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En marzo de 2011, el Tribunal Europeo de Derechos Humanos dio la razón a Italia en el caso que numerosos medios titularon como “la guerra de los crucifijos”. La Gran Sala de Estrasburgo consideró que la presencia de los crucifijos en las aulas no viola el derecho de los padres a educar a sus hijos de acuerdo a sus convicciones. Quién defendió la posición italiana fue el profesor Joseph Weiler, catedrático en la New York University School of Law y senior fellow en el Center for European Studies, de Harvard.

Weiler (Sudáfrica, 1951), de religión judía, ha sido presidente del European University Institute, de Florencia, y ha recibido en Roma, de manos del Papa Francisco, el premio Ratzinger de Teología 2022. Autor de conocidos libros como La constitución europea Una Europa cristiana, ha sido protagonista del último Foro Omnes que ha tenido lugar en Madrid.

Con el fin de exponer más adecuadamente el pensamiento de Joseph Weiler, he incluido alguna idea, textual, de la conversación que el intelectual judío mantuvo con Omnes horas antes de su intervención en el Foro.

«La democracia no da una garantía de una sociedad de valores, es solamente una garantía de que las leyes que se adoptan están legitimadas. Una democracia de malos e injustos será una democracia mala e injusta»

La tesis de Joseph Weiler, importante para desarrollar luego su intervención, es que “existe una crisis de valores” en Europa. “Porque los valores europeos -la ‘santa trinidad’ democracia, derechos humanos, Estado de Derecho-, son importantes, pero están vacíos”. “Los valores del pasado: familia, iglesia y patria, no existen. Se produce un vacío espiritual. Intento justificar que tenemos una crisis espiritual, y no solamente una crisis política, económica, etc.”. “La referida santa trinidad es importante. No queremos vivir en una sociedad que no es democrática, que no protege los derechos humanos o no respeta el Estado de Derecho. Esto es el credo europeo”, comenzó señalando el catedrático constitucionalista judío. “Pero quiero subrayar algo: son importantes, indispensables, pero en cierta manera están vacíos. La democracia no da una garantía de una sociedad de valores, es solamente una garantía de que las leyes que se adoptan están legitimadas. Una democracia de malos e injustos será una democracia mala e injusta. Los derechos fundamentales nos dan libertades, por ejemplo, la libertad de expresión. Pero ¿qué hacemos con ella? Se puede hacer mucho bien o mal”. Y el Estado de Derecho. “La ley puede ser injusta, insensible a la justicia social. Entonces, estos tres valores europeos, indispensables, repito, están vacíos de contenido, porque pueden ir en una dirección o en otra”, señaló.

Dar un significado a nuestra vida

La otra premisa en la que apoyó su argumentación Joseph Weiler fue “añadir un postulado, algo que no podemos probar, que puedo aceptar o no. El mío se refiere a la condición humana”, dijo. “Quiero que mi vida sea algo más que mi interés personal. Buscamos dar un significado a nuestra vida que vaya más allá de nuestro interés personal. Esto significa que mi vida tiene un significado, que no es del todo egoísta: dinero, honor, etc.”.

“Antes de la Segunda Guerra Mundial”, añadió Weiler, “este deseo humano se cubría con tres elementos: familia, iglesia y patria”. Pero tras la Segunda Guerra Mundial, “estos tres elementos más o menos desaparecen”, diagnostica Weiler. “Europa se seculariza, las iglesias se vacían, el patriotismo es una palabrota, y sólo existe cuando hay fútbol. La noción de patriotismo ha desaparecido. Pero el patriotismo puede ser una disciplina de amor y responsabilidad, no de odio. Y en la familia hay más divorcios que bodas. Hay un hueco, un vacío”. Estas tres cosas han producido, a su juicio, “un significado que va más allá de satisfacer mis intereses egoístas personales; éxito económico, político, honores, etc., y ya no están”.

