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Yolanda García Ruiz. Profesora titular de Derecho Eclesiástico en la Universitat de València. Sus trabajos de investigación se han centrado en temas relacionados con los derechos fundamentales, las libertades públicas y los grupos religiosos, especialmente la incidencia del factor religioso en las políticas legislativas europeas sobre investigación biomédica e inmigración.


Avance

No es inusual en la Historia que las mujeres prendan la mecha de la revolución. Ocurrió en Rusia en febrero de 1917, una auténtica revolución popular (lo de octubre fue un golpe de Estado). A primera vista, puede parecer que la historia se repite en el Irán actual. Las mujeres, como grupo especialmente oprimido en ese régimen teocrático, iniciaron en 2022 una serie de valerosas protestas tras la muerte de Mahsa Amini, una joven de 22 años, detenida por la llamada policía de la moral por no llevar bien puesto el pañuelo que, según las normas del país desde 1979, les debe cubrir la cabeza. A esas protestas se sumaron muy pronto otros sectores sociales, empezando por los jóvenes y apoyados en la capacidad de difusión y convocatoria de las redes sociales. Como pasa también a menudo, son los poetas los encargados de sintetizar y expresar lo que late en el corazón de la protesta. Ahora lo ha hecho el cantante Shervin Hajipour con una canción (ganadora del premio Grammy) de título tan escueto como elocuente: Por. «Por el miedo a bailar en las calles, por el miedo a besar a quienes amamos, por mi hermana, tu hermana, nuestras hermanas, por el despertar de las mentes oxidadas, por la vergüenza de tener nuestros bolsillos vacíos, por el anhelo de tener una vida normal, por los niños que recogen basura y sus sueños […] porque imponen su idea de paraíso, porque las personas con talento acaban en la cárcel», dicen algunos de sus versos.

La profesora Yolanda García Ruiz analiza esos hechos cuyo origen remoto está en la revolución que, en 1979, derrocó al Sha de Persia y llevó al poder al ayatolá Jomeini que estableció un régimen teocrático y represor, especialmente de las mujeres. Lo llamativo es que la obligatoriedad para las mujeres de llevar el hijab (el velo) no está en el Corán, como apunta Dolors Bramon en su libro Ser mujer y musulmana: los llamados fundamentalistas no conocen o no se apoyan consecuentemente en los que deben ser sus fundamentos. En todo caso, la oscura muerte de la joven Mahsa Amini provocó una indignación que llevó a las mujeres y, tras ellas, a amplios sectores sociales a tomar las calles. También la protesta femenina destapó otras reivindicaciones en un país sumido desde hace tiempo en una profunda crisis política, social y económica. La represión, por supuesto, fue la única respuesta del régimen. Pero la pujanza del movimiento democrático iraní —dos mujeres, Shirin Ebadi y Narges Mohammadi, han sido galardonadas con el premio Nobel de la Paz en lo que va de siglo— hace albergar esperanzas de que, más pronto que tarde, los hombres y mujeres de Irán se puedan dotar de un régimen de libertades respetuoso de los derechos humanos.


Artículo

E

l 16 de septiembre de 2022 es una fecha que quedará marcada para las y los iraníes como el inicio de un período de lucha por la libertad que, difícilmente, tendrá marcha atrás. Ese día fallecía en un hospital de Teherán Mahsa Amini, una joven de 22 años, originaria de Saqqez, ciudad del Kurdistán iraní. Mahsa no era una activista; no tenía ninguna implicación política contraria al régimen de los ayatolás. Había viajado a Teherán para visitar a su familia. Estaba de paso en la capital y, a la salida de una estación de metro, fue detenida por la denominada policía de la moral. La detuvieron por no llevar bien puesto el hijab, es decir, el pañuelo que cubre el pelo y el cuello y que llevan algunas mujeres de religión islámica. Dicha prenda es obligatoria en Irán desde 1979, fecha que marca el triunfo de la revolución que culminó con el derrocamiento de Mohammed Reza Pahleví, último Sha de Persia, y que llevó al poder al ayatolá Jomeini, dando lugar al inicio de un régimen teocrático islámico que ha ido asfixiando progresivamente a toda la sociedad iraní.

