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Lord Salisbury dijo hace muchos años: «Ninguna lección parece ser tan profundamente inculcada por la experiencia de la vida como la de no confiar jamás en los expertos, Si cree a los médicos, nada es saludable; si cree a los teólogos, nada es inocente; si cree a los soldados, nada está seguro». Yo añadiría que si han creído a muchos comentaristas, analistas y académicos en los últimos años, el futuro tiene deparado el declive para Estados Unidos: su liderazgo e influencia se verán disminuidos, su política será indisciplinada, poco imaginativa y carente de visión, y su economía será cada vez menos competitiva.

En una atmósfera de tan crítico pesimismo, es necesario retroceder, volver a analizar las cosas y reflexionar sobre los tiempos extraordinarios que estamos viviendo y sobre por qué tantos expertos y observadores fracasaron a la hora de anticipar (y luego reconocer) la magnitud y fuerza de los cambios que han comenzado, o en apreciar el papel de Norteamérica en estos cambios. ¿Cuántos creían hace nueve meses que Kuwait sería liberado antes de que acabara el invierno y que nuestras tropas volverían a casa en primavera?

Hace un año, ¿quién preveía la unificación de Alemania en la OTAN con el beneplácito de la Unión Soviética? Hace dos años, ¿cuántos observadores predijeron el colapso total del comunismo en Europa del Este, el retroceso de las fuerzas soviéticas, la caída del Muro de Berlín y la disolución del Pacto de Varsovia?

Hace dos años, ¿quién predijo el desmantelamiento de los elementos clave del apartheid en África del Sur?

¿Quién hubiese apostado hace cuatro años que las tropas soviéticas serían desalojadas de Afganistán, las vietnamitas de Camboya, tas cubanas de Angola, que Noriega sería arrojado de Panamá y que se celebrasen elecciones libres en Nicaragua y ganase la oposición?

Hace diez años, el 10% de la población de América Latina vivía en democracia. ¿Quién predijo que hoy viviría en democracia el 90%?

Lo que estamos presenciando a finales del milenio es un nuevo despertar de la libertad, de liberación para pueblos largamente oprimidos, un nuevo amanecer a finales de un siglo que, a pesar de su progreso material y tecnológico, ha sido, posiblemente, el más siniestro de la historia en violencia, guerra y opresión.

Ahora, muy cerca del final de siglo, los viejos imperios y los nuevos «ismos» totalitarios han muerto ya o están agonizando. En todo e! mundo, el viejo orden ha colapsado o está en su acto final. Los sucesos han dejado humillados a los expertos en el gobierno, en las universidades y en los medios de comunicación. Sus previsiones cautas y convencionales y sus predicciones pesimistas fueron desmentidas por la increíble fuerza de los valientes pueblos que deseaban ser libres; por los gobiernos despóticos cuya bancarrota económica. política y moral fue demasiado frecuentemente desconocida o ignorada; y por la unidad de las democracias, cuya firmeza, apoyo fiable y liderazgo durante décadas han hecho posibles estos dramáticos cambios.

Nuevas perspectivas para un nuevo mundo

Ahora debemos analizar nuevamente el mundo y nuestro papel en él. Contrariamente a la predilección de algunos, tanto de la derecha como de la izquierda, de trasladar la responsabilidad del liderazgo internacional a terceros, no es posible un retorno al aislacionismo, no para una nación que ha exportado más de 673.000 millones de dólares en bienes el pasado año, y cuya influencia cultural y política es tan penetrante. No obstante, también debemos ser conscientes de que la forma en que respondamos a nuestra singular posición como superpotencia y a nuestro arrogante poder constituye una preocupación para muchos países, amigos y no tan amigos. Claramente, ni el aislacionismo ni el unilateralismo son la respuesta. No tenemos otra elección más que la de seguir comprometidos, pero debemos reconsiderar cómo comprometernos y cómo ejercer nuestro liderazgo.

