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Francisco Rodríguez Valls es profesor titular de Antropología Filosófica en la Universidad de Sevilla, en la que se licenció en Filosofía con Premio Extraordinario (1985) y obtuvo “cum laude” su doctorado (1988). Ha realizado estancias postdoctorales de investigación en las universidades de Oxford, Glasgow, Viena, Múnich y Técnica de Berlín. Entre sus monografías destacan La mirada en el espejo (2001), Antropología y utopía (2009), El sujeto emocional (2015), Orígenes del hombre (2017), ¿Qué es la Antropología? (2020) y ¿Qué son las emociones? (2022). Ha traducido la obra de Thomas Reid Del Poder (2005) y la de Thomas Nagel La mente y el cosmos (2014). Responsable del grupo de investigación Naturaleza y libertad de la Universidad de Sevilla. Es profesor visitante en varias universidades de Colombia, México y Perú. Académico correspondiente de la Real Academia de Medicina y Cirugía de la ciudad de Cádiz (España).


El escrito de Francisco Rodríguez Valls que se resume tiene como finalidad hacer una valoración crítica respetuosa del influyente libro de Richard Dawkins El gen egoísta. Las bases biológicas de nuestra conducta. El texto completo de la obra resumida consta de tres partes: una primera en la que se contextualiza la labor y el pensamiento, como científico y como divulgador de la ciencia, del profesor de Etología (1) de Oxford, de ochenta y un años, Richard Dawkins; la segunda, aproximadamente un ochenta por ciento del texto total, contiene la valoración crítica de ese libro realizada por Rodríguez Valls; la tercera es un apartado de conclusiones que obtiene el mismo autor derivadas de la evaluación de la obra de Dawkins y resultantes de contrastar sus tesis con las del humanismo cristiano. Acompañan al libro una introducción y una bibliografía seleccionada que adentran en su estudio y proporcionan materiales para la investigación personal del lector. La lectura de este escrito, que no tiene pretensión de suplir la del texto de Dawkins, puede ser un buen complemento formativo que oriente a quien lo lea a decidir entre las diferentes interpretaciones posibles del evolucionismo biológico de corte darwinista. Su objetivo, por tanto, es formar al lector interesado en estas cuestiones en el complejo mundo de la interpretación de las teorías científicas disponibles.

Richard Dawkins. El gen egoísta. Salvat. 1990 (20 edición)

Las tesis sostenidas por Dawkins han sido seguidas mayoritariamente por los biólogos de corte naturalista neodarwinista y también por los encargados de divulgar ante el gran público las novedades que se presentan en biología. El resultado es un contexto social en el que el libro de Dawkins objeto de este estudio es citado con mucha frecuencia y analizado y discutido tanto en facultades universitarias como en foros intelectuales. El libro contiene no solo datos de etología que refuerzan sus tesis sino afirmaciones filosóficas que las convierten además en temas de discusión y de valoración interpretativa. Este segundo aspecto ha sido menos considerado y ha hecho que todo el conjunto de la obra se haya presentado como resultado de la ciencia natural más que como un objeto de investigación y de comprobación en observaciones posteriores. Y hay que reseñar que algunos de esos aspectos son objeto de una opción intelectual filosófica que no podrá comprobarse nunca de forma empírica y cuantitativa.

El pensamiento darwinista tiene una derivación en la que el ser humano es concebido en todas sus dimensiones como un animal más, producto de una lenta evolución en la que no es posible apreciar saltos de ningún tipo. Esta visión que naturaliza al ser humano es apoyada sin ambages por Dawkins estableciéndola como interpretación única e indiscutible del darwinismo y, aún más, como una verdad incuestionable ante la que cualquier otra postura filosófica, científica o religiosa pasada o presente debe callar. De esa manera puede comprenderse también la opción no solo naturalista sino también atea que asume Dawkins y de la que se ha convertido en un adalid a lo largo de toda su vida intelectual y, muy especialmente, con la publicación de su libro superventas El espejismo de Dios en el año 2006. Pues bien, la crítica que se realiza en esta revisión del libro plantea que la unión entre evolucionismo, naturalismo antropológico y ateísmo no es la única interpretación posible ni la más válida del darwinismo, aunque sí la que se sostiene de forma mayoritaria. El texto del profesor Rodríguez Valls se esmera en señalar que caben otras interpretaciones acordes con la ciencia natural y el darwinismo que reconocen tanto una singularidad humana como la posibilidad de Dios. Vayamos por partes exponiendo esta versión crítica de El gen egoísta.

