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“El hombre es una invención de fecha reciente. Y quizá nos estemos acercando a su final”. Con esta cita de Michel Foucault -tomada de su libro El orden de las cosas (1966)- introduce el profesor y crítico literario Adam Kirsch su reflexión sobre las corrientes que están dando la bienvenida a la extinción del homo sapiens.

Lo hace en su libro The Revolt Against Humanity (Columbia Global Reports). El subtítulo –Imagining a Future Without Us– puede resultar provocador, si no fuera porque ya hay científicos y activistas que están imaginando (y planteando) ese futuro sin nosotros; y, lo que es más importante, grandes corporaciones están invirtiendo dinero en investigar ese horizonte: “desde salas de juntas de Silicon Valley (…) hasta departamentos académicos de filosofía, una idea aparentemente inconcebible está siendo discutida seriamente”.

The revolt against humanity. Columbia Global Reports. 2023. 104 págs.

El hombre ha usurpado a la naturaleza

Se lo plantearon primeramente ciertos antihumanistas, una rama derivada de las corrientes más extremas del ambientalismo: “determinados pensadores y activistas del ambientalismo que consideran que nuestra autodestrucción es inevitable, y que deberíamos darle la bienvenida como una sentencia que justamente hemos nos dictamos a nosotros mismos”. Sería la consecuencia inevitable del daño a la Tierra causado por la mano del hombre. Esos ambientalistas -apunta Kirsch- consideran a la humanidad “como una fuerza antinatural que ha usurpado y abolido la naturaleza (…) Es lo que se resume en el término antropoceno, que en la última década se ha convertido en uno de los conceptos más importantes en las humanidades y las ciencias sociales.”

“Si ser fructífero y multiplicarse -siguiendo el mandato bíblico- comienza a ser visto como una forma de matar, porque priva a las generaciones futuras y a otras especies de recursos insustituibles, entonces el florecimiento de la humanidad ya no puede ser visto como un bien” constata Kirsch.

El filósofo antinatalista David Benatar argumenta que “la desaparición de la humanidad no privaría al universo de nada único o valioso”

Y añade que diversos autores subrayan esta incompatibilidad entre el hombre y el planeta y admiten que la extinción no solo es posible sino hasta cierto punto deseable. Es el caso de David Wallace-Wells en La tierra inhabitable (2019), o del jurista Jedediah Purdy en After Nature (2015).

En un clásico del pensamiento ambientalista, El fin de la naturaleza (1989), Bill McKibben afirma que la naturaleza era “un mundo enteramente independiente de nosotros que estaba aquí antes de que llegáramos y que rodeó y apoyó a nuestra sociedad humana.” Y un filósofo antinatalista, David Benatar argumenta en Mejor nunca haber sido (2006) que “la desaparición de la humanidad no privaría al universo de nada único o valioso”; y que “la preocupación de que los humanos no existirán en algún momento futuro es un síntoma de la arrogancia humana…”

Existe incluso un movimiento que propugna la extinción del homo sapiens, para salvar a un planeta superpoblado. Se trata del Movimiento por la Extinción Humana Voluntaria  fundado por el estadounidense Les U. Knight, siguiendo la estela de Paul Ehrlich y su controvertido libro La explosión demográfica (The population bomb) (1968), cuyas profecías catastrofistas sobre exceso de la población no se han cumplido. La ficción cinematográfica lleva tiempo mostrando ese horizonte, en filmes como Hijos de los hombres (Alfonso Cuarón, 2006).

Fotograma de «Hijos de los hombres». © Filmaffinity

“Si la elección a la que nos enfrentamos es entre un mundo sin naturaleza y un mundo sin humanidad, los ambientalistas antihumanistas más radicales -añade Kirsch- no dudan en elegir este último”.

Transhumanistas, la vida sin dolor, vejez ni muerte

También los transhumanistas creen que la humanidad podría extinguirse, solo que “lo que les preocupa es que suceda antes de que hayamos logrado inventar a nuestros sucesores”. Vendrían en auxilio de la raza humana -según ellos-, “la ingeniería genética y las tecnologías ligadas al desarrollo de máquinas inteligentes” a fin de “acabar con el sufrimiento, con las limitaciones biológicas que lo producen, e incluso se podría vencer al envejecimiento y la muerte”, como explica Antonio Diéguez, catedrático de Filosofía de la Ciencia, en su libro Transhumanismo. La búsqueda tecnológica del mejoramiento humano (Herder).

“El transhumanismo cree que la única salida que le queda a la humanidad es crear nuevas formas de vida inteligente que ya no serán homo sapiens”

En ese sentido, -afirma Kirsch- el transhumanismo -término acuñado en 1927 por el biólogo Julian Huxley, hermano de Aldous, el autor de Un mundo feliz– “glorifica algunas de las cosas que el antihumanismo denuncia: el progreso científico y tecnológico, la supremacía de la razón. Y cree que la única salida que le queda a la humanidad es crear nuevas formas de vida inteligente que ya no serán homo sapiens”.