Segundo acto: qué es una Europa cristiana

Hace dos semanas Joseph Weiler intervino en Roma, en una serie de conferencias sobre Juan Pablo II, y “la pregunta que me hacían era: ¿es posible una Europa no cristiana? La primera respuesta fue: depende cómo definamos una Europa cristiana”.

Si la definición es “una Europa en la que la cultura incluye la cultura política, muy influenciada por el pensamiento cristiano, será una pregunta ridícula. Basta mirar cualquier lugar en Europa —arte, arquitectura, música, y también la cultura política—. No es posible negar el profundo impacto que la tradición cristiana, las raíces cristianas, tenían en la cultura actual de Europa”, señaló Weiler. En este sentido, “la respuesta es clara”, en su opinión. “Europa es una Europa cristiana desde este punto de vista. No exclusivamente, porque en las raíces culturales de Europa hay también una influencia de Atenas. Europa culturalmente hablando, incluyo cultura política, es una síntesis entre Jerusalén y Atenas”. “Viendo esto, es sorprendente, por no decir, alarmante, que cuando hace ya 20 años, en la gran discusión sobre el preámbulo de la Constitución Europea, que empezaba con una cita de Pericles y hablaba sobre la razón iluminista en los primeros párrafos, rechazaron la idea de incluir al lado, no exclusivamente, una mención a las raíces cristianas”, añadió. A su juicio, este rechazo no cambia la realidad: la tradición cristiana es fundamental para comprender la identidad cultural de Europa. «Pero es muy significativo para comprender la actitud prevalente en la clase política europea sobre este tema de las raíces cristianas, la posición de la religión en la identidad de la gente, en la identidad de la misma Europa. Ese rechazo es muy significativo”.

Otra definición de Europa cristiana

En su argumentación, Weiler se preguntó entonces por el alcance del rechazo a mencionar las raíces cristianas de Europa, y ofreció una segunda definición de lo que significa una Europa cristiana. “Otra definición de una Europa cristiana hubiera sido una Europa donde una mayoría, o por lo menos una masa crítica de la gente que vive en Europa son cristianos no de nacimiento, sino de práctica. Cristianos que aceptan el señorío de Jesús, y que practican la religión cristiana católica, y protestante en países protestantes”, dijo. A su juicio, si ésa es la definición de una Europa cristiana, no raíces culturales, sino una realidad visible, precisó, “Europa no es sin embargo cristiana. Porque es práctica de gente que, aparte del bautismo, casarse en una iglesia y pedir un cura cuando mueran, no viven y no se identifican como cristianos practicantes”. Porque “este grupo, cristianos practicantes, que testimonian los valores de lo que significa ser cristiano, es una minoría. Las iglesias están más o menos vacías”.

Consecuencias de la secularización

En la actualidad, “por primera vez después de unos 1.500 años, la Iglesia no tiene el poder al que estaba acostumbrada. Incluso sin el Estado confesional, cuando la mayoría de la gente eran católicos practicantes, la Iglesia tenía un papel muy importante: influir en los valores de la sociedad”. En estos momentos, considera Weiler, “estamos regresando un poquito, lo digo con cautela, a la realidad cristiana de los primeros tres siglos, antes de Constantino, cuando estamos en cierta manera en un período post Constantino. Gracias a Dios, los cristianos no son echados a los leones, pero la secularización de Europa en casi todos nuestros países es fuerte”. En su opinión, “la forma más fuerte de la secularización europea es cristofóbica. Entonces, el Estado liberal en este tema, me refiero al poder público, no es para nada liberal, sino a menudo antiliberal. En cierto sentido vivimos en un nuevo Estado confesional, donde la fe es la secularidad”. Al reflexionar en torno al debate sobre las raíces cristianas en la Constitución europea, Joseph Weiler se pregunta: “¿Qué daño hubiera hecho reconocer que la cultura europea, las raíces culturales europeas son Atenas y Jerusalén? Nada. Es una señal de cristofobia. No queremos aceptar esta realidad histórica”.

