Tiempo de lectura: 9 min.

El Mediterráneo y el mundo mediterráneo en la época de Felipe II

Ferdinand Braudel, La Méditerranée et le monde méditerranéen a l’époque de Philippe II, París, 1949; 2a edición, corregida y aumentada, 1996; El Mediterráneo y el mundo mediterráneo en la ¿época de Felipe II, Fondo de Cultura Económica, México-Madrid, 1953; 2a edición, 1976

Un mar, o un conjunto de mares y tierras, una época, o un punto de referencia cronológico, el reinado de Felipe II, continuamente desbordado: los protagonistas de la gran obra de Braudel escapan a cualquier clasificación reductora. Quizá por ello, a pesar de los avances experimentados en el conocimiento de esos ámbitos, el libro que, desde su aparición en 1949, ampliado y corregido sustancialmente por una segunda versión en 1966, se erigió en un hito de los estudios de historia moderna y no sólo del hispanismo francés, conserva el interés de un verdadero manifiesto metodológico, como culminación de una escuela de pensamiento y práctica histórica que marcó a generaciones de investigadores en toda Europa.

Una de las corrientes historiográficas de mayor influencia en el siglo XX, sobre todo a partir de la II Guerra Mundial, ha sido, sin duda, la representada por la revista francesa Anuales. Fundada en 1929 con el título de Anuales d’Histoire Economique et Sociale por Marc Bloch y Lucien Febvre, entre los objetivos prioritarios de su fase inicial estaban el rechazo del culto al dato y al documento, considerados como máximo criterio de objetividad por el positivismo; la propuesta de nuevos métodos y técnicas de investigación; la concepción del hecho histórico como un todo complejo, de múltiples dimensiones: políticas, sociales, económicas, psicológicas…; la exigencia de aproximar la historia a otras disciplinas; el valor de la comparación en el estudio histórico y, en suma, la mayor importancia concedida a la economía y la sociedad respecto a la política y las instituciones, entendidas como fragmentos de una historia événementielle.

El camino que llevó a la formulación de tales postulados fue largo y complejo. Uno de los primeros trabajos que revelan el nuevo sentido que iría madurando hasta la aparición de la revista es la clásica obra de Lucién Febvre, Sobre Felipe II y el Franco-Condado, publicada en 1912, fruto de una gradual mutación de la perspectiva cultural acerca de la naturaleza y los límites del conocimiento histórico, reflejada en la propia elección del objeto de análisis: no un individuo o una institución como imponía la tradición histórica positivista, sino una región considerada como una personalidad histórica colectiva y afrontada con criterios completamente distintos a los de los tradicionales estudios de erudición local. De esa forma, se intentaba reconstruir el conjunto de la sociedad de un área geográfica e histórica determinada a través y más allá de su aparato institucional y administrativo, en una suerte de lo que el mismo Febvre definiría más tarde como un essai de synthése. La tesis de Febvre expresaba así nuevas tendencias culturales, resumibles en una relación mucho más estrecha entre la historia y la geografía y en el uso de las clases sociales como parámetro de análisis de la sociedad.

Aunque el uso de la geografía era bastante común en la cultura francesa, en la segunda mitad del siglo XIX, con el creciente interés de los historiadores por los fenómenos jurídicos y administrativos, había ido quedando reducido a la descripción de los límites espaciales de los objetos de estudio. En su primera gran obra, Febvre concedía una atención privilegiada al aspecto espacial de los fenómenos sociales, desde el ambiente físico hasta los caminos y las comunicaciones. El análisis detallado de las estructuras geológicas y geográficas de la región elegida, la insistencia en sus contrastes y en sus predisposiciones económicas y sociales, se convertían en instrumentos esenciales para determinar la naturaleza histórica del "estado", expresión de la íntima colaboración entre las fuerzas naturales y humanas, en la que parece sentirse un eco de las tesis de Taine y, sobre todo, de Paul Vidal de la Blache. Éste había insistido en la necesidad de asociar el hombre con el ambiente para definir el marco de las posibilidades de desarrollo de las "individualidades geográficas", sustituyendo la genérica noción de Taine de "ambiente" por la de "zonas climáticobotánicas". En la misma línea, Febvre distinguiría estructuras condicionantes en la llanura y la montaña, que definían la organización del paisaje, físico y humano, y condicionaban un contraste marcado de vocaciones culturales e, incluso, de civilizaciones. El concepto de paisaje, como construcción humana, sustituía así al más determinista de ambiente, para erigir al hombre en el centro de la nueva geografía.

Por otra parte, el abandono de la mística nacionalista se veía acompañado del rechazo implícito del determinismo materialista imperante en los autores marxistas del momento, en una línea que al insistir en la creatividad y movilidad de la actividad económica, se alejaba de las lecturas mecánicas de las relaciones entre economía y sociedad. Las propias clases sociales superan sus orígenes económicos para presentarse como conjuntos de características más complejas, desde la economía hasta las instituciones, el poder político y la mentalidad, haciendo necesarios nuevos instrumentos para reformular los temas y los métodos de la investigación.

