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Según la clasificación mundial de universidades de 2018, Oxford y Cambridge terminaron primera y segunda y otras tres universidades británicas aparecieron entre las 25 primeras; esto no parece sugerir un sector en crisis. El proporcionar un motor para la movilidad social de nuestros jóvenes ha sido para nosotros motivo de orgullo. Sin embargo, durante mi trayectoria de once años como rector de un college de la Universidad de Oxford constaté que el hecho de ser una de las mejores universidades del mundo no significa que no tengamos retos o crisis que debamos abordar.

La cuestión más controvertida y la que se plantea con más frecuencia a escala nacional es la de la selección o el acceso al mundo universitario de alumnos de una amplísima variedad de procedencias, ya sean entornos desfavorecidos o minorías subrepresentadas, como los grupos étnicos negros y asiáticos. Si bien la brecha en el acceso a la universidad que existe entre los alumnos menos y más desfavorecidos se ha reducido ligeramente en los últimos años, sigue siendo obstinadamente grande en las universidades más selectivas. Las admisiones contextualizadas, es decir, las que tienen en cuenta los antecedentes del candidato a la hora de la selección, representan una manera en la que las universidades pueden favorecer más ampliamente la reducción de estas diferencias.

El análisis de la información de las universidades más selectivas del Reino Unido indica que la mayoría de estas universidades utilizan datos contextuales como apoyo en sus procesos de admisión. Habitualmente se utilizan cuatro tipos de indicadores contextuales: el plano individual, el plano del área, el plano de la escuela y el plano de la participación en los programas de alcance comunitario. Los indicadores individuales, como el hecho de disfrutar de comidas escolares gratuitas, son los menos utilizados. La participación exitosa en los programas de acceso inclusivo es el indicador contextual más frecuentemente utilizado; dos tercios de las universidades más selectivas afirman que lo tienen en cuenta, aunque a menudo esto se limita a los programas que gestiona la propia institución. Los programas de participación inclusiva de estas universidades emplean una mayor variedad de indicadores contextuales a la hora de seleccionar a los participantes, por encima de todo los indicadores correspondientes al plano individual.

Por ejemplo, la mayoría de las universidades selectivas que gestionan programas de participación inclusiva con admisiones contextualizadas considera como indicador de desventaja contextual que el candidato sea la primera persona de su familia en cursar educación superior o que haya sido beneficiario de asistencia social, pero poco más de la mitad toma en cuenta el criterio del disfrute de comidas escolares gratuitas. La mayoría también maneja datos que indican los vecindarios que presentan escasas tasas de participación en la educación superior. Sin embargo, alrededor de la mitad de las universidades que ofrecen programas de acceso inclusivo con admisiones contextualizadas incluye entre sus requisitos de selección indicadores de un sólido rendimiento académico previo, lo que puede establecer barreras para los alumnos desfavorecidos.

Las universidades utilizan los indicadores contextuales de diferentes maneras. Algunas manejan un sistema en el que se puede dar prioridad a los solicitantes contextuales para que accedan a una carrera con unas notas de bachillerato ligeramente inferiores a lo exigido; por ejemplo, para una carrera en la que se exigen tres notas máximas en las respectivas asignaturas principales, se rebajaría el corte a dos notas máximas (A) y una inmediatamente inferior (B), o bien una máxima y dos inmediatamente inferiores.

«El sistema no proporciona íntegramente las aptitudes técnicas avanzadas que precisa nuestra economía»

Una parte considerable de ellas no facilitó información a los solicitantes sobre la forma en que se utilizarían los indicadores, mientras que otras únicamente indicaron que tales solicitudes se analizarían más detenidamente, sin más detalles. Esta falta de transparencia es un obstáculo para el acceso, ya que los alumnos que pueden ser candidatos (que a menudo son los que cuentan con menos redes de apoyo y menos acceso a la información) quizá no tengan constancia de que pueden beneficiarse de los procesos de admisión contextuales.

