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La obra cuenta, con todo lujo de detalles, la historia de cómo se convirtieron en democracias la Unión Soviética y casi todos sus países satélites (Alemania Oriental, Checoslovaquia, Rumanía, Bulgaria, Hungría, Polonia). La autora, con un bisturí muy fino, va diseccionando acontecimientos, conversaciones, proclamas, declaraciones, tumultos, huelgas, negociaciones y cambios políticos, que tuvieron lugar entre 1989 y 1992.

El libro está muy bien traducido, editado y documentado. A las 634 páginas de texto hay que añadir 260 más, dedicadas a: mapas (alguno de ellos en color), abundantes notas a cada capítulo, fuentes bibliográficas, agradecimientos, lista de ilustraciones, fotos e índices.

"Después del Muro". Kristina Spohr. Taurus. Barcelona, 2021. 894 pags.
«Después del Muro». Kristina Spohr. Taurus. Barcelona, 2021. 894 pags. 31’40 € (papel) / 15’19 € (digital)

LOS TRES ACTORES PRINCIPALES

Los personajes principales de este ensayo son: George W. Bush, Mijaíl Gorbachov y Helmut Kohl. La autora observa muy de cerca, a estos hombres de Estado, que tomaron decisiones cruciales. Gracias a su tesón y amplitud de miras, consiguieron, en 1989, entender y controlar las nuevas fuerzas que estaban apareciendo en el mundo y, más concretamente, en Europa.

Eran estadistas muy experimentados. Y tuvieron una habilidad excepcional para proporcionar la libertad política y económica, que pedían a gritos los ciudadanos del Este de Europa

La primera impresión, después de una atenta lectura del libro, es que los tres grandes protagonistas de la caída del Muro se entendieron bien. Eran estadistas muy experimentados. Y, lo que resulta todavía más importante, tuvieron una habilidad excepcional para proporcionar la libertad política y económica, que pedían a gritos los ciudadanos del Este de Europa. Una libertad que se les había arrebatado después de la Segunda Guerra Mundial.

Fueron líderes pragmáticos, equilibrados, abiertos al diálogo, atentos, hasta el más mínimo detalle, a lo que pasaba a su alrededor, optimistas, discretos, pacifistas e inasequibles al desaliento. Abiertamente partidarios de comunicarse entre ellos para compartir sus ideas y sus emociones. Supieron dejar de lado la típica diplomacia estéril para expresar libremente, entre ellos, sus puntos de vista.

GEORGE BUSH: FACTOR DEL CAMBIO

El presidente Bush supo aprovechar sus contactos personales directos y la colaboración de los aliados de Estados Unidos, con el fin de conseguir sus objetivos políticos. Las relaciones más antiguas de Bush con dirigentes extranjeros eran las que mantenía con los de la República Popular China, en especial con Deng Xiaoping. A éste último lo conocía desde su época de embajador estadounidense en Pekín, entre 1974 y 1975. “El hecho de que Deng le considerase como un amigo era una ventaja notable y que Bush supo aprovechar desde el comienzo de su presidencia: visitó Pekín en febrero de 1989. Esta política de amistad con China topó con el obstáculo de la represión en Tiananmen. Bush, como no podía ser de otra manera, se unió a las condenas de prácticamente todo el mundo contra China por violar los derechos humanos” (pág. 638).

De las páginas del libro se puede concluir que Bush fue un gran presidente. Y destacó por tener mucha más experiencia internacional que sus tres predecesores inmediatos (Ford, Carter y Reagan). Había sido vicepresidente ocho años, durante los cuales conoció a la mayoría de los jefes de Gobierno. Incluso llegó a entablar amistad con muchos de ellos, también con Gorbachov.

Bush estaba convencido de que Estados Unidos estaba entrando en una nueva fase ascendente. Y creía firmemente que el siglo XXI confirmaría esa hegemonía. Efectivamente, “Estados Unidos había puesto en marcha los grandes cambios que estaba experimentando el mundo actual: el crecimiento de la democracia, la propagación de la libre empresa y la creación de un libre mercado de productos e ideas” (págs. 45 y 46).