Dawkins es, probablemente, uno de los divulgadores de la biología más importantes del siglo XX. El gen egoísta fue el libro que le dio fama de pensador original y con capacidad de comunicación. Esa fama le ha hecho tanto tener una presencia asidua en los medios de comunicación como recibir un sinfín de premios importantes a lo largo de su carrera profesional. No es, por tanto, un académico oscuro de abstruso pensamiento y sin capacidad de influencia. Dawkins es un superventas, ha sido muy leído y, más allá de eso -aunque pueda resultar extraño, forma parte de la condición humana-, ha sido aún más citado.

La tesis principal que da sentido a su interpretación parece muy básica en su enunciado más general, pero tiene tantas derivaciones que el hecho de que se mantenga fuerte en múltiples circunstancias le da solvencia. Esa idea es: todo ser vivo quiere seguir viviendo y la vida utilizará cualquier medio para triunfar sobre la aniquilación en todas las circunstancias vitales. Sobre esa idea, de fundamento en toda la interpretación darwinista, realiza Dawkins su aportación más original indicando que, ya que el individuo muere y posiblemente no puede sobrevivir durante mucho tiempo, la unidad básica de supervivencia no es el cuerpo individual, sino el gen. Por decirlo de alguna manera, el cuerpo es un receptáculo que alberga a los auténticos supervivientes en el tiempo. La evolución ha diseñado los cuerpos individuales para contener a los genes. Los individuos no son sino medios que transmiten genes, ese es su sentido último. Así como un cuerpo tiene una duración bastante corta, la del gen no lo es, nadie puede ponerle límites de duración a priori. Puede vivir indefinidamente. Esa idea da una visión nueva, curiosa e innovadora, de la bioquímica y de los mecanismos de reproducción, focalizando la atención sobre un objeto diferente del cuerpo individual vivo. Esa idea, sugerente y prometedora, hay que verla como un tanto ganado por Dawkins para su causa.

Una segunda idea es que toda acción y toda estrategia vital estable favorecida por la evolución es egoísta. No trata de salvar otra cosa más que la supervivencia de los propios genes. Pero ese egoísmo no es grosero, sabe incorporarse a una estrategia compleja en la que le resulta conveniente dar a cambio, eso sí, de recibir y de recibir siempre más de lo que ha dado. Eso explica las conductas aparentemente altruistas en la naturaleza y que se encuadren en un juego en el que se permite la inversión y el coste a cambio de recibir un mayor beneficio. Tal idea permite encontrar sentido a la cooperación entre diferentes formas de vida. Más que la competencia, o además de la competencia, es una estrategia que tiene ventajas para la supervivencia propia y de la prole o, hablando desde la perspectiva del etólogo británico, de una mayor permanencia de los genes.

El texto que se resume aquí expone sucintamente los incuestionables hechos biológicos que Dawkins enuncia en su favor, pero también señala las dificultades que esta perspectiva tiene para explicar, en concreto, lo específico de la conducta humana: singulares dentro de una especie ella misma singular. Como forma de vida que es, debería explicarse por las ideas consignadas antes, pero los hechos humanos brutos, al menos algunos, suponen toda una cruz interpretativa a una explicación, como la darwinista, que quiere ser estándar y, por tanto, universal y válida en todos los casos. Para ser claros: las tesis darwinistas no explican el hecho posible de ver la vida como un don a entregar a otros. No apelo a la visión miserable del avaro que acumula un tesoro para sí, sino a la del magnánimo que regala a otros muchos. Y estos otros no tienen por qué ser solo la prole, ni siquiera la especie, sino que pueden ser el cuidado de otras especies y la búsqueda del bienestar del planeta entero. La auténtica cruz para el darwinismo es explicar cómo existe una especie que puede ver los asuntos desde una perspectiva ética general que englobe todas las circunstancias y medios ambientes y sacrificar por otros sus legítimos intereses biológicos. El universalismo ético del ser humano contemporáneo, siquiera su posibilidad aunque sea en tendencias mínimas e incluso alternativas, abre una nueva dimensión de ser que tiene que estudiarse e incorporarse a las teorías generales de la vida.

