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Doctor en Filosofía por la Universidad de Salamanca, y en Literaturas Hispánicas por McGill University de Montreal, Juan Luis Suárez es catedrático de Humanidades Digitales en Western University de Canadá. En esa institución dirige el laboratorio de investigación digital The CulturePlex Lab. Sus trabajos se centran en la condición digital, las humanidades digitales, el análisis de redes culturales, la creatividad y la historia del Humanismo y del Barroco.

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Avance

La digitalización, la irrupción del mundo digital, es una revolución económica y social sin precedentes que nos obliga a pensar, no ya en el futuro al que nos dirigimos, sino en la propia condición humana; o en cómo será la condición humana en una sociedad digitalizada. El autor hace un minucioso recorrido por los logros y, sobre todo, las amenazas y riesgos de la digitalización: la pérdida de privacidad, el llamado capitalismo de la vigilancia, el debilitamiento de derechos o del propio Estado social, incluso el desbordamiento de la digitalización desde los aspectos económicos y sociales para alcanzar los aspectos biológicos de las personas, llegando a lo que ya se conoce como transhumanismo. No es el menor de los problemas el que esas amenazas no se perciban al venir envueltas en las múltiples ventajas de la digitalización. Una digitalidad mal entendida contiene las semillas de una sociedad indecente; por lo que la creación de una sociedad digital decente sería el tema de nuestro tiempo. Esa sociedad tendría que estar basada en el humanismo, en la valoración del ser humano por el hecho de serlo, y salvaguardar la dignidad humana, la confianza en los semejantes y las mejores instituciones que nos hemos dado.

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Artículo

La condición digital parte de un par de constataciones: Que “la inteligencia artificial nos ha metido en la mayor crisis de identidad que la humanidad haya tenido jamás”, y que esa crisis lleva consigo un gran beneficio, ya que es precisamente “la inteligencia artificial la que nos está forzando a preguntarnos quiénes somos, cuál es nuestra auténtica condición”. Esta pregunta puede formularse de otra manera: ¿qué significa para el ser humano que el único futuro posible sea digital? Partiendo de esa realidad insoslayable, que el futuro es digital, hay que preguntarse cómo sería ese futuro en el que la condición humana se habría hecho condición digital.

La digitalidad “es la más grande emigración que la humanidad haya realizado desde que nuestra especie existe”

La condición digital. Trotta. Madrid, 2023. 258 págs 20,90 € (papel) / 13,29 € (digital)

Aunque los términos digitalización y digitalidad puedan parecer equivalentes, y prácticamente lo sean a menudo, el primero es más bien el proceso que conduce al segundo, que sería a la vez el final del proceso, la nueva época y el nuevo estadio de la humanidad. La digitalidad -“una de las mayores revoluciones económicas y sociales de la historia [que] ocurrió en los últimos años delante de nuestras narices sin que nos diéramos cuenta ni creyéramos lo que veían nuestros ojos”- “es la más grande emigración que la humanidad haya realizado desde que nuestra especie existe”. 

El libro es, pues, un recorrido radical por la digitalización y una indagación acerca de cómo sería nuestra condición humana si fuera digital. El autor se remite a Hannah Arendt, para quien nuestra condición se define a partir de las capacidades humanas cuya transformación o pérdida equivaldrían al cambio mismo de la condición humana. Y propone iniciar una labor investigadora en la que la imaginación ética haga las veces de detective público del futuro digital. El libro se cierra con una reflexión sobre “el prejuicio humano” en la que se “defiende una práctica del humanismo basada en la afirmación del valor único del ser humano por el sólo hecho de serlo”.

Se requiere “más humanidad para un futuro digital atractivo, beneficioso e igualitario”

La digitalización, que se ha infiltrado en la condición humana para convertirla en condición digital, es un proyecto que nos obliga a contar con el factor humano para definir el tipo de digitalización que queremos y necesitamos. Como en todo proyecto humano, tenemos que pensar en cómo influye en los valores, principios e intereses de los afectados, y cómo refleja y defiende los valores y derechos universales del ser humano. Las respuestas que demos nos deben ayudar a afrontar con optimismo el futuro de la condición humana en la era digital. En todo caso, dice el autor, se requiere “más humanidad para un futuro digital atractivo, beneficioso e igualitario”.

