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La biografía, cuyos orígenes y variedad de formas en la Grecia antigua ha rastreado Arnaldo Momigliano, siquiera el término no surja hasta fines del siglo XVIII, ha mantenido muy alto prestigio en el mundo anglosajón desde que James Boswell publicara, en 1791, su Vida de Samuel Johnson 1.

Ciertamente, ya Tocqueville había señalado la aversión de los ingleses por la abstracción en cuanto hijos de una civilización aristocrática, preocupada por el individuo concreto, único en su género. Por el contrario, la igualdad democrática llevaría a los espíritus a la abstracción, a intentar establecer juicios o leyes que se aplican a conjuntos de personas o incluso a la humanidad entera (La democracia en América). Y así ocurrió en el Continente, donde, correspondiéndose con las tendencias igualitarias y socializantes que se imponen después de 1945 -ha escrito Vázquez de Prada- las disciplinas históricas, dejando de lado al hombre concreto, han venido resaltando su dimensión social, expresada en las diferentes estructuras -materiales, sociales, económicas, mentales- «dentro de las cuales podía adivinarse a los individuos, sí, pero encuadrados en conjuntos más o menos homogéneos, en los que los perfiles y las características personales quedaban totalmente difuminadas». Esta dimensión social resultaba ser lo decisorio: en las estructuras, en las «fuerzas profundas» se veía radicar «la clave de las decisiones humanas y, por tanto, la explicación del devenir histórico»2. Las características singulares, individualizables, de los procesos históricos, desaparecerán, por tanto, sustituidas por esquemas a priori, con pretensiones de perenne validez. Y es que «durante décadas -ha resaltado Álvarez Junco- los historiadores se han concentrado en entidades colectivas o abstractas -naciones, mentalidades, estructuras- que, entre otras dificultades, ofrecen la de su definición e identificación»3. Resumiendo: en esta «historia estructural», lo biográfico, perteneciente, como el acontecimiento, a la superficie de la Historia, reacio a tratamiento «científico», quedará totalmente desacreditado.

A principios de los ochenta, algo antes quizá, se inició un cambio que alcanza en estos momentos su apogeo, especialmente llamativo en el Continente, en Francia, allí donde el género alcanzó su desprestigio mayor, aun cuando la tradición anglosajona siga fundamentando una indiscutible primacía. Miles de biografías publicadas, de Alejandro o Napoleón hasta personajes prácticamente anónimos4 -«Rara vez se ha dado una vida cuya narración fiel y juiciosa no pueda resultar muy útil», afirma el doctor Johnson-patentizan una auténtica revolución basada, sin duda, en el favor de los lectores. Se trata, ciertamente, de la presión del público que busca frecuentemente la revelación escandalosa5, pero que tiene muchas veces más dignas motivaciones: sana y honesta curiosidad, simpatía y admiración por ciertos personajes, convicción -afirma un editor de biografías como Claude Durand (Fayard)- de obtener con su lectura diversión y conocimientos a la vez, de no perder ni el tiempo ni el dinero. Este amplio sector de lectores, no necesariamente incultos, por supuesto, tuvo siempre muy claro el tipo de historia que le interesaba e incrementa ahora, con fuerza, su demanda de una historia «al viejo estilo».

Y junto a la biografía vuelven la historia narrativa, la novela histórica y una nueva forma de tratar el acontecimiento.

La historia narrativa: la filosofía analítica anglonorteamericana -Walsh, Gardiner, Dray, Gallie, Morton White, Danto, Mink…- ha intentado establecer el estatuto epistemológico de la narrativa como un tipo de explicación especialmente apropiado para entender, frente a los naturales, los acontecimientos y proceses históricos. Y antes, Ortega afirmará que «el razonamiento esclarecedor, la razón consiste en una narración. Frente a la razón físico-matemática hay, pues, una razón narrativa. Para comprender algo humano, personal o colectivo es preciso contar una historia».

