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Cuando el proceso de transformación de los países de Europa centrooriental sigue aún abierto, el profesor Ralf Dahrendorf presenta sus reflexiones sobre las esperanzas y los riesgos que la nueva situación plantea. La esencia de su argumentación es que estos países «no han desechado su sistema comunista para abrazar el sistema capitalista: han desechado un sistema cerrado para crear una sociedad abierta», en la que hay muchas vías diferentes hacia la libertad.

El profesor de Oxford es reacio a interpretar estos cambios como una batalla entre sistemas. Los sistemas le parecen siempre algo cerrado, mientras que la libertad reclama una evolución constante. En este sentido, confiesa sentirse más cercano a Popper que a Hayek («Como Marx, Hayek conoce todas las respuestas»).

Esta postura no implica que sugiera a estos países una «tercera vía», que sería a su vez otro sistema. Al contrario, éste es uno de los espejismos que expresamente rechaza. A este respecto, advierte a los países excomunistas que la socialdemocracia no es hoy un camino intermedio, pues está agotada. De una parte, porque muchas de sus reivindicaciones han sido ya asumidas, y su propio éxito le ha privado de su base social tradicional; de otra, porque la gente quiere hacer las cosas a su manera en lugar de depender de una burocracia.

Buscar vías de desarrollo

Lo importante es crear el marco constitucional y social que permita el desarrollo de una sociedad libre. A partir de ahí, se pueden elegir diversas soluciones. El capitalismo de tipo norteamericano es sólo uno de los caminos posibles, y pocos países lo han adoptado. Las estructuras económicas de los países desarrollados difieren en muchos aspectos significativos. Y también los países de Europa central tendrán que buscar cada uno su propio camino.

Dahrendorf señala tres procesos paralelos que se requieren para recorrer la senda hacia la libertad: la reforma constitucional, el cambio económico y la creación de una sociedad civil. Y de las tres condiciones, la tercera es la clave. La sociedad civil es la que permite superar las divergentes escalas de tiempo y las tensiones entre las reformas política y económica. Sólo un cimiento social firme puede hacer que la Constitución y la economía aguanten tanto los tiempos de bonanza como los tormentosos. Así pues, una de las grandes tarcas de estos países es alentar la variedad de asociaciones e instituciones que pueden enriquecer el tejido de la sociedad civil.

Por último, Dahrendorf se plantea las repercusiones que tendrá la emancipación de los países del Este en el proceso de la unidad europea. Un proceso en el que detecta tanta esperanza como confusión, y que se complica con el resurgir de los nacionalismos.

El libro de Dahrendorf, escrito en forma de carta, no pretende ser un tratado ni un recetario. Nada más lejos del talante del profesor de Oxford, enemigo de los puristas y de los visionarios. A su juicio, la clave del progreso no es una concepción alternativa completa, sino una serie de cambios estratégicos que permitan el desarrollo de la libertad. Después, hay cien caminos que conducen hacia adelante y distintos modos de recorrerlos.

En cualquier caso, da a entender que estos países tendrán que aceptar lo mejor y lo peor de la «sociedad abierta», los grandes logros y las «baratijas y falsos oropeles» del hedonismo materialista. Pero si la sociedad abierta es una sociedad mejorable, habría que respetar el derecho de estos países a elegir su propio camino, aprendiendo de los errores ajenos. El fatalismo no es más respetable que otros «ismos» que Dahrendorf rechaza.

Periodista de ACEPRENSA