Agradezco muy sinceramente a Nueva Revista la oportunidad que me brinda de sumarme a este homenaje a don Antonio Fontán Acon motivo de su ochenta cumpleaños. Porque son muchos y muy entrañables los recuerdos que guardo de don Antonio, y de las experiencias vividas junto a el en los primeros años de la transición democrática. Pero sobre todo porque, para mí, y pienso que para todos los jóvenes que nos embarcamos en aquella aventura liberal liderada por Joaquín Garrigues Walker -la Federación de Partidos Demócratas y Liberales, que más tarde se integraría en la UCD-, don Antonio Fontán fue una referencia indiscutible. Muchos que hoy ocupamos posiciones más o menos relevantes en la vida política española dimos con él nuestros primeros pasos en estas lides, y aprendimos de él el talante y la doctrina del liberalismo. En mi caso, la relación de afecto y amistad fraguada en aquellos años -y para la que nunca fue obstáculo la diferencia de edad-, ha perdurado en el tiempo, y en las diversas responsabilidades que me ha tocado desempeñar, he podido seguir contando con sus valiosos y acertados consejos.
Pero no quisiera dedicar únicamente estas lineas a expresar mis recuerdos personales. Por el contrario, pienso que este homenaje a don Antonio Fontán constituye una ocasión idónea para reivindicar el papel del liberalismo en nuestra transición política y en la posterior evolución política de España durante los últimos veinticinco años. Un papel que, en mi opinión, no ha sido todavía debidamente valorado. Porque, desde luego, un examen superficial nos llevaría a concluir que no han sido los liberales los que han ocupado las principales posiciones dirigentes en el centroderecha español. Pero quien se limitase a ese análisis estaría profundamente equivocado sobre el verdadero influjo ejercido por el liberalismo.
La UCD, por ejemplo, no habría sido lo que fue sin la presencia de los liberales. Otras corrientes ideológicas ocuparon las posiciones de poder más destacadas en el partido y en el Gobierno, y tuvieron quizás mayor relevancia para la opinión pública. Pero no cabe duda que la impronta del pensamiento liberal marcó fuertemente su acción política, y ello en buena medida gracias a que el liberalismo aportó a la UCD algunas de sus personalidades más brillantes, como Joaquín Garrigues o Antonio Fontán. El influjo del liberalismo es especialmente perceptible, concretamente, en la Constitución española de 1978: en su expresa consagración del modelo económico de mercado, en su avanzado sistema de derechos y libertades dotados de rigurosas garantías jurídicas, en la proclamación de la dignidad de la persona como el fundamento del orden político o en el diseño de un sistema de distribución territorial del poder que daba paso a la articulación de un Estado compuesto.
Pero, si liberal fue la UCD, mucho más claramente ha conformado la doctrina liberal el pensamiento y la actuación política del Partido Popular. En un artículo publicado en 1977, Joaquín Garrigues expresaba en estos términos la esencia del pensamiento liberal: «En el triángulo que forman la persona, la sociedad y el Estado, los liberales damos prioridad a la persona. Es el Estado quien debe servir al individuo y no a la inversa. El liberal quiere que se respete a la persona individual y sólo pone como condición y límite que no se invada la esfera de las libertades de otros individuos […]. Porque los individuos que actúan a impulso de su libre iniciativa son siempre capaces de crear nuevas formas de vida, nuevas ilusiones y esperanzas de otros horizontes»; Resulta evidente que en estas frases se resumen, también, los postulados básicos de la acción de gobierno del Partido Popular.
Después de trece años de gobierno socialista y de dirigismo estatal de toda la acción social, ha correspondido al Partido Popular devolver su papel a la sociedad civil. La apuesta por el libre desarrollo del movimiento asociativo, lejos de toda pretensión intervencionista, la.apertura a la participación de la iniciativa social en todos los ámbitos, o el compromiso con la familia, definen algunas de las líneas programáticas fundamentales aplicadas en esta dirección por los gobiernos del Partido Popular.
En el ámbito económico, los ejes de la política desarrollada desde 1996 pueden resumirse en dos postulados liberales: la apertura a la competencia de los sectores estratégicos, y el apoyo a los emprendedores y a la inicativa económica. Si a ello se une una firme confianza en el diálogo con los agentes sociales -que ha permitido alcanzar un total de quince acuerdos con las organizaciones sindicales y empresariales en estos siete años, en materias tan diversas como la formación, la estabilidad en el empleo o la seguridad en el trabajo-, y una política laboral que ha dejado de estar basada únicamente en el subsidio a los desempleados, como sucedió en la etapa socialista, para orientar su atención de modo preferente hacia la empleabilidad, procurando que todos puedan aportar sus capacidades al mercado de trabajo, se explican perfectamente los excelentes resultados de estos siete años en el ámbito de la creación de empleo, que contrastan de modo neto con los obtenidos por gobiernos de otras orientaciones ideológicas.
Todo ello muestra que el liberalismo no es, en modo alguno, una doctrina política agotada. Representa, por el contrario, la mejor respuesta a los retos que plantea la sociedad del siglo XXI. Hablar de liberalismo hoy, significa, por ejemplo, hablar de globalización, y reivindicar que ésta llegue a todos los pueblos de la Tierra, pues serán precisamente las personas y los pueblos que queden al margen de este proceso -que sin duda debe ser adecuadamente encauzado, y ha de ir unido al esfuerzo por mejorar la competividad de los países menos desarrollados- los que permanecerán con menores niveles de bienestar. Hablar de liberalismo significa abrir nuevos cauces a la participación de la sociedad civil, lo que resulta especialmente necesario en un momento de cierta crisis de confianza de los ciudadanos en las instituciones democráticas. Y hablar de liberalismo significa movilizar todos los recursos de la sociedad -también los de la iniciativa privada- para mejorar el nivel y la calidad de los servicios públicos que se prestan a los ciudadanos, pues ésta será la única vía para mantener la Sociedad del Bienestar que tanto esfuerzo nos ha costado construir.
Antonio Fontán fue uno de los primeros exponentes del pensamiento liberal en la democracia española. De un pensamiento liberal que ha sido especialmente fecundo en los últimos años; y tiene que seguir siéndolo en el futuro.
En nuestra joven democracia amortizamos con excesiva rapidez los éxitos. Y Antonio Fontán colaboró decisivamente en aquel gran éxito de la transición. Él, que tenía un pedigrí inequívocamente democrático -como acredita su etapa al frente del diario Madrid-, y que no tenía ningún complejo intelectual, supo ejercer su influencia y responsabilidad sin ningún afan de protagonismo. Con el desapasionamiento propio de los liberales. Por ello, Antonio Fontán merece el reconocimiento de todos. Pero muy especialmente de aquellos que, como yo, siempre lo tuvimos dispuesto a ayudar.