La novela histórica: sería un error desconocer el interés que para el conocimiento del pasado tienen obras tan documentadas y apasionantes como La quinta reina, de Ford Madox Ford, Noticias del Imperio, de Fernando del Paso, Akhenaton, el rey hereje, de Naguib Mahfuz, El Salón Dorado. De Constantinopla a la España del Cid, de J.L. Corral Lafuente, Opus Nigrum, de Margueritte Yourcenar6 o los memorables Episodios Nacionales, de Galdós, feliz interrelación de realidad y ficción, decisivos para la formación de una conciencia liberal española.

El acontecimiento, centro de la historiografía tradicional, vuelve a merecer la atención de los historiadores, ahora como signo, símbolo, reflejo de las estructuras, «designación de una relación» (M. de Certeau). En efecto, mostrando la relación estrecha que antropología e historia mantienen actualmente, Marshall Sahlins analiza, en Islas de Historia, un hecho singular, el asesinato en las Islas Hawai, el 14 de febrero de 1779, del capitán Cook. Para explicarlo -los indígenas le habían recibido amistosamente un mes antes- Sahlins sitúa el acontecimiento dentro de un contexto, el sistema religioso hawaiano de la época. El acontecimiento resulta ser entonces no sólo un simple suceso en el mundo, sino que forma parte de una relación, de un determinado sistema simbólico, sin el que ni siquiera existiría -o «sucedería»- y que hace posible interpretarlo. Asimismo, el proceso inquisitorial de una mujer nos permite acceder al universo mental y social de nuestro siglo XVI: Los sueños de Lucrecia. Política y profecía en la España del sigb XVI (1991), de Richard L. Kagan.

Retorna también, la autobiografía, definida por Lejeune como «relato retrospectivo en prosa que una persona real hace de su propia existencia, poniendo énfasis en su vida individual y, en particular, en la historia de su personalidad»7. Con ella y con el diario íntimo, algo más que mera comunicación con el lector, se manifiesta el esfuerzo del individuo por dotar de sentido a su propia vida, manifestando la condición moral de la vida humana8. Las memorias, finalmente, rememorando el pasado, difieren de la autobiografía porque se centran más en la realidad exterior del autor que en el proceso configurativo de su personalidad.

Biografías, autobiografías, memorias, diarios, correspondencias…, géneros -para el científico social, documentos personales– en los que la historia y la literatura se acercan. Y es que al historiador, cuando escribe una biografía, no le basta las más rigurosa fidelidad a las fuentes, a los documentos. Se trata de recrear un personaje, de «trasmutar conocimientos muertos en un hombre vivo» (Orieux). Se trata de contar, de «pintar» las existencias únicas de los hombres, ya sean grandes, medianos o humildes. Veamos como Alvarez Junco nos manifiesta su propósito: «En la primera parte de mi libro me he permitido hacer incursiones, más que narrativas, casi noveladas. No sólo la biografía se presta a ello más que otros subgéneros de la historia, sino que Lerroux verdaderamente era un filón […] Creo que la historia es una ciencia social y debe adoptar en la medida en que los datos lo consientan, las técnicas y los modelos de las ciencias sociales […] pero también es, en palabras de Georges Duby, un «arte literario». El historiador necesita una cierta capacidad evocadora, y sólo con recursos literarios se puede movilizar la nostalgia y la fantasía necesarias para reconstruir idealmente una realidad desaparecida.

La novela, ha dicho Javier Marías, no sólo cuenta, sino que «nos permite asistir a una historia o a unos acontecimientos o a un pensamiento, y al asistir comprendemos»9. Historia, Literatura, Filosofía, se confunden en los mejores novelistas: Kundera nos señala que los grandes temas abordados por Heidegger en Ser y Tiempo fueron revelados, expuestos, iluminados por cuatro siglos de novela. Y, refiriéndose a la intención «polihistórica» de Hermán Broch, subraya que ni la poesía, ni la filosofía ni las ciencias humanas pueden integrar la novela, pero la novela sí puede integrar la poesía, la filosofía y las ciencias humanas. La novela es, por ello, la ocasión de una suprema síntesis intelectual. «La Historia -concluye el novelista checo- ha destruido la Europa Central. La gran novela de la Europa Central ha destruido la Historia»10. Cierto: ¿no cabe pensar también que Galdós o Clarín hacen innecesaria la historiografía social de la Restauración?

