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“Su madre pronunció la frase con firmeza de matriarca”…  Así abre Fernando Ariza su novela Fuiste el rey (editorial Tres hermanas) que acaba de presentarse en Madrid. Fiel al código de Edgar Allan Poe comienza in media res una novela aparentemente ligera pero compacta, que avanza con seguridad y sin titubeos en un in crescendo de amor e intriga en la vida cotidiana de una pareja.

Una pareja en crisis que escapa de Madrid y se instala en la gris Bruselas, buscando superar una crisis generada por la rutina. Y el lector se pregunta: ¿lo conseguirán?

Fuiste el rey (editorial Tres hermanas), 220 págs.
Fuiste el rey (editorial Tres hermanas), 220 págs.

Así planteada, la novela tiene ribetes autobiográficos. Su autor nació y vivió en el barrio de Salamanca y pertenece a la clase media de cierto nivel, muy bien plasmada en el texto. Profesor universitario, fue lector para varias editoriales e incluso vivió temporalmente en Bruselas por motivos profesionales… Hasta aquí las coincidencias. Con esos mimbres ha armado una ficción que atrapa enseguida al lector. Sabe mantener el suspense en varios frentes (un mendigo misterioso, una posible infidelidad femenina…), mientras complica su diseño con personajes secundarios, esbozando sus pequeñas vidas (el inmigrante árabe, los colegas de trabajo…).

El autor (y narrador) sabe desplazar el centro del relato a la escritura misma mediante el recurso a un cuaderno en el que va volcando sus recuerdos

En realidad, lo que autor (y narrador) sabe es desplazar el centro del relato a la escritura misma mediante el recurso a un cuaderno en el que va volcando sus recuerdos. Un cuaderno que progresivamente se va convirtiendo en el monstruo que devora su vida: hay que actuar para dejar consignados actos y vivencias, en un intento de descubrir su sentido, de recuperar la memoria. Metaficción, escritura del yo… tan de moda en los últimos años. Pero sabiamente planteada y entreverada con la intriga, que crece según su protagonista va perdiéndose en los laberintos de la cerveza y la desorientación vital.

La recta final está trazada con acierto, huyendo del tremendismo, pero a su vez dejando muy claro qué rápida puede ser la desintegración vital y moral de un ser humano. Cómo en un momento de descontrol puede destruir y destruirse a sí mismo de modo irreversible. Qué cerca están placer y dolor: la secuencia del encuentro con Erika lo confirma… Cómo la vida cotidiana de cada uno de nosotros puede precipitarse en el abismo, sin comerlo ni beberlo –como decían nuestros mayores-. Esta última parte alcanza una intensidad, un clímax que impide al lector soltar el libro hasta que llega a la última página.

Buenas descripciones de ambiente, diálogos amenos, habilidad a la hora de entrar y salir del texto por parte del narrador protagonista, que quiere reescribir el pasado si bien cuestionando su veracidad… Ariza no se estrena con esta novela: ya la primera demostró muchas lecturas y oficio, pero tal vez quería decir demasiadas cosas. Ahora depura el texto de digresiones y es capaz de calar en el fondo del corazón de sus personajes. Incluso es capaz de atreverse a plantear que la salvación de un hombre puede depender de pedir perdón.

Catedrático de Literatura.