El principal desafío al que tuvo que hacer frente el presidente era fomentar las reformas en los países de Europa del Este. Pero “sin llegar tan lejos, ni hacerlo tan rápido como para provocar agitación y una posterior reacción negativa. Una transición económica fallida podía desembocar fácilmente en inflación, desempleo y escasez de alimentos, lo cual obligaría a los líderes reformistas a cambiar de rumbo” (pág. 114).

Pero es que, además, Bush conocía muy bien a los líderes veteranos de la Unión Europea: Margaret Thatcher, François Mitterrand, Jacques Delors y Kohl. Precisamente con este último, canciller alemán, mantuvo la relación más constructiva. La buena sintonía, tanto con el presidente francés como con la primera ministra británica, favoreció la unificación de Alemania.

Efectivamente, en 1989, tanto Mitterrand como Thatcher habían mostrado su rechazo a lo que estaba sucediendo en Alemania, pues iba en contra de todo lo que medio siglo de historia les había enseñado: que una Alemania unida era un peligro para la paz en Europa (pág. 636). Thatcher fue, por tanto, uno de los mayores obstáculos para la unificación. Llegó a afirmar lo siguiente: “hemos vivido la guerra y sabemos a la perfección cómo son los alemanes, de qué son capaces los dictadores y que el carácter nacional, en esencia, no cambia.” Añadió que “ahora los alemanes tienen la potestad de expandirse para ser un imperio económicamente dominante, y lo que no puedan lograr a través de guerras mundiales lo conseguirán mediante el imperialismo económico. Toda Europa del Este será suya; ya están adueñándose de Alemania Oriental, y todo eso será una amenaza para Gran Bretaña” (pág. 313).

En cambio, Bush, a diferencia de Mitterrand y, sobre todo, de Thatcher, no tenía inquietudes históricas sobre la cuestión alemana. Para él, Alemania era, como declaró en mayo de 1989, un “socio en el liderazgo” del mundo. Por eso, apoyó en términos generales la estrategia de Kohl para la unificación alemana. Y permitió que fuera Alemania Occidental la que tomara la iniciativa en las negociaciones con Gorbachov sobre ese tema (pág. 637).

GORBACHOV: LA DEMOCRACIA EN EL ESTE DE EUROPA

Por su parte, Gorbachov, tenía vocación de reformador, y sintonizaba mucho mejor con Bush que con Ronald Reagan. El objetivo de Gorbachov era dar libertad a los diferentes pueblos de la órbita de la Unión Soviética, con el fin de que fueran conformando su propio destino político y económico. Y, a largo plazo, alinear a la sociedad soviética con el resto de Europa y también con la comunidad internacional.

Sin embargo, en el corto plazo, Gorbachov no tenía una estrategia clara que señalara cuál debería ser el camino para construir algo diferente al sistema comunista. Esta falta de claridad, unida a que se estaban aplicando reformas rudimentarias, sumió a la Unión Soviética en graves problemas económicos. Precisamente, en un momento de creciente agitación política. No se debe olvidar que solo un año antes, en 1988, Gorbachov declaró que “el intento de restablecer la propiedad privada supone un retroceso y es una decisión sumamente errónea” (pág.428).

El pleno del Comité Central del Partido Comunista, celebrado entre el 5 y el 7 de febrero de 1989, aprobó el plan de Gorbachov para incrementar su poder personal, al tiempo que reducía el del partido. Al principio, Gorbachov rechazó la idea de una presidencia “imperial”, ya que lo consideraba un cambio demasiado radical y lo hacía sentirse incómodo. No quería que los ciudadanos soviéticos pensasen que solo había iniciado las reformas para acrecentar su poder. Pero ese poder fue el que le permitió negociar y tomar las decisiones oportunas para que las economías de la Unión Soviética y sus países satélites transitaran hacia sistemas económicos más abiertos.

