Tiempo de lectura: 6 min.

Joseph Ratzinger (1927-2022), Benedicto XVI (papa de 2005 a 2013), se doctoró en Teología en 1953 e inició su carrera como profesor en la Universidad de Bonn en 1959. Arzobispo de Múnich y cardenal (1977), prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe con Juan Pablo II (1981), Ratzinger es una de las mentes más lúcidas del siglo XX.

Benedicto XVI: Qué es el cristianismo. Un testamento espiritual. La Esfera de los Libros, 2023. (Edición de Elio Guerriero y Georg Gänswein. Traducción del alemán de Pierluca Azzaro y Elio Guerriero. Traducción del italiano de Carlos Gumpert).

Avance

En febrero de 2013, Benedicto XVI renunció al papado y se convirtió en sumo pontífice emérito. De 2013 a 2022 vivió años de retiro en el monasterio Mater Ecclesiae, dentro de la Ciudad del Vaticano. Allí escribió ensayos, cartas y discursos, en parte inéditos, que son los que se reúnen en esta edición, al cuidado de su biógrafo italiano, Elio Guerriero, y de su secretario personal, Georg Gänswein. Qué es el cristianismo. Un testamento espiritual se compone de seis capítulos: 1) «Las religiones y la fe cristiana»; 2) «Elementos fundamentales de la religión cristiana»; 3) «Judíos y cristianos en diálogo»; 4) «Temas de teología dogmática»; 5) «Temas de teología moral»; 6) «Contribuciones puntuales». Qué es el cristianismo. Un testamento espiritual es como una sinopsis de los grandes temas que ha tratado Ratzinger en sus escritos a lo largo de toda su carrera. En Qué es el cristianismo. Un testamento espiritual, Benedicto XVI insiste en que el catolicismo es verdad y no entra en contradicción con el intelecto humano. Otros titulares: la razón no se puede desentender nunca de la verdad y cuando lo hace se sufren las consecuencias, a escala personal y social. Baste mencionar los nombres de Hitler, Stalin o Mao para entenderlo. La fe no es especulación: es vida y alegría. En la medida en que resulta alegría vivida, arrastra y se convierte en luz del mundo. Las religiones no son todas iguales y la católica reclama que es la auténticamente verdadera. Hay que buscar un entendimiento con los judíos. Los católicos deben aprender qué es la comunión. La Iglesia es necesaria y tiene sentido el celibato.

Artículo

Las religiones y la fe cristiana», el capítulo 1 de Qué es el cristianismo, ahonda en la religión como verdad y alegría. Si es verdad, hay que seguirla. Si es alegría, se transmite: «La alegría exige ser comunicada. El amor exige ser comunicado. La verdad exige ser comunicada. Quien ha recibido una alegría no puede guardársela para sí mismo sin más, debe transmitirla» (p. 26). La religión como verdad choca con el concepto moderno de tolerancia, que Ratzinger matiza en el capítulo 2, hasta poner de manifiesto que justo la verdad posibilita la tolerancia. Seguimos a continuación el hilo de su argumento:

«El Estado moderno del mundo occidental se ve a sí mismo, por un lado, como una gran potencia de tolerancia que rompe con las tradiciones necias y prerracionales de todas las religiones. Además, con su manipulación radical del hombre y la distorsión de los sexos mediante la ideología de género, se contrapone de modo particular al cristianismo. Esta pretensión dictatorial de tener siempre razón por parte de una aparente racionalidad exige el abandono de la antropología cristiana y de su consiguiente estilo de vida que se considera prerracional. La intolerancia de esta aparente modernidad hacia la fe cristiana aún no se ha convertido en persecución abierta, y sin embargo se presenta de forma cada vez más autoritaria, pretendiendo lograr, mediante la legislación correspondiente, la extinción de aquello que es esencialmente cristiano» (p. 51).

«El cristianismo se entiende a sí mismo esencialmente como verdad y basa en ello su pretensión de universalidad. Pero es precisamente aquí donde se introduce la crítica actual al cristianismo, que considera la pretensión de verdad como intolerante en sí misma. Verdad y tolerancia parecen estar en contradicción. Al parecer, la intolerancia del cristianismo está íntimamente ligada a su pretensión de verdad. Subyace a esta concepción la sospecha de que la verdad resulta peligrosa en sí misma. Por eso, la tendencia de fondo de la modernidad se dirige cada vez con mayor claridad hacia una forma de cultura independiente de la verdad. En la cultura posmoderna —que hace del hombre el creador de sí mismo y discute el dato originario de la creación— se manifiesta una voluntad de recrear el mundo en contra de su verdad. […] esa misma actitud conduce necesariamente a la intolerancia» (pp. 53-4).

«En lo que respecta a la relación entre verdad y tolerancia, la tolerancia está anclada en la propia naturaleza de la verdad. […] una sociedad que se opone a la verdad es totalitaria y, por lo tanto, profundamente intolerante. En cuanto a la verdad, me remito simplemente a Orígenes: “Cristo no consigue ninguna victoria sobre quienes así no lo quieren. Solo gana por persuasión”» (p. 54).