Junto a la novedad del enfoque temático y metodológico, el "Franco Condado" supuso una gran aportación al cambio de las preferencias investigadoras, no sólo por su ámbito territorial, sino también por el periodo elegido, el siglo XVI, hasta entonces postergado por la historiografía positivista que, atenta sobre todo a plantearse retos filológicos y de crítica textual, prefería centrarse en el periodo medieval, en tanto que la historiografía influida por la sociología durkheimiana se centraba en la historia económica del siglo XIX. Se iniciaba así el interés por la Edad Moderna y en concreto por el siglo XVI, que caracterizaría a la escuela de los "Annales" y al que vendría a sumarse la atención de notables hispanistas franceses por los orígenes del Siglo de Oro español.

Tras los primeros trabajos del periodo de entreguerras, puede distinguirse una segunda fase entre el final de la II Guerra Mundial —con la desaparición de M. Bloch— y el final de los años sesenta. Se trata de un periodo de madurez, presidido por la figura de Ferdinand Braudel, director de la revista desde 1956, en el que se precisan y difunden los rasgos característicos de la "escuela" bajo la influencia creciente de los modelos funcionalista o estructuralista. En el centro de la historia aparecen los grupos, colectividades y sistemas sociales de los que se analizan sus dimensiones temporales, espaciales, humanas, sociales, económicas y culturales. Hito esencial de esta fase es la publicación de la gran obra de Braudel sobre el Mediterráneo en la época de Felipe II y la reflexión teórica realizada por el mismo historiador.

En el Mediterráneo de Braudel se dan las condiciones señaladas por autores como Max Weber para el desarrollo de una disciplina científica a partir del cambio de perspectivas y la revisión de las "formas lógicas", capaz de asumir la propia incertidumbre del trabajo histórico. Retomando observaciones desarrolladas al menos desde Nietzsche, Braudel señala en un escrito publicado inmediatamente después del Mediterráneo que, al igual que la vida misma, la historia se presenta como un espectáculo huidizo, en movimiento, resultado de la intersección de problemas íntimamente interrelacionados y que dan lugar a múltiples apariencias y contradicciones. De ahí que la cuestión de la objetividad, tan debatida por los teóricos de la historia desde el siglo XIX, aparezca como un falso problema, ya que no hay, en realidad, una tensión radical entre vida e historia -como señaló el mismo Nietzsche—, sino un reflejo entre dos formas de representación complejas y mutables. El historiador debe intentar por ello dotarse de los instrumentos precisos para aprehender, si no la totalidad, al menos el mayor número posible de elementos de ese paisaje cambiante.

En su ensayo sobre la "larga duración", Braudel intentaría responder a la escisión entre la representación científica del tiempo, necesariamente homogénea y monolineal, y la discontinuidad de los procesos históricos. Dado que el historiador opera, en sustancia, dentro de una multiplicidad de posibilidades, de puntos de vista, el único vínculo posible entre ellos es la medida. La fragmentación de la "duración" es una creación subjetiva: las "duraciones" que distinguimos son "solidarias" entre sí. Los fragmentos diferenciados en esa duración única se reconstruyen al final del trabajo del historiador. Así, "larga duración", coyuntura, hechos, se conectan sin dificultad desde el momento en que todos se miden de acuerdo con una misma escala. Por ello, adentrarse en uno de esos "tiempos" implica introducirse en todos.

El tiempo histórico es por tanto tiempo de la medida, al igual que el tiempo de los economistas, y frente al tiempo multiforme de los sociólogos; para el historiador, según Braudel, todo comienza y termina en un tiempo matemático, como externo a los hombres, que los empuja y condiciona, desplazando sus propios tiempos particulares.

Pero si la medida es el único valor de la historia, todos los hechos no mensurables quedan privados de valor o se convierten en objetos de la historia como simple diferencia o residuo respecto a los hechos dotados de valor. La definición de la historia como "dialéctica de la duración", como una contraposición viva entre el instante y el tiempo que corre lentamente, implica una metáfora de la propia historia como espejo de la vida. De ahí que se haya podido señalar que entre tal connotación metafórica y las otras connotaciones psicológico-subjetivas y cronológicas de la "duración" braudeliana no se aprecian sólidas vías de mediación, sino saltos, fracturas y oscilaciones.

