En la actualidad y por una coincidencia histórica, que resulta muy afortunada para los hispanoparlantes, han venido a coincidir en su respectivo desarrollo dos fenómenos de gran importancia: el auge de la influencia del español como lengua internacional (como lengua propia de una veintena de naciones y como lengua de cultura en muchísimas áreas) y la eclosión del fenómeno de la red de redes —de Internet—. Se trata, como es evidente, de dos fenómenos independientes y que tienen su origen en causas muy diferentes. Esta coincidencia se convierte, por sí misma, en una gran oportunidad para cuantos hablamos el español; en un nuevo campo con perspectivas de desarrollo tal, que podemos decir que nuestra lengua está de suerte. Nuestro idioma vive su momento de máximo empuje histórico, precisamente cuando existe un instrumento que puede consagrarla como segunda lengua occidental a todos los efectos.
Efectivamente, la lengua española es, de entre todas las herederas del latín, la que ha conseguido una mayor extensión y presencia en el mundo actual, justo premio a la ambición de nuestros mayores que supieron llevarla a las cuatro esquinas del mundo (desde América del Norte a Filipinas, desde los Andes hasta algunas zonas de África). España ha sido uno de los grandes actores de la historia moderna y su lengua ha recogido los frutos de esa siembra.
No podemos considerar todo esto como si se tratara tan sólo de realidades del ayer, pues nos debe preocupar la garantía del bienestar de hoy y la creación de la prosperidad de mañana. Nuestra lengua es poderosa, rica, capaz de hablar de todo con propiedad y elegancia. Nuestros escritores, desde Manrique hasta santa Teresa, desde Garcilaso a Octavio Paz, desde Cervantes y Quevedo a Borges y a Cela, han sabido llegar a las bibliotecas y las librerías de todo el mundo. Nuestra lengua tiene, por tanto, riqueza y prestigio, extensión y fuerza: es un gran capital, con el que debemos saber acrecentar el entendimiento entre los pueblos, aumentando su prosperidad. Una lengua de casi cuatrocientos millones de personas es un patrimonio común que no podemos ignorar ni devaluar.
No es descubrir ningún secreto afirmar que, en buena medida, partiendo de una economía muy autárquica, meramente local y algo artesana, hemos pasado a contar con un importante grupo de empresas de dimensión multinacional apoyados en la ventaja competitiva de una lengua común a muchas naciones. Creo que eso es también una responsabilidad y un deber de gratitud para las empresas que han crecido con un apoyo tan decisivo como el de la lengua.
Hay que saber aprovechar la oportunidad que nos brinda la malla electrónica mundial para seguir gozando de una ventaja competitiva como la que representa en la actualidad la posesión del español. No cabe dudar razonablemente sobre la importancia que la tecnología (y la ciencia a la que va necesariamente unida) tendrá en el desarrollo del mundo futuro ni sobre el papel decisivo que va a desempeñar el desarrollo de la red. La consecuencia es inmediatamente evidente: tenemos que estar muy presentes en esa nueva red, tenemos que extendernos en ese nuevo espacio en el que, hay que reconocerlo, el inglés nos lleva hoy una ventaja decisiva. No hay duda de que podemos hacerlo: los ingleses del pasado supieron extenderse en un mundo en el que españoles y portugueses les llevábamos una distancia enorme. Ahora nos toca a nosotros avanzar, no quedarnos atrás, debemos ganar posiciones día a día. Creo que lo estamos haciendo y los indicadores son optimistas al respecto, pero entiendo que ésta es una tarea de todos en la que nadie puede bajar la guardia.
El gran error del español sería quedar reducido a lo que ya es, a una gran lengua literaria. El español tiene que crecer hacia fuera y hacia adentro. Hacia fuera lo está haciendo porque muchas de las poblaciones que lo hablan son expansivas en natalidad. Hacia dentro tenemos que hacerlo adueñándonos de una nueva capacidad para la ciencia y la tecnología, una capacidad que no hemos cultivado tan intensamente como debiéramos en el pasado. A partir de este análisis es fácil decidir una estrategia: hay que llenar la red con lo que ya es la lengua española (nuestras obras, nuestras narraciones, nuestra literatura, nuestras creaciones) y hay que esforzarse para que la tecnología y los negocios no sigan hablando casi exclusivamente en inglés. No se trata de ningún prejuicio casticista, al revés, es la defensa de un derecho estrictamente individual, el derecho a hablar la lengua que nos pertenece en todas las facetas de nuestra vida.
Hay una gran responsabilidad educativa en este empeño estratégico. Tenemos la ventaja de que los jóvenes se adentran en las nuevas tecnologías como los peces en el agua. Pero hay que estimular todo ese proceso, hay que poner a la lengua en condiciones de moverse con soltura y propiedad en los nuevos negocios, en las nuevas aplicaciones tecnológicas, en los nuevos campos del conocimiento. No hay ningún motivo para el pesimismo: tenemos excelentes científicos y técnicos, magníficos ingenieros, gentes capaces de hacer tan bien o mejor que cualquiera lo que sea necesario hacer. Creo que basta sólo una toma más intensa de conciencia de lo que está en juego en esta aventura.
No podemos permitirnos desdeñar la tecnología, debemos tener presente que la capacidad científica y tecnológica es parte sustancial de nuestra condición humana, de las humanidades entendidas en un sentido amplio. No podemos dejarnos engañar por los cantos de sirena que pretenden identificar la cultura con el simple pasado porque vivimos del ayer pero estamos volcados en el mañana. Hay que combatir cierto elitismo que pretende desdeñar la tecnología, las comunicaciones, la televisión. Tenemos que hacer buena tecnología, buenas telecomunicaciones, mejor televisión y aprender a hacerlo con nuestra lengua, sacarle al idioma español toda la riqueza que lleva dentro, toda su expresividad, toda su sabiduría para aplicarla a un nuevo mundo que tenemos que imaginar y crear.
En un mundo cada vez más fuertemente ligado con relaciones de todo tipo tenemos que acentuar nuestra capacidad y nuestra presencia. Tenemos los medios para hacerlo y no nos debiera faltar la ambición. Sólo el español podrá colocarse, al día de hoy, como una segunda lengua de comunicación de alcance universal.