El ser humano, cada singular humano, tiene la posibilidad de contravenir el universo vital fijado por el darwinismo (supervivencia y reproducción) y asumir conscientemente la muerte poniendo término libremente a su vida y renunciar a la reproducción por motivos tan variados como pueden ser no soportar las cargas familiares o hacer una opción por el servicio a muchos renunciando a los afectos familiares que entorpecen la plena dedicación a los otros necesitados. Esos hechos no se le ocultan a Dawkins. Deberá iniciar una nueva estrategia de explicación que los tenga en cuenta y que, de alguna manera, los reconduzca al naturalismo. Es aquí donde aparece uno de los conceptos fundamentales del libro de Dawkins: el meme.

El neologismo meme y su derivado memética son elaborados para dar cuenta de la singularidad humana y construidos para ofrecer una vía de transmisión de caracteres no solo biológica, como es el caso del gen, sino simbólica y que haga justicia a la importancia de la cultura en lo humano. El meme es la unidad básica de transmisión de la cultura. Es aprendido donde se nace y es transmitido de cerebro a cerebro hasta hacerse hegemónico a la larga. Obviamente, Dawkins no tiene el objetivo de explicar detalladamente los mecanismos de transmisión memética, aunque hubiera sido interesante que hubiera esbozado algún procedimiento en el que se apreciasen las formas conscientes e inconscientes de aprendizaje del sistema de símbolos en los que consiste esa peculiaridad humana.

En lo humano, mucho de lo que se aprende se logra en los primeros años de vida y se hace de forma inconsciente. Esos procesos de aprendizaje “pasivo” o “inconsciente” requieren un análisis complejo que no es el objeto del libro de Dawkins, pero se echa en falta siquiera una mención de ellos en su obra y al aspecto de que la cultura se transmite, en ciertas edades, de forma tan inconsciente como los genes. Ciertamente, al alcanzar el uso de razón, esos procedimientos se tornan conscientes y están abiertos a la intervención expresa de los humanos para su transformación, para lo que podría llamarse su “recreación” en cada generación de cada grupo cultural.

La primera edición del libro, publicada en 1976, tenía once capítulos. En el último de ellos se dejaba la puerta abierta a que el sujeto humano tuviera dominio sobre los genes y los memes y que como tal sujeto adquiriera autonomía frente a ambos. Para la segunda edición, publicada en 1989, Dawkins redactó dos nuevos capítulos en los que dinamitó la posibilidad que había abierto en la primera: cualquier apariencia de trascender el determinismo genético y el determinismo de la memética queda fuera de lugar. Incluso más, tampoco el humano trasciende, a su juicio, el altruismo interesado en un genuino don de sí. Los dos últimos capítulos de la segunda edición concluyen en la afirmación de que todo hecho contrario a la ley general de la supervivencia a toda costa y de la estrategia evolutiva estable que permite invertir en otros a cambio de recibir más a largo plazo podrá justificarse a la larga como un caso más de la propia ley.