El aprovechar las oportunidades que ofrecen los históricos cambios que acontecen actualmente en todo el mundo presenta un doble reto: primero, aplicar nuestra experiencia en el Golfo para dar forma a un compromiso internacional permanente con la solución pacífica de las disputas y con la solidaridad frente a la agresión; y segundo, alentar y apoyar a los países recientemente liberados para que fortalezcan su democracia y reconstruyan sus economías y sociedades.

Ya en dos ocasiones en este siglo, después de las dos guerras mundiales, dos presidentes norteamericanos encabezaron los esfuerzos para crear un mecanismo internacional de resistencia colectiva frente a la agresión: primero el presidente Wilson y la Liga de las Naciones y luego el presidente Roosevelt y las Naciones Unidas. Sin embargo, ahora, con el fin de la guerra fría, en el Golfo Pérsico, una institución internacional —la ONU— ha jugado por primera vez el papel que sus fundadores soñaron; orquestar y sancionar la resistencia colectiva a un agresor. El potencial de la ONU para seguir desarrollando este papel y la voluntad de muchas naciones de contribuir con dinero y unidades militares constituyen los fundamentos de una nueva era de seguridad internacional, un nuevo orden mundial caracterizado por un consenso cada vez más generalizado acerca de la inviabilidad del uso de la fuerza para la resolución de disputas, Y cuando este consenso es roto, las cargas y responsabilidades son compartidas por muchas naciones.

El Nuevo Orden Mundial no significa la Pax Americana ni es un eufemismo sobre Estados Unidos como policía del mundo. Es simplemente un intento de disuadir la agresión —y de resistir frente a ella si fuese necesario— a través de la acción voluntaria y colectiva de la comunidad internacional.

El esfuerzo de construir y fortalecer la democracia en muchas naciones se ve amenazado por sus problemas económicos. Independientemente de los diferentes orígenes de estos problemas (si una nación debe enfrentarse a la ruina económica del comunismo o a las consecuencias de una deuda masiva), el principal esfuerzo y sacrificio deben provenir de esa nación y su pueblo. Pero nosotros podemos, y debemos, ayudar, y puesto que sabemos que una crisis económica puede minar una democracia, debemos ser creativos y agresivos a la hora de diseñar nuevos instrumentos para la política exterior norteamericana.

Uno de éstos es fomentar y alentar la asociación entre el sector privado y e) gobierno. Las desesperantes necesidades de muchas democracias nuevas son económicas —de inversión, de comercialización, de asesoramiento técnico y expertos—. Debemos encontrar nuevos mecanismos para fomentar el liderazgo y la iniciativa privada en asociación con las jóvenes democracias.

Nuestros programas de ayuda deben destinarse a fomentar el crecimiento del sector privado en los países receptores. Nuestro prolongado apoyo al libre comercio también puede desempeñar un papel importante en su crecimiento económico. Ayudándoles a acceder a los mercados mundiales, podemos fomentar el comercio y las inversiones de las cuales depende su éxito económico. En pocas palabras, nuestro gobierno debe reconocer que, en muchos casos, los intereses de las nuevas democracias están mejor servidos por nuestro sector privado, alentado y apoyado por programas gubernamentales más que por los tradicionales.

Oportunidades históricas

Nos hallamos en un momento decisivo. Gracias a los esfuerzos de las democracias durante más de dos generaciones y a los últimos acontecimientos, el futuro se abre ante nosotros, con la posibilidad real de fortalecer la paz y la estabilidad internacionales a la vez que se extienden la libertad y la vitalidad económica, o con posibilidad igualmente real de retroceder, de volver a la tensión, a las guerras calientes y frías, al autoritarismo y a las privaciones, Nos enfrentamos a unas oportunidades históricas que no podemos desaprovechar. Me referiré solamente a tres de ellas: Europa del Este, la Unión Soviética y Oriente Medio.

La larga pesadilla del totalitarismo en Europa del Este ha pasado. Ahora podemos ver una Europa del Este y Central no comunista; las tropas soviéticas están regresando a casa. Debemos ayudar a los europeos del Este, y hacerlo de forma que refuerce sus expectativas a largo plazo de una transición airosa hacia un gobierno democrático y una economía de mercado estables.

