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Cuando nos fijamos en los libros de Harry Potter, al margen de la parafernalia que ha ido creándose a su alrededor, hay que admitir que constituyen una contribución excelente para su género. Joanne Rowling está construyendo una obra que, si bien se sitúa unos escalones por debajo de El hobbit y El señor de los anillos en cuanto a solidez argumental y literaria, es (desde el punto de vista narrativo) más eficaz para un público de menor edad (o menos exigente, si se prefiere ver así). No es extraño que los primeros volúmenes de la serie hayan arrollado en las listas de bestsellers, en términos absolutos. Ciertamente, habrá que ver si mantiene el mismo nivel en los tres libros que se han anunciado pero, en cualquier caso, lo conseguido hasta el momento sitúa ya a esta obra en un lugar privilegiado en la historia de la Literatura Infantil y Juvenir (LIJ).

J.K. Rowling es una gran narradora (…) con un chispeante sentido del humor y un estilo descriptivo muy visual

Viene bien recordar a los desconfiados que Potter no ha triunfado debido exclusivamente a la publicidad, pues los dos primeros libros crecieron inesperadamente, tanto para la autora como para la misma editorial. Mucho antes de la avalancha publicitaria se revelaban los méritos indudables de Rowling, una gran narradora que, a un ingenio fuera de lo común y un completo dominio de las referencias literarias del género fantástico del mundo anglosajón, une un chispeante sentido del humor y un estilo descriptivo muy visual.

Ella es además excepcionalmente capaz de conectar con los lectores jóvenes (y adultos), porque, al margen de  que sitúe a sus personajes dentro de un mundo singularmente atractivo e irreal, ha sabido crearlos con debilidades y temores muy humanos y hacerlos madurar progresivamente, al hilo de sus aventuras. De ahí que a los libros de Harry Potter les haga justicia el comentario que otro ilustre escocés —Stevenson— expresó a la vista del éxito de la literatura folletinesca-popular de su época: «Estos libros triunfan porque son fieles no a lo que los hombres son, sino a lo que los hombres sueñan».

Que todo lo que aparezca firmado por Harry Potter sea un éxito comercial a partir de ahora es el riesgo que corre Joanne Rowling: es fácil ceder a la presión y bajar la guardia, como ha ocurrido muchas otras veces con diferentes series de obras populares.

Este parece ser el caso del último álbum de Astérix, Astérix y Latraviata. La espectacular campaña publicitaria de la que se ha beneficiado no ha logrado, sin embargo, ocultar las carencias del relato. Como el mismo Uderzo reconoce, los álbumes de Astérix decayeron notablemente con la muerte de René Goscinny, su co-creador. A este guionista de cómic, acaso el mejor de la historia de este género, se deben los textos no sólo de Astérix sino también de otras series memorables como Lucky Luke, Iznogud, etc., y obras de humor tan excepcionales como El pequeño Nicolás. Los seguidores habituales del héroe galo disfrutarán no obstante con esta última obra y, quizá, vuelvan a repasar algunas de las mejores entregas.

Resulta difícil convencerse de que puedan volver a producirse fenómenos como Tintín o el de este famoso galo

Pero, además de ser la historia final de Astérix, podemos ver este álbum como el remate de toda una época. Por deseable que se nos antoje, resulta difícil convencerse de que puedan volver a producirse fenómenos como Tintín o el de este famoso galo. Pues un medio como el cómic —definido un día como «el cine de los pobres»— ha sido desplazado definitivamente de su privilegiado lugar entre los niños. Es cierto que sigue teniendo auge el cómic-book estadounidense (aún resulta más que notable la producción de álbumes franco-belgas, y no digamos nada del manga japonés…); pero el territorio mental que ocupan esas producciones no es el mismo que intentaron abarcar Hergé y Goscinny, en ningún caso.

Quien lo dude, puede consultar el trabajo monumental de documentación acerca del cómic español realizado por Jesús Cuadrado, Diccionario de la historieta española y su uso, una obra que merece todos los elogios y agradecimientos, pero cuya misma confección y redacción deja constancia que aquellas historias sólo interesan hoy a los estudiosos y a los nostálgicos. O todo lo más, quizá también a los guionistas que buscan ideas desesperadamente.

