Simon Schneider Reus, el narrador en primera persona de Esta bruma insensata, reside en un caserón al borde de un acantilado en las afueras de Cadaqués. Trabaja como “proveedor de citas literarias” (hokusai, usando una voz japonesa) para su hermano menor, Rainer, un autor de éxito que vive en el anonimato en Nueva York y firma como Gran Bros. Rainer es una celebridad oculta a la que nadie ha visto, a la que nadie ha podido entrevistar, desaparecida, espectral. La colaboración de Simon con Rainer consiste en que el primero le envía textos literarios para que los pueda insertar en sus novelas. Simon es “el esclavo preferido de un autor distante” (p. 107). No tiene más clientes, ni nadie lo toma en serio, porque nadie oye “noticia de mis destrezas” (p. 107), salvo Rainer y quizá Dorothy, la compañera de Rainer. Las frases pueden llegar a pesar mucho para Simon, “más incluso que el mundo” (p. 196).
Esporádicamente a Simon le sale trabajo como traductor, “traductor previo” lo designa. Normalmente quienes le encargan tareas, editores, lo hacen con la esperanza de que Simon les dé pistas para descubrir a Rainer. Pero el mismo Simon desconoce el domicilio de su hermano. De ahí que los editores le amenacen con dejar de contratarlo. Su situación laboral, en resumen, deja mucho que desear: su hermano le paga poco y la fuente de ingresos como “traductor previo” se agota.
En ese ambiente, de forma completamente inesperada, Simon recibe un correo electrónico de Gran Bros. Le anuncia que estará en Barcelona el 27 de octubre de 2017 (coincidiendo con la proclamación de la república catalana). Se verán, y para mantener la distancia, durante la cita, se hablarán de usted, lo que les librará de «cargantes convenciones», «de la obligación de tener que ser tan rigurosamente hermanos” (p. 229).
Esta bruma insensata se desarrolla en torno a los preparativos de ese encuentro, en torno a los recuerdos que Rainer despierta en Simon, y en torno a lo que sucede en el propio encuentro fraternal en un hotel de Barcelona. Lo muy secundario es el ambiente político catalán, al que apenas Simon dedica unos párrafos en todo el relato. Simon no se identifica con ninguno de los dos proyectos políticos enfrentados. La llegada de Rainer a Barcelona, como se pondrá de manifiesto, tiene poco o nada que ver con el independentismo. Tal vez se la puede relacionar, por el contrario, con el remordimiento de conciencia que le produce lo mal que había tratado a sus padres, desapareciendo como había desaparecido; con la búsqueda de Dorothy y con un golpe mágico final que perfeccione si cabe su vida furtiva.
¿De qué trata, pues, Esta bruma insensata? Del mundo interior de Simon Schneider, que es el mismo que el de su hermano Rainer: reflexiones sobre la escritura y sobre la tensión que lleva a muchos escritores a “los precipicios del escribir y del no escribir” (p. 177). Trata de la renuncia a la literatura, de cómo conservar la fe en ella “en una época en la que la Red, como un tratado de antropología global, lo sabía todo de nosotros y suplantaba a los escritores en su tarea” (p. 226). Esta bruma insensata es la vida de un proveedor de citas, “alguien fascinado por estar en la sombra: la vida de un adorador de las frases sueltas, de un intertextual siempre al borde de un acantilado; la vida de un ´traductor previo´ que malvivía al norte de Barcelona y al sur de la nada” (p. 253).
Simon defiende que la literatura se encamina hacia un arte de las citas. La introducción de algo escrito por otro no debe ser visto como un acto reflejo, sino consciente. Por su propia profesión de hokusai, Simon ha asimilado tanto la cita ajena que “la alarma o susto tremendo me llegaba solo cuando veía escrito algo que percibía que podía ser mío” (p. 210). Las citas le ayudan a salir del paso. “Eran todo lo que tenía en realidad” (p. 98). A su vez, es incapaz de citar “algo que no sean mis propias palabras, quienquiera que las haya escrito” (109).
Rainer tacha a Simon de “paranoico”(p. 218). Y este se ha presentado antes con tendencia a la locura, con el pensamiento del suicidio rondándole por la cabeza, como un ser solitario. “Vivía lleno de incertezas, aunque también de ideas variadas, algunas -solo por el gusto de probar el sabor de lo patibulario y entretenerme con lo truculento- abiertamente malignas: volarme el cerebro, por ejemplo” (p. 112). Su mujer, Rosa, murió de modo inaudito a los dos años de matrimonio (p. 123). Su pareja en los últimos años, Siboney, “se volatilizó […], de la noche a la mañana se borró de Cadaqués” (p. 73).