El funcionamiento de la digitalización

En tanto que todo aquello que condiciona nuestra existencia como seres humanos (relaciones sociales, comunicaciones, entretenimiento, compras, trabajo…) se nos presenta y se vive ya de manera digital, puede afirmarse que la condición humana es ya condición digital. Aunque la crisis de la COVID mostró que quedan numerosos ámbitos de la vida analógica sin conquistar todavía por la digitalización (la atención médica, el cuidado de los ancianos, la educación, la mera compañía de otros humanos, las relaciones amorosas, las experiencias estéticas, el cuidado de los hijos…), también supuso, a través del confinamiento, una aceleración de la tendencia a la digitalización; algo así como su puesta de largo.

Si los seres humanos no nos hemos digitalizado todavía es porque no sabemos cómo hacerlo, pero estamos en camino hacia una digitalización de las personas. “La próxima encrucijada de la existencia humana no es otra que la digitalidad, el estado de la realidad en el que lo natural, lo habitual, es que la vida se haga, transcurra digitalmente, no solo en sus aspectos económicos, sociales y culturales, sino en muchos de sus aspectos biológicos”. En poco más de quince años muchos aspectos de la condición humana se han vuelto digitales y la superconectividad domina hoy nuestra vida.

Por lo que se refiere, en concreto, a los niños y jóvenes, los artefactos digitales han colonizado tres espacios esenciales en su crecimiento y formación que siempre habían estado controlados por la familia y las instituciones: el tiempo en casa, en la escuela y el de ocio. En estos espacios, dice el autor, las familias y las instituciones han sido, nunca mejor dicho, hackeadas.

Y en general, “la dependencia digital consiste en la organización de casi todos los aspectos de la vida humana en torno a las redes y aparatos de tecnología digital”. “La alternativa a este proceso imparable de digitalización es que decidamos establecer los límites de nuestra digitalidad, así como los aspectos, los momentos y los modos en que nos vamos a relacionar con lo digital”. Si vamos a desarrollar un humanismo tecnológico, la premisa fundamental es establecer una distinción clara y precisa entre los ámbitos de la vida humana que queremos digitalizar y los que queremos mantener en el mundo analógico.

Plataformas y capitalismo de la vigilancia

Dentro de la digitalización, las plataformas constituyen un ecosistema que protagoniza la fase más reciente de digitalización de la realidad; por lo que el autor se ocupa de ellas con cierto detenimiento, consciente de la dificultad de entender, regular y controlar ese ecosistema. Una de sus características es que no funcionan de manera aislada, sino que cada servicio digital conduce a otro servicio digital. Y los datos que las alimentan son el nuevo petróleo de la economía digital. Porque este, el económico, es un aspecto importante de todo el proceso de digitalización. Los mecanismos de organización y penetración social de las plataformas tienen que ver con la dataficación (convertir en datos el mayor número de aspectos de la realidad), la mercantilización y la selección de contenidos y relaciones. Además de la evitación de regulaciones y leyes en los sectores económicos en los que intervienen, apoyándose en la incapacidad de los gobiernos (que les han dejado el campo libre) y en la extensión del modelo de Estado mínimo. La confluencia de esa ideología del Estado mínimo con la ideología de la innovación está dando como resultado un capitalismo tecnológico, digital o capitalismo de la vigilancia, basado en una economía extractiva de datos. Ya hay modelos de negocio basados en la vigilancia de la ciudadanía, igual que hay “objetivos empresariales que circulan por debajo de la ideología de la digitalización”.

Algún economista ya se ha preguntado por qué los ciudadanos no reciben ningún ingreso por su participación en la actividad digital

Si para Hannah Arendt, autora de referencia en este trabajo, la vida humana está condicionada por la objetividad del mundo, por las cosas que entran en contacto con nuestra existencia, las plataformas digitales han sido capaces de inventarse de tal manera que uno de sus fines es estar en contacto con los seres humanos, sus usuarios, el mayor tiempo posible y para todo tipo de actividades humanas. El objetivo es, por supuesto, tener acceso al mayor número de datos; datos que están en manos privadas. Puesto que los datos que producen los usuarios constituyen la materia prima más deseada de esta forma de la digitalidad, algún economista ya se ha preguntado por qué los ciudadanos no reciben ningún ingreso por su participación en la actividad digital, cuando es esa participación la que crea valor para las empresas digitales.

