Rafael Núñez Florencio

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Profesor de Investigación del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC)

Liberalismo o nacionalismo

Hoy más que nunca, el análisis del pasado no se nos muestra como un mero ejercicio de erudición, sino como una auténtica exigencia para alcanzar las raíces de lo que actualmente ocurre. Un vistazo al actual mapa político euroasiático, con la disolución del imperio soviético, una nueva balcanización y los dramáticos problemas de las minorías en Estados ajenos -desde los kurdos a los albaneses de la extinta Yugoslavia- nos retrotrae inevitablemente a épocas que de modo ingenuo u optimista muchos creían superadas. En este aspecto, hoy más que nunca, el análisis del pasado no se nos muestra como un mero ejercicio de erudición, sino como una auténtica exigencia para alcanzar las raíces de lo que actualmente ocurre. De ahí que la reflexión, con la ventaja de la perspectiva histórica, sobre lo que dijeron las mentes más lúcidas del siglo pasado, sea casi una tarea urgente. ¿Por qué, sin embargo, una reflexión sobre las nacionalidades al hilo de lo escrito por John Stuart Mili (1806-73)? El filósofo inglés, pudiera objetarse, apenas se ocupó del asunto. Y aún podría añadirse: si se trata, como es previsible, de seleccionar un representante del liberalismo decimonónico, ¿quién mejor que Giuseppe Mazzini (1805-72) personifica la alianza entre liberalismo y nacionalismo? En todo caso, si se prefería una perspectiva menos ingenua, más madura, ¿no sería más lógico centrarse en Ernest Renan (1823-92) y en el eco de su famosa conferencia (¿Qué es una nación?, 1882)? En efecto, Mill no sólo no era nacionalista, sino que consagró una mínima parte de su obra a la cuestión nacional. En realidad la razón de fijarnos en Mili es más sencilla. Eric J. Hobsbawm lo ha expresado en unas diáfanas líneas que podríamos hacer nuestras: Nuestra lista de lecturas contendría muy poco de lo que se escribió en el período clásico del liberalismo decimonónico (...) porque en aquella época se escribió muy poco que no fuera retórica nacionalista y racista. Y la mejor obra que se produjo a la sazón fue, de hecho, muy breve, como los pasajes que John Stuart Mili dedica al tema(l). No muy distinto es el juicio de uno de los padres fundadores del estudio académico del nacionalismo, Hans Kohn. Kohn encuadra la actitud de Mili en el marco de la frustración que produce en muchos luchadores liberales la evolución del nacionalismo. Después de la oleada revolucionaria de 1848 el ideal de fraternidad de los pueblos en un orden universal de libertad, justicia y democracia había quedado claramente postergado ante necesidades más pedestres: consideraciones de tipo geopolítico o estratégico producto de la razón de Estado la Realpolitík, mezcladas con ambiciones expansionistas oscuramente fundamentadas en supuestos derechos históricos, hacían a los diversos movimientos nacionales y, sobre todo, a las NacionesEstado entonces existentes cada vez más insolidarios y agresivos: "Al recordar los acontecimientos de 1 848, un año después, el filósofo inglés John Stuart Mili diagnosticó la situación con inusitada perspicacia. Se lamentó de que el nacionalismo volviera a los hombres indiferentes por los derechos e intereses de toda porción de la...

El 98 como mito

El mito, como la utopía, no tiene necesariamente que adoptar la forma positiva, sino que puede adquirir la forma de mal, siniestro o desgracia de la que hay que tomar ejemplo para no incurrir en los mismos errores. El 98, el Desastre (con mayúsculas), se convirtió en un mito.En una conocida obra sobre la mitología de fines del pasado siglo, Hans Hinterhäuser se preguntaba, citando a Beda Allemann, si aún era posible, en la época moderna, "hacer renacer la Mitología con la fuerza de lo auténtico"1. El planteamiento, en esta etapa "postmoderna" de las postrimerías del siglo XX, tiene para nosotros - y no es precisamente como para estar orgullosos de ello- todo el aire dulce e ingenuo de las mujeres prerrafaelitas o simbolistas que estaban entonces en boga. Nuestro fin de siglo nos ha enseñado brutalmente que, en el mejor de los casos, hay que dar siempre por provisionales los triunfos de la racionalidad, del mismo modo que efímeros han sido los entierros de los viejos demonios familiares del siglo XX, siempre prestos a renacer bajo la forma de fantasmas de exterminio masivo. ¿En nombre de qué? ¡De mitos siempre redivivos, de pureza étnica, nacional o religiosa!Bien es verdad que hay que empezar por el principio, rechazando de plano esa dicotomía ingenua entre mito y realidad (o racionalidad). Dice Carlos García Gual que el mito está más allá de lo real, pero su función última es siempre dar una explicación de las cosas que nos rodean. Más aún, el mito es un símbolo o conjunto de símbolos que, con su capacidad de síntesis, pretende dotar de significado a una realidad que es siempre más difícilmente interpretable. Pero incluso eso que alegremente llamamos "la realidad" (como algo objetivo, exterior), es a su vez, sobre todo en su vertiente humana o social, "una interpretación de lo que hallamos ante nosotros"2. Nada de esto constituye una novedad, por supuesto. En un terreno más concreto, ya Max Horkheimer y Theodor Adorno, en una obra clásica, señalaban cómo la racionalidad de la Ilustración, huyendo del mito, intentando superarlo, cayó plenamente en él. Y añadían unas palabras que, aunque referidas a un contexto muy diferente del que nos interesa, pueden servirnos perfectamente de prólogo para nuestra caracterización del 98 como mito: "El acontecimiento quedó fijado como único en el pasado, y se trató de mitigar ritualmente"3.Todo ello no puede significar desde luego que se confundan sin más mitología y racionalidad. La actitud mítica, ha escrito Manuel García- Pelayo, "imagina y vive las cosas dramáticamente", allá donde el pensamiento racional "ve el resultado de un sistema de causas y efectos"4. Pero precisamente por ello el mito -adentrándonos ya en el ámbito político- se ha mostrado mucho más eficaz como arma de movilización moderna que la actitud racional. Aquél, en incomparable mayor medida que ésta, puede desempeñar a la perfección esa triple función que constituye la razón de su ser (y de su éxito): su capacidad de integración de muy diversos grupos y estratos sociales, ser...

El ambiente literario del 98

Se refiere al libro, El ambiente literario del 98, de Andrés trapiello.