Lo argumenta el filósofo Nick Bostrom, director del Instituto para el Futuro de la Humanidad, y uno de los principales teóricos del transhumanismo, al definirlo como un “movimiento que promueve un enfoque interdisciplinario para comprender y evaluar las oportunidades que nos ofrece el avance tecnológico para mejorar la condición y el organismo humanos. Para ello serán consideradas la genética y las tecnologías de la información, así como la nanotecnología molecular y la inteligencia artificial”.

Una parte de esos objetivos los cumple ya la medicina moderna, al paliar el dolor y aumentar la esperanza de vida. La gran diferencia es “la radicalidad del planteamiento transhumanista, que no se limita a curar sino que pretende llegar a una especie posthumana” señala la filósofa Elena Postigo,  directora del Instituto de Bioética de la Universidad Francisco de Vitoria.​

El posthumano, un salto en la evolución de la especie

El transhumanismo sería una etapa intermedia antes de llegar al posthumanismo. Nick Bostrom explica que el transhumano es un humano mejorado, alguien nacido de humanos, pero que se implanta, hace alteraciones genéticas en su cuerpo, utiliza la inteligencia artificial, con más capacidades físicas y psíquicas, que envejece menos, y puede vivir más tiempo. En tanto que el posthumano es alguien notoriamente distinto del humano y del transhumano. Se trataría, según sostienen estos científicos y pensadores, de un salto más en la evolución de la especie.

Entre los objetivos que se marca la llamada Universidad de la Singularidad, creada en 2009 por el ingeniero informático Raymond Kurzweil y patrocinada por Google y la NASA, figuran la lucha contra el cambio climático, la pobreza, el hambre, la enfermedad e incluso la muerte, mediante tecnologías disruptivas como robótica o la IA. Y el propio Kurzweil afirma que con la singularidad “la inteligencia artificial superará a la inteligencia humana, y por tanto la vida biológica y la vida tecnológica confluirán”.

Puede sonar a ciencia-ficción, pero Kurzweil ya ha escrito un libro titulado Cómo crear una mente. Y Bostrom llega a decir que “la suspensión criónica de los muertos debe estar disponible como una opción para aquellos que lo deseen. Es posible que las tecnologías futuras permitan reanimar a las personas que se han suspendido crónicamente”.

Es verdad que para Bostrom, transferir la información de un cerebro a una computadora no pasa de ser “una suposición radical”, pero la contempla como posibilidad: “de ser así, sería posible cargar (upload) una mente humana a una computadora, replicando detalladamente en circuitos (en silicio) los procesos computacionales que normalmente se ejecutan en un cerebro humano.  Cargar la mente o convertirse en un upload poseería muchas ventajas potenciales, como la capacidad de hacer copias de seguridad de uno mismo (con un impacto favorable en la esperanza de vida) y la capacidad de transmitirse como información a la velocidad de la luz. Las mentes cargadas o uploads pueden vivir en la realidad virtual o también directamente en la realidad física mediante el control de un robot o avatar”.

El neurocientífico sueco Anders Sandberg escribió junto con Bostrom el documento Whole Brain Emulation: A Road Map (Emulación cerebral total. Una hoja de ruta) (2008) en el que plantean, como hipótesis, el trasvase del contenido sináptico [enlaces químico-eléctricos entre neuronas] desde una mente a un ordenador. Sandberg concluyó que, para sobrevivir, “la humanidad debe expandirse al cosmos, pero solo puede hacerlo separando la mente de su cuerpo y convirtiéndola en energía”. Esa confluencia de mente y materia, de humanidad y tecnología, será el paso de la particularidad física a la singularidad.

Conexión mente-computadora,  primer paso para escapar de nuestra forma física

A esto se refiere Adam Kirsch cuando dice que los transhumanistas esperan “la invención de la inteligencia artificial infinitamente superior a la nuestra” y que la conexión mente-computadora será “el primer paso para escapar de nuestra forma física”.  Creen los transhumanistas que “al construir computadoras con transistores de silicio, llegamos a entender que el cerebro mismo es una computadora hecha de materia orgánica”. Según ese planteamiento, “si somos capaces de construir un escáner cerebral que pueda capturar el estado de cada sinapsis en un momento dado (el patrón de información que los neurocientíficos llamamos conectoma, término análogo a genoma), entonces podemos cargar ese patrón en una computadora que emula el cerebro. El resultado será, para todos los efectos y propósitos, una mente humana”. Según especulan los transhumanistas -explica Kirsch- esa mente cargada no moraría en el mismo ambiente como lo hacemos nosotros. “Un entorno virtual es mucho más maleable que un físico, una mente cargada podría tener experiencias y aventuras que solo puede soñar, como vivir en una película o un videojuego”.

Añade que si el cerebro humano es un patrón de información, “no importa si ese patrón es instanciado en neuronas basadas en carbono o transistores basados ​​en silicio; aún es auténticamente tú”. Y alude al neurocientífico holandés Randal Koene, que habla de “tales patrones como Substrate-Independent Minds, o SIMs, y los ve como la clave a la inmortalidad.” “Tu identidad, tus recuerdos se pueden entonces encarnar físicamente de muchas maneras”, escribe en el ensayo Cargar a mentes independientes del sustrato (2013).