El autor recuerda también la distinción que Hannah Arendt hace entre conducta (que es social) y acción (que es política), para señalar que las grandes aplicaciones que vertebran la vida digital son, sobre todo, aplicaciones de lo social. En la realidad  digital hay una hipertrofia de lo social (las redes sociales) que va en perjuicio, tanto de lo privado como de lo político.

El objeto sobre el que se está construyendo el mercado de la digitalidad es nada menos que el comportamiento futuro de la humanidad

Las plataformas, por otra parte, persiguen la eliminación de toda resistencia, de toda fricción, de todo lo que suponga una existencia física y analógica. “El diseño de pantallas táctiles supuso un hito en el avance hacia un mundo sin fricción… Se abrió una nueva vía hacia la digitalidad, la de aproximar lo digital cada vez más al cuerpo humano”. “En el momento en que exista una continuidad natural e imperceptible entre el ser humano y los sistemas digitales se habrá llegado a la digitalidad completa”. La digitalización está, por principio, en contra de la fricción, esto es, de los obstáculos: “con fricción, no hay negocio digital”. Y cuanta más fricción se elimina de la experiencia digital, más control tiene el diseñador sobre el usuario. “En el mundo del diseño digital, cualquier fricción es, por principio, algo negativo que se debe evitar. La fricción entre el usuario y la máquina puede provocar… un retraso en el deseo o el acto mismo de comprar”, o el abandono de la navegación. “Todo esto se puede evitar diseñando sistemas y experiencias que dirijan claramente al usuario por los caminos preestablecidos”, sin obstáculos ni dificultades. “La falta de fricción rebaja las defensas de los usuarios digitales y aumenta proporcionalmente su confianza en los sistemas digitales”. Reducir o eliminar la fricción lleva a mejorar la experiencia del usuario, lo que implica predecir mejor su conducta gracias a los datos producidos, lo que crea o mejora el nuevo mercado. “Solo sin fricción es posible la digitalidad, aunque la ausencia de fricción suponga el fin de la libertad humana”. Por todo eso, puede decirse que el objeto sobre el que se está construyendo el mercado de la digitalidad es nada menos que el comportamiento futuro de la humanidad.

Pero, aunque lo digital ha mostrado su utilidad durante la pandemia, ya que el confinamiento habría sido más duro sin la disponibilidad y eficacia de las tecnologías digitales (lo que ha llevado a un cierto triunfalismo digitalista), “la tecnología digital no soluciona todos los problemas y menos aún cuando estos tienen un nivel de complejidad humana y de componente biológico considerables”.

El transhumanismo, un escenario inquietante

La eliminación de la fricción entre seres humanos y sistemas digitales permite avanzar en la simbiosis de máquinas y humanos, la cual se desarrolla en dos sentidos: creación de inteligencia artificial y maquinización o deshumanización del ser humano. En todo caso, lo que está en juego es el aumento de la productividad y un proceso continuo de optimización de lo humano (“la transformación de la condición humana mediante su continua optimización es uno de los mensajes más repetidos en la época de la digitalidad”) que abre unas perspectivas inquietantes, casi apocalípticas. El desarrollo de la (super)inteligencia artificial entraña riesgos incontrolables para la raza humana, con la posibilidad de control y manipulación de nuestros comportamientos. Es la misma condición humana, su dimensión cultural, la que se está modificando; “estamos ante nuevos tipos de comportamiento que afectan a la raíz cultural del ser humano”. Bajo el cartel de gratis de las plataformas se esconde el precio que realmente estamos pagando, y parece que cuando nos demos cuenta de su cantidad, será un poco tarde, dice el autor.

Uno de los grandes proyectos del ser humano en el siglo XXI es el transhumanismo, más peligroso y difícil de seguir que otros terrores relacionados con lo digital. El transhumanismo no rechaza la tradición humanística; apuesta por un desarrollo de la ciencia asociado a la evolución de la condición humana y del organismo (dos entidades separadas).