«No reconocer la realidad histórica de que la cultura europea tiene raíces cristianas es una señal de cristofobia», según Weiler

Tres peligros de la crisis espiritual

A continuación, el constitucionalista subrayó “dos o tres peligros de esta nueva realidad. El primero es aceptar, porque somos todos hijos de la Revolución francesa, la definición de secularidad de la Revolución francesa, que la religión es una cosa privada. Eso significa que debemos proteger la libertad de religión, pero es una cosa privada, para la casa o para la iglesia. El segundo es la adopción de una falsa concepción de la neutralidad de los Estados. Y el tercero, que la nueva fe son los derechos fundamentales —derechos, derechos, derechos—, mientras falta hoy en la cultura política el discurso de los deberes”.

Con la necesaria brevedad, caracterizó así estos peligros: 1) La religión, algo privado. “Fuera de casa eres un ciudadano y tu religión no debe estar presente, porque es una cosa privada. Yo veo que muchos católicos han adoptado, han interiorizado esta idea: que la religión es una cosa privada, que no se puede mostrar de ninguna manera en la vida social pública”, explica Weiler. “Es muy común que la persona sea un católico fiel, va a Misa, todo, pero en el trabajo…, conozco tantos amigos míos que me quedé sorprendido al descubrir que son gentes religiosas, porque no daban ninguna señal. ¿Cómo se pueden testimoniar los valores cristianos católicos si aceptamos esta idea de que la religión es una cosa privada, que en público debe ser escondida?”, se pregunta. A juicio de Weiler, “no debemos interiorizar esta idea. No solamente porque, según creo, no es verdaderamente la teoría liberal, sino porque eso no permite vivir una vida religiosa plena, que hay obligación de testimoniar. Este es el primer punto sobre esta crisis espiritual”. En la sociedad postconstantiniana, me pregunto si es una buena política esconder la fe porque hay un deber de testimonio”.

2) Falsa concepción de la neutralidad de los Estados. “Hemos adoptado en nuestros países otro artículo de fe de la Revolución francesa. Me refiero a la neutralidad de los Estados. Es más fácil ilustrar eso en el sector de la educación”, comenzó diciendo Joseph Weiler. “¿Cómo se manifiesta esta falsa concepción de la neutralidad? Una persona, una familia católica, quiere que los hijos vayan a una escuela donde, aparte de matemáticas, literatura, etc., se dé también una instrucción religiosa católica. Que puedan, por ejemplo, hacer una oración. La posición de neutralidad falsa dice: no, si quieres eso, debes enviar a tus hijos a una escuela privada católica, pagada por los padres, porque el Estado no puede financiar una escuela por ejemplo católica, porque es contrario al principio de la neutralidad”. “Esto es falso. Y puedo mostrarlo con ejemplo de dos países que rechazan esta concepción: Países Bajos y Gran Bretaña”, añade Weiler de modo contundente.

El ejemplo de Países Bajos y Gran Bretaña

“Estos dos países han entendido que hoy mismo el contraste no es entre católicos o protestantes, etcétera. Es entre religiosos y no religiosos. Y dicen: si una familia atea, agnóstica, quieren enviar a los hijos a una escuela no religiosa, el Estado financia esto en una escuela pública, porque hay derecho a una educación gratis en nuestros países democráticos liberales”. “Pero ¿es neutral decir a esas familias religiosas que sí quieren enviar los hijos a una escuela que corresponde a su identidad, deben pagar ellos y no el Estado?”, se pregunta. Y responde con los hechos: “En Países Bajos, en Gran Bretaña, los Estados financian abiertamente y completamente la escuela laica, escuelas católicas, escuelas protestantes, escuelas judías, escuelas musulmanas. Naturalmente, deben enseñar también matemáticas, historia, etc., pero la escuela es protestante, católica, judía… Ellos dicen: eso es la verdadera neutralidad. Porque si no, los Estados discriminan entre religiosos y no religiosos”. “Éste es el segundo peligro: la concepción falsa de la neutralidad, que no debemos aceptar”, subraya Joseph Weiler.

