Tiempo de lectura: 2 min.

Sirio de nacimiento, educado en retórica y sofística, nihilista y uno de los ingenios más preclaros de su tiempo, según su propio testimonio era una persona sensible y con dotes de artista que huye de la filosofía para caer en brazos de la retórica; fracasa como abogado y se dedica a dar conferencias y a la literatura, que escribe en griego en pleno helenismo romano; lucha contra la superstición, la mitología y la magia, hace una sátira del hombre y sus vanidades, incluso presenta a los dioses como figurillas con las que jugar y reír (Sueño, 29). Autor fundamentalmente de diálogos: Diálogos de los dioses, de los muertos, marinos y de las cortesanas; entre sus obras también destacan El sueño, las Historias verdaderas o el Elogio de la mosca. La tradición cristiana describe su muerte atacado por unos perros furiosos como castigo por su escepticismo y sus burlas a la divinidad.

Una de las más importantes obras de Luciano es sin duda sus Diálogos de los dioses, en las 26 breves composiciones que forman el libro, desarrolla en dos o tres páginas alguna de las escenas más conocidas, sueltas y escogidas aparentemente al azar, de la mitología según la tradición literaria de los autores clásicos, con los dioses olímpicos como personajes principales: el castigo de Prometeo, el rapto de Ganimedes, el nacimiento de Atenea, el adulterio de Afrodita y Ares o el juicio de Paris.

Destaca la rápida descripción de los personajes literarios y escenas mitológicas por todos conocidas, siempre con tono irónico y satírico, como en una especie de revisión de los relatos tradicionales adaptados a las necesidades del escepticismo sofista de su época. Luciano destaca por su originalidad y comicidad, a modo de humorista e imitador de la antigüedad, representa el papel de los dioses con una reflexiva indiferencia religiosa que ya parece generalizada en el contexto histórico y cultural del siglo II d.C., siempre para sacar punta a situaciones controvertidas, divertidas o absurdas.

Más que una burla a los dioses es un alarde literario en el que los propios dioses presentan una actitud crítica ante su oficio o tarea encomendada, por ejemplo Hermes se queja ante su madre Maya de las mil ocupaciones que tiene en el Olimpo, «en cambio, los hijos de Alcmena y Sémele (Hércules y Dionisio), pese a haber nacido de miserables mortales, disfrutan del banquete sin preocupación alguna, y yo, en cambio, el hijo de Maya, hija de Atlas, soy su criado» (24); la conversación entre dos mujeres sobre su amante: «Pero, dime, ¿es hermoso tu amante? —A mí me parece muy hermoso, sobre todo cuando extiende su clámide en una piedra y se tiende sobre ella, dominado por el sueño, exhala su aliento de ambrosía… pero para qué contarte lo que sigue, tú ya tienes experiencia en esas cosas…» (11); o la discusión casi infantil entre Hércules y Asclepio interrumpida por Zeus: «¡Basta ya de pelear como si fuerais hombres! Todo eso es inconveniente e indigno del festín de los dioses» (13).