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Cuando el equilibrio entre los poderes de los estados comienza a quebrarse ante la aparición de una fuerza-estado prepotente y agresivo, aparece la «situación de crisis» intermedia entre la paz y la guerra que es preciso manejar o controlar para evitar que el desequilibrio aumente —escalada— y volver al equilibrio pacifico. Si ese control de la crisis, esa «maniobra de crisis» falla se llegará al choque armado cuya finalidad es restaurar el equilibrio perdido por medios violentos para crear una nueva situación de paz.

Así, pues, toda crisis internacional, como la provocada por Irak mediante la agresión y conquista de Kuwait, supone una alteración del equilibrio de fuerzas geopolíticas que conviene analizar para intentar llegar al fondo del problema.

Cuando la Geopolítica, como ciencia de la relación entre el poder político y el espacio geofísico —la «sangre y el suelo» en incisiva expresión de Ratzel— se hermana con otras ciencias que también estudian otras formas de poder como la economía, la estrategia, la cultura o la historia, nacen nuevas ciencias derivadas de la Geopolítica, madre de todas ellas, como son la Geoeconomía, ¡a Geoestrategia, la Geocultura o la Geohistoria.

La raíz geopolítica de la crisis

Vamos a intentar un esfuerzo analítico de la Crisis del Golfo Pérsico a la luz de las teorías de la Geopolítica y de sus dos más importantes derivaciones científicas teóricas: la Geoeconomía y la Geoestrategia.

Una de las leyes fundamentales de la Geopolítica se encuentra en las teorías de las hegemonías, sean éstas mundiales o regionales. La Crisis del Golfo tiene, como vamos a ver, su raíz en un intento de alcanzar por parte de Saddam Hussein —típico caso de «perturbador continental»— una hegemonía en el espacio claramente geopolítico —y también geoeconómico y geoestratégico— de Oriente Medio manejando la enorme fuerza política del panarabismo islámico.

Todo estado en crecimiento tiende hacia la expansión geográfica de su territorio a costa de los estados fronterizos que juzga más débiles. Cuando tal estado expansionista alcanza un elevado nivel de potencia política, económica, militar, ideológica, religiosa, etc., corre el riesgo (o la fortuna si no es derrotado) de que en él surja un Jefe, un caudillo, un conductor, un «fuhürer», con ansias de aspirar a la hegemonía, en principio regional y más tarde, si no es frenado por los estados oponentes, mundial.

Esta clara ley geopolítica de «los hegemones» tiene una aún más clara confirmación histórica (geohistórica para mayor precisión) en la figura de las grandes naciones imperiales en su periodo —casi siempre efímero— de hegemonía. La Grecia de Alejandro Magno, la Roma de César Augusto, la Turquía de Solimán el Magnífico, la Rusia de Pedro el Grande, la Francia de Napoleón y la Alemania de Hitler, son ejemplos paradigmáticos, entre otros muchos, que confirman esta ley fundamental de la geopolítica, que subyace en las famosas teorías de tan famosos tratadistas como el norteamericano Mahan, creador de la teoría hegemónica del Poder Naval (Sea Power), el británico Mackinder, teórico del Poder hegemónico Terrestre (Land Power), y el sintetizador de los dos anteriores, el francés Castex, quien formuló la figura geopolítica del «perturbador continental», aplicable perfectamente al agresivo Saddam Hussein.

Esta ley geopolítica de la tendencia a la hegemonía de los perturbadores continentales tiene un corolario, una consecuencia axiométrica que consiste en la «automática reacción» que contra el perturbador continental se provoca por la potencia hegemónica marítima apoyada por los estados amenazados directamente por el ambicioso «perturbador».