«La victoria de la fe solo puede alcanzarse en la comunión con Jesús crucificado. La teología de la cruz es la respuesta cristiana a la cuestión de la libertad y la violencia; y, de hecho, históricamente incluso, el cristianismo solo ha logrado conquistar sus victorias gracia a los perseguidos y nunca cuando se ha puesto del lado de los perseguidores» (p. 54).

En el ensayo «El diálogo cristiano-islámico» (capítulo 2), Ratzinger descalifica la equiparación entre la Biblia y el Corán. Las religiones y los libros sagrados no son intercambiables. «No es posible hablar de una inspiración verbal de la Biblia. El significado y la autoridad de cada una de las partes solo pueden comprenderse correctamente en su conjunto y a la luz del acontecimiento de Cristo» (p. 57). El contenido racional del cristianismo lo aleja de cualquier cotejo con el islamismo.

En el capítulo 3 sienta las bases para un diálogo entre judíos y cristianos. El cristianismo y el judaísmo se desarrollaron uno a partir del otro en un proceso difícil; resultaron dos comunidades diferentes. Pero a pesar de los escritos autoritarios en los que se formula la identidad propia de cada uno, con el fundamento común del Antiguo Testamento como Biblia compartida, permanecen unidos entre sí. El Concilio Vaticano II ha aportado una nueva interpretación para el diálogo: la alianza de Dios con el pueblo judío es eterna y nunca ha sido ni será revocada, a pesar de la muerte del Mesías. En este capítulo 3 se recoge también el intercambio epistolar de Arie Folger, gran rabino de Viena, con Benedicto XVI, en 2018. Dice Folger: «En este momento, judíos y católicos están especialmente llamados a trabajar juntos para preservar el mantenimiento de la moralidad en Occidente. […]. Ambos [Folger y Benedicto XVI] representamos a confesiones que muestran y defienden políticamente una gran tolerancia». Aire Folger, sin embargo, señala: «No pueden olvidarse los crímenes del pasado que, por más que ahora se consideren contrarios a los principios cristianos, fueron cometidos por cristianos en nombre del cristianismo» (p. 114).

Ratzinger enseña que la fe no es una idea (capítulo 4, sobre temas de teología dogmática). Es la propia vida de un determinado individuo, palabra y obra, la que transmite o no fe. Rebate el pensamiento «moderno» de que, si existe, en todo caso sería Dios el que tendría que pedir perdón al mundo por los males del mundo. La refutación la realiza el mismo Jesucristo con su vida, muerte y resurrección, que actúa en el presente: «Dios no puede dejar sencillamente como está la masa de mal que se deriva de la libertad que él mismo ha concedido. Solo él, viniendo a formar parte del sufrimiento del mundo, puede redimir al mundo» (p. 127). Benedicto XVI aborda la cuestión de si solo es posible salvarse con la fe católica, el papel de los sacerdotes y del celibato, y el significado de la comunión. Explica qué es la transubstanciación (el pan y el vino transformados en el cuerpo y la sangre de Jesucristo) y la necesidad de profundizar en el concepto de «sustancia» a la luz de los descubrimientos físicos.

En «Temas de teología moral» (capítulo 5), se recoge su escrito de 2019 sobre la Iglesia y el escándalo de los abusos sexuales. Subraya: «Puede afirmarse que en las dos décadas que corren de 1960 a 1980, los criterios que habían sido válidos hasta entonces en materia de sexualidad desaparecieron por completo, y el resultado fue una ausencia de normas a las que desde entonces se ha intentado poner remedio» (p. 198). Ratzinger indica: «Entre las características de la revolución de 1968 hemos de recordar el hecho de que la pedofilia fue proclamada como permisible y conveniente» (p. 200). Más adelante denuncia: «En varios seminarios se formaron “clubes” homosexuales que actuaban más o menos abiertamente y que transformaron de forma clara el clima de los seminarios» (p. 205). «Un obispo, que anteriormente había sido rector, permitió que se proyectaran películas pornográficas a los seminaristas, supuestamente con la intención de capacitarlos así para resistirse a comportamientos contrarios a la fe» (p. 206). Se llegaron a prohibir los libros del mismo Ratzinger en algunos seminarios (p. 207).

Finalmente, en «Contribuciones puntuales» (capítulo 6), confluyen un texto sobre la historia de la Comisión Teológica Internacional, un discurso con ocasión del centenario del nacimiento de san Juan Pablo II, otro sobre el sacerdote jesuita Alfred Delp, condenado a muerte por los nazis, y una entrevista al periódico Die Tagespost sobre la figura de san José.

Director de «Nueva Revista», doctor en Periodismo (Universidad de Navarra) y licenciado en Ciencias Físicas (Universidad Complutense de Madrid). Ha sido corresponsal de «ABC» y director de Comunicación del Ministerio de Educación y Cultura.