El gobierno de los ayatolás situó en el poder a una casta religiosa que se había sentido excluida durante el reinado del Sha. Su máximo representante, el ayatolá Jomeini, se encontraba en el exilio y llegó a Irán desde París con la intención de imponer un régimen político en el que la concentración del poder fuera máxima y la división entre religión y política resultara inexistente. La monarquía del Sha había encumbrado económicamente a una burguesía próxima a la familia real que adoptó un estilo de vida occidental en el que las mujeres tenían un papel no sólo como madres y esposas, sino también como profesionales en la esfera pública. Pero la mayoría de la población padecía las consecuencias de un régimen monárquico con rasgos absolutistas que, lejos de propiciar un verdadero desarrollo económico del país, fue acusado, por sus detractores, de occidentalizar la cultura persa y de empobrecer paulatinamente a la mayor parte de la sociedad. Los intelectuales jugaron, en aquel momento, un papel que se ha desvelado con el tiempo inesperado, puesto que la defensa de la autenticidad cultural iraní frente al imperialismo occidental se terminó convirtiendo en la pasarela para llevar al poder a una clase clerical que ha aplicado un dogmatismo religioso cercenador de los derechos y las libertades de toda la sociedad y, en especial, de las mujeres.

Una de las primeras medidas que adoptó el régimen de los ayatolás fue la de ocultar obligatoriamente a las mujeres bajo velos negros que poco o nada tienen que ver con los coloridos trajes regionales de las iraníes. Ricas vestimentas, plagadas de color y con preciosos bordados, muy similares a las de sus vecinas afganas, cubiertas en este momento también por el oscuro manto de otro régimen teocrático y opresor como es el régimen talibán que gobierna Afganistán desde mediados de agosto de 2021.

El uso del velo o hijab es más una práctica consuetudinaria de determinadas zonas de la península arábiga que un mandato religioso del islam stricto sensu. De hecho, muchas mujeres musulmanas no se cubren el cabello y no utilizan el velo. Con seguridad, el lector de estas líneas podrá recordar las imágenes públicas, aparecidas en los medios de comunicación, de la reina Rania de Jordania o de la ex esposa del actual rey de Marruecos, Salma Bennani. Ninguna de las dos utiliza habitualmente el hijab, pese a ser musulmanas vinculadas a monarquías de dos Estados confesionales islámicos.

Como señala Dolors Bramon en su libro Ser mujer y musulmana (Ed Bellaterra, Barcelona 2009, p.121), en el Corán, «son diversos los fragmentos que hacen referencia a cómo han de vestirse las creyentes del islam […] entre las diversas normas que hacen referencia a cuál ha de ser el comportamiento de las mujeres del Profeta y que se hacen extensivas al resto de las musulmanas […] se encuentra la siguiente indicación “¡Profeta! Di a tus esposas, a tus hijas y a las mujeres de los creyentes que se cubran con el manto. Es lo mejor para que se las distinga y no sean molestadas”» (Corán 33,59). El término que figura en el texto coránico —según la autora referida— es jalabihinna, que corresponde a la prenda de vestir externa de aquella época (…) con el clima de Arabia sus habitantes estaban en casa con poca ropa o incluso sin ella. Así se puede apreciar de algunas narraciones de viajeros, como la del médico británico Doughty (1843-1926), que vivió con los beduinos de Arabia y escribió que «las mujeres iban generalmente desnudas». A cubrir esa desnudez parece llamar el Corán, lo cual dista notablemente de un forzoso ocultamiento represivo de la mujer, que la convierte en inexistente y que termina dando lugar a sanciones violentas para cualquiera que se atreva a transgredir la imposición.   

El catalizador de las redes sociales

La detención de Mahsa Amini, por no llevar bien puesto el velo, se produjo tres días antes de su fallecimiento. A las dos horas de su detención, tuvo que ser trasladada a un hospital. Según el informe médico, la muerte se produjo como consecuencia de haber sufrido un derrame cerebral. Sus imágenes, intubada en el hospital, recorrieron el mundo entero. Era una mujer joven, hermosa y sin problemas de salud. Las sospechas acerca de posibles agresiones físicas y sexuales sufridas en prisión y su vinculación con el fatal desenlace empezaron a inundar las redes sociales en Irán y la indignación, especialmente de las mujeres y de los más jóvenes, resultó ser el detonante que hizo estallar la actual revolución.  