3) Falta el discurso de los deberes. “Este último punto va directamente a la crisis espiritual. Es una consecuencia de la secularización masiva en Europa, y es importante para mí subrayarlo”. El argumento comienza, como es habitual en Weiler, con una pregunta “¿Qué hemos perdido en la cultura política actual, en nuestros países, en la Unión Europea, con la secularización masiva en Europa? Porque la nueva fe son los derechos fundamentales. Derechos, derechos, derechos”. No hay una carencia de esta protección. Si vemos un ciudadano español, sus derechos son protegidos por el Tribunal Constitucional español, por el Tribunal de la Unión Europea de Luxemburgo, y por el Tribunal de Derechos Humanos de Estrasburgo”. Entonces, “¿qué falta hoy en la cultura política? Pienso que hoy el discurso es de derechos, no de deberes. Por ejemplo, en los tratados de la Unión Europa, en más o menos 250.000 palabras aparece sólo una vez la palabra ‘deberes’, sin especificar el contenido de éstos. No existe. El discurso de deberes del individuo hacia la sociedad, hacia el Estado, está desaparecido de nuestra cultura política. Ningún político en Europa podría repetir hoy lo que dijo Kennedy: no os preguntéis que es lo que el Estado, tu país, puede hacer por vosotros, sino lo que vosotros podéis hacer por el Estado, por tu país. Hoy sería un suicidio para cualquier político hablar de deberes en lugar de derechos”.

Antes de la secularización, existía en el espacio público cada domingo, una voz, la del sacerdote, que hablaba de deberes. Deberes con el vecino, con Dios, con la sociedad

“¿Y cuál es la conexión con la secularización? Es muy clara para mí”, afirmó Joseph Weiler. “Antes de la secularización, existía en el espacio público cada domingo, una voz central que llegaba también a gente no religiosa, que hablaba de deberes. Porque cuando vas a una iglesia, el sacerdote no habla de derechos, habla solamente de deberes. Deberes con el vecino, deberes con Dios, deberes con la sociedad… Es una cultura. La religión judía y la cristiana, todas, son una religión de deberes personales, no de derechos personales. Los derechos son importantes, pero la sensibilidad religiosa es: tu deber… Esta voz está desaparecida, no existe. Y pagamos por eso un precio alto”. En el pensamiento de Weiler, “una consecuencia importante es que la cultura de derechos pone al individuo en el centro. Es verdad. No el Estado, el individuo. Y poco a poco, convierte a este individuo en un individuo autocentrado. Todo empieza y termina en mí mismo. Éste es otro elemento de la crisis espiritual. La desaparición del discurso y sensibilidad de los deberes, que fue una parte integral de la sociedad cuando la voz de la Iglesia estaba ahí hablando siempre de deberes. Ahora no existe”.

El buen samaritano

Si se pregunta al intelectual Weiler si esto sucede porque los predicadores no hablan de ello, o porque nosotros no vamos a las iglesias, alude a la parábola del Buen Samaritano. “Los curas hacen más o menos los mismos sermones que hacían siempre. Pero el mensaje se puede leer en el Evangelio. El Buen Samaritano es un discurso de deberes, no de derechos. No se trata de que el pobrecito estaba casi muerto, y había un derecho de ayuda. Había un deber de ayudarlo. Los sacerdotes continúan hablando de deberes, pero la gente no está ahí, los periódicos no hablan del discurso de ayer en la iglesia… Es una minoría. Una minoría vieja”. “Para mí”, concluye, “una señal de una religión visible, activa, viva, es pasar junto a una iglesia a las horas de Misa, y ver miles de cochecitos de niños pequeños. Ahora, cuando se entra en una iglesia el domingo, yo, que tengo 71 años, me siento joven. No veo muchos jóvenes, sólo viejitos como yo”.

(Texto publicado originalmente en el número 721 de la revista Omnes, noviembre de 2022).

 

Colaborador de la Revista Omnes