No hay duda de que los nuevos gobiernos de Europa del Este se enfrentan a unos problemas económicos graves. Pero a pesar de estos retos, debemos ser optimistas acerca del futuro de Europa del Este, donde el potencial humano es tan rico. El apoyo y liderazgo de Estados Unidos fueron evidentes desde el primer momento. En abril de 1989, el presidente prometió la ayuda de Estados Unidos al progreso efectivo hacia las reformas políticas y económicas en Europa del Este. El encabezó la movilización del apoyo internacional a Polonia y Hungría en la Conferencia Económica de París en el verano de 1989. un esfuerzo que redundó en 14.000 millones de dólares en compromisos con estos países sólo para el primer año. Y el Acta de Apoyo a la Democracia en Europa del Este autorizó el envío de cerca de 1.000 millones de dólares más para propiciar el pluralismo político y la reestructuración económica Ha habido otras iniciativas importantes, como la de Fondos Empresariales para Polonia, Hungría y Checoslovaquia, destinadas a promover la verdadera solución para Europa del Este: inversiones extranjeras, el desarrollo de empresas privadas y la apertura de nuestros mercados a sus mercancías.

La vida es muy dura en Europa del Este en la actualidad. Sólo abundan el valor y la determinación. Occidente no puede abandonar a estos pueblos.

Mientras tanto, la atención del mundo sigue fijada en la Unión Soviética, donde el sistema comunista se desmorona, perdiendo el dinamismo político y con tensiones sociales y presiones económicas que tienen el potencial de, por una parte, impulsar a la Unión Soviética hacia el pluralismo y el racionalismo económico, o, por otra, de fomentar la inestabilidad, la represión y, posiblemente, incluso una opresión mayor y una guerra civil.

La reforma en la Unión Soviética tropieza con cuatro obstáculos principales:

En primer lugar, el cambio político ha ido mucho más deprisa que la reforma económica y la economía se halla en una situación desesperada. El resultado es que ahora la gente es mucho más libre para expresar sus problemas mientras que el gobierno carece de medios para resolverlos, Ésta es una fórmula que garantiza serios problemas.

En segundo lugar, el problema de las nacionalidades es agudo y preocupante, el legado de un variado imperio construido mediante conquistas a través de los siglos. Este legado adopta formas diferentes: antiguas enemistadas entre grupos étnicos, la lucha de las nacionalidades contra el poder central y la lucha de decenas de millones de rusos que viven en áreas étnicas no rusas para protegerse a sí mismos y asegurar la continuidad de su influencia política.

Tercero, se está desmantelando y destruyendo el viejo sistema antes de crear uno nuevo para garantizar el orden y las condiciones para la reforma económica y el crecimiento. El resultado ha sido el desorden, el crimen, una economía al borde del colapso y privaciones económicas, una escasez acuciante y una sensación generalizada de desesperación social.

Y en cuarto y último lugar, la propia historia rusa constituye una carga pesada. Los reformistas deben superar no sólo 70 años de historia comunista, sino unos mil años de historia rusa, una historia que nunca conoció otro gobierno más que el autocrático, ni ninguna vida económica que no haya estado dominada o controlada por el Estado.

El foco de nuestra relación con la Unión Soviética ya no es la contención de un enemigo, sino la cooperación internacional constructiva, el apoyo a las tendencias democráticas y a las reformas económicas tan necesarias en la URSS.

Nos damos perfecta cuenta de la realidad, tanto en lo que respecta al enorme poderío militar de la Unión Soviética y a la inevitable aparición de diferencias de vez en cuando, como en lo que concierne al largo camino de reformas y cambios que tienen aún por delante los pueblos de la Unión Soviética, Es una relación que nos exige firmeza y poder.