La cuestión de la selección o el acceso en su globalidad no puede separarse de la cuestión de las tasas. En el Reino Unido, el gobierno ha anunciado una importante revisión de la financiación de la formación académica de los mayores de edad para que quede desechada la idea de reservar la universidad para los alumnos de clase media y la formación profesional para los demás. Sin embargo, la ampliación del acceso a la universidad no se ve favorecida por un sistema de financiación que deja a los alumnos de los hogares de ingresos más bajos con los niveles de endeudamiento más altos, además de que muchos de los graduados ponen en tela de juicio el rendimiento que obtienen de su inversión.

Subvenciones en función de los ingresos

La revisión, que está prevista para 2019, estudiará la posibilidad de restablecer algún tipo de subvenciones relacionadas con los ingresos examinando «cómo podemos ofrecer a las personas procedentes de entornos desfavorecidos las mismas oportunidades de éxito. Esto incluye las ayudas para la subsistencia que reciben los alumnos desfavorecidos, tanto por parte del gobierno como de las universidades y las facultades».

Esta revisión analizará más a fondo cómo podemos garantizar que nuestro sistema educativo para mayores de edad esté acompañado y apoyado por un sistema de financiación que funcione para los alumnos y los contribuyentes. Por ejemplo, en los últimos años el sistema ha fomentado que aumenten las titulaciones de tres años para los estudiantes de 18 años, pero no ofrece una gama completa de itinerarios alternativos de alta calidad para los numerosos jóvenes que siguen una trayectoria técnica o profesional a esta edad.

«Si se cobrara más por las carreras que llevan a mejores salarios, quedarían fuera del alcance de los estratos más desfavorecidos»

La mayoría de las universidades cobran las tasas máximas posibles para algunas de sus carreras o todas, y las carreras de tres años siguen siendo la norma. Los niveles medios de deuda de los graduados han aumentado, pero esto no siempre ha dado lugar a mayores rendimientos salariales para todos los graduados. Por otra parte, el sistema no proporciona íntegramente las aptitudes técnicas avanzadas que precisa nuestra economía.

Por lo tanto, la revisión bien podría sugerir una «mayor variedad» en las carreras universitarias, no solo en cuanto a las tasas, sino también en cuanto a la duración de dichas carreras. Es posible que una conclusión de la revisión sea recomendar que algunas universidades reduzcan sus tarifas para las carreras de ciencias sociales y humanidades. Sin embargo, dado que la revisión se centra en la movilidad social, se precisa velar por que el resultado final no sea un sistema en el que los jóvenes procedentes de entornos más desfavorecidos tiendan a cursar una de las titulaciones más baratas en vez de aquella que les permitirá alcanzar su potencial en el futuro.

Además, si se cobrara más por las carreras que conducen a mejores salarios, estas carreras quedarían más fuera del alcance de los estratos más desfavorecidos. El encarecer los títulos de ciencias y matemáticas va en contra de lo que la economía británica va a necesitar en el futuro. Una estrategia industrial sensata debería abarcar el garantizar que un mayor número de alumnos se incorpore a esas carreras.

Por otro lado, si se obliga a las universidades con dificultades a cobrar tarifas menores a los alumnos más pobres (con la consiguiente reducción de fondos para gastar en la retención de profesores, aprendizaje, instalaciones y otros indicadores de una verdadera relación calidad-precio), esto podría sencillamente instaurar un ciclo de pobreza.

Una cuestión política y controvertida

Sin duda, la cuestión de la contribución a los gastos de matrícula es controvertida y altamente política. Quizá merezca la pena explicar el marco en el que se inscribe. Antes de 1997 no existían tasas académicas, pero en ese año, una ley del parlamento introdujo un método de pago para los alumnos basado en la cantidad de dinero que sus familias ganaban. Las becas para gastos de subsistencia también fueron sustituidas por préstamos que se reembolsaban a una tasa correspondiente a un porcentaje de los ingresos de un graduado que superaran las 10.000 libras esterlinas.

A partir de 2004, las universidades de Inglaterra podrían empezar a cobrar cuotas variables de hasta 3.000 libras al año a los alumnos que se matricularan, con la expectativa de que solo unas pocas universidades elitistas cobrarían la cantidad total permitida. Tras una nueva revisión en 2010, el límite se elevó controvertidamente a 9.000 libras al año, lo cual motivó amplias protestas estudiantiles en Londres. Con las complejidades del sistema de financiación que se originó, la deuda promedio de los graduados se ha disparado hacia 50.000 libras.

