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Gerardo Diego es el poeta de su generación más rebelde a los encasillamientos y también el que mantuvo mayor diversidad de alternativas estéticas mientras fueron sucediéndose todas las fases obligadas de la renovación poética española.

En un grupo como el que tuvo la suerte de compartir —y que él contribuyó a aglutinar con su antología de 1932-, formado por fuertes singularidades, podría decirse que Diego es el poeta más singular de todos, el que más temprano maduró una concepción estética históricamente coherente y, por ello, tan diversa como los estímulos artísticos de los primeros años veinte.

Es indudable que influyó en sus logros una especial cualidad temperamental que complementa el entusiasmo con una utilísima capacidad de distancia mental respecto a la creación: no puede olvidarse (y el propio poeta se encargó de recordárnoslo a lo largo de setenta años de poemas y prosas) de qué manera decisiva su formación musical como intérprete contribuyó a corporeizar su concepto artístico-técnico de la poesía y a canalizar eficazmente su escritura.

¿Cómo entender a Diego sin Lope de Vega, por ejemplo?

Desde muy temprano Diego trató lúcidamente de resolver, para conseguirlo inmediatamente, el conflicto teórico que por autenticidad como poeta se le planteaba —sensibilidad y conciencia- entre su propio dinamismo creador y los estímulos diversos de los años en que se iniciaron su actividad y su activismo: ese conglomerado que integraban, como formas de superación del simbolismo, el proyecto ultraísta, la pulsada fecundidad del creacionismo, el riguroso desafío purista y, también decisivamente, la ventajosa recuperación de la poesía del Siglo de Oro -¿cómo entender a Diego sin Lope de Vega, por ejemplo?-.

A la primera vanguardia española le fue muy útil que su principal artífice dominase los ritmos y las músicas del verso tanto como las técnicas compositivas del poema, y lo que sobrevive de ella depende, además, del hecho de que, en su dedicación a lo nuevo, el sentido profundo de una creación libre, pero arraigada en lo humano, hizo de sus primeros libros algo excepcional en el panorama poético de entonces. En 1921 escribía a Ortega:

«Como posición frente a la naturaleza creo que la del poeta de hoy debe ser ésta. Buscarse en ella. Encontrar en ella su propio yo, su creación, su naturaleza, que nazca de él con la fluidez y la calidad propia del suspiro que nace del pulmón. (Apud Margarita Márquez, «Correspondencia Gerardo Diego-José Ortega y Gasset (1921-1932)», en Revista de Occidente, n° 178, pág. 16).

La poesía de creación y la experiencia de la literatura

Nunca se insistirá bastante en el valor emotivo, sentimental y biográfico de la «poesía de creación» de Gerardo Diego, desde Imagen a los poemas de la Biografía continuada. El cómo siempre trató de alcanzar una nueva y más honda penetración en la realidad y en sus fulgores inéditos con el objetivo esencial de enriquecer mediante la especulación libre la experiencia de la literatura y, en última instancia, de la vida. Y es esa incesante necesidad de buscarse a sí mismo en la realidad por medio de la aventura verbal lo que dota de unidad al mundo poético de Gerardo.

Como señalaba con su precisión habitual Emilio Alarcos, «la conjunción de modestia en los propósitos, de voluntaria limitación a lo más simple y de consciente jugueteo humoresco con las imágenes, no se resuelve, sin embargo, en mera superficialidad sin trascendencia. Aunque eso sea lo que parece sugerir al pronto la gran masa de poemas de tendencia creacionista de Gerardo, debe rechazarse esta primera impresión apresurada. De muchos poemas se disparan breves destellos propios de un ascético manual de humanos, donde resuena la preocupación por las grandes preguntas sin respuesta» (en ABC Cultural, 4-IX-96).

«Manual de humanos«: buena síntesis de la inevitable contraposición de las dos escrituras de Gerardo Diego —»poesía absoluta» y»poesía relativa»— en sus primeros años: Versos humanos y Manual de espumas. Y ese manual de humanos resulta tan ascético como gozoso.

A las grandes preguntas sin respuesta que subraya Alarcos pueden añadirse las grandes y también las pequeñas respuestas – el «matiz menor» que busca el poeta- obtenidas por Diego de su poliédrica interrogación a la realidad. Porque si es fundamental que esta obra esté ceñida por una visión trascendente del mundo —y hasta explícitamente religiosa—, también lo es que esa visión orienta la disposición hacia la realidad, hacia la vida y hacia la práctica artística en un sentido esencialmente afirmativo, alegre y sociable, a partir de una predisposición al gozo y a la celebración del estar en el mundo con las cosas.

La diversidad de la realidad, la diversidad de las posibilidades técnicas al alcance de la mano y la diversidad de los estados de la conciencia abren múltiples caminos a esta poesía de celebración que no se autolimita más que en lo que importa, que es en la exigencia interna de cada poema, en su nuevo «decoro poético». Y es la libertad creadora con la que la poesía de celebración gerardiana se desarrolla siempre otro de los aspectos que unifican la perspectiva, la visión y lo compartible de toda su escritura.