La historiadora francesa Mona Ozouf dedica su última obra a Henry James11, no sólo seducida por la aptitud de la literatura para «reencantar» un mundo monótono y gris, sino por cuanto el novelista americano es capaz de fabular las intuiciones geniales de Tocqueville en orden al fenómeno democrático y de percibir la ambigüedad de una Francia que llevó su nobleza a la guillotina, mas conservó en sus costumbres un perfume aristocrático. Y, manifestación suprema del carácter híbrido del género, la ficción conscientemente utilizada para dar vida al personaj e, la alteración de la realidad para perfeccionarla: Dutch, A Memoir of Ronald Reagan (1999), de Edmund Morris, o Dora Bruder (1999), de Patrick Modiano.

La reciente orientación de la Historia hacia lo biográfico no surge, como vamos viendo, únicamente desde fuera de ella misma, desde la exclusiva demanda de los lectores. El cambio proviene también de la propia historiografía, de la propia disciplina, que muestra una tendencia creciente, no necesariamente opuesta, a los enfoques «globalizadores», a la individuación, a ocuparse de personas singulares y de acontecimientos. Resurge la historia narrativa, una vez perdida la fe en los modelos deterministas de explicación: la «teoría del caos» muestra un mundo natural en el que las ecuaciones son deterministas, pero los resultados no lo son (Ilya Prigogine).

Popper ha señalado el carácter abierto del Universo, rechazando las tesis que niegan una libertad evidente para el sentido común: los hombres tenemos una gran habilidad para construir teorías causales, pero debemos ser conscientes de que las hemos inventado nosotros mismos y sólo son redes que lanzamos sobre el mundo para captúralo, sin llegar a conseguirlo porque nunca son lo suficientemente grandes ni lo suficientemente finas12. Desde la libertad humana se reconoce al individuo como protagonista de la Historia, al decidir el camino a tomar en cada momento, aunque después exista una «lógica de la situación» y su capacidad para protagonizar conscientemente la Historia, esté condicionada, sí, por estructuras, mas no determinado por ellas. Por otra parte, el éxito creciente de la reconstrucciones microhistóricas parece relacionarse con el aumento, creciente también, de las dudas sobre ciertos procesos macrohistóricos, trátese del socialismo o del desarrollo tecnológico ilimitado (Ginzburg y Poni).

La tendencia a la individuación responde, en definitiva, a la vigencia actual, visible en los más varios campos de un nuevo paradigma que, después de la «muerte del hombre» de los años sesenta, e impulsado por preocupaciones éticas y políticas -Gadamer, Rawls, Ricoeur…- obliga a contar con el individuo, fundamento de la indiscutida democracia liberal. Norberto Bobbio afirmará: «El único avance real que puedo observar en todo este siglo, el reconocimiento universal de los derechos humanos, se refiere a los derechos del individuo, no como parte de ésta o de aquella sociedad o ciudadano de aquel u otro Estado». El pueblo, en definitiva, no es sino una abstracción «a la que sólo se puede enfrentar el individuo como ente individual». Y es claro, lo subraya René Rémond, que, en los grandes cambios políticos y sociales de los últimos tiempos -trátese de la caída de los regímenes comunistas, de la destrucción de los Imperios coloniales o de la construcción de una Europa unificada y a despecho de tesis deterministas y explicaciones materialistas-, encontramos la actuación decisiva de algunos individuos, no necesariamente carismáticos en un primer momento.

