Guillotina, reyes depuestos, debates entre girondinos y jacobinos, luchas por el poder, la guerra de La Vendée, persecución religiosa… la Revolución iniciada el 14 de julio con la toma de la Bastilla, constituye un filón narrativo para el cine, como antes lo fue para la novela (Historia en dos ciudades, de Dickens).
Es un filón tanto por su carácter dramático, como por la variedad y personalidad de los nombres que jalonan el proceso revolucionario: María Antonieta, Danton, Robespierre, Fouché, Marat… hasta culminar en el último eslabón que inaugura un periodo enteramente nuevo: Napoleón. Su figura o sus grandes batallas (Austerlitz, Waterloo, etc.) han merecido numerosas aproximaciones cinematográficas.
Volviendo a la Revolución es llamativo comprobar como el cine (y la televisión) ha tratado de forma distinta los dos procesos que se dan a finales del siglo XVIII, a ambos lados del Atlántico: primero el americano, de 1775, que supuso el nacimiento de una nación, Estados Unidos; y luego el francés.
El tratamiento de la rebelión de las Trece Colonias contra el rey Jorge III se ha centrado más en los aspectos militares que en los políticos; el de la Revolución francesa, ha reflejado las luchas por el poder y ha resaltado frecuentemente su extrema violencia.
La mini-serie John Adams (HBO, 2008) es una de las escasas aproximaciones tanto de televisión como de cine a la trama política de la Independencia americana, a través de quien fue uno de los padres fundadores y segundo presidente de EEUU. La serie narra la historia de los primeros cincuenta años de la nueva nación, siguiendo los pasos de Adams, encarnado por Paul Giamatti.
Salvo excepciones, el cine y la televisión se han fijado más en la vertiente militar de la independencia de las Trece Colonias
Pero, salvo excepciones, el cine y la televisión se han fijado más en la vertiente militar de la independencia de las Trece Colonias. Y así se puede ver en clásicos de Hollywood como America (1924) del pionero del cine D.W. Griffith; Corazones indomables (1939) de John Ford, con Henry Fonda; o Los inconquistables (1947) de Cecil B. De Mille, con Gary Cooper, o en obras más recientes como El patriota (2000) de Roland Emmerich, con Mel Gibson.
Este tipo de filmes contaban la Independencia desde el punto de vista del granjero, no del político: y el protagonista solía estar dividido entre su lealtad al rey y la causa de la independencia. Es el caso de la mencionada El patriota, o de Revolución (1985), de Hugh Hudson, con Al Pacino.
Es difícil encontrar obras en las que el protagonista sea, por ejemplo, George Washington. Una excepción es la producción televisiva Valley Forge (1975), de Fielder Cook. Una de las películas que se centra en las negociaciones para la Declaración de Independencia es, curiosamente, un musical. Se trata de 1776 (1972), de Peter Hunt. Adapta un espectáculo de Broadway y aborda la rivalidad entre John Adams y Thmas Jefferson.
En el año 1976, con motivo del Bicentenario de la Revolución americana, la PBS (Public Broadcasting Service) emitió la serie Las crónicas de Adams, que no solo contaba la peripecia de John Adams como padre fundador y segundo presidente de EEUU, sino también la saga familiar a lo largo de 150 años (el hijo de Adams, John Quincy llegó a ser el sexto presidente).
Casi coetáneas, la revoluciones francesa y americana, tuvieron personajes comunes, que han interesado al cine. Es el caso de Jefferson en París (1994) de James Ivory, con Nick Nolte, sobre la estancia en Francia del entonces embajador Thomas Jefferson (1789) y posteriormente, tercer presidente de EEUU.
Otro personaje a caballo entre las dos revoluciones es Thomas Paine, autor de El sentido común, y que después llegó a ser elegido por la Convención Nacional de Francia. Es uno de los viajeros en coche de postas de La noche de Varennes (1982), -del director italiano Ettore Scola-, junto con el rey Luis XVI, Maria Antonieta, o Casanova. Cinta que narra la fuga fallida del monarca el 20 de junio de 1791 y su detención en Varennes. La posición del filme de Scola respecto a la Revolución es bastante neutral.
Sin embargo, la mayoría de las películas han sido muy críticas, sobre todo con el clima de violencia del régimen del Terror (1793-1794).
Desde la norteamericana El reinado del terror (1949), de Anthony Mann, sobre Robespierre, hasta la francesa La inglesa y el duque (2001), de Eric Rohmer, uno de los grandes referentes de la nouvelle vague, que denuncia las matanzas del Terror, tomando pie de las memorias de la inglesa Grace Elliot, amante de Felipe de Orleans.
El cine también refleja la persecución religiosa de la Revolución, con Diálogo de carmelitas (1960) de Agostini y Bruckberger, protagonizada por Jeanne Moreau. El filme se basa en la obra teatral de Georges Bernanos, inspirada a su vez en la novela La última del cadalso, de Gertrud Von Le Fort.
Una de las obras más críticas con la Revolución es Danton (1982), del polaco Andrzej Wajda, que narra la rivalidad entre Danton (encarnado por Gerard Depardieu) y Robespierre, antiguos compañeros del partido jacobino y enemigos irreconciliables cuando el segundo impone la dictadura del Terror.
Jean Renoir hace abierta apología de la Revolución en «La marsellesa»
En el extremo contrario, un filme hace abierta apología de la Revolución: se trata de La marsellesa (1938), del famoso director Jean Renoir, que presenta el levantamiento contra los Borbones como una liberación del pueblo oprimido. Renoir elude la violencia –resulta muy significativo que en ningún momente se vea la guillotina-. No es casual que el filme fuera financiado por la CGT -sindicato del Partido Comunista francés- y el Frente Popular, coalición de comunistas, socialistas y radicales que gobernaba entonces Francia.
Con un tono más aséptico y evitando los juicios de valor destaca Historia de una revolución (1989), superproducción gala de 6 horas dividida en dos partes “Los años luminosos” y “Los años terribles”, dirigidas por R. Enrico y R. Heffron respectivamente.
Quedan finalmente, las numerosas aproximaciones a un personaje como María Antonieta (que ya había sido biografiada por Stefan Zweig), desde la protagonizada por Norma Shearer en 1938 Maria Antonieta, de W.S. Van Dyke hasta la versión posmoderna de Sofia Coppola (Maria Antonieta, 2007), pasando por Maria Antonieta, Reina de Francia, (1956) de Julien Duvivier; y Adiós a la reina (2012), de Benoît Jacquot.