Si unos se van, otros en cambio vienen, y en la LIJ está llegando a su madurez el sector de los modernos álbumes ilustrados. Nos hallamos ante un tipo de libros nacido en los sesenta, cuando confluyeron, por un lado, el desarrollo de la industria gráfica, el auge de la publicidad, el aumento de las producciones de dibujos animados para cine y televisión, la edición de toda clase de tebeos y de tiras dibujadas en revistas, periódicos y dominicales…; y, por otro, la educación preescolar, el crecimiento de la industria educativa dirigida a franjas de edad más bajas. Esas condiciones propiciaron que algunos artistas jóvenes y pequeñas editoriales especializadas apostaran por una nueva clase de libros ilustrados: a todo color, con imágenes que ocupan páginas enteras y que no son un complemento del texto sino que se convierten en el texto mismo, y cuyo conjunto quiere tener un formato narrativo secuencial semejante al del libro.

El inglés Anthony Browne es un autor-i lustrador responsable de lo mejor publicado hasta la fecha en ese terreno. Quien pida sus álbumes en cualquier biblioteca infantil o librería —y no todas los tienen— podrá comprobar, quizá con asombro, cómo cabe conjugar el talento para contar historias inteligentes y un nivel artístico de primera categoría. Una historia como Voces en el parque, por ejemplo, muestra a la perfección cómo los mejores álbumes ilustrados son nuevas puertas para la lectura y la escritura, caminos para huir de la vulgaridad e instrumentos idóneos para la educación sentimental y la sensibilidad de los chicos. Incidentalmente, merece la pena destacar también que la edición española en este campo presenta un panorama prometedor; a las editoriales históricas que han dedicado sus esfuerzos a este tipo de álbumes se han sumado otras pequeñas como la ya veterana Kókinos, y las más recientes Corimbo y Kalandraka, que apuestan decididamente por libros de gran calidad gráfica.

En cuanto a la narrativa infantil y juvenil, existen bastantes relatos que cumplen dignamente su función de ser un buen aperitivo para incitar a los más jóvenes a iniciarse en los hábitos de lectura o para despertar en ellos el apetito de obras mayores. Aunque también la impresión contraria puede ser cierta: que se publican muchos libros que no alcanzan el umbral de calidad deseable. ¿Por qué proliferan tantas obras prescindibles? Borges decía que quienes escriben para el público infantil corren el peligro de quedar contaminados de puerilidad, y esto mismo le puede ocurrir al padre o a la maestra que se relaciona con el niño. Hay, por lo demás, quien ha visto en los niños un público consumidor cuyas necesidades (reales o inducidas) hay que saciar: estas ansias, una vez despertadas y azuzadas, son muy difíciles de frenar, como la industria Disney sabe muy bien.

Bienvenidos a la fiesta. Diccionario guía de autores y obras de literatura infantil

Luis Daniel Gomáíez ha conseguido con esta obra una selección y un análisis de las mejores obras de la literatura infantil y juvenil: clásicas y modernas, novelas y cuentos, álbumes ilustrados y de cómics, obras de poesía y de teatro para niños y jóvenes. De todas se facilitan las datos editoriales, argumentos, comentarios breves sobre sus características y méritos.

La información está estructurada para orientar a padres y educadores que deseen introducir a los niños en el hábito de la lectura. Fruto de un ingente trabajo editorial y de un diseño cuidado que anima a su lectura, el autor nos ofrece una obra única en su género en el mercado hispanohablante.

Sin entrar ahora en matices acerca de las diferentes clases de libros según edades, se tiende a dar a los niños libros vistosos y simples, redactados con sintaxis sencilla y vocabulario limitado, que no tengan un argumento complicado ni exceso de personajes, sobre temas cercanos a la vida del lector. «Los chicos de ahora no aceptan otra cosa», se dice. Sin negar la evidencia de que alguien acostumbrado desde la más temprana niñez a los medios audiovisuales no se siente fácilmente atraído por largas descripciones decimonónicas, estos argumentos a favor de la comodidad tienen sólo una parte de verdad y otra más falsa.