El paradigma individualista alcanza al mundo del arte: a su teoría, tal como expresa Arthur Danto13 y a su práctica, marcada por la «irrupción de lo real»14. Y en cuanto al ámbito sociohistórico, donde renueva su vigencia la Escuela de Chicago -Robert Park, G.H. Mead, H. Blumer, atenta a los «documentos personales», retorna la «sociología de la acción», de Max Weber, formulada en Economía y Sociedad: fenómenos y movimientos sociales no son sino una suma de comportamientos individuales que responden, aunque a veces no sea perceptible de inmediato, a una cierta racionalidad y que no pueden ser entendidos sino desde la «comprensión» de los mismos.

LA VUELTA AL INDIVIDUO

Individuación, resurgimiento de la historia «con personas»… Esta orientación biográfica reviste aspectos muy diversos, a algunos de los cuales hemos hecho sucinta referencia -hasta diez formas de biografía establecen Engelbert y Schleier: notas necrológicas, «vidas y obras», «vidas y tiempos», autobiografías, psicoanálisis de personajes, prosopografías…15– y es objeto de una atención teórica creciente, como se demuestra en Biography. An Interdisciplinary Quaterly16.

Entre el 5 y el 7 de febrero de este año se celebró en Nimes el I Salon de la Biographie, con exposiciones, coloquios, reuniones… y los Diccionarios y Enciclopedias biográficas se multiplican: American National Biography, 24 vols. y 23.000 páginas; Australian Dictionary of Biography; Biographical Encyclopedia, de David Crystal; Biographical Dictionary of World War Two; Dictionnaire des Intellectuels françaises, editado por J. Julliard y M. Winock… Incluso, visto el éxito del término, éste se extiende a ámbitos supraindividuales: urbes, naciones, disciplinas científicas… Aparecen así múltiples biografías de ciudades: This is Berlín, de W.L. Shirer y Berlín, del Segundo Imperio al tercer Milenio, de S. De Brocá, Histoire y Dictionnaire de Paris, de A. Fierro, The City of London, de D. Kynaston, Hitlers Wien, de B. Hamann… Biografías de naciones: Biografia de España, de F. García de Gortázar… Biografías de disciplinas científicas: Así es la Biología, de Ernst Mayr… Biografías de ideas, incluso: el libro de Arthur O. Lovejoy, La gran cadena del ser (1983), constituye un buen ejemplo, al seguir el curso de este concepto a través de la filosofía y la literatura, desde la Antigüedad al Romanticismo.

La pregunta significativa que debemos hacernos cuando la biografía parece alcanzar su cénit es ésta: ¿nos encontramos con una vuelta al individuo, reflejo de un cambio de valores, o se trata más bien de alcanzar a través del individuo algo que le trasciende y que va mucho más allá de la historia particular y de sus personajes? En realidad, la orientación individualizadora, que ha llegado, con la obra de Ian Hodden, a un campo que parecía serle tan refractario como el de la arqueología, rehabilitando la acción individual frente a la interpretación social colectiva de los cambios culturales o económicos17, presenta diferentes manifestaciones no contradictorias, pero que hay que deslindar.

