor del mercado dominen los análisis de la inmensa mayoría de los gobernantes de este mundo. Gracias a ello, la mayor parte de los países subdesarrollados están empezando a vislumbrar algo de luz al final del túnel y las libertades cívicas, bastante ligadas a las económicas, van floreciendo cada vez más.
¿Pero qué diablos ha pasado con esa izquierda honesta que se rebelaba contra la desigualdad y la injusticia y que aunque en general proponía remedios peores que la enfermedad expresaba al menos ideas y sentimientos conformes a los instintos de solidaridad, hermandad o caridad propios de las facetas más positivas del ser humano? La honestidad parece haberla perdido pero también carece de un proyecto claro de sociedad a la vez libre y solidaria. Sólo el reciente discurso de Michel Rocard en las elecciones francesas permite vislumbrar un intento de redefinición de un proyecto progresista.
Algo parecido, aunque en menor grado, le ocurre a la derecha, que ha visto triunfar sus planteamientos económicos pero no sabe como enfrentarse a las nuevas demandas de una sociedad en plena evolución en la que las ideas conservadoras están a menudo completamente desfasadas.
El silencio de la izquierda nos deja sin una confrontación global entre las soluciones que propone la ideología conservadora y una visión progresista del universo. Ambos enfoques son indispensables porque los rápidos y profundos cambios demográficos y tecnológicos que vive el mundo no pueden enfocarse solamente desde perspectivas conservadoras que pueden tender a ignorar realidades importantes simplemente porque no corresponden a una visión del universo demasiado anclada en el pasado. De hecho, la caída del socialismo radical se debe ante todo a su incapacidad de evolucionar, tanto en lo intelectual como en lo político, ante un mundo que no siguió el rumbo que sus dogmas predecían.
Grupos de presión espontáneos
Han aparecido en cambio los nuevos movimientos sociales, que expresan la reacción solidaria de grupos con afinidad de identidades que no tienen nada que ver con las clases de antaño y que defienden sus escalas de valores y sus intereses de forma parcial, subjetiva e independiente de cualquier visión global de los intereses de la sociedad en su conjunto.
Para un liberal, los intereses del conjunto de la sociedad se defienden mucho mejor como resultado de la defensa de intereses parciales en una sociedad democrática que como imposición por la burocracia, que dice defender los intereses de una clase social más numerosa, de su visión de lo que es mejor para la sociedad. Pero, ¿verdad que se nota a faltar una visión global de la forma de optimizar el bienestar colectivo respetando los intereses individuales o de grupo?
Frente al pragmatismo conservador y a la falta de proyecto socialista, nos encontramos pues con visiones radicales defendidas por grupos con intereses muy parciales, ante los cuales la sociedad va cediendo de forma a menudo incoherente.
Un ejemplo cuantitativamente muy importante se produce con la presión de los grupos ecologistas, que en algunos países alcanza niveles absurdos. Entre la destrucción sistemática del ecosistema tolerada por los gobiernos y la adopción de medidas cuyos beneficios son muy inferiores a su costo existe también un término medio que sólo se consigue con una visión global de la relación entre la Humanidad y la Naturaleza. Estamos pasando de la producción de desechos de todo tipo y su vertido clandestino con consecuencias enormemente nocivas a la imposibilidad de verter o tratar residuos que se producen inevitablemente. Algunos ecologistas prefieren ignorar el problema oponiéndose indiscriminadamente a cualquier solución por racional que sea y muchos políticos prefieren ceder a presiones localizadas en lugar de enfrentarse con la inevitable realidad: la civilización industrial produce residuos. Su producción debe reducirse, pero nunca podrá eliminarse totalmente y los que se produzcan deberán reciclarse, almacenarse o tratarse en función de un análisis racional de los costes y beneficios de las distintas alternativas.
Otro ejemplo menos importante en cuanto a sus implicaciones económicas pero significativo como ejemplo del impacto que puede tener la presión de los nuevos movimientos sociales es el de los éxitos que van obteniendo los grupos homosexuales de ambos sexos en cuestiones como la adopción, el matrimonio entre personas del mismo sexo, los derechos de pensión, etc…
Entre la tradicional visión conservadora que conducía a la represión indiscriminada y lo que está empezando a ocurrir en algunas sociedades avanzadas que consideran igualmente a la pareja homosexual y la heterosexual cabe sin duda un término medio que debería basarse en un elemental equilibrio entre la libertad individual y las prioridades de la sociedad en su conjunto.
La familia como ente socialmente protegido se basa en un hecho tan evidente que debería ser innecesario recordarlo: el instinto de supervivencia de cualquier especie le lleva a proteger la reproducción, que en la especie humana sólo es posible heterosexualmente. El enorme entramado jurídico y económico que las sociedades humanas han ido creando para proteger a la familia no hace otra cosa que plasmar ese instinto de supervivencia y no hay ninguna razón para extrapolarlo a formas de convivencia que no satisfacen ese objetivo. Si una pareja homosexual desea convivir y cederse derechos económicos debe adecuarse la legislación a esa posibilidad pero en ningún caso subvencionarla o protegerla fiscalmente con aportaciones que corresponden a la sociedad en su conjunto. En cuanto a la adopción de un niño, no debe olvidarse que independientemente de los traumas psíquicos que pudieran resultar para el niño, la sociedad tiene obligación, para su propia supervivencia, de proteger la heterosexualidad.
Necesidad de proyectos globales
Estos dos ejemplos de la influencia de los nuevos movimientos sociales no son un requisitorio en contra suya sino la manifestación de mi inquietud ante la carencia de una visión global que permita a la sociedad en su conjunto enfrentarse con las realidades del mundo de hoy. Esa inquietud, compartida por una parte cada vez mayor del electorado en los países democráticos, coloca a los políticos y líderes de opinión ante una responsabilidad histórica: la elaboración de propuestas ideológicas adaptables al siglo XXI.