Si aplicamos estas esquemáticas formulaciones geopolíticas al caso del actual estado-fuerza iraquí, dominado férreamente e hipnotizado por el perturbador Saddam Hussein —(el perturbador continental, dice Castex, siempre hipnotiza a su pueblo que !e sigue ciegamente)— observamos que desde la toma del poder en 1979 —hace tan sólo 10 años— Saddam ha planeado con fría minuciosidad un plan de hacer de Irak la potencia hegemónica del mundo árabeislámico mediante la agresión y la conquista. El objetivo, el grandioso objetivo de este plan era ir conquistando paso a paso y golpe a golpe los países de su entorno comenzando por el que, en su opinión, fuese el más débil, para continuar con los demás hasta hacerse el dueño de todo el Oriente Medio, reinstaurando, por así decirlo, el Gran Califato Árabe de Oriente de la Edad Media. En este sentido, el primer gran envite lo lanza Saddam contra el vecino que él suponía —con aparente razón— el más débil en aquel momento: el Irán de 1980 convulsionado por la sangrienta revolución del feroz e iluminado Jomeini. El astuto Hussein ataca por sorpresa a Irán pensando en conquistar la antigua Persia en un «paseo militar», Pero se equivoca porque el maltratado pueblo iraní y su desmembrado ejército, diezmado por las sangrientas purgas de Jomeini, reacciona de una forma increíble contra el invasor de su patria —reacción semejante a la del pueblo español ante la invasión napoleónica de 1808— y hacen frente, con éxito, a Saddam durante una guerra durísima y tenaz que dura ocho años.

Este primer fracaso de Hussein, que hábilmente él presenta como victoria a su pueblo, no le hace desistir de llevar a cabo su plan de expansión hegemónica, sino, muy al contrario, extrae enseñanzas de su fallida aventura contra Irán, fallo que, no sin razón, atribuye a la debilidad técnica de su ejército y se rearma frenéticamente, empleando en ello su gran potencial geoeconómico —el petróleo— y la ayuda imprudente de Francia más la ayuda interesada de la Unión Soviética. Dueño el «perturbador» (pero en absoluto «perturbado») Hussein de un poderoso ejército continental —Irak carece prácticamente de Marina— con enorme capacidad ofensiva aero-terrestre —un millón de hombres, 5.000 carros de combate y más de 500 aviones— cree llegado el momento de lanzar su segundo gran envite, eligiendo de nuevo ¡a víctima más débil a su alcance, el minúsculo y casi inerme estado de Kuwait, al que conquista, sin la menor resistencia, en horas. Kuwait era el primer objetivo inmediato, el primer paso en el plan de Hussein; el segundo era Arabia Saudita, que una vez conquistada pondría en sus manos una inmensa capacidad geoeconómica —más petróleo— que le permitiría dar los pasos sucesivos, emprender las sucesivas conquistas: Egipto, quizá Jordania por «anexión voluntaria» hasta llegar a enfrentarse, cara a cara, con el gran y odiado enemigo: Israel, que debería desaparecer del mapa de Oriente Medio —siempre la geografía presente— por aniquilamiento total. Y, si nadie le detenía, tras el aniquilamiento de Israel, la fácil conquista del Líbano y las últimas anexiones, por anexión o por conquista de Siria e Irán. Todo hace pensar que éste era, aunque parezca fantástico, el plan de expansión hegemónica de Saddan Hussein, pues para conformarse con Kuwait no necesitaba n¡ la décima parte de la fuerza militar que posee. Y así lo percibieron, afortunadamente, sus presuntas siguientes y sucesivas víctimas, y así lo percibió, más afortunadamente todavía, la potencia hegemónica marítima encargada de velar por el equilibrio geopolítico mundial: los EE.UU.

Y, una vez más en la Historia, el corolario de la ley de la tendencia hegemónica del perturbador, la «reacción automática» contra él de sus víctimas se produjo de manera fulminante. Arabia Saudita con los Emiratos que la rodean fueron, por ser los más amenazados, los primeros en reaccionar contra la ambición hegemónica del perturbador Saddam, y tras ellos quienes, más que temerosos, aterrorizados por la tremenda amenaza que representaba Hussein para el mundo árabe, se le han opuesto con decisión: Egipto, Siria y desde el otro extremo del mundo islámico, Marruecos. Pero la reacción más vigorosa, la más eficaz y la más resolutiva, con la que quizá no contaba Sadam Hussein, ha sido la de la potencia hegemónica marítima; los EE.UU. que en modo alguno podían consentir el nacimiento de una hegemonía panárabe, impuesta por la fuerza y por la violencia en un ámbito de tan elevado valor geoeconómico y geoestratégico, como enseguida veremos, que es el Oriente Medio.