Así, se vuelve a poner de relieve el papel que el individuo sobresaliente, el héroe, la personalidad relevante, o bien las élites juegan en la Historia, lo que, de alguna manera, significa una revalorización de la Historia política clásica: ninguna razón teórica -señala Stone- obliga a considerar la voluntad del individuo como causa y agente del cambio social, subordinándola a las fuerzas impersonales de la producción material y del crecimiento demográfico. El papel de las «grandes personalidades» en la Historia constituye, además de un problema práctico, una de las más importantes cuestiones teóricas del análisis histórico, tanto más cuanto que la creencia de que el futuro de la sociedad humana está determinado por «leyes» no puede sostenerse, siquiera no deban nunca olvidarse las limitaciones que afectan a toda acción inteligente. Recuérdese la conocida reflexión de Tocqueville: «Estoy convencido de que entre las mismas naciones democráticas, los vicios o virtudes de ciertos individuos retrasan o precipitan el curso natural de los destinos del pueblo; pero esta especie de causas fortuitas y secundarias son infinitamente más variadas, más ocultas […] y, por consecuencia, más difíciles de descubrir y de seguir en épocas de igualdad que en los siglos aristocráticos […]». Las observaciones del pensador francés parecen coincidir con la sorprendente perennidad de la gloria de ciertos personajes (César, Federico de Hohenstaufen, Colón, Napoleón…) o del rechazo hacia otros (Hitler, Stalin…) y el renovado interés del público por sus vidas: se habla incluso de una «panteonización» de la vida pública, para subrayar el culto nacional hacia ciertas figuras históricas18. ¿Cómo explicarlo ? ¿Oscura conciencia de la necesidad de mantener, aunque sea con carácter de mito, el valor del individuo fuera de lo común por su generoso desprendimiento de sí mismo o sus excepcionales cualidades? ¿O se trata de mantener la memoria de dramas que no deben repetirse? ¿O es que los espacios históricos de una colectividad se abren o cierran en gran medida por la irrupción de voluntades concretas? (J.L. Pinillos).

En definitiva, no parece pueda negarse la importancia histórica de la personalidad relevante: «Sucede -señala Pillorget- que la voluntad de un hombre […] modifica el curso de una evolución que parecía deducirse naturalmente de las estructuras económicas, culturales, mentales y sociales»19. Aquí encontramos, sin duda, una de las razones más poderosas del éxito de la biografía. Entre los títulos publicados en los últimos años que analizan personalidades carismáticas, podríamos destacar los siguientes: Cesar, une biographie, de E. Horst; Fréderic de Hohenstaufen, de BenoistMéchin; Paul between Damascus and Antioch. The Unknown Years, de M. Hengel y A.M. Schwemer y Paul, de A.N. Wilson; Christophe Colomb, de Jacques Heers; Leonardo da Vinci. Origins of a Genius, de D.A. Brown; Martin Luther. The Chrisúan between God and Death, de R. Marius; Napoleon Bonaparte, de A. Schom y Napoleon. A Biography, de F. McLynn; Franklin Roosevelt, de A. Kaspi. Por su parte, I. Kershaw – Hitler, 1889-1936 – muestra cómo, aun cuando las circunstancias históricas propiciaban la aparición de un líder carismático, Hitler «fue indispensable para que el nacionalsocialismo se impusiera en Alemania». Y, en el libro reciente Historia virtual (1999), Niall Ferguson subraya el papel decisivo desempeñado por los dos hombres sin los que, a su juicio, hubiera sido distinta la historia del siglo XX: Churchill y Gorbachov.

Las dificultades de la biografía -«literalmente imposible y (que) sólo se la puede llevar a cabo como ficción con fundamento in re» (Julián Marías)- para acceder a la interioridad del personaje ha llevado a su complejización mediante el recurso a las técnicas psicoanalíticas. Citemos como muestras de esta tendencia -expuesta por Peter Gay en Freud for HistoriansL’autorité discréte de Robert Lee, de P. Illiez; The iron cage (MaxWeber) (hay traducción española) y Michelet Historian. Rebirthand Romanticism in Nineteenth Century France, ambas de A. Mitzman. La obra del gran historiador francés se explica teniendo en cuenta tres factores: el clima político de la época, sus relaciones personales, afectivas y la interacción entre la política francesa y su vida personal. No cabe, por último, desconocer el papel que las élites -personas y grupos- cumplen como agentes del cambio social, ni olvidar la influencia que ejercen, ya sea por las decisiones que toman, ya por las ideas o sentimientos que expresan o simbolizan, en la orientación histórica de la comunidad. Junto a la «aproximación biográfica a la historia», se desarrolla así la «biografía cuantitativa o social», es decir, la «prosopografía», que reúne y confronta biografías individuales, interesándose como señala ChaussinandNogaret por el estudio de grupos unidos por una misma vocación o una misma praxis.