Naturalmente, dada su riqueza, se despliega en poemas «mayores y menores», como en la tradición clásica, en tonos muy distintos que van del juego o la broma a la parodia o la glosa, del intimismo a la celebración del paisaje con figuras, del testimonio de amistad —vida compartida— al elogio de las demás artes, de la profesión de fe de la poesía religiosa a los conflictos de la existencial o a la exaltación de tanto y tanto poema de carácter hímnico. Es difícil, así, no dejarse tentar como lectores por la propuesta vitalista que encierra el emblemático poema «Ser», de Alondra de verdad, escrito en 1935, a punto de cumplir los cuarenta años:

Vivir, vivir tan sólo, sustantivo,
existir, ser, estar, pura presencia,
palma de mano abierta a la
clemencia /
de la luz dócil y el calor pasivo.

Gozo de palpitar, vacar festivo,
irresponsable, ardiente de inocencia,
de persistir, perenne transparencia,
suceso en plenitud, ser exhaustivo.

Sí, dejarse mecer, flotar, volumen,
cuerpo sólido y límites que asumen
la calidad del bloque que gravita.

Mientras algo que es mí yerra
en la esfera /
con la rosa y la lágrima infinita,
y no hay memoria ya de la ribera.

Aspira el poeta a formular en su complejidad un sentimiento creado de plenitud vital. Necesita para ello ceñir a lo existencial, al final del poema, el vuelo humanísimo que ese sentimiento, en infinitivos, ha desarrollado bajo una luz y un calor elementales y clementes con los seres. El deseo de ser en plenitud, arraigado hondamente en lo existencial, exige la disociación del sujeto en un mí, gramaticalmente forzado, que atrae la atención por su extrañamiento sintáctico. Se produce así una complejidad de la experiencia conjunta del deseo de plenitud y de la conciencia vigilante del sujeto que se sabe atado a la ley mortal de todo lo vivo. La raíz senequista es, de esta forma, el otro elemento necesario para dotar de densidad al poema: la conciencia de un final, de unas riberas del tiempo que rodean un vuelo en plenitud, solo en apariencia desarraigado. Experiencia,
humanísima y hondamente moral, hecha soneto.

Escribió sobre las mil y una realidades que afectan al ser humano: el amor y la amistad, la naturaleza y las ciudades, la pintura, los toros, la música, la misma poesía, Dios, la vida y la muerte

Como su amigo Jorge Guillén, Gerardo Diego escribió sobre las mil y una realidades que afectan al ser humano: el amor y la amistad, la naturaleza y las ciudades, la pintura, los toros, la música, la misma poesía, Dios, la vida y la muerte. Y para ello recurrió, por medio de una libertad y riqueza verbal inigualables, a las cosas y a los seres más diversos de lo que para él evidenciaba la creación divina.

Y la humana, como no podía ser menos en una época de verdadera invasión de artefactos y novedades técnicas y científicas: de manera más sorprendente en sus primeros libros y con la normalidad de lo cotidiano desde entonces, siempre indagando en las posibilidades del lenguaje tanto como explotando el ingenio, la ocurrencia puntual y la capacidad elaborativa de una fecunda imaginación. Y siempre desde un profundo entusiasmo vital y artístico: hasta en sus libros de senectud, y quizá por serlo, la vida es el valor supremo en su poesía, como ha señalado Francisco Javier Diez de Revenga en su Poesía de senectud. También lo es, en su caso, la confianza en algo más, porque sin esa confianza, sin esa fe, a diferencia de otros poetas de su entorno, la compleja arquitectura interna de lo que alienta en su obra, su visión del mundo, no hubiera podido sostenerse.

El resultado unitario es evidente en los distintos registros de la poesía de Gerardo Diego. Revelación, epifanía de las cosas a la nueva luz de la metáfora. Canto entrañado en todos los momentos. Celebración de la vida, de la belleza y del sentir. Conciencia de la precariedad del existir y afirmación de la creencia religiosa. Por ello, si es cierto que la poesía de Gerardo Diego se asienta en la diversidad del canto y de los motivos que la propician, también lo es, y de manera decisiva para percibirla en su sentido más profundo, que lo que trata de revelar es la compleja integridad del ser humano que se dibuja en toda ella como sujeto unitario. Lo admirable de su obra total es el proceso mediante el cual se alcanza -porque el designio del poeta así lo busca desde el principio— una coherencia que da validez y sentido ético y estético al modelo humano y artístico que admira, canta, ama, sufre, juega y analiza en cada uno de sus poemas.