La gran amenaza ha sido, pues, frenada, pero no eliminada y no lo será hasta que se cumplan dos condiciones. La primera, la retirada de Irak de Kuwait restituyendo lo arrebatado por agresión y la segunda, y no menos insoslayable, la creación en ese espacio geopolítico de un sistema de seguridad eficaz y operativo que evite la posible repetición de una futura aventura hegemónica en la zona desencadenada por este mismo o por otro ambicioso perturbador. En colaborar al cumplimiento de estos dos objetivos que garanticen la paz en ese ámbito geográfico tan sensible, tan delicado y tan atormentado como es Oriente Medio estamos comprometidas todas las naciones tanto de Occidente como de Oriente y tanto del Norte como del Sur, que defendemos un orden internacional que no puede ser violentamente alterado por la ambición, la agresividad y la desmedida megalomanía de quien, como Saddam Hussein, pretende mediante el empleo de la fuerza, imponer su voluntad por encima de la ley y del derecho de los demás. Acuñando en beneficio propio y en contra de los intereses del resto del mundo, intereses que, en el caso de la crisis del Golfo Pérsico, se concretan en dos aspectos o dos valoraciones derivadas de la raíz geopolítica que hemos expuesto y que son el aspecto geoeconómico y el geoestratégico.

Aspectos geoeconómico y geoestratégico de la crisis

Toda potencia expansionista que aspira a la hegemonía sobre un ámbito geopolíticamente definido, como es, en nuestro caso, Oriente Medio, precisa contar, ante todo, con una fuerte capacidad económica para construir y alimentar el instrumento indispensable que ha de servirle para alcanzar sus ambiciosos fines: el instrumento militar. Todos los imperios que en el mundo han sido se han creado y sobre todo, se han mantenido, mediante un enorme esfuerzo militar respaldado por una poderosa capacidad económica. La famosas frase de Napoleón de que las tres condiciones para hacer la guerra con éxito son: dinero, dinero y dinero, es elocuente en este sentido. El Imperio Español se creó y sobre todo se mantuvo con el oro «amarillo» extraído de América. El Imperio Portugués con el oro «verde» que eran las especias de la India, el Imperio Británico con el oro «gris» que eran las materias primas minerales extraídas de sus colonias, y el Imperio Arabeislámico que pensaba crear y mantener el perturbador Saddam era el oro «negro», el petróleo del que cuenta con gran cantidad en su propio territorio y le ha permitido crear un poderoso ejército para iniciar su plan de conquista hegemónica; pero que no sería suficiente para continuarla y mantenerla.

Por ello, Saddam tamo en su primer intento contra Irán, como en el segundo, y esperamos que sea el último, contra Kuwait y Arabia Saudita, su objetivo, geoeconómico, era adueñarse de las enormes reservas de petróleo que existen en el subsuelo de esos países. Saddam ha atacado hacia el este y hacia el sur de su territorio, donde hay petróleo, no hacia el norte —Siria—, ni hacia el oeste —Jordania, Israel y Egipto— donde casi no lo hay. Si Saddam Hussein hubiera triunfado en su plan hegemónico, se habría apropiado, por la fuerza, la agresión, la violencia y el desprecio al Derecho Internacional, de casi el SO por 100 de las reservas petrolíferas del mundo, provocando una catástrofe económica universal cuyas primeras víctimas habrían sido los EE.UU., Europa, Japón y en general todos los países industrializados del mundo,

Y nos queda por considerar el aspecto geoestratégico de la Crisis del Golfo. Una de las más claras y más decisivas influencias de la geografía sobre la estrategia es la defensa y ataque de las comunicaciones, tanto terrestres como marítimas y aéreas; pero muy en especial las comunicaciones marítimas por ser el mar, ante todo y sobre todo, la vía de comunicación estratégica más importante y de la que depende el comercio de las naciones de condición geopolítica marítima que son todas las de Occidente y las del Extremo Oriente.