En este punto, el autor no rebaja lo sombrío de las perspectivas que se abren: “¿Cuánto queda para que el ser humano, conectado ya no por medio de aparatos externos, sino por tecnología integrada en el interior de nuestro organismo, sea una más de las cosas conectadas a las redes de comunicación global?”. “¿Dónde comienza y acaba la integridad física y moral de este ser humano permanentemente conectado en múltiples capas de transmisión de datos y contenidos?”.

La estación de llegada del transhumanismo es la singularidad, la siguiente fase en la evolución del ser humano, caracterizada por la fusión de la tecnología y la biología

La estación de llegada del transhumanismo es la singularidad, la siguiente fase en la evolución del ser humano, caracterizada por la fusión de la tecnología y la biología. Esa fusión de la tecnología digital con la corporalidad humana es un hecho cada vez más cercano. El humanismo ha de encuadrar estos cambios en una reflexión acerca de asuntos clave (como privacidad, identidad, derecho a la vida y la muerte). En la singularidad, según la presentan autores como Ray Kurzweil, hay una poderosa propuesta ideológica de transformación humana, de dominación de los más débiles y de exclusión de aquellos que no puedan o sepan optimizar sus vidas. No se puede posponer la tarea de entender lo que esto implica.

Un problema es cómo se puede entrever el aspecto negativo de la digitalidad cuando experimentamos a diario todas sus ventajas: llamadas, videollamadas, entretenimiento, trabajo… Todo eso lo seguimos experimentando como una especie de milagro, un encantamiento que no queremos que acabe. Pero, por encima de sus ventajas, la digitalidad fomenta una atomización de la vida humana que tiene como consecuencia la falta de confianza en el espacio público y el rechazo de la acción pública. “Me inclino a pensar –escribe el autor- que la digitalidad contiene, en esta versión actual, las semillas de una sociedad indecente… Estas semillas de la indecencia, y a pesar de las numerosas cosas positivas que ha traído la digitalización, están inscritas en su arquitectura institucional, en sus modelos de negocio, en la necesidad de convertir a los usuarios en productores de conductas colectivas”. De modo que la creación de una sociedad digital decente deviene el tema de nuestro tiempo.

Los límites digitales: a favor de lo humano

El autor recurre al concepto de límite del filósofo Eugenio Trías para sostener que “el límite marca el espacio en donde se decide la condición humana en la época de la digitalidad; el límite de la condición digital está aquí mismo: nosotros somos el límite”. Esa idea acarrea una ética de los límites digitales; una ética a desarrollar para definir la condición digital en términos humanos. Será una ética de la separación entre lo digital y lo analógico, entre lo que queremos y lo que no queremos que sea digital; que defienda valores o derechos humanos que estimamos más importantes que la digitalidad, como la dignidad humana, la confianza en los semejantes y en las instituciones o el reconocimiento del papel del Estado democrático y de derecho.

“Rescatar los valores humanos en la digitalidad constituye la primera misión para tener una condición digital que siga siendo humana”

El libro se cierra con una clara y rotunda defensa del humanismo, lo que el autor llama el prejuicio humano: básicamente, abrazar la idea de la importancia absoluta de los seres humanos. “Rescatar los valores humanos en la digitalidad constituye la primera misión para tener una condición digital que siga siendo humana”. En otras palabras, contrarrestar o invertir las condiciones bajo las que se ha desarrollado la digitalidad: ocultamiento del factor humano, creación de una categoría humana de excluidos (por la combinación de digitalidad y globalización), deterioro de las instituciones sociales y políticas, y confianza ciega en las máquinas digitales.

El autor aboga por no prescindir de la digitalidad; pero tratándola no desde la óptica de las plataformas, sino desde la de la condición humana. El principio fundamental de la ética de los límites digitales que propugna el autor afirma que lo digital es una herramienta para el beneficio de los seres humanos, no un fin en sí mismo. Con la esperanza de que la condición humana es, todavía, sobre todo analógica (“la tinta digital no ha penetrado aún en la intimidad del cuerpo humano”); y con el convencimiento de que asuntos como la salud pública en general, y las epidemias en particular (y la más reciente es uno de los motores de la reflexión del autor), son un asunto profundamente humano y poco digital.

Periodista cultural.