Estas consideraciones teóricas se reflejan en el terreno historiográfico. La obra de Braudel oscila entre la historia como "conjunto de técnicas" y una posible "historia como ciencia". El propio autor afirma en su ensayo sobre la "larga duración" que concibe la historia como "la suma de todas las historias posibles, un conjunto de técnicas y de puntos de vista de ayer, de hoy y de mañana", por lo que el problema planteado es el de definir una jerarquía de fuerzas, de corrientes y movimientos particulares para captar luego los conjuntos. De esta forma, según algunos, se encontrarían en Braudel las premisas de la crisis de identidad asociada con la labor historiográfica de los últimos años, particularmente la desarrollada en torno a los "Annales": el contraste entre larga y breve duración, entre el ámbito de los largos procesos y el de los hechos; las dimensiones mensurables y no mensurables de la experiencia humana; el carácter dialéctico o no del nexo entre continuidad y discontinuidad en la historia; la posibilidad de reconstruir científicamente el pasado, entendida sólo como rastro material o documental; la realización de un proyecto de historia global y el riesgo de disolución de la categoría misma de "historiciclad" que aquél puede comportar; la relación entre la investigación, el incremento del conocimiento histórico y la conciencia de nuestro propio tiempo, o, si se quiere, la dialéctica político/social, individual/ colectivo o la naturaleza de las fuerzas históricas. Se trata de "puntos críticos" que emergen tanto de la más reciente producción de los "Annales" como del amplio abanico de tendencias de la llamada "nueva historia". La influencia en la praxis historiográfica de la dialéctica de la duración braudeliana ha demostrado una gran fecundidad para el desarrollo de las técnicas y métodos de investigación, si bien ha replanteado la alternativa entre una historia uniforme, inmóvil y casi insensible a los cambios, y la proliferación de historias separadas, difícilmente comunicables entre sí.

Por otra parte, hay que destacar que, sin negar la importancia de la dimensión política de la historia, la obra de Braudel se presenta en su conjunto como un intento de articulación de los diversos planos históricos. Para ello se distancia de la sólida tradición historiográfica francesa de índole político-diplomática y administrativa procedente del siglo XIX y reflejada por obras como el Dictionnaire de Chéruel, los estudios promovidos por la escuela de Chartres y por la École Nórmale Superieure, la obra de Fustel de Coulanges o los estudios sobre las instituciones financieras francesas entre finales de la Edad Media e inicios de la Edad Moderna, coordinados por Dupont Ferrier. Braudel continúa la polémica con esas tendencias ya iniciada por Mare Bloch y Lucien Febvre, en una actitud característica de los "Annales" desde sus inicios, con su preferencia por la historia économique et sociale sobre una historia política lastrada por la crítica al positivismo y casi ausente de la revista en sus primeros diez años. Ello no fue obstáculo, sin embargo, para que el propio Mare Bloch planteara la necesidad de "repensar la historia política", transformando y ampliando el contenido de sus nociones básicas, como la de "institución", considerada no sólo como conjunto de lógicas y prácticas jurídicas, de organismos y funciones de los aparatos públicos, sino también como modalidad compleja de organización del poder, incluyendo las actitudes y reacciones de los gobernados frente al "Estado".

En el Mediterráneo Braudel realiza una compleja construcción expositiva donde, no sin contradicciones, confluyen la diversidad de puntos de vista, la exigencia de ensanchar los sujetos de la historia – y entre ellos de la historia política-, el replanteamiento de perspectivas tradicionales y el intento de jerarquizar tiempos y planos históricos. En el ámbito concreto de la historia política, la parte de la obra dedicada al análisis de los "imperios" se funda en el encuentro entre los factores de la coyuntura y de la estrategia política: la unión entre las condiciones "externas" y el papel de las grandes individualidades viene dada a través de la identificación de opciones, estrategias y proyectos políticos determinados, en una línea que, en último extremo, no deja de evocar a Ranke. Así, el modelo de historia política resultante es el de la exposición de diversas posibilidades alternativas, sin caer por ello en los planteamientos de la llamada counterfactual history, de los juegos de simulación de hipótesis. Por el contrario, se afirma la estrecha correlación existente entre economía y política. Entre la coyuntura, esencialmente económica, y la gran personalidad política, condicionada por aquélla, el papel consagrado al "Estado", como ámbito de opciones políticas y como administración, aparece muy limitado, primando los factores de debilidad y dependencia respecto a las situaciones preexistentes —como el papel de la ciudad y el territorio, la organización del espacio, etc.— sobre los de modernidad y capacidad organizativa.

En las brillantes páginas de una obra a la vez racional y apasionada, el mundo de piratas, mercaderes, pastores y navegantes que surcan continuamente un vasto espacio cultural prima sobre las grandes construcciones políticas y sus protagonistas oficiales. Por ello, figuras como la de Felipe II parecen desdibujarse tras los pueblos que gobernó o combatió y las relaciones espacio-temporales se erigen en reto decisivo para la configuración de su Monarquía, un camino por el que la investigación histórica no dejará nunca quizá de adentrarse suficientemente.