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Maestro de profesión y doctor en Filosofía, Gregorio Luri Medrano (Azagra, Navarra, 1955) ha demostrado en los últimos años su capacidad para compaginar la alta divulgación sobre temas filosóficos (Introducción al vocabulario de Platón, Guía para no entender a Sócrates, La imaginación conservadora, ¿Matar a Sócrates?, El recogimiento: la aventura del yo) con la urgencia social de recuperar los valores educativos del pasado frente a la catástrofe de las últimas modas pedagógicas (El deber moral de ser inteligente, La escuela contra el mundo, ¿Mejor educados?, La escuela no es un parque de atracciones), logrando un éxito considerable y merecido.

Se trata del libro de un pedagogo apasionado por nuestra literatura del Siglo de Oro cuyo propósito es trasmitir al lector su pasión por las obras y autores de esta época

Su nuevo libro, El eje del mundo. La conquista del yo en el Siglo de Oro español, es un poco diferente a los anteriores. Se trata, como indica al comienzo del mismo, del libro de un pedagogo apasionado por nuestra literatura del Siglo de Oro cuyo propósito es trasmitir al lector su pasión por las obras y autores de esta época, analizando las ideas principales que podemos encontrar en ellos.

El eje del mundo. La conquista del yo en el Siglo de Oro español. Rosamerón. Barcelona, 2022. 352 págs. 20’80 €

Lo primero que hay que aclarar es que Luri utiliza la expresión Siglo de Oro en sentido muy amplio, pues abarca en realidad dos siglos: desde finales del siglo XV hasta finales del siglo XVII, incluyendo tanto el Renacimiento como el Barroco. Tras una reflexión introductoria sobre el recogimiento en la literatura del Siglo de Oro y una indagación filosófica más amplia sobre los conceptos de la individualidad y del yo, el libro se divide en tres partes en las que el autor va analizando tres grandes “tipos” o figuras representativos de la época estudiada: el político, el escéptico y el místico. El volumen se cierra con una alabanza de la figura de Don Quijote de la Mancha y un epílogo en el que analiza la relación epistolar entre el rey Felipe IV y sor María de Agreda.

La tesis central del libro es que el Siglo de Oro puede interpretarse como una exploración colectiva del yo, que se realiza literariamente más desde la intensidad emocional y la pasión que desde la razón, como se refleja en figuras como el pícaro o el místico. Este esfuerzo por destacar la importancia del yo se relaciona también -según Luri- con el surgimiento de los Estados modernos en torno a un nuevo ideal de soberanía y, en el caso concreto de España, a la conquista del Nuevo Mundo como afirmación de la capacidad individual.

América transmitió a los españoles la evidencia de que no hay nada más extraordinario que el ser humano, constatando que “en sus manos está su trascendencia o su degradación; su elevación o su hundimiento”

América transmitió a los españoles la evidencia de que no hay nada más extraordinario que el ser humano, constatando que “en sus manos está su trascendencia o su degradación; su elevación o su hundimiento” (p. 24). De este modo, la expansión geográfica de los españoles por el nuevo continente corre pareja a su profundización literaria en el yo y la interioridad del alma, y el resultado fue “el movimiento místico más notable de la historia de la humanidad” (ibid.). Este complejo fenómeno de la mística hispana se manifiesta, según Luri, de muy distintas maneras -religiosa, literaria, artística, popular-, siempre considerando a la persona como lo más alto y valioso en tanto que es capaz de entrar en contacto directo con lo infinito.