HELMUT KOHL: ARTÍFICE DE LA UNIFICACIÓN ALEMANA

El tercer actor principal de esta narración es Kohl. Fue el padre intelectual y promotor de la reunificación de Alemania. No obstante, él nunca intervino en los asuntos de la RDA hasta que no se produjo dicha reunificación. Kohl coincidía con Bush y Gorbachov en la estrategia a seguir. Por ejemplo, en que la ayuda económica de Occidente sería necesaria si se quería que los resultados de las reformas fueran positivos.

Su principal desafío era despejar las dudas que tenían sus aliados, que temían que volviera a haber una Alemania unida

El principal desafío del canciller Kohl era despejar las dudas que tenían sus aliados, que temían que volviera a haber una Alemania unida. Especialmente, Francia y Gran Bretaña, por sus dolorosos recuerdos de las dos Guerras Mundiales (se atribuye a Mitterrand esta frase irónica: “Me gusta tanto Alemania, que prefiero que haya dos”). A escala internacional, implicaba, asimismo, convencer a las dos superpotencias, que habían pasado más de cuarenta años enfrentadas en la frontera interior de Alemania y en la ciudad de Berlín (págs. 636 y 637).

Junto con Bush, el canciller Kohl tuvo un papel fundamental para convencer a Thatcher y Mitterrand de la importancia que representaba para Europa la unificación de las dos Alemanias. Bien es cierto que, en cuanto Kohl le garantizó a Mitterrand que una Alemania unida estaría vinculada a Europa, éste aceptó la idea de la unificación alemana. Eso significaba que Francia y Alemania impulsarían juntas el proceso de construir una Europa unida (pág. 318).

Thatcher, por el contrario, rechazaba de plano una solución europea a la cuestión alemana. Sin embargo, al final cedió. Lo que convenció a Thatcher fue la confirmación de un marco transatlántico para la unificación de Alemania. Esta solución sí le gustaba más a Thatcher y, poco a poco, fue haciéndose a la idea, hasta aceptarla definitivamente en la primavera de 1990. “Cedió ante la insistencia de Bush y a cambio de que Alemania se quedara en la OTAN” (pág. 318).

Todo ello pone de manifiesto, que “la revolución europea de 1989 fue todo un reto para el orden mundial; para afrontarla fue necesario que cooperasen líderes que tenían unas ideologías, un bagaje histórico y unas limitaciones internas muy diferentes” (pág. 636).

DENG XIAOPING: LA REPRESIÓN DE TIANANMEN

Los tres actores principales de este ensayo abominaban las políticas de Erich Honecker (presidente de la RDA) y de su sucesor Egon Krenz. (1) También del rumano Nicolae Ceausescu. La gestión de estos dirigentes había sumido a sus países en la oscuridad y el estancamiento. Estos tres dictadores fueron partidarios de reprimir las reformas, y utilizar contra los manifestantes y huelguistas métodos similares a los que usó Deng Xiaoping en Tiananmen. Una represión, la de Tiananmen, que también se produjo en 1989, concretamente el 4 de junio. Al amanecer de ese día, decenas de miles de soldados chinos inundaron la famosa plaza y las calles colindantes. Dispararon, con sus ametralladoras, contra una multitud ingente, que se manifestaba contra la dictadura marxista, y solicitaba un sistema político más democrático (pág. 75).

La reacción de los medios de comunicación occidentales, que vieron en directo lo sucedido, fue de repulsa unánime. Kohl y Bush condenaron la represión del gobierno chino. Gorbachov vio la oportunidad de acercarse más a China, al observar que Estados Unidos se distanciaba. No obstante, ese acercamiento de la Unión Soviética a China no significaba, en absoluto, que Deng y Gorbachov estuvieran hechos de la misma pasta. En realidad, existía un fuerte contraste entre estos dos líderes. “Cada uno había impulsado las reformas de sus respectivos países sin tener en cuenta sus posibles consecuencias. Pero, cuando ambos perdieron el control del proceso político, el dirigente chino empleó una fuerza devastadora, mientras que su homólogo soviético permitió que la reforma avanzara hasta convertirse en una revolución y luego se abstuvo de emplear los tanques para ponerle freno” (pág. 635).