«La deuda promedio de los graduados se ha disparado hasta 50.000 libras esterlinas (unos 56.000 euros)»

El sistema de tasas de matrícula variables pretendía fomentar un mercado competitivo entre universidades, pero esto simplemente no ha sido así. Todas las universidades, excepto un puñado de ellas, cobran las tarifas máximas posibles para las carreras de pregrado. Las carreras de tres años siguen siendo la norma y las tasas que se cobran no guardan relación con el coste ni con la calidad de la carrera. En la actualidad tenemos uno de los sistemas de enseñanza universitaria más caros del mundo. Sin embargo, he aquí la paradoja: a pesar de encontrarse entre los más caros, los estudios de pregrado siguen generando la misma demanda, como demuestra el porcentaje récord del 49 % de los estudiantes de 18 años que se incorporarán a la universidad este otoño.

Aunque fue un gobierno laborista el que introdujo las tasas de matrícula en 1998, la actual oposición laborista se ha comprometido a eliminarlas si alcanzan el poder en las próximas elecciones. Obviamente, esto seduce a los alumnos y sería un error subestimar la fuerza de los sentimientos sobre la cuestión de determinar la contribución a los costes de la matrícula. Sin embargo, los argumentos a favor de que los graduados contribuyan con los gastos de matrícula al llegar al mundo del trabajo son sólidos, aunque no ampliamente compartidos. Guardan relación con la igualdad entre los grupos sociales, la ampliación de la participación, la igualdad con los alumnos a tiempo parcial en la educación superior y más allá, el refuerzo del papel de los alumnos en la educación superior y la determinación de una nueva fuente de ingresos que pueda vincularse estrechamente a la educación superior.

Sin embargo, teniendo en cuenta que actualmente casi la mitad de los jóvenes van a la universidad, los miles de millones adicionales que se necesitan para hacer frente a esta carga tienen que encontrarse en alguna parte y parece sensato que los que se benefician de ella hagan una contribución una vez que estén trabajando. La alternativa de financiar la educación universitaria a través de los impuestos generales puede considerarse profundamente injusta para las familias del 51 % que no se beneficiará de la educación universitaria.

La remuneración de los docentes

Dado que en la revisión se examinarán diversas opciones en materia de tasas, es posible que también se desee tener en cuenta la diferencia cada vez mayor entre la remuneración de los profesores y la de los rectores y otros altos cargos. Un análisis sectorial de la remuneración de los altos cargos universitarios del Reino Unido en 2016-2017 reveló que a los rectores se les pagaba un promedio de 268.103 libras en salarios, primas y prestaciones. Esto suponía un aumento de 10.180 libras (un 3,9 %) con respecto a 2015-2016. Una vez sumadas las contribuciones para la jubilación, los rectores recibieron un pago medio total de 289.756 libras, lo que representa un aumento del 3,2 %. Unas trece universidades pagaron a sus cargos un total de más de 400.000 libras en 2016-2017, mientras que 64 pagaron más de 300.000 libras. En contraste con esto, un profesor de alto nivel ganaba normalmente entre 41.709 y 55.998 libras. Los salarios del profesorado pueden oscilar entre alrededor de 54.637 y más de 107.244 libras, en función del grado de experiencia y de su responsabilidad administrativa.

«Los argumentos a favor de que los graduados contribuyan con los gastos de matrícula al llegar al mundo del trabajo son sólidos, aunque no ampliamente compartidos»

Otro ámbito problemático es la inflación de las calificaciones. Las universidades británicas han estado otorgando títulos de clase superior a un ritmo sin precedentes durante la última década, según las cifras detalladas publicadas por el regulador de la educación superior. En Gran Bretaña, las licenciaturas se dividen en cuatro clases: primera, segunda superior o 2.1, segunda inferior o 2.2 y tercera clase.

Las cifras de una selección de veinte universidades que participan en el último marco de excelencia docente del gobierno muestran una enorme variación, con al menos una universidad (Wolverhampton) que expidió el año pasado cinco veces más títulos de primera clase que una década antes, pasando del 5 al 28 %.

Las cifras confirman las señales anteriores de que las universidades han aumentado la proporción de primeras y segundas superiores otorgadas en los últimos años, lo que muchas personas del sector atribuyen a la presión de las tablas de clasificación y de los propios alumnos.