La verdad es que lo literario, la forma, tiene que ser un puente y no una barrera, debe aclarar y no oscurecer los contenidos: en la LIJ no cuenta para nada lo satisfecho que un autor esté de lo que ha escrito, y quien escribe para chicos ha de saber a dónde va, qué quiere contar, contarlo del modo más claro posible y pararse cuando llegue al final: así lo sostiene Carroll en Alicia. La parte falsa se intuye si pensamos en la escritora novel Joanne Rowling, e intentamos explicarle a un editor las características de su obra: siete volúmenes, larguísimos, muchísimos personajes, palabras en latín, vueltas y revueltas argumentales…

No resulta fácil, por tanto, destacar los títulos infantiles más recientes sin renunciar a la calidad. Quienes deben apuntar más alto —profesores o expertos que confeccionan listas de los mejores libros— se ven obligados a elegir y proponer las mejores obras escritas en castellano para chicos y sobre chicos, y no deben conformarse con relatos de menor alcance. Y, en particular, no pueden tampoco caer en la falta de honradez al ignorar la insuficiencia de las armas con las que algunas obras de LIJ quieren penetrar en las complejidades reales de ciertos temas: dar soluciones simplistas a los niños es como fabricar una bomba retardada. La fórmula que, a mi juicio, hay que aplicar, tanto en la vida como en la literatura juvenil, la tomo prestada de Einstein: «Todo debe hacerse lo más simple posible, pero no más simple».

 

ÉRASE UNA VEZ LOS MEJORES CUENTOS INFANTILES
Ana Botella
Martínez Roca Madrid, 2001, 848 páginas.

Lo primero que deben saber los lectores dispuestos a disfrutar de Érase una vez… es que no se trata de una simple recopilación de cien cuentos infantiles —aunque los criterios de selección ya son lo bastante oportunos como para hacer de esta obra u n í recomendación editorial—, sino que Ana Botella ha tratado de ir más lejos y dotar al libro de un enfoque totalmente pedagógico.
Así, cada uno de estos cien cuentos clásicos están comentados y preparados para ser leídos en vo; alta y discutidos con sus protagonistas, los niños. Además, cada cuento incluye recomendaciones de la autora, como el tiempo necesario para su lectura, la edad del niño aconsejada, los valores que resalta el mensaje de los diferentes textos o actividades de lectura comprensiva, para que la tradición de estas narraciones se convierta en un ejercicio compartido por padres e hijos.

En definitiva, Érase una vez… resulta una herramienta útil para fomentar la transmisión oral de genios como los hermanos Grimm, Oscar Wilde o Esopo, en la que una cuidada edición y un diseño agradable constituyen también importantes valores añadidos.

 

ALGUNAS NOVEDADES DE LIJ

ÁLBUMES

Anthony Browne, Voces en el parque. México: Fondo de Cultura Económica, 2001.
Anthony Browne, Las pinturas de Willy. México: Fondo de Cultura Económica, 2001.
Gregóire Solotareff, Yo grande y tú pequeño. Barcelona: Corimbo, 2000; 40 pp.
Caries Cano y Carlos Ortín. El árbol de las hojas Din A-4. Pontevedra: Kalandraka, 2000; 28 pp.

NARRATIVA

J.K. Rowling, Harry Potter y el cáliz de fuego. Barcelona: Salamandra, 2001; 640 pp.
Robert Louis Stevenson, La isla del tesoro. Madrid: Valdemar, 2000; 264 pp., ilustraciones de N. C. Wyeth, y una selección de imágenes de otros ilustradores.
A. A. Milne, El mundo de Puff. Madrid: Valdemar, 2000; 353 pp., ilustraciones de E. H. Shepard.
Frederick Marryat, Los chicos de New Forest. Madrid: Palabra, 2001; 368 pp.
Ben Rice, Pobby y Dingan. Barcelona: Círculo de lectores, 2000; 144 pp.
Antonio Sánchez-Escalonilla, La palabra impronunciable. Madrid: Eiunsa, 2000; 258 pp.
Carol Hughes, Lotta patas arriba otra vez. Madrid: Siruela, 2000; 208 pp.