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No existe el viento favorable para el marinero que no tiene un rumbo que seguir». Así epilogaba el europarlamentario italiano, Lapo Pistelli, su intervención en el grupo de trabajo que debatía sobre el modelo económico y social que debe propugnar Europa si quiere seguir siendo Europa.

Era el pasado lunes 8 de mayo, en la sala 3 C 5 0 del edificio Paul Henri Spaak del Parlamento Europeo. Enfrente, otro grupo debatía sobre las fronteras del continente, y en otras salas se discutía sobre libertad, seguridad y justicia; y sobre los futuros recursos financieros de la Unión. Más de doscientos parlamentarios —nacionales y europeos— intercambiaban opiniones intentando atisbar un futuro para Europa. U n porvenir, si no debilitado, al menos, ralentizado por la negativa de los ciudadanos franceses y de los Países Bajos a refrendar el Tratado Constitucional.

El miedo era tal a entrar en un debate a vida o muerte sobre la situación crítica de Europa que ya en el prefacio el presidente del Parlamento, Josep Borrell, había advertido a los participantes de que aquello no era más que un pre de un pre y que no se debían sacar conclusiones que fueran a condicionar políticas o estrategias ulteriores. A lo mucho, una breve recapitulación de diez minutos por grupo de trabajo llevada a cabo por los ponentes correspondientes. Todo ello para que desde el hemiciclo de la Unión se diera por válido oficialmente el inicio del periodo de reflexión.

Europa hace examen a pesar de la inminente ratificación por parte de los estonios y de las futuras adhesiones previstas. La duda es el denominador común en las mayorías de las intervenciones. ¿El modelo del que hablamos es un único modelo o son varios? Unos apuestan por la unidad, otros por la diversidad ¿Responde dicho modelo al reto de la mundialización? ¿Se debe ver la globalización como un peligro o como una oportunidad? ¿Puede tildarse de exitoso un modelo económico que arrastra como un lastre su alta cifra de desempleados?

Europa necesita contestar a todas esas preguntas que sus hijos le hacen pero no puede hacerlo sin la ayuda de todos. En el mejor de los casos, hasta 2009 no está previsto que la Constitución sea una realidad. Pero, para ello, la ficha tiene que volver a la casilla de Francia y Países Bajos. ¿Qué pasará? Volver a votar puede llegar incluso a ser ridículo, pero por Europa puede que haya alguien dispuesto. A ello se suma que, además, en el resto de países miembros —aquellos que ya se han beneficiado de alguna manera de Europa— no existe tensión ni preocupación por el futuro del continente, la mayoría de la gente desconoce que Europa ha desaparecido de la actualidad y mucho menos el nombre de su raptor.

Algunos animan a que mientras el tiempo pasa se impulse proyectos y avances concretos en determinadas políticas. No es mala la intención pero resulta que es el Tratado Constitucional el que reúne todas las condiciones necesarias para avanzar en esos proyectos al unísono. Sin la ratificación del mismo sólo se podrían llevar a cabo avances en aquellos asuntos que no llevaran implícita la necesidad de una reforma de los tratados anteriores, es decir los menos.

Otra manera de demostrar que se desea construir una Europa fuerte y unida es con el ejemplo. Y no es la menor en importancia porque al final, desnudo de ornamentos, a uno le queda sólo lo que uno es. ¿Tiene España ilusión por desbordar sus fronteras con proyectos supranacionales… o, por el contrario, bastante tiene con bailar al compás de las pequeñas «naciones» y «realidades nacionales» que tiene en su territorio? ¿Con qué cara vamos a dar lecciones de cómo construir una Europa fuerte con un gran patio interior donde poder relacionarnos y con ventanas bien abiertas al exterior desde la que asomarnos y poder tratar con seguridad al resto del mundo? Es difícil, cierto, cuando en la propia casa ya escasea la vida familiar, las habitaciones se alquilan individualmente y ni siquiera existe agua corriente para todos.

Y en la única ocasión en la que hemos podido dar un espaldarazo a la lógica de la construcción europea, el caso de la opa de E.On por Endesa, hemos preferido volver a barrer debajo de nuestra alfombra en lugar de utilizar una aspiradora de marca germana. Denunciar esto es querer construir Europa.

No estaría de más pensar que la gente habla en diferentes niveles o planos y que por eso es complicado que lleguemos a entendernos. Si entonces, el europarlamentario italiano invocaba a Séneca para ilustrar su preocupación por Europa, hace unos días, un europarlamentario español recurría en un periódico a las palabras del protagonista de Doctor House, una serie americana emitida por un canal que, incomprensiblemente y contra todo pronóstico, terminó siendo analógico y abierto cuando la televisión digital terrestre ya era casi una realidad.

Está claro que son también diferentes estilos. Unos prefieren acudir a la historia —su historia y la de todos, la de Europa— y otros recurren a la ficción de origen americano. No es de extrañar, por tanto, que a pesar de tener claras, más o menos, las ventajas de la Constitución europea, se le pudiera echar en cara al nuevo Tratado no tener a su vez claros sus orígenes. Quizá en unos años, en el preámbulo de la Constitución apenas se aluda a Grecia y Roma o al cristianismo y sí, en cambio, acabemos invocando como antepasados a los productos de la meca de Hollywood, es decir, a Brad Pit porque emuló a Aquiles enTroya o a Mel Gibson porque dirigió La Pasión de Cristo. Tanto Europa como España, me recuerdan al Palace de Manhattan: la primera porque a esta paso sus recuerdos terminarán siendo sólo cinematográficos, y la segunda porque, al igual que el emblemático hotel neoyorquino, se ha convertido en un edificio de alquiler de apartamentos.

Europa no se construirá con palabras. No son pocos los ciudadanos que han hecho ascos a una Constitución que se podía vender al peso. No queremos construir Europa sólo como una moda, con la excusa de poder llamarnos europeístas frente a los políticos que han decidido apostar por los Estados Unidos, los atlantistas, actitud perfectamente respetable. No queremos defender la construcción de Europa para poder mirar por encima del hombro señalando a los euroescépticos. Queremos construir Europa porque es la manera de aprovechar la oportunidad que nos proporciona la inevitable globalización. Queremos construir Europa porque con ello vamos a beneficiarnos todos aunque todavía tengamos que hacer profesión de fe. Queremos construir Europa con convicción pero para ello será necesario emular a Colón que leyó a Marco Polo, la Historia Natural de Plinio, a Plutarco, a Ptolomeo y que, por supuesto, conoció en algún momento la profecía de Séneca 2. Todo ello antes de comenzar su aventura. Tal vez, como le ocurrió al navegante genovés, estemos equivocados, pero quizá también descubramos algo grande. Los alisios le ayudaron porque tenía claro el rumbo a seguir. Esperemos que, más de quinientos años después, puedan soplar también a nuestro favor.

 

N O T A

1 Charles Verlinden y Florentino Pérez-Embid. Cristóbal Colón y el descubrimiento de América. Ver capítulo Las lecturas de Colón y la ruta de Asia por occidente (pág. 53). Editorial Rialp.

Periodista. Director de Nueva Revista entre 2006 y 2009