El gran cambio que se produce en el último tercio del siglo XX es el Epaso de la sociedad industrial a la sociedad del conocimiento. Como toda mutación histórica, no acontece de un día para otro ni presenta un carácter automático. Múltiples factores -tanto estructurales como culturales- interactúan en este tránsito a la sociedad postindustrial. Los dos principales son, a mi juicio, la comparecencia social de las nuevas tecnologías de la información y del conocimiento, por una parte, y la crisis de la razón ilustrada, por otra. En lo que coinciden ambas líneas de cambio es en la posibilitación de un nuevo modo de pensar que, frente al planteamiento unívoco y centrado en el sujeto de la modernidad racionalista, se abre a la variedad y variación propias de la analogía y de la intersubjetividad.El discurso de la modernidad era un soliloquio monocorde. La nueva manera de pensar, por el contrario, es dialógica y permanentemente modulada. A estas alturas, con ayuda de Wittgenstein, sabemos que no es posible un lenguaje privado, que toda información es comunicación, y que no hay avance en el saber sin trabajo común. La ciencia, como señala MacIntyre es una tarea social, en la que todos los que en ella intervienen aprenden y enseñan simultáneamente. Además, el avance del conocimiento científico se realiza entre personas que adquieren hábitos teóricos y prácticos, dianoéticos y éticos, de manera que la enseñanza y el aprendizaje son inseparables de esa simbiosis en la que consiste la educación.La educación ha pasado de nuevo a primer término, aunque no muchos sean conscientes de ello. Se insiste por lo común en la trascendencia de la educación como un servicio que es necesario universalizar, y cuya calidad conviene mejorar para ser competitivos. Pero estos dos aspectos poseen, respectivamente, una índole política y una índole económica que no inciden en la entraña de la educación misma, cuyo carácter es netamente antropológico. Educar no es una actividad propia del Estado ni un acontecimiento de significación inmediata en el mercado, aunque a ambas esferas les afecte de manera importantísima. Educar es un empeño estrictamente interpersonal, que afecta a lo más radical del ser humano, y que no se ha de valorar preferentemente por sus ventajosas consecuencias para la convivencia política y para la prosperidad económica.La era de la educación no ha sobrevenido por una mutación de las relaciones de producción, sino por una concepción inédita de la tecnología y por un ahondamiento en la naturaleza humana, cuya condición de posibilidad ha sido el pensamiento contemporáneo en sus aportaciones más innovadoras y menos dependientes de los últimos desarrollos de la filosofía racionalista tardomoderna. De ahí que, en esta nueva galaxia histórica, lo básico y decisivo sea acertar en la nueva orientación. No hay recetas en este ámbito del discurrir práctico, en el que es preciso no cejar en el trabajo de analizar el entorno, medir nuestras fuerzas, afinar los objetivos y tomar de continuo decisiones. Pero al menos se puede adelantar una idea básica: el acierto llega de...