El protagonista de Gerardo Diego es creyente desde el primer momento. Incluso hay una vena religiosa que recorre toda su poesía, desde Viacrucis (que el poeta declara haber escrito en la fecha crucial de 1924, aunque se publicase la primera edición en 1931) hasta las últimas composiciones de Versos divinos, de 1970. Esa confesionalidad originaria de la voz poética refuerza indudablemente la unicidad de la visión y de la propuesta de nuestro poeta. Incluso si dejamos aparte la poesía devota de muchos textos religiosos, son abundantes los libros en los que todo se unifica por la integración de poemas en los que la mirada del creyente va más allá. Es el caso, por no salir de Alondra de verdad, del soneto «Revelación». La anécdota que recoge el poema -el topos de un pájaro cantando al atardecer— da pie a una celebración que aboca al salmo:

Era en Numancia, al tiempo
que declina /
la tarde del agosto augusto y lento,
Numancia del silencio y de la ruina,
alma de libertad, trono del viento.

La luz se hacía por momentos mina
de transparencia y desvanecimiento,
diafanidad de ausencia vespertina,
esperanza, esperanza del portento.

Súbito ¿dónde? un pájaro sin lira,
sin rama, sin atril, canta, delira,
flota en la cima de su fiebre aguda.

Vivo latir de Dios nos goteaba,
risa y charla de Dios, libre
y desnuda. /
Y el pájaro, sabiéndolo, cantaba.

Los costes de una poesía de celebración. Claro está que hay contraluces en la propuesta gerardiana, como es inevitable en toda poesía verdaderamente dimensionada. Pero son estos contraluces los que nos llevan como lectores al terreno de la ética, pues el coste de mantener continuadamente una poesía de celebración —que, no cabe ignorarlo, apunta también a un deseo de armonía, a un misterio presentido— es tan alto que incluso posibilita el riesgo de ser mal leído y peor entendido.

Evidentemente, no basta la afirmación directa para dotar de dimensiones y hondura la confianza existencial que posibilita toda celebración. Por eso hay que referirse a aquellos momentos en los que entran en la poesía de Diego la confusión, la violencia o el dolor históricos: su disconformidad se salda frecuentemente con elocuentes silencios y con enérgicas afirmaciones a contrario, como vemos en las Odas morales, de 1966, en sus referencias históricas de Biografia continuada o en las elegías de Vuelta del peregrino, centradas no en la fatalidad histórica, tácita aquí, sino en lo que treinta años después sigue operando como vehículo de la memoria, como en «La voz de Federico», donde la importancia de la voz de Lorca en el recuerdo lleva a una contenida reflexión sobre la caducidad:

(…) Háblame, Federico. Tantas noches /
sueño que no has muerto,
que escondido vivías y estamos
en Granada, /
una maravillosa Granada
distinta, tuya y mía, /
y otra vez o la misma somos jóvenes
y nos contamos cosas, proyectos,
dichos, versos. /
Y tu voz suena y eres tú, gracias a ella. /
¿Quién, ni en mundo de sueños,
podría falsificarla? /
Tu voz que me habla siempre,
que me llama, /
tu voz, sí, tu voz llamando,
tu voz clamando…

Por muy distintos que sean los tonos y los enfoques adoptados, los valores vitales y estéticos no varían porque lo que importa, por encima de la discordia es la identidad de lo humano como eje de la fe religiosa y como asidero que permite «no caer en el vacío». Los innumerables poemas de amor, la infinidad de retratos, semblanzas y dedicatorias, la reafirmación constante de la amistad como sentimiento de resistencia tratan de consolidar la celebración colectiva de la vida en solidaridad de afectos. La amistad como celebración y el elogio de la excelencia artística unidos nos ilustran mejor que otros textos acerca de la particular sensibilidad con que Gerardo Diego plasma este nivel superior de relación humana como modelo de relación individual -sensitiva y creativa- con el mundo.

«Amigos nada más. El resto es selva.» Lo gráfico de este verso de Jorge Guillén lo enuncia nuestro poeta de mil maneras distintas, y su protagonista poético afianza cada vez más centralmente los afectos para reforzar, en paralelo, la unidad del sentir y de los valores cognoscitivos de los poemas, cada uno de ellos faceta de un único conglomerado de afirmaciones.»Poesía del Sí», como la de Jorge Guillén, en un mundo de negaciones, que unifica este imponente fresco testimonial de la vida del poeta como vida sociable, como celebración de la convivencia y la solidaridad humanas.

Celebremos nosotros el centenario de Gerardo Diego con una invitación a la lectura de un poeta cada vez más vivo

Celebremos nosotros el centenario de Gerardo Diego con una invitación a la lectura de un poeta cada vez más vivo. Los más jóvenes, aquellos que por los avatares de la enseñanza o de la difusión literaria no conocen del poeta más que unos cuantos poemas, quedarán deslumbrados por su tremenda maestría compositiva, por la finísima percepción de muy distintos ritmos, por la ingeniosidad y la gracia con que nos sorprende una imagen inesperada, por lo vivas que llegan hasta nosotros las experiencias de lo vivido o de lo imaginado, por la intensidad, en fin, con que la aventura verbal puede llevarnos a una determinada epifanía.

Podrán hallar, en suma, ese puñado de poemas útiles que, sin que sepamos cómo, tiene para cada uno de nosotros todo poeta verdadero, porque, en efecto, la utilidad de un buen poema es siempre imprevisible.