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Vuelve el tema de España a la poesía española actual, cuando falta ya poco para las celebraciones de 1998. Cien años después, necesitamos igual o más que entonces de un ideario regeneracionista para seguir creyendo en un país que los falaces nacionalismos de vía estrecha han pretendido en vano borrar del mapa. A las usuales reivindicaciones de algunas de las tribus peninsulares alegando que el prestigio de su cocina o la antigüedad de su literatura vernácula exigen a la corta o a la larga un status de independencia, suelo yo responder con aquello (que cada vez nos pasa a más españoles) de que uno no sabe qué es España hasta que ha paseado por las Siete Calles de Bilbao o ha visitado el mercado barcelonés de Sant Antoni en busca de cromos o tebeos.
Jorge Luis Borges es uno de los grandes maestros de la «línea clara» en la poesía del siglo XX. Eso es, creo yo, bastante obvio. Como obvia es la deuda que los mejores poetas españoles de este fin de siglo han contraído con la escritura del argentino. Pues bien, incluso Borges crea jurisprudencia poética en el tema de España con un bellísimo poema escrito en 1964, publicado en las páginas 195-196 de su libro El otro, el mismo (1969) y titulado «España», así, a secas, como el mío incluido en El otro sueño ( 1987) y que también ofrezco, a continuación del de Borges, para darle confianza a un país en peligro, pero con vocación histórica y moral de no hacerse pedazos.

ESPAÑA

Más allá de los símbolos,
más allá de la pompa y la ceniza de los aniversarios,
más allá de la aberración del gramático
que ve en la historia del hidalgo
que soñaba ser don Quijote y al fin lo fue,
no una amistad y una alegría
sino un herbario de arcaísmos y un refranero,
estás, España silenciosa, en nosotros.
España del bisonte, que moriría por el hierro o el rifle
en las praderas del ocaso, en Montana,
España donde Ulises descendió a la Casa de Hades,
España del ibero, del celta, del cartaginés, y de Roma,
España de los duros visigodos,
de estirpe escandinava,
que deletrearon y olvidaron la escritura de Ulfilas,
pastor de pueblos,
España del Islam, de la cábala
y de la Noche Oscura del Alma.
España de los inquisidores,
que padecieron el destino de ser verdugos
y hubieran podido ser mártires,
España de la larga aventura
que descifró los mares y redujo crueles imperios
y que prosigue aquí, en Buenos Aires,
en este atardecer del mes de julio de 1964,
España de la otra guitarra, la desgarrada,
no la humilde, la nuestra,
España de los patios,
España de la piedra piadosa de catedrales y santuarios,
España de la hombría de bien y de la caudalosa amistad,
España del inútil coraje,
podemos profesar otros amores,
podemos olvidarte
como olvidamos nuestro propio pasado,
porque inseparablemente estás en nosotros,
en los íntimos hábitos de la sangre,
en los Acevedo y Suárez de mi linaje,
España,
madre de ríos y de espadas y de multiplicadas generaciones,
incesante y fatal.

J. L. B.

ESPAÑA

Es un lugar muy triste que ha prohibido los héroes
y ha dejado pudrirse las rosas del escándalo.
Siempre he vivido en él. No sé si en otra parte
habrá tantos borrachos y chicas tan espléndidas.
Es sólo un lugar pobre que ha perdido su alma
sin ganar nada a cambio, un lugar sin futuro,
un puñado de tierra desunido y estéril.
Por él daría mi sangre hasta la última gota.

L. A. de C.

Filólogo. Profesor de investigación del ILC/CCHS/CSIC. Poeta. De la Real Academia de la Historia.