Simon es también alguien que se pregunta si aún quedarán muchas personas que anden “por ahí rezando y, como era habitual en Unamuno, rogándole a Dios que tuviera compasión de nosotros» (p. 115). Rememora con constancia a su padre: aquel para quien “la tragedia más alta, y de hecho, la única que, por su raíz cósmica, tenía verdadera envergadura” era “la desaparición de Dios” (p. 115). Simon es alguien que afirma, citando “al señor Paul de Mann”: “¿Acaso no sabe que solo hay un interrogante: la existencia o la inexistencia de Dios?” (p. 116). Su padre había ejercido “de sustituto de Dios, quizás en un intento enloquecido, por su lado, de suplir a quien estaba siendo suprimido (es decir, Dios), o en un simple intento de mantener la relación tradicional Padre-Hijo, ese tipo de conflicto que los tiempos modernos han suavizado, creando un tipo de padres no autoritarios, tolerantes con la estupidez natural de los hijos” (p. 117).
El relato de Simon Schneider se lee solo como aproximadamente verosímil, ademas de por el estilo suyo propio, también porque “cualquier versión narrativa de una historia real” es siempre “una forma de ficción” (p. 252).
La novela rebosa de ironía, absurdo, humor y juego de palabras. He aquí algunas muestras:
- “Pensé: ya nadie escribe hoy en día con una tempestad literalmente encima” (p. 115).
- “Iba a dedicarse [Simon] a juzgar las obras de arte en función […] de si su autor tenía o no conciencia de la imposibilidad de que siguiera existiendo la literatura en el siglo XXII” (p. 52).
- “’Uno sale de una gran dificultad para entrar en una ferretería, lo que complica todavía más las cosas (Ramona Parker, El pasaporte)’” (p. 84).
- “Como reír no me había servido de nada, lloré. Y con aquel llanto logré ahuyentar lo trágico. Con ser esto curioso, más lo fue que, cuando dejé de llorar, dejó ya totalmente de llover” (p. 122).
- “´Era un día frío y muy claro. Se podía ver muy lejos… pero no tan lejos como había ido Velma´” (p. 147).
- “Me quedé pensando en la cantidad de escritores que escriben escenas de las vidas de personas reales, sin que estas lleguen nunca a tener noticia de ello, y los escritores aún menos” (p. 150).
- “Las palabras de Rainer, según ella [tía Victoria], iban de un lado para otro, siempre enloquecidamente, sin una coherencia mínima, como si escribiera permanentemente drogado. O bebido, añadió Valeria, que se consideraba una especialista en su oculto primo” (p. 187).
- “Los dos hermanos salisteis con tendencia a vivir aislados [dice un personaje secundario, el pintor Vergés], tú más que él, aunque has tenido la elegancia, al menos, de no desaparecer, por eso me caes mejor” (p. 165).
- Las novelas de Gran Bros, “famosas” por el llamado The Bros Touch (el toque Bros), calificadas de “novelas veloces”, tienen títulos como: Plato is a Skeleton (“Platón es un esqueleto”), Wisdom Asks Nothing More (“La sabiduría no pide nada más”), We Live in The Mind (“Vivimos en la mente”) o A New Future is Good Business (“Un nuevo futuro es buen negocio”). “Entre sus [de Rainer] rencores más curiosos y significativos estaba el que sentía por una jovencita que, no hacía mucho en Manhattan, sin saber ni en broma que le hablaba a Gran Bros, le había dicho que cuando uno lo que hacía era vender sus éxitos y convertirlos en una mercancía y cuando en lugar de un espacio de reflexión literaria afloraban solo los elementos de exportación de unos textos convertidos en los productos que escribía un tipo invisible, uno acababa convirtiéndose solo en una marca, en la marca Bros, por ejemplo” (p. 239).
- “Llegué a obsesionarme a propósito con las palabras peso y paso, sin duda para poder así quitarme presión ante el peso del gran paso que iba a dar al plantarme nada menos que ante el autor distante, ante el Gran Hermano (que era uno de mis modos secretos de nombrarlo en privado) (p. 206).
Enrique Vila-Matas (Barcelona, 1948) es un autor que no deja indiferente. Su vida es la creación literaria sobre la creación literaria. Concibe las novelas en gran medida como un juego con el lector. Lo de menos siempre es la trama. Lo de más: su voz, su tono, su ironía, su humor y su estilo inconfundibles. La calidad con él hasta ahora siempre ha estado asegurada, Esta bruma insensata incluida. Pero probablemente Esta bruma insensata no sea su mejor novela, lo cual no quiere decir ni mucho menos que no sea recomendable. Para alguien que aún no le conozca, otras, como París no se acaba nunca, es casi seguro que le resultará más agradable. Por cierto, el amor a París también está presente en Esta bruma insensata: “Cuando Rainer y yo éramos jóvenes, y contando siempre con el apoyo de nuestra madre, se obstinaba [su padre], de un modo que rozaba el absurdo, en mostrarse contrario a cualquier tipo de viaje al extranjero, tanto de Rainer como mío, salvo si era a París, el único lugar del mundo —otro misterio— al que consideraba razonable viajar” (p. 147).