Las mujeres comenzaron a tomar las calles de Irán, a quitarse el hijab en público y a quemarlo en un acto de rebeldía y liberación que, poco a poco, empezó a calar en toda la sociedad iraní. El hartazgo frente a un régimen represor de las libertades —que había estado instrumentalizando a la mujer para reforzar su poder— se extendió dando lugar a una auténtica lucha entre la sociedad civil y los custodios de la moral dogmática impuesta por los ayatolás. Fueron las mujeres iraníes las que iniciaron la lucha, pero el clamor de toda una sociedad, que lleva décadas sumida en una profunda crisis económica, se extendió rápidamente dando lugar a protestas que trascendieron las fronteras del país.

Las redes sociales jugaron un papel crucial en la convocatoria de manifestaciones contra el gobierno y el régimen de los ayatolás. A ellas, pronto se unieron también grupos de jóvenes que terminaron liderando la revolución. Prácticamente niños han sido los abanderados, junto a las mujeres, de las protestas. A medida que se iban produciendo detenciones, encarcelamientos e, incluso, ejecuciones públicas de manifestantes, con el objeto de generar terror entre los que se unían a la lucha, eran los más jóvenes los que asumían el liderazgo que bullía desde las redes sociales a la calle. Es importante tener en cuenta que el 25 % de la sociedad iraní es menor de 14 años y que más de la mitad de la población está por debajo de los 50, según datos de las Naciones Unidas (World Population Prospects 2022). Irán es, por consiguiente, un país con una población relativamente joven y bien formada. Destacadamente, sus mujeres. Datos del año 2020, sitúan en un 53,6 % el porcentaje de mujeres iraníes que accedieron a la universidad.  Indudablemente, esta es una realidad que tiene relevancia y que explica, en buena medida, el estallido de la actual revolución contra el régimen de los ayatolás. La educación, especialmente la universitaria, pese a todos los matices que pueda tener en un país bajo una teocracia como la de Irán, supone un salto cualitativo desde el punto de vista del desarrollo del pensamiento crítico. Las mujeres universitarias, que aspiran a tener un rol profesional en la sociedad, dejan de limitar su desarrollo personal al marco de la vida doméstica y familiar y, por ende, buscan gozar de una mayor libertad e independencia. El modelo patriarcal que relega a la mujer al hogar y que se ha visto tradicionalmente reforzado con argumentos religiosos, pierde fuerza cuando las mujeres de cualquier sociedad acceden al conocimiento y tienen la posibilidad de cursar estudios universitarios para desempeñar profesiones en la esfera pública.

La voz de las mujeres iraníes hace tiempo que se alzó contra la imposición del régimen de los ayatolás. No es casualidad que dos de ellas hayan sido galardonadas con el premio Nobel de la Paz. Shirin Ebadi, abogada especializada en la defensa de los derechos humanos, obtuvo el premio en el año 2003 y, veinte años después, el pasado 2023, ha sido Narges Mohammadi, también activista defensora de los derechos de la mujer, la galardonada. Ebadi vive exiliada en Londres y Mohammadi cumple condena, en estos momentos, en una cárcel iraní, motivo por el cual no pudo recoger el premio el día de la ceremonia. Ambas han sido, respectivamente, presidenta-cofundadora y vicepresidenta del Centro de Defensores de los Derechos Humanos de Irán. La mera pertenencia a esta organización no gubernamental, que defiende jurídicamente a los presos por motivos políticos y de conciencia, ha sido utilizada contra ellas para proceder a su detención y encarcelación en diversos momentos de sus vidas.