Desde la publicación de la Gramática castellana de Nebrija (1492), nuestro idioma se recrea en la literatura de la época de una manera amplia y evidente, pues ya dispone de reglas gramáticas y de humanistas que puedan desarrollarla y, además, sabe recoger de las calles la espontaneidad de la lengua y consigue ampliar sus posibilidades mediante la creatividad literaria, creando nuevos géneros. Considera Luri que en estos dos siglos en España se hizo “un admirable trabajo de profundización del alma que, si bien estimuló las más diversas formas de espiritualidad, fue incapaz de dar de sí una duda metódica (pienso en Descartes), una psicología (pienso en el empirismo británico) o una filosofía (pienso en el idealismo alemán)” (p. 46).  Sin embargo, lo cierto es que con el Lazarillo se ponen en marcha tanto la autobiografía literaria como la novela moderna, con La historia verdadera de la conquista de la Nueva España de Bernal Díaz del Castillo se inaugura la novela latinoamericana, con La vida del buscón de Quevedo las biografías de la gente corriente “con sus yoes de andar por casa” entran en la historia de la literatura, y con La araucana de Alonso de Ercilla se reivindica un yo heroico ante la historia. La nómina de obras y autores en las que se expresa el yo es infinita, y su reflejo se percibe tanto en la ficción como en la realidad: ahí tenemos las figuras de Miguel Servet e Ignacio de Loyola, el Guzmán de Alfarache, la Celestina, el Quijote, Fray Luis de León, Luis Vives, Tirso de Molina, Lope de Vega… Como dice Cervantes en el viaje del Parnaso, “yo soy aquel que en la invención excede a muchos”.

¿Quién soy yo?

La pregunta “¿Quién soy yo?” se formula de distintas maneras y con sentidos diferentes en la literatura del Siglo de Oro español, sobre todo abordando los temas del amor y de la libertad. Mientras que unos miran hacia el cielo y buscan una respuesta religiosa a sus preguntas, otros se centran en lo más terrenal, físico y hasta mecanicista del hombre; por último, otros caen en el escepticismo o se dejan llevar por el desencanto. Los primeros hacen honor a su formación religiosa y escolástica, como Tirso de Molina o Calderón; los segundos a su formación médica o mecánica, como Gómez Pereira; y los terceros se enfrentan a dudas de las que no tienen respuesta, como Francisco Sánchez, Andrés Laguna o Fernando del Pulgar.

Además, la vida del yo siempre se confronta con los otros, pues vivimos en interacción con los demás. En los otros se refleja en cierto modo cómo somos, cómo nos ven, y nos manifestamos reaccionando ante las reacciones de los demás. De este modo, Luri distingue siguiendo a Sócrates tres niveles de respuestas: la relación del yo con sus posesiones; las expectativas que uno proyecta sobre sí mismo y que, si no se cumplen, abocan al desencanto; y la superación de todos los males o necesidades mediante la contemplación mística.

En cuanto al político como modelo de alma activa, desde la Política de Dios, gobierno de Cristo de Quevedo al Reloj de Príncipes de fray Antonio de Guevara, pasando por las Empresas políticas de Saavedra Fajardo y El político don Fernando de Gracián, son numerosos los tratados de filosofía política y los “espejos de príncipes” que se publican en la época. En ellos se trata de establecer modelos éticos y comportamiento para el buen gobernante, tanto a nivel público como en sus virtudes privadas, sin olvidar la importancia especial que se le concede al juego de simulaciones y apariencias que rige en la sociedad y, sobre todo, en las relaciones de poder. Gregorio Luri va analizando en esta parte multitud de obras y autores de corte social y político en las que se abordan temas tan importantes como la honra, la hipocresía, la vergüenza, el sexo, el erotismo, el buen salvaje o los derechos de los indios, entre otras muchas cuestiones.

El escéptico, como modelo de desencantado

En cuanto al escéptico como modelo de desencantado del mundo, la literatura de la época también nos ha dejado un muestrario muy completo y variado. En Menosprecio de corte y alabanza de aldea, fray Antonio de Guevara se ocupa de ese tipo de ser humano que se siente cansado de las falsas convenciones de la vida política y se muestra desencantado del mundo y de la sociedad. Aunque el autor comienza asegurando que no quiere dar consejos a nadie, lo cierto es que termina por dibujar unos motivos y ejemplos que proporcionan un modelo de comportamiento al lector. A ese desencanto de la corte se une un desencanto más amplio, existencial o vital, que descree de la sociedad y busca el sentido de la vida ante el destino cierto de la muerte, abocando en muchos casos a un estado de perplejidad. A ese hombre perplejo se dirigen El escolástico de Cristóbal Villalón o el Reloj del alma de Pablo Albiniano de Rajas, por ejemplo. Mayor fatalismo y desolación refleja el Espejo de ilustres personas de fray Alonso de Madrid.