Desgraciadamente, los sucesos de Tiananmen sirvieron para demostrar que el poder popular no era una fuerza incontrolable. Podía acabar aplastado por el ejército o bien gestionado y encauzado por los políticos. Afortunadamente, la reacción del gobierno chino, frente a las masas que pedían libertad, sirvió de revulsivo. Los gobiernos de toda Europa aprendieron que ese camino no era el adecuado.

ACTORES DE REPARTO

Pero también, en esta obra, aparecen personajes secundarios (2), cruciales en aquel momento histórico: François Mitterrand, Boris Yeltsin, Jacques Delors, Wojcieech Jaruzelsky, Lech Walesa y los ministros de Asuntos Exteriores de nuestros tres protagonistas principales: James Baker (Estados Unidos), Hans–Dietrich Genscher (Alemania) y Eduard Shevardnadze (Unión Soviética). También en el reparto aparece una actriz antagonista, citada ya anteriormente, Margaret Thatcher, que se opuso desde el principio a la reunificación de Alemania.

Esos hombres y una mujer, junto con el trío de protagonistas, “barajaron toda una serie de opciones a menudo contradictorias en un esfuerzo por gestionar los acontecimientos, imponer estabilidad y evitar la guerra” (pág. 21).

Este grupo de personajes históricos actuaron de común acuerdo ayudando “a transformar el mundo después de que el viejo orden se hubiera hecho añicos” (pág. 634). “Una generación de políticos que lograron que toda Europa fuera libre” (pág. 113).

VEINTE AÑOS DESPUÉS

Desgraciadamente, el comportamiento de algunos de los protagonistas del actual mapa político y económico de Europa parece desolador. Dirigentes como el británico Boris Johnson, el húngaro Viktor Orbán, el turco Erdogán, el bielorruso Lukashenko o el ruso Vladimir Putin están apostando más por el enfrentamiento que por la cooperación. El resultado es justo el contrario que el de 1989: aumento del patriotismo económico, retroceso en la globalización y enaltecimiento del líder. Se trata de personajes que, junto al creciente protagonismo de Xi Jinping, están provocando la descomposición del orden económico internacional.

 Más importante aún es la decidida conversión de la fuerza demográfica y económica de China en poderío militar que ha impulsado Xi Jinping

Por poner algún ejemplo, vemos como cada vez las aventuras de Putin son más temerarias. Sus intentos de recuperar lo que considera la merecida condición de Rusia como gran potencia, y lo que él cree que es su legítimo dominio de la esfera euroasiática han tenido ya las siguientes consecuencias: sus intervenciones en Crimea, Ucrania y Siria, su proyecto geoestratégico de controlar el Ártico, y su entrada en la batalla moderna por conquistar las mentes y los corazones en el ciberespacio y las redes sociales. “Pero más importante aún, aunque parezca menos provocadora, es la decidida conversión de la fuerza demográfica y económica de China en poderío militar que ha impulsado Xi Jinping, que ha llevado a arrinconar a sus rivales en el mar del Sur de China y emprender su grandioso proyecto de hacer de China una superpotencia mundial antes de 2050” (pág. 648).

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(1) Egon Krenz dejó el cargo 7 de diciembre de 1989 y fue sustituido por el liberal-demócrata Manfred Gerlach, que negoció con Kohl la reunificación.

(2) Estos personajes tienen una fuerte relevancia en la historia que nos cuenta Spohr, pero no llegan al nivel de influencia de los tres protagonistas.

Catedrático de la Universidad CEU-San Pablo y Profesor del IE Business School.