Continuamos negociando con el líder soviético que ha desatado estos cambios y que ha demostrado ser un colaborador constructivo en Europa y en el Golfo Pérsico, y, en general, también en Angola, en Camboya y en el control de armamentos. Al mismo tiempo, debemos continuar ampliando nuestros contactos con los reformistas democráticos a nivel local y de las repúblicas para asegurar que la sociedad soviética vea pruebas tangibles de nuestro apoyo a las reformas. Pero nuestra actitud hacia todos los elementos en la Unión Soviética debe estar basada en el persistente mensaje que el único futuro para la Unión Soviética es el que apunta hacia la democracia y las reformas económicas de largo alcance.

Si la Unión Soviética puede, de hecho, evolucionar pacíficamente hacia una sociedad políticamente pluralista, orientada al mercado, internacionalmente responsable, es una pregunta aún sin contestar. Este es un momento histórico de decisiones para la Unión Soviética. ¿Logrará avanzar hacia un futuro diferente y mejor —como nosotros deseamos— o retrocederá hasta un pasado más familiar pero infeliz? Por ahora, y probablemente durante varios años, deberemos estar preparados para cualquiera de las dos posibilidades.

El Golfo Pérsico y Oriente Medio constituyen otro desafío. En el Golfo trabajamos para asegurarnos de que no tendremos que enfrentarnos nunca a otro reto similar al que hicimos frente el 2 de agosto. Las sanciones siguen en vigor, de forma que Irak no será capaz de amenazar a sus vecinos; a) mismo tiempo, estamos construyendo nuevos acuerdos de defensa con nuestros amigos que contribuirán a la estabilidad de la región. Estados Unidos utiliza recursos importantes para aliviar las masivas injusticias humanas que han resultado de la represión que Sadam ha ejercido sobre su propio pueblo.

Nuestra política hacia Sadam Husein e Irak mientras continúe en el poder es firme e inamovible:

— Estados Unidos y la comunidad internacional continúan apoyando la soberanía e integridad territorial de Irak, pero desean un nuevo liderazgo iraquí, sensible a las necesidades de) pueblo iraquí y dispuesto a vivir en paz con sus vecinos. Es necesario llegar a un nuevo compromiso político a través de negociaciones entre todos los iraquíes, y no por la fuerza.

— Á raíz de la invasión y ocupación de Kuwait y la brutal represión de nuestro pueblo. Sadam está desacreditado y no puede ser redimido. Su liderazgo nunca será aceptado por la comunidad mundial, y, por lo tanto, los iraquíes pagarán el precio mientras se mantenga en el poder.

— Se mantendrán todas las sanciones posibles hasta que se vaya. Sólo se relajarán cuando se establezca un nuevo gobierno.

— El tiempo no favorece a Irak mientras Sadam se aferra al poder. Mientras el siga allí, Irak no será más que un Estado paria. Los iraquíes no participarán en los acuerdos políticos, económicos y defensivos posteriores a ¡a crisis mientras no se produzca un cambio de régimen.

Hoy, como antes, nuestro problema no es el pueblo iraquí, sino sus líderes, y especialmente Sadam. Éste sigue siendo el tema.

En Oriente Medio tenemos la esperanza de que, tras la guerra, surjan nuevas oportunidades de paz. El adversario más peligroso de Israel ha sido derrotado; creemos que los miembros árabes de la coalición están preparados para vivir en paz con Israel. Y hemos visto una poderosa demostración de cómo en tiempos modernos los centros urbanos pueden transformarse en fronteras militares y cómo los civiles pueden encontrarse en primera línea. El desafío es transformar esta preocupación en diplomacia.

Nadie debe dudar de nuestra capacidad o de nuestra voluntad de ayudar a nuestros amigos, en tiempos de guerra o de paz. El secretario Baker ha realizado cuatro agotadores viajes a la región durante los dos últimos meses en un esfuerzo por convocar una conferencia regional de paz que propicie las negociaciones directas entre las partes. Tenemos que romper con los viejos tabúes y comenzar con las razones fundamentales que separan a los israelíes de los palestinos y a Israel de los Estados árabes.