Ahora bien, Momigliano ha puesto de relieve cómo en Grecia historia y biografía, pese a los intentos de Isócrates y Xenophon, autor de la Ciropedia, lejos de integrarse, siguieron vidas paralelas. Viene, pues, de antiguo el riesgo de que la biografía, lejos de ser un instrumento «al servicio de la historia social», se concreta «en una forma de escapar de ella». Sin embargo, el acercamiento biográfico a la Historia, seguramente incluso con más frecuencia que la acentuación del factor personal en la misma, busca acceder al conocimiento de la realidad social de una época, transcendiendo, por tanto, lo individual, al concebirse aquél como elemento de una demostración más amplia. En este sentido, para Bernard Guenée, la historia estructural y la historia biográfica son complementarias: «El destino de un hombre puede ayudar a comprender la historia de un tiempo, pero, inversamente, sólo la historia del tiempo en que él ha vivido permite comprender el destino de un hombre»20.

Ciertamente, lo ha subrayado Chaussinand-Nogaret, algunas personas son, a la vez, testigos privilegiados y reveladores de su tiempo: por ello, «la biografía, rodeada de todas las garantías de seriedad y cuidadosa de restituir en toda su complejidad los lazos entre el individuo y la sociedad, se nos muestra como un lugar de observación particularmente eficaz». Hay que subrayar la enorme dificultad que presenta escribir una biografía planteada desde este perspectiva, en la que lo importante es precisar una serie de sutiles conexiones: las relaciones de la personalidad con su entorno, lo que hay en ella de innovación y lo que viene determinado por la herencia cultural. Para Robert Service, el éxito actual de la biografía en Rusia se explica no tanto por el deseo o la necesidad de comprender a Rasputín, Catalina la Grande, Stalin o Gorbachov, sino por cuanto los rusos tratan de descubrir «more about themselves and to ponder the pase, present andfuture oftheir country»21.

Ejemplos ilustrativos de esta concepción de la biografía aparecidos en los últimos años: Darwin, de A. Desmond y J. Moore, y C.H. Darwin: the Man and his Influence, de P.J. Bowle; Albert Camus, de H. Lottman; Disraeli, de J. Vincent; Marcel Proust. Biografía, de G.D. Painter; James]oyce, de R. Ellman; Pier Paolo Pasolini, de N. Maldini; Primo Levi, de M. Anissimov; Colé Porter. Una biografía, de W. McBrien; Soñar con los ojos abiertos. Una vida de Diego Rivera, de P. Marham; Walt Whitman. The Song of Himself, de J. Loving; Alexander Solzhenitsyn. A Century in his Life, de D.M. Thomas; Mussolini, de P. Milza o Testigo de esperanza (Juan Pablo II), de G. Weigel.

EL AUGE DEL GÉNERO EN ESPAÑA

La marea de la historia personal ha llegado a España, país en el que se ha cultivado el género biográfico y la literatura del yo mucho menos asiduamente que en nuestro entorno europeo. Ya Ortega, señala Julián Marías, intentó con las colecciones «Aventureros tranquilos», de la Revista de Occidente y «Vidas españolas e hispanoamericanas», de Espasa-Calpe, llamar la atención sobre figuras apasionantes de nuestra Historia, que se nos mostraría así en toda su riqueza como « ámbito de vidas concretas, insustituibles, únicas». Textos memorialísticos y «diarios íntimos» proliferan, sin embargo, en los últimos tiempos22 y aparecen continuamente biografías de notable interés, tanto por sus contenidos cuanto por sus aspectos formales: Los Goytisolo, de M. Dalmau, está narrada con estrategia novelística y, en Estatua con palomas, de Luis Goytisolo, se mezclan crónica de nuestro tiempo, autobiografía y ficción.