Kirsch: “El santo grial transhumanista es la inteligencia general artificial: una computadora-mente que puede aprender sobre cualquier tema”

Para Adam Kirsch, “el santo grial transhumanista es la inteligencia general artificial: una computadora-mente que puede aprender sobre cualquier tema, en lugar de estar confinado a un estrecho dominio, como el ajedrez”. Con la particularidad de que esa sofisticada IA podría mejorarse a sí misma sin límite hasta llegar a tener más capacidad que todos los seres humanos juntos.

Esta es la perspectiva a la que los transhumanistas se refieren, como “la singularidad”. Tal vez -especula Kirsch- “un mundo dominado por mentes no humanas sería moralmente preferible al final, con menos crueldad. O tal vez nuestras preferencias son completamente irrelevantes. Podríamos estar en la posición de Dios después de que creara al hombre dotado de libre albedrío, perdiendo así el derecho de intervenir cuando esa creación comete errores”.

Escepticismo e ironía

Todo esto no dejan de ser conjeturas, advierte el autor, que se toma con escepticismo e ironía algunas de los planteamientos transhumanistas, citando al propio Bostrom, cuando habla completamente en serio de lograr “el bienestar de toda entidad con capacidad sensitiva, ya sean inteligencias humanas, artificiales, especies animales… e incluso especies extraterrestres si las hay”.

En cualquier caso, late detrás de ello una filosofía que duda del concepto de naturaleza humana. “Ser humano hoy es un concepto en discusión” afirma la pensadora Rossi Braidotti, “No estoy segura de que haya consenso a la hora de definir qué significa ser humano”. Y cabe adivinar, en el transhumanismo “la promesa liberadora del posmodernismo”, que pretende deconstruir y configurar una y otra vez la naturaleza humana. Kirsch alude, en este sentido, a Foucault: “El rostro en la arena es barrido, pero siempre vendrá alguien para dibujar una nueva imagen en un estilo diferente”.

La diferencia entre los antihumanistas y los transhumanistas, es que los primeros “creen que el universo no necesita incluir la conciencia para que su existencia sea significativa”, en tanto que los transhumanistas “creen que el universo no tendría sentido sin mentes para experimentarlo y comprenderlo”.

Los antihumanistas -subraya Kirsch- anhelan volver al equilibrio natural que existía en la Tierra antes de que llegaran los humanos con su rapacidad tecnológica

Los antihumanistas -subraya Kirsch- anhelan volver al equilibrio natural que existía en la Tierra antes de que llegaran los humanos con su rapacidad tecnológica. “Los trans [y los posthumanistas] sueñan con utilizar la tecnología para lograr una abolición completa de la naturaleza y sus limitaciones. Los primeros ven a la razón como la serpiente que hizo expulsar a la humanidad del Edén, los segundos creen que la razón es el único camino de regreso al Edén”.

Advierte Kirsch que la rebelión contra el homo sapiens de antihumanistas y transhumanistas es un fenómeno muy significativo del siglo XXI, incluso si es «sólo» una idea y «sus apocalípticas predicciones nunca se hacen realidad», porque revela una nueva visión muy negativa sobre el hombre, la naturaleza y la creación.

Peligro para la dignidad humana y la democracia

Ambas tendencias exigen “formas drásticas de autolimitación humana, ya sea que eso signifique la destrucción de la civilización, la renuncia a la maternidad o la sustitución de seres humanos por máquinas”. Algunos de esos fenómenos son ya una realidad -como el movimiento antinatalista, los experimentos transhumanistas, o los estudios para aplicar la genética o la Inteligencia Artificial-; otros están por ver.

Biológicamente carece de fundamento alargar la vida humana hasta los 300 años, cómo llega a especular Bostrom, porque la temporalidad y el envejecimiento son condición intrínseca de la materia orgánica. Una cosa es aumentar la esperanza de vida y otra muy distinta no envejecer en cientos de años. Y el trasvase de información cerebral a una computadora, tiene mucho de ciencia-ficción, entre otras razones, porque la mente humana no se puede reducir solo al cerebro, ni la persona a la fisiología neuronal, como apunta, entre otros, el catedrático Antonio Diéguez, que afirma que es preciso deslindar lo que es científicamente posible de lo sencillamente irrealizable.

Lo cierto es que la rebelión contra la humanidad -concluye Kirsch-, está teniendo ya importantes consecuencias económicas, políticas y sociales, como indican diversos autores (véase a Luc Ferry advirtiendo del peligro que para la libertad supone la tecnomedicina en su ensayo La revolución transhumanista). Y dará pie a debates filosóficos y éticos de calado. Jürgen Habermas afirma en El futuro de la naturaleza humana  que el transhumanismo “elimina la autonomía moral del individuo”, al quedar sometida a intereses sociales, políticos y económicos; y Francis Fukuyama se ha posicionado diciendo en Our Posthuman Future, que el transhumanismo es “una de las ideas más peligrosas del mundo” porque altera la naturaleza humana y el concepto de igualdad, base de la democracia.

 

[Los extractos del libro The Revolt Against Humanity han sido publicados por el semanario The Atlantic.]

Doctor en Comunicación, periodista y escritor.