El grupo de veinte universidades debía presentar registros detallados de las clasificaciones de títulos otorgados desde 2007, y anualmente desde 2014, en un esfuerzo por identificar el «rigor y la exigencia» de los alumnos en cada institución.

Las universidades más establecidas no han sido inmunes a esta tendencia. La Universidad de Liverpool, miembro del elitista Grupo Russell, duplicó con creces la proporción de alumnos que obtuvieron primeras en el mismo periodo, pasando del 12 al 27 %. Entre 2016 y 2017, el 73 % de los alumnos de Liverpool se graduó con primeras o 2.1, mientras que diez años antes ese porcentaje era del 61 %.

Presión sobre los docentes

En general, entre 2016 y 2017, el 26 % de los alumnos obtuvo un título de honor de primera clase en las universidades británicas, en comparación con el 18 % en 2012-2013, sin remontarnos más allá. La Universidad de Surrey otorgó primeras clases al 41 % de sus graduados el año pasado; por su parte, Oxford y Cambridge hicieron lo propio con el 32 y el 33 % de sus alumnos, respectivamente.

Existe una intensa presión sobre los docentes por parte de la dirección de las universidades para que obtengan las mejores puntuaciones en la Encuesta nacional de alumnos, ya que esto se refleja en las tablas de clasificación de las universidades. Además, existe una expectativa cada vez mayor entre los alumnos, que pagan más de 9.000 libras al año en concepto de derechos de matrícula. Sienten que deben obtener altos resultados por sus títulos porque pagan mucho por ellos. Los alumnos están obsesionados por obtener un título de primera clase. En muchos casos están más centrados en la calificación que en la materia que están estudiando y esto sabotea sus resultados. Su visión de la educación superior se ha instrumentalizado; muchos la ven exclusivamente como un camino hacia el empleo y se olvidan de interesarse en la asignatura que están estudiando y disfrutar de ella.

«Financiar la educación universitaria con los impuestos generales es profundamente injusto para las familias del 51 % que no se beneficiará de esa educación»

El sistema de exámenes externos del Reino Unido es relativamente sólido. El personal dedica una gran cantidad de tiempo a la preparación de muestras para los examinadores externos. Requiere abundante mano de obra, pero es un sistema robusto y valioso. Lo que hay que revisar no es el sistema de clasificación. El principal problema es la envergadura de las tasas, así como la cultura de las encuestas. Esto lleva a los alumnos a considerarse clientes de la universidad en vez de alumnos. Aun así, el propósito de la clasificación de las titulaciones no es medir el rendimiento de los graduados en relación con una norma arbitraria, sino proporcionar una diferenciación significativa para las empresas que buscan empleados, para análisis posteriores y para los propios graduados. Resulta difícil asegurar que un sistema en el que casi cuatro de cada cinco graduados obtienen las dos calificaciones superiores esté cumpliendo ese propósito.

Ahora debería hacer un inciso para abordar la salud mental de los alumnos. La presión del mercado laboral y de la vivienda se combinan para aumentar los niveles de estrés entre los alumnos. En una reciente encuesta del Reino Unido se ha puesto al descubierto la magnitud de los problemas de salud mental en las universidades del Reino Unido. Más de una cuarta parte de los alumnos (27 %) afirma tener un problema de salud mental de uno u otro tipo.

Las alumnas presentan una mayor tendencia a indicar que tienen problemas de salud mental que los hombres (34 % frente a 19 %), y los alumnos LGTB presentan una probabilidad particularmente alta de sufrir problemas de salud mental en comparación con sus pares heterosexuales (45 % frente a 22 %).

La depresión y la ansiedad son, con mucha diferencia, las dolencias de salud mental más comunes que se han indicado. Entre los que las sufren, el 77 % tiene problemas relacionados con la depresión y el 74 % con la ansiedad.

La ansiedad y el estrés son comunes entre los alumnos, y sus efectos suelen ser obstructivos. Seis de cada diez (63 %) alumnos afirman que sufren niveles de estrés que interfieren con su vida diaria. Además, el 77 % de todos los alumnos afirma tener miedo al fracaso, y uno de cada cinco de ellos expresa que este miedo es muy común en su vida diaria.

