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E n la vida de los pueblos se producen momentos de expectativas de cambio esperanzadoras. Lo señalaba en un trabajo lúcido el profesor Ignacio Sotelo. En Cataluña, momentos esperanzadores los ha habido en varias ocasiones en lo que va de siglo. Frente al «pesimismo» español del 98, en el Principado se alzaron voces, la del poeta Maragall, singularmente, que nos hablaban de la «Patria Nueva». «Aquí hay algo vivo gobernado por algo muerto porque la muerte pesa más que lo vivo y va arrastrándolo en su caída a la tumba. Nosotros somos los que hacemos patrias nuevas.»

La solidaridad del año 1906; la creación de la «Mancomunitat de Diputacions» del 1913; la Asamblea de Parlamentarios del 1917; la campaña pro Estatuto de Autonomía del 1919, fueron movimientos estelares que apuntaban hacia un futuro esperanzados.

El catalanismo, exponente del vitalismo de un pueblo no fue, ni quiso ser comprendido durante muchos años. En el primer cuarto de siglo trataron de comprenderlo hombres de la talla de José Canalejas y de Antonio Maura. Cuando la Segunda República, también Manuel Azaña, si bien su jacobinismo le impidió culminar lo que habría podido ser su gran obra política.

Entre los intelectuales de lengua castellana, Ortega y Gasset, con espíritu definidor más que con un ánimo de comprensión, se acercó al problema catalán que —es oportuno recordarlo— junto al problema social fueron los grandes temas no abordados con acierto por los políticos de la Monarquía Alfonsina. El problema catalán, sentenció el señor Ortega, «es un caso corriente de lo que se llama nacionalismo particularista. ¿Y qué es el nacionalismo particularista? Es un sentimiento de dintorno vago, de intensidad variable, pero de tendencia sumamente clara, que se apodera de un pueblo o colectividad y le hace desear ardientemente vivir aparte de los demás pueblos o colectividades». Ortega, de una fecundidad y de una brillantez deslumbrante, con frecuencia quedaba cegado por la intensidad de sus propios destellos.

Compromiso y protesta

¿Es, ha sido, realmente, el catalanismo un fenómeno de particularismo, con el deseo ardiente de vivir su vida en solitario? Históricamente, sería difícil demostrarlo. En la Edad Media, en que se forjaron las diversas personalidades peninsulares, siempre el Reino de Aragón-Cataluña se sintió comprometido en el proyecto de vida en común de los pueblos hispanos. «Nos situamos con esto en los primeros años del siglo XI —dice el historiador José Antonio Maravall—. Va a empezar la gran época que inaugura Sancho III Garcés de Navarra, con su efectivo y declarado señorío desde Barcelona hasta León. Este4 ‘Rey Ibérico», como el obispo Oliva le llamaba, y tras él, sus descendientes de la Dinastía Navarra en León-Castilla y Aragón, presiden una de las fases de mayor esplendor del sentimiento hispánico de nuestra Edad Media.»

Cierto es que en nuestro tiempo se han podido dar algunos casos en que la protesta contra los poderes del Estado, habrá podido rebasar las fronteras de las posibles reivindicaciones de una política catalana; y, cierto es que en algunas ocasiones los histerismos habrán vencido a los razonamientos. Así, el lamentable 6 de octubre de 1934. Curiosamente y paradójicamente los responsables catalanes, se lanzaron a la triste aventura, en gran parte, por solidaridad con los revolucionarios de Asturias cuyos responsables políticos no eran ni tan sólo autonomistas. El pueblo catalán, en general no participó, el catalanismo histórico se opuso con decisión y el sindicalismo catalán, en aquellas fechas la mayor organización de masas en España, se abstuvo. No creemos que el catalanismo pueda ser identificado como un particularismo de tendencia sumamente clara que aspira a vivir aparte de otras colectividades. Ortega elevó a categoría lo que no era más que anécdota de grupos minoritarios y en momentos excepcionales. Son, evidentemente, más reales, más actuales y más auténticas unas palabras pronunciadas en 1943, cabalmente a raíz de los hechos de octubre, por el líder del catalanismo histórico, Francisco Cambó: «Creo yo, señores, diputados, que todo el problema está en si la realidad catalana es compatible, no ya con la realidad española, sino con la mayor grandeza de España. Y yo os digo que, no sólo es compatible, sino que es consubstancial, que yo no comprendo la grandeza de España sin la acentuación de una realidad catalana que aporte al pensamiento general español el esfuerzo de nuestra individualidad».