Los porqués de una revolución

La lucha de las mujeres iraníes ha sido la punta de lanza de un clamor social que, bajo las palabras mujer, vida, libertad, exigía un nuevo rumbo a sus dirigentes. Las primeras medidas represivas adoptadas por el gobierno llevaron a la cárcel a cientos de manifestantes. Algunos de ellos, fueron ejecutados. Pero el anhelo de libertad no sólo recorría las calles del país, sino que se trasladaba con la misma fuerza, como hemos señalado, a través de las redes sociales amplificando su grito más allá de las fronteras del país y llegando a todos los rincones del mismo. Ya no estaban las mujeres solas reclamando en las calles libertad. La sociedad iraní había despertado del letargo que produce el miedo. Los problemas enquistados de una población desesperada se recogían con gran belleza en el himno improvisado de la revolución. La canción Baraye, de Shervin Hajipour, que fue detenido y encarcelado por su difusión y cuya traducción sería Por, ponía de manifiesto las razones que hay detrás del estallido social.

«Por el miedo a bailar en las calles, por el miedo a besar a quienes amamos, por mi hermana, tu hermana, nuestras hermanas, por el despertar de las mentes oxidadas, por la vergüenza de tener nuestros bolsillos vacíos, por el anhelo de tener una vida normal, por los niños que recogen basura y sus sueños, por este orden económico que nos asfixia […] por el anhelo de que esta imagen hubiera durado siempre (Masah Amini con su padre) […] porque imponen su idea de paraíso, porque las personas con talento acaban en la cárcel […] ».

La canción continúa mencionando, con profundo dolor, los porqués de la revolución. La angustia de los jóvenes estudiantes iraníes que sueñan con tener una oportunidad laboral en el futuro y que no encuentran trabajo, la necesidad de vivir en un mundo sin contaminación, el sufrimiento de los niños afganos, sus vecinos, que están sumidos, desde la llegada de los talibanes al poder, en una crisis económica sin precedentes con un 97% de la población en riesgo de caer bajo el umbral de la pobreza. En definitiva y, como máximo y último porqué: por la libertad.

El cambio de siglo y de milenio popularizó, a comienzos del 2000, eslóganes que afirmaban que el siglo XXI sería de las mujeres o no sería. El informe de ONU Mujeres del año 2020 titulado Igualdad de género. A 25 años de Beijing: los derechos de las mujeres bajo la lupa, confirma una sospecha que se ha agravado en los tres últimos años transcurridos desde su publicación.  Afirma el informe lo siguiente: «Si bien mil millones de personas han logrado escapar de la pobreza extrema desde la década de 1990, la pobreza todavía tiene cara de mujer».

El rostro de la pobreza es mayoritariamente femenino. Una realidad que se ha visto recrudecida con el apartheid de género que sufren las mujeres en Afganistán y con los nuevos conflictos bélicos de los dos últimos años en Ucrania y en Gaza. Chahdortt Djavann, escritora iraní exiliada en Francia, en su libro ¡Abajo el velo! (El Aleph editores, 2004) se dirige a los lectores del mundo occidental en un momento en el que se estaba debatiendo en Francia la cuestión del uso del velo en la escuela pública y señala:

«Quienes han nacido en los países democráticos no pueden saber hasta qué punto los derechos que parecen naturales son inimaginables para quienes viven en las teocracias islámicas. […] ¿Qué significa estar condenada al encierro en un cuerpo velado sólo por ser femenino? ¿Quién tiene el derecho a hablar de ello? Yo tenía trece años cuando se impuso en Irán la ley islámica bajo la férula de Jomeini, que volvía de Francia con la bendición de muchos intelectuales franceses. […] Algunos intelectuales franceses hablan con facilidad en lugar de los otros. Y hoy también hablan en lugar de aquellas a quienes nadie escucha».

Hoy ya no son los intelectuales occidentales los que hablan sobre lo que significa el velo para las mujeres iraníes porque son ellas las que han levantado la voz y gritan sin miedo «¡Mujer, vida, libertad!».


Imagen: Manifestación por Jina Mahsa Amini en Melbourne (Australia). Se puede consultar en CC Wikimedia Commons / Autor: Matt Hrkac

Profesora titular de Derecho Eclesiástico en la Universitat de València. Especialista en derechos fundamentales, libertades públicas y grupos religiosos.