Quizá no sea sorprendente que los estudios sean la principal causa de estrés entre los alumnos. Siete de cada diez (71 %) indican que el trabajo asignado por la universidad es una de sus principales causas de estrés. La siguiente gran preocupación de los alumnos es encontrar un trabajo después de la universidad (39 %), seguido por su familia (35 %). En Oxford, en mi época al frente del college, solamente uno de cada 10 alumnos buscaba obtener ayuda en forma de terapia.

«Más de una cuarta parte de los alumnos del Reino Unido (27 %) afirma tener un problema de salud mental de uno u otro tipo»

Es esta combinación de altas tasas de matrícula, de in- tensa presión sobre los jóvenes para obtener un trabajo bien remunerado y entrar en el mercado de la vivienda, y de una cultura de encuestas en la gestión universitaria, lo que ha producido es una especie de tormenta perfecta que ha conducido a la inflación de las calificaciones. Las presiones sobre los profesores les llevan (probablemente de manera inconsciente en muchos casos) a pecar de demasiada generosidad a la hora de otorgar las calificaciones, con el fin de obtener resultados positivos en las encuestas estudiantiles y evitar quejas de alumnos que a menudo se encuentran en estado de estrés.

Como si todos estos problemas no fueran suficientes, permítanme concluir diciendo que la gestión, la mitigación e incluso la influencia del Brexit ocupan un lugar preponderante. La sombra del Brexit parece cernirse como una nube oscura sobre la vida de muchos miembros de las universidades. Los rectores del Reino Unido trabajan con ahínco para tratar de influir en el debate político y garantizar que su personal y sus alumnos puedan seguir desplazándose libremente entre universidades, que las amplias colaboraciones en materia de investigación en toda Europa no se vean perturbadas por la salida de Gran Bretaña de la UE y que el estatuto jurídico del personal europeo de las universidades y de sus familias se resuelva de forma rápida y favorable.

La influencia de la educación en el voto

La votación del Brexit reveló la aparición de una falla profundamente preocupante en la sociedad. El 75 % de los titulados superiores votó a favor de permanecer en la UE, mientras que el 73 % de los no titulados votó a favor del Brexit. Los logros educativos demostraron ser un mejor factor predictivo de las preferencias de voto que la edad, los ingresos, la clase o la raza. El mismo modelo se puso de manifiesto en las elecciones presidenciales estadounidenses. El presidente Trump conquistó el voto de los blancos sin educación universitaria por un margen del 39 %. El nivel de educación también fue el factor crítico para explicar los cambios en los patrones de votación entre las elecciones de 2012 y 2016.

Considero que se trata de un verdadero problema para las universidades británicas, que dependen del apoyo público para su capacidad de funcionamiento. Tanto la campaña del referéndum en Gran Bretaña como la campaña presidencial en los EEUU. demuestran con creces que existe un respeto decreciente por las pruebas científicas y los expertos. Una encuesta de 2016 reveló que dos tercios de los partidarios de la salida (frente a una cuarta parte de los que abogaban por permanecer) consideraban que era un error confiar demasiado en los expertos.

Hace más de dos mil años, Tácito señaló: «La verdad se confirma con inspección y detenimiento; la falsedad con prisa e incertidumbre». Con el ciclo de noticias de 24 horas y la cobertura instantánea de los medios de comunicación social, no se concede ningún tiempo para «inspección y detenimiento». Nunca ha sido más importante para las universidades el representar e inculcar el respeto por «la inspección y el detenimiento», por las pruebas, para educar a la próxima generación a fin de que distinga entre lo que se basa en las pruebas y lo artificioso y, en última instancia, para que considere la verdad como una aspiración y no como una posesión. Si la gente en el Reino Unido considerara a las universidades como defensoras del conocimiento más que como defensoras de sí mismas, creo que nosotros, los que conformamos el sector universitario británico, haríamos grandes avances en recuperar la con- fianza de la gente y erosionar la preocupante brecha que existe en cuanto a preferencias políticas entre los que poseen o no títulos universitarios.

 

Sir Ivor Roberts es embajador. Ha sido presidente del Trinity College de Oxford desde 2006 a 2017.