Los principios que nos guían no son un secreto; buscamos una paz amplia, basada en las resoluciones del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas 242 y 338 y en el principio de territorios para la paz. Lo que buscamos es una paz verdadera para todos los Estados de la región, incluido Israel. Israel también debe disfrutar de una seguridad real. Pero a cambio debemos estar preparados para satisfacer los legítimos derechos políticos del pueblo palestino y para encontrar una solución a los problemas de tierras, agua y seguridad, tan vitales para el futuro de la región.

No existe ninguna receta norteamericana para la paz; ésta sólo puede conseguirse con negociaciones. Lo que si sabemos es que todos deberemos realizar concesiones. No somos ingenuos, sabemos perfectamente lo intensa que es la amargura, el legado del odio y la violencia. Pero las dificultades no nos arredrarán. Estamos decididos a proseguir, no importa lo difícil que sea el camino. El esfuerzo norteamericano no puede resolver el conflicto en Oriente Medio. Sólo los pueblos y los gobiernos de Oriente Medio pueden hacerlo. Pero el compromiso norteamericano puede proporcionar el impulso clave, el catalizador necesario. Ha llegado el momento —hace bastante tiempo— de encontrarse, de hablar, de asumir los mismos riesgos por la paz que por la guerra.

Conclusión: Firmeza sin titubeos

Hace sólo un año, las teorías de la decadencia y el pesimismo crítico estaban muy de moda en Washington. Es posible que ahora hayan remitido algo, pero no han desaparecido, ni mucho menos. No obstante, hoy nadie cuestiona la realidad de una sola superpotencia y un solo liderazgo. Según todos los parámetros usuales que definen el poderío nacional —económicos, militares, culturales, políticos y hasta filosóficos—, no tenemos competidores. Lo que sí tenemos, como Joseph Nye. de Harvard, ha escrito, son desafíos: educación, productividad, profesionalidad. disciplina fiscal, y la disposición a pagar el precio de un liderazgo global: un compromiso continuo y fiable, el liderazgo, el mantenimiento de un ejército capaz y fuerte, la ayuda a las nuevas democracias.

El siglo XX casi ha terminado, dominado por dos guerras mundiales, infinidad de otros conflictos, con más sufrimiento del que puede describirse con palabras, y una larga y hostil guerra fría que ha mantenido a la humanidad como rehén de sí misma. Nos acercamos a un nuevo siglo, un nuevo milenio. con la esperanza de un cielo más claro y más despejado, con la esperanza de poder construir una nueva era de paz y garantizar el avance continuo de la libertad sobre las ruinas de grandes y despóticos imperios e ideologías desacreditadas. Puede que todo esto esté a nuestro alcance si somos fieles y audaces, si asumimos nuestras responsabilidades internacionales y permanecemos leales a nuestros líderes. Es un papel que el mundo acoge con agrado y al que, recordando la historia del siglo pasado, no podemos renunciar.

Y así, finalizo donde comencé, con los expertos y los sabios confundidos por las revoluciones de nuestro tiempo. Muchos se quedaron atrás porque infravaloraron el impacto del liderazgo de Norteamérica, su poder, su compromiso fiable, su voluntad nacional y su ejemplo democrático, desde el Golfo Pérsico hasta la Alemania unificada, desde Europa del Este hasta América Latina.

También es posible que se hayan quedado atrás porque menospreciaron el espíritu humano. Y cito a Churchill: «El conocimiento de los expertos, por indispensable que sea, no es un buen sustituto para una visión generosa y amplia de la historia humana, con toda su tristeza, pero, por encima de todo, con toda su indestructible esperanza». Lo que muchos expertos (y otros) parecen haber pasado por alto es lo que Dostoievsky llamó «el fuego en la mente de los hombres»: el fuego de la libertad. Con toda seguridad, es un gran milagro que este fuego siga brillando con tanta intensidad en tantos sitios después de varias generaciones de opresión, y que tanta gente crea aún que los norteamericanos ¡levan la antorcha que mantiene vivo ese fuego, No podemos —ni debemos— defraudarles.