Vuelvo a Ignacio Sotelo: «Para comprender el presente y el trozo de futuro que alcanzamos a divisar, considero fundamental tener muy en cuenta que vivimos en un período histórico que empieza en 1936, no en 1945 como en el resto de Europa y ello nos invita a una profunda meditación. La Guerra Civil de 1936 marca la frontera que se para la España vieja de la España nueva. Con anterioridad, Ignacio Sotelo habrá escrito: «La mezquindad de la mayoría de los planteamientos políticos actuales, incapaces de mirar más allá de la sobrevivencia diaria, proviene justamente de haber dado la espalda a las tres cuartas partes de nuestro siglo. Cuanto más recortada la conciencia histórica, más endeble el proyecto político que se propone».

La responsabilidad catalana

¿Y qué nos proponemos? La España de hoy, está claro no es la que dejamos atrás en 1936. Una clase media vigorosa, dinámica, ha rellenado espacios que antes ocupaban sectores sociales deprimidos, en buena parte del mundo rural y del obrerismo. Los grandes problemas tan mal contemplados en otros tiempos —el social y el catalanista— han sido y siguen siendo tratados con una nueva sensibilidad política. El mundo del trabajo dispone de nuevos instrumentos, técnicos y jurídicos, para el planteamiento de sus problemas; y las aspiraciones autonómicas han tratado de hallar respuesta en el llamado Estado de las Autonomías. Cataluña adquiere nuevas y graves responsabilidades en la configuración del Estado español.

En 1986 el nacionalista Miquel Roca i Junyent no halló el eco deseado en su intento de irrumpir con fuerza y directamente en la política general española. Cunde la sospecha, posiblemente alimentada por lamentables equívocos, de que la operación perseguía la defensa de intereses estrictamente y egoístamente catalanes y no se supo entender que era la justa reiteración del viejo y noble intento camboniano de contribuir al fortalecimiento y modernización de la vida política peninsular bajo el signo inequívoco de lo hispánico. No obstante, y siguiendo por sendas parecidas, el ilustre historiador Carlos Seco Serrano, uno de los intelectuales de habla castellana que mejor conoce Cataluña, ha escrito, con motivo del «Milenario» que «ahora nos hallamos en una ocasión decisiva para volver sobre las raíces de España y de Cataluña. Conviene buscar, —añade— una vez más, desde la historia lo que nos une y lo que nos ha ido uniendo».

Quizá sea también oportuno recordar unas palabras de Manuel Azaña pronunciadas en las Cortes, en la discusión del Estatuto Catalán de 1932. «La diferencia política más notable que yo encuentro entre catalanes y castellanos, está en que nosotros los castellanos lo vemos todo en el Estado, en tanto que los catalanes que son más sentimentales, o sentimentales y nosotros no, ponen entre el Estado y su persona una porción de cosas blandas, amorosas, amables y exorables, que les alejan un poco la presencia severa, abstracta e impersonal del Estado.»

Hay, evidentemente, una España de después de 1936, y también una Europa de después de 1945. Tanto el antes y el después de ambas fechas, el panorama a la vista es esencialmente distinto. Y esa esencial diferencia ha adquirido inmensas proporciones después del reciente derrumbe del Este europeo. Las exigencias de libertad y condena de los estatalismos se generaliza a amplios espacios que parecían cerrados inexorablemente a los aires intoxicados de la tiranía, del terror y del miedo. ¿No es, en realidad, la hora presente, una hora decisiva para que el pensamiento político catalán, tan ajeno como recordaba Azaña, a la presencia severa, abstracta, e impersonal del Estado, pueda contribuir a que España adquiera en el complejo de Europa, el rango que la sitúe de nuevo en la Gran Historial?