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Teresa de Ávila, Teresa Sánchez, Teresa de Cepeda y Ahumada o Teresa de Jesús (este último nombre fue el elegido para sí) nos dejó en herencia un legado presente en obras como Libro de la vida o Camino de perfección, todas ellas de carácter autobiográfico, meditativas, reflexivas, de búsqueda de la autenticidad y verdad del yo en la voz de Aquel y de aquello –Dios y la experiencia poética-. La obra poética, la literatura, es la tierra en donde Teresa de Jesús cultiva sus vivencias y sus inquietudes, un medio que es fin al mismo tiempo, un medio y un fin cuyo destino es la satisfacción espiritual, el sosiego y progreso intelectual en el mundo interior –religioso- de la persona: “No poner vuestro fundamento sólo en rezar y contemplar; porque si no procuráis virtudes y hay ejercicio de ellas siempre, os quedaréis enanas; y aun plega a Dios que sea sólo no crecer, porque ya sabéis que quien no crece, descrece”.

Celebramos quinientos años de vocación espiritual y poética, de proyecto de vida religiosa en comunión con la verdad de la palabra y el convencimiento de que en la meditación y perfección de ésta hallamos la respuesta -y la consiguiente presencia- de Dios. Celebramos quinientos años del nacimiento de una mujer extraordinaria. ¿Quién fue esa mujer extraordinaria? Si me permiten, por aquí.

INQUIETUD Y EMOCIÓN

La personalidad de Santa Teresa de Jesús fue la de una mujer humanista y abierta a la reforma de las costumbres por entonces imperantes en la Iglesia. No es una figura convencional del catolicismo: su ánimo de inquietud le llevó a la reforma de la orden del Carmelo, fundando diecisiete centros y abriendo el camino a la rama descalza. Su personalidad humanista, en concordancia con las corrientes intelectuales de la época, le valió la censura en alguna que otra ocasión. Teresa de Jesús se mostraba disconforme, en actitud de antagonista, con los modos y las costumbres imperantes en la Iglesia de su tiempo, en aras de una institución más cercana a la espiritualidad y la mística, sin las tergiversaciones humanas –nepotismo, corrupción moral- que asolaban los principios de la doctrina católica. La eterna dualidad de la forma y el fondo, del parecer y el ser, dentro del seno de la Iglesia, la necesidad de una reconversión espiritual de la jerarquía como ejemplo del qué representaban –apóstoles y vicarios de un redentor-, fue una pretensión constante en la inquietudes de Teresa de Ávila.

“La lengua española pensó y sintió a Dios en Santa Teresa” escribe Miguel de Unamuno, otro autor español que trató a Dios de tú a tú en su pensamiento y en su obra poética. Quizá sea este el principal pulso que echó Teresa de Jesús: delimitar a Dios en la experiencia poética y en la palabra, abriendo así las puertas entornadas de la teología y alumbrando los caminos inescrutables de la fe. Y lo consiguió, vaya si lo consiguió. Como ejemplo, traemos episodios llenos de metáforas, íntimos, como marcaba el carácter intimista de la mística, en un tono confesional sin incurrir en el sentimentalismo, repletos de vidas, de anhelos, de riqueza en la imagen, recordamos el pasaje de la huerta y el riego, en el Libro de la vida; o el del castillo interior. Escritos autobiográficos –toda su producción literaria gira en torno a la experiencia– en que une la vivencia, la llamada a la perpetua conversión del espíritu y la doctrina de los principios morales del cristianismo. En Teresa de Jesús se condesa la emoción con la inquietud, el entendimiento y la expresión, lo inefable y lo tangible; no se equivocó Unamuno: “la lengua española pensó y sintió a Dios en Santa Teresa”.

UNA VOZ ÍNTIMA Y GENERAL

Afirmaba Jorge Luis Borges que la poesía es una confesión íntima y general; afirmaba Antonio Machado que la poesía es la conversación del hombre consigo mismo. Entre estos cauces se mueve Santa Teresa de Jesús. Según un artículo de Víctor García de la Concha “el místico consigue ese entender y comunicar al traducirlo en palabras y, en concreto, en palabras que, sin pretender ser literarias, se hacen filológica y formalmente literatura”. Los libros de la santa son, por tanto, un ejercicio de comunicación de la experiencia, de conversación en el interior del yo; una confesión en los oscuros recovecos del espíritu, pero que ha de tener la oportunidad de llegar al lector, al oyente, al otro ser ajeno a dicha experiencia, sin artificios ni hermética retórica. En esta corriente poética y literaria podríamos situar esa voz que etiquetan como “poesía de la otra sentimentalidad” o, directamente, “poesía de la experiencia”.

Santa Teresa de Jesús alcanza en plenitud, con un lenguaje transparente y directo, dos de los misterios de la humanidad: el más acá de la creación y el más allá del Creador. Todo ello sumergiéndose, como sugerimos en la primera cita, “en las mismas vivas aguas de la vida”. Por otros quinientos años más.