En la época del Barroco el acento se pondrá en la muerte, la fugacidad de la vida, el claroscuro, el tenebrismo, la vejez, la enfermedad… y motivos como la omnipresente calavera, las ruinas, el esqueleto, el reloj de arena o el memento mori. La contrapartida es cuando la vanidad de todo y la finitud humana se orientan hacia el sentimiento religioso, ascético o místico, que canta la esperanza en la otra vida.

En cuanto al místico y su “alma encendida”, nos encontramos ante algunas cumbres de la literatura universal como san Juan de la Cruz, santa Teresa de Jesús, fray Luis de León o Miguel de Molinos

En cuanto al místico y su “alma encendida”, nos encontramos ante algunas cumbres de la literatura universal como san Juan de la Cruz, santa Teresa de Jesús, fray Luis de León o Miguel de Molinos: “Ante la desintegración de su mundo circundante -en el mundo hasta la belleza más deslumbrante acaba disolviéndose en el olvido- los místicos intentan salvarse de la caída en el tiempo por medio de la negación de todo cuanto lleva en sí la caducidad. Si el mundo corresponde a nuestro amor por él, con el desmoronamiento de todo cuanto se nos antojaba estable el místico buscará un amor perenne y perennemente correspondido, que no caduque, que no esté tocado por la muerte, para ver en él la posibilidad de la permanencia de la propia identidad (o de la disolución completa de esta identidad, según los casos)” (p. 244). De modo que los místicos no pretenden transformar el mundo, sino que anhelan un nuevo yo, enlazando esta cuestión con el tema central del libro.

Entre 1500 y 1670 se publicaron en España tal cantidad de libros de religiosidad que resulta incomparable con cualquier otro tiempo y lugar. Gregorio Luri recuerda los antecedentes la mística en la teología medieval y hace un breve repaso de figuras como san Anselmo de Canterbury, san Bernardo de Claraval, san Alberto Magno y san Buenaventura. A continuación hace un recorrido con algunos de los nombres propios de la mística española, partiendo de los pioneros García Gómez y García de Cisneros, Teresa de Cartagena y fray Antonio de Ciudad Real, continuando por los franciscanos Fray Alonso de Madrid, Francisco de Osuna, Bernabé de Palma y Bernardino de Laredo, y llegando hasta a los clásicos Juan de Valdés, san Ignacio de Loyola, santa Teresa de Jesús, san Juan de la Cruz y el quietista Miguel de Molinos, sin olvidar otros autores menos conocidos como Francisca de Jesús y Mariana de San Simeón, así como órdenes y comunidades monásticas como los dominicos (que se ocupan de “la razón del cuidado de sí”) y los capuchinos (que consideran que “el centro del alma es el Reino de Dios”).

Un libro ameno y bien informado

Como sería imposible glosar tantas páginas, autores y obras, remitimos al lector a la lectura de esta obra divulgativa de Gregorio Luri, que de seguro le resultará tan interesante como placentera. Se trata, en definitiva, de un libro ameno y bien informado que nos acerca a algunas de las mejores páginas de nuestra literatura y que transmite con eficacia el entusiasmo por los clásicos, alternando las reflexiones con las citas y descubriendo pasajes y autores que quizá el lector pueda desconocer y que le puedan poner en vías de nuevos hallazgos literarios, lo que siempre supone un gran enriquecimiento.

Doctor en Filosofía por la Universidad Complutense de Madrid y profesor en la Universidad Rey Juan Carlos.