En la estrategia de las comunicaciones marítimas los «puntos focales», es decir, los puntos en los que se acumula el tráfico marítimo —que es para el comercio mundial ¡o que Ja circulación sanguínea es para el cuerpo humano— son los estrechos, hasta el punto que es axiomática la afirmación de que «quien controla los estrechos, controla el tráfico y con ello el comercio mundial» (de aquí la gran importancia que para la estrategia española tiene el Estrecho de Gibraltar). El valor estratégico, ciertamente enorme, de Oriente Medio es que en esa región geográfica existe un «rosario» de estrechos marítimos por donde circula un elevadísimo caudal del tráfico marítimo mundial y que son, en primer Jugar el Canal de Suez, verdadera puerta del Mediterráneo ai Indico, el Mar Rojo, en su conjunto, donde están muy acertadamente operando nuestras corbetas «Cazadora» y «Descubierta», el Estrecho de Bab-el-Mandeb, puerta del Indico al Mediterráneo, y el Estrecho de Ormuz, donde opera nuestra fragata «Santa María», entrada al Golfo Pérsico.

Pero eso, con ser mucho, no es todo ya que en cuanto a las comunicaciones aéreas, la zona geoestratégica de Oriente Medio, supone un espacio aéreo de una densidad de tráfico de muy alto valor pues por él circulan infinidad de líneas aéreas que unen Europa con el subcontinente asiático. Y lo mismo puede decirse de las comunicaciones terrestres —ferrocarril y carretera— que a partir de Turquía, el Líbano, Israel y Egipto, cruzan esa zona hacia el continente asiático. En resumen, el Oriente Medio constituye una encrucijada de líneas de comunicación marítimas, terrestres y aéreas de un valor estratégico de primera magnitud, no sólo en el plano regional, sino en el mundial. Si una potencia hegemónica, en nuestro caso Irak, llegase a dominar, por la fuerza y Ja agresión violenta, esa encrucijada, tendría en sus manos la posibilidad de yugular a su antojo el comercio mundial y las relaciones económicas internacionales.

Por último, una brevísima consideración sobre España frente a la Crisis del Golfo en el ámbito geopolítico, geoeconómico y geoestratégico. En el aspecto geopolítico, España mantiene grandes intereses recíprocos con el mundo árabe: intereses políticos, culturales, históricos y económicos. Una profunda desestabilización en el seno de ese ámbito geopolítico árabe-islámico, como la que pretendía desencadenar Saddam Hussein con su plan de dominio hegemónico de Oriente Medio, habría perjudicado, en su raíz, todos esos intereses, En el aspecto geoeconómico, España, la muy vulnerable economía española, que energéticamente depende en gran medida del petróleo —una dependencia exagerada que sería muy conveniente reducir— el monopolio de las inmensas reservas petrolíferas del Golfo Pérsico por una hegemonía omnipresente nos causaría, como a todos los países industrializados, una verdadera catástrofe económica con sus secuelas políticas y sociales fáciles de imaginar.

Y, por último, en el aspecto geoestratégico, España está situada en la primera línea de defensa y seguridad y también de cooperación y entendimiento de la Europa Occidental frente al Magreb. Mientras el Magreb, que constituye un espacio geoestratégico de valor extraordinario, se mantenga, como está ahora, estabilizado políticamente, no existe amenaza alguna desde el Sur hacia España ni hacia Europa, sino muy al contrario, existe un compromiso de leal y efectiva cooperación entre España y Europa con las naciones del vecino magrebi. Pero si se produce una desestabilización política, o ideológica, o religiosa, o económica en una o en todas las cinco naciones que integran el Magreb, la amenaza del Sur hacia Europa sería grave, quizá gravísima. España, en esta indeseable, pero no imposible situación se encontraría, repelimos, en primera línea frente a tan grave amenaza. Saddam Hussein, de haber triunfado en sus propósitos, habría sido, sin la menor duda —la reacción marroquí ha sido elocuente—, capaz de perturbar todo el Magreb, desestabilizándolo, creando un foco de amenaza bélica a una docena de millas de nuestras costas andaluzas.

En resumen, España puede considerarse desde el punto de vista geopolítico, geoeconómico y geoestratégico, directamente amenazada por la agresión de Irak a Kuwait y los propósitos del perturbador Saddam Hussein y, en lógica consecuencia, España debe actuar, como lo está haciendo, oponiéndose activamente y resueltamente a los turbios designios del agresor en firme solidaridad con nuestros amigos y aliados tanto del mundo occidental como del mundo árabe, que es quien está sufriendo en su propio ser tas más graves consecuencias de esta crisis a la que todos deseamos una solución pacífica y justa.