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Charles Dickens (1812-1870) consideraba David Copperfield su novela favorita: «De todos mis libros, este es el que prefiero», escribió en 1867. Cuando escribo este artículo, la edición que manejo es una de 2004, de la editorial Alba, cuya traducción de Marta Salis se basa en el texto de la primera edición, de 1850, que apareció muy poco tiempo después de que finalizase la novela por entregas. La edición reproduce, además, las ilustraciones originales de H. K. Browne, Phiz, que fueron apareciendo entre 1849 y 1850. O sea, una joya, como otros muchos libros de Alba.

«David Copperfield», mejor que ninguna otra novela de Dickens, demuestra que se puede escribir literatura popular sin rebajar la calidad literaria

El envoltorio es, pues, magnífico y ayuda a reencontrarse con una de esas novelas-río inolvidables que demuestran la fuerza de la literatura para provocar emociones duraderas. Puede que, literariamente, no sea la mejor obra de Dickens (otras cuentan con ingredientes más originales, personajes más complejos y abordan cuestiones literarias y existenciales de mayor calado), pero David Copperfield, mejor que ninguna otra, demuestra que se puede escribir literatura popular sin rebajar la calidad literaria (algo muy difícil de encontrar en las librerías actuales). Como escribió G. K. Chesterton en el magnífico ensayo que dedicó al autor inglés: «Dickens permanecerá como señal imperecedera de lo que ocurre cuando un gran genio de las letras tiene un gusto literario coincidente con el común de los hombres». De acuerdo.

La novela es también una excelente muestra de cómo se escribía en el siglo XIX. Aparecen multitud de personajes y situaciones, con sus ramificaciones que intentan imitar, a veces de manera ingenua y rebuscada, el acelerado ritmo de la vida. En este caso, Dickens utiliza una historia melodramática: niño criado por un padrastro frío y una madre enferma ingresa en un severo e inhumano internado dirigido por el cruel Mr. Creakle, luego entra a trabajar en unos sórdidos almacenes, la criada Pegotty no se olvida de él y como tiene un gran corazón acude en su auxilio… Hay mucho melodrama, pero todo escrito con una sosegada y entrañable contención.

Dickens se inspiró en algunos hechos de su propia vida, lo que da a esta novela mucha ternura y verosimilitud. Como es habitual en sus libros, hay que resaltar el interés que pone en el retrato de los personajes secundarios,   todos ellos de una reconocible vida y singularidad, característica que es en este caso una destacada marca de la casa. También hay crítica social, mostrando la cruda realidad de lo que pasaba en plena Revolución Industrial, sin dar la murga a los lectores con mensajitos políticos. Puede que la novela abuse de un sentimentalismo edulcorado, pero no viene mal hoy día, cuando, quizá, hemos perdido algo de sensibilidad social.

A pesar del tiempo transcurrido, David Copperfield sigue conmoviendo a lectores de todas las edades (yo he vuelto a llorar, no lo puedo negar). Su lectura es una oportunidad, además, para que los jóvenes lectores aparquen las prefabricadas novelitas juveniles que tanto se han puesto de moda y se enfrenten con una historia que engancha sin trucos desde la primera hasta la última página.

Adolfo Torrecilla (Madrid, 1960) es profesor y crítico literario. Dirige la sección de literatura de la agencia Aceprensa y colabora en diferentes revistas y medios de comunicación. Entre otras publicaciones, es autor de "Dos gardenias para ti y otros relatos".