La última parte de la valoración crítica del texto de Rodríguez Valls presenta una antropología alternativa a la visión naturalista darwinista de Dawkins. El naturalismo antropológico ofrece, aunque lo humano a veces lo merezca de sobra por su atrocidad y crueldad, una paupérrima idea del hombre. Esa visión distinta que esboza Rodríguez Valls  reconoce la peculiaridad del hecho humano tanto para la grandeza como para la miseria, para bajar a abismos y para trascender horizontes, una peculiaridad que la teoría darwinista no tiene capacidad teórica de explicar. Sería necesario reconducir y ampliar algunos aspectos importantes del neodarwinismo para dar cabida a lo humano en la teoría general de la vida. Si una teoría científica no explica los hechos establecidos, salvo por complejísimos mecanismos ad hoc, es necesario cambiarla o, en todo caso, ampliarla para dotar a la teoría de mayor fuerza argumental. En este sentido, frente a la actividad interesada que atribuye el darwinismo a toda acción de los seres vivos en una economía de intercambio en la que se pretende invertir a mínimo coste para conseguir el máximo beneficio, lo humano tiene la posibilidad de generar una economía del don en la que la justicia y, más allá, la solidaridad y lo que podríamos llamar la amistad social, adquieran una función protagonista. En lo que resta de resumen se ofrecerán algunas claves que dan una visión de lo humano muy diferente a la que Dawkins presenta en su obra y, no solo en El gen egoísta, sino en la totalidad de su amplia producción publicada.

Antropología alternativa

La antropología alternativa que se esboza en las páginas del libro huye del “buenismo” en el que caen algunos planteamientos personalistas. No sería cierto, es evidente por muchas razones, y sobre todo por muchos hechos, que el ser humano no es bueno por naturaleza. Pero sí cabe decir que para él el bien es una posibilidad más allá de su condición natural. Los animales no humanos y las demás formas de vida se comportan de acuerdo con los impulsos de su naturaleza y no pueden salir de ellos. Viven, por usar un neologismo que creo que es comprensible, en el mundo de la “naturalidad”. En ese horizonte la ética no les surge como posibilidad. Ni el bien ni el mal son una opción para ellos. Pero sí lo son para el ser humano, capaz de bien y mal por la indeterminación de los instintos e impulsos de su naturaleza.

Una opción por el bien puede derivar en el altruismo y generar horizontes de cuidado que superan al grupo particular y a la misma especie para dirigirse a otros medios ambientes e, incluso, al planeta entero. El ser humano puede tornarse en cuidador del orbe y no solo, como ha mostrado hasta ahora, ser su dominador y dueño. Así como el animal no humano tiene al grupo como límite o, a lo sumo, a la propia especie y es, por su propia condición, “especista”, el ser humano es el único animal que ha superado el especismo para entrar en una órbita en la que todo su ámbito de acción se convierte en objeto de ética. Esa posición le confiere singularidad no solo a la especie sino a cada uno de los miembros de la especie. El ser humano tiene una dignidad de singular en una especie que es de por sí singular. Es, por ello, por lo que no solo son los hechos humanos los que nos separan de la naturaleza y de las leyes de corte naturalista que intentan explicarlo.

Fundamentalmente la esfera de su escisión con el resto del mundo natural se da en la “posibilidad” de la opción por un horizonte distinto de la propia naturaleza física y biológica. Una opción por el bien o por el mal que no tienen el resto de las formas de vida. Es, en ese preciso sentido, en el que puede decirse con rigor que el fin del ser humano no es ni la supervivencia ni la reproducción, no es vivir, sino “honrar la vida”, darle un sentido personal y propio más allá de lo que cualquier otra forma de vida pudiera conseguir. Eso es lo que se ha querido recoger en el título del libro.

Ese tipo de antropología de la libertad y del don no es ni siquiera intuida por el naturalismo. Más allá de comer, beber, guarecerse y procrear el ser humano necesita configurar un sentido global de su existencia. Necesita cubrir sus necesidades, pero con ellas satisfechas puede sentirse vacío e inútil. Requiere de algo “más”. Ese plus es la posibilidad ontológica de determinarse hacia un proyecto en el que gastar la vida de acuerdo con los criterios que le marque su conciencia. Si se quiere comprender lo humano, no cabe otra opción que la de enfrentarse a tales categorías.

(1) La Etología es el estudio científico del comportamiento humano y animal.


El lector puede acceder al libro del profesor Rodríguez Valls aquí.

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Profesor titular de Antropología Filosófica en la Universidad de Sevilla.