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El filosofo francés André Comte-Sponville ha elaborado una teoría para dilucidar el dilema en el que se debaten tanto él como otros millones de votantes de la izquierda: ¿cómo conjugar la incuestionable eficacia del capitalismo —que ha permitido extirpar la pobreza de una parte importante del planeta mejor que cualquier otro régimen económico—, con la realidad de que a nadie agrada que la economía de mercado derive tantas veces en lo que se conoce como «capitalismo salvaje». ¿Tiene el capitalismo, por tanto, la obligación de ser moral, para no ser nocivo? Para Comte-Sponville la respuesta es sencilla: no.

EL CAPITALISMO ¿ES MORAL? André Comte-Sponville, Ediciones Paidós, Barcelona, 2004, 264 páginas

Es cuestión de órdenes. El filósofo francés distingue cuatro en la sociedad: el primero, el científico-técnico —en el que se incluye la economía y, por tanto el capitalismo—, que se rige por su normas técnicas y científicas. Aunque para Comte-Sponville este nivel no puede «limitarse» a sí mismo —o definir sus propios límites—, porque es evidente que no todo lo que «puede» hacerse, «debe» hacerse. Aparece así el orden político-legal, que limita desde fuera al científico y a su vez está limitado por el moral —el orden del deber—; y éste último por el ético —el orden del amor-.

Los cuatro son independientes y no se pueden mezclar sus reglas si no se quiere caer en lo que Comte-Sponville llama «la tiranía» o «el ridículo». Si el amor entre las personas se pone como principio de gestión de una empresa —en lugar de la rentabilidad y la eficacia—, se cae en el ridículo. Pero, si la relación entre las personas se rige exclusivamente por razones económicas, se cae en la tiranía.

Por otro lado, también es evidente para el autor que los órdenes se relacionan entre sí pero no se deben mezclar sus reglas. Por eso el capitalismo, que se encuentra dentro del primer orden, sólo debe regirse por la eficacia, que se concreta en la rentabilidad. La intromisión de la legalidad, la moralidad o la ética en el campo de la economía sólo produce sonados fracasos. Ocurre igual en sentido inverso: no hay que permitir que el capitalismo imponga su reglas en el mundo de la política y los legisladores, ni en los ámbitos de la moral y la ética. De lo contrario se producen situaciones «tiránicas»; como la del deporte profesional, donde un ámbito moral: la realización de una actividad que supone esfuerzo y superación moral, se ha convertido en un estercolero mercantilista.