Entre las biografías, sin ánimo exhaustivo y a riesgo de imperdonables omisiones, destacaríamos, además de reediciones tan importantes como Riesgo y ventura del Duque de Osuna, de Antonio Marichalar y Antonio Pérez, de Gregorio Marañón, las siguientes: Isabel II: una reina y un reinado, de José Luis Cornelias; La mirada interior. Escritoras místicas y visionarias en la Edad Media, de V. Cirlot y B. Gari; El despertar de las mujeres. La mirada femenina en la Edad Media, de J.E. Ruiz Doménec; El Cid histórico, de G. Martínez Diez y El Cid, de R. Fletcher; Isabel la Católica, de P.K. Liss; Fernando el Católico, de E. Belenguer; Carlos V, de J.Pérez; Felipe de España, de H. Kamen y Felipe II y su tiempo, de M. Fernández Álvarez; El Conde Duque de Olivares, de J.H. Elliot; La aventura de Malaspina, de E. Soler Pascual; El enigma Goya, de E. Alonso Fernández; Isaac Albéniz. Portrait of a Romantic, de W.A. Clark; Nonell, de J. Matas (escrita en 1937, inédita hasta ahora, se publicará próximamente); Francesc Moragas i Barret i la Caixa de Pensiones, de A. Pérez-Bastardas; Azaña. Una biografía política. Del Ateneo al Palacio Nacional, de S. Juliá y Manuel Azaña. Una biografía, de José Ma Marco; Borges. Biografía total, de M.R. Barnatán y Los nuestros. Cien vidas en la Historia de España, de F. Jiménez Losantos.

NOTAS
l · Véase. B. Redford, James Boswell’s «Life of Johnson». An edition of the original, Edinburgh University Press, 1999. Asimismo, L. Lipking, Samuel Johnson. The Life of an Author, Harward University Press, 1999; P. Martin, A Life of James Boswell, Weidenfield and Nicolson, 1999; The Letters of Samuel Johnson, Bruce Redford, ed., Clarendon Press, Oxford, 1992.
2 · V. Vázquez de Prada, «Presentación» de las II Conversaciones Internacionales de Historia, Pamplona, 1983, pp. 1012.
3 · J. Alvarez Junco, El emperador del Paralelo. Lerroux y la demagogia populista, Madrid, 1990, p. 10.
4 · Cfr. A. de Bottom, Beso a ciegas, Barcelona, 1999.
5 · Cfr. Las otras vidas de John Lennon, de Albert Goldman, o Picasso, creador y destructor, de Arianne Stassinopoulos.
6 · El protagonista de este libro está inspirado en la figura singular de Giordano Bruno, muerto en la hoguera un 17 de febrero (1600), la fecha escogida por la escritora para el suicidio de Zenon.
7 · El pacto autobiográfico y otros estudios, Madrid, 1994, p. 50.
8 · Cfr. G. Gusdorf, Lignes de vie. 1. Las ecritures du moi. 2. Autobio-graphie, París, 1991. La Revista de Occidente dedicó su número 182-183, julio-agosto, 1996, al Diario íntimo.
9 · Discurso pronunciado en Caracas el 2 de agosto de 1995 al recibir el premio Rómulo Gallegos.
10 · Cfr. M. Kundera, El arte de la novela, Barcelona, 1987.
11 · La Muse démocratique. Henry James ou les pouvoirs du roman, CalmannLévy, 2000.
12 · El universo abierto, Madrid, 1984. El gran historiador del arte Francis Haskell rechazaba abruptamente las tesis globalizadoras: «Creo (y firmemente) en las ideas, pero para mí una teoría es una idea que se ha echado a perder, una idea que se ha exagerado y se ha congelado. En cambio considero que las ideas son absolutamente vitales […] No creo que todo lo que sabemos acerca de la conducta o la creatividad humana quede explicado de forma satisfactoria por una teoría». Entrevista de J.F. Yvars y Clare Carolin en La Vanguardia, 14 de enero de 2000.
13 · Después del fin del arte, Paidós, 1999.
14 · Vid. Le Monde, 1 de enero de 2000; E. Pérez Soler, El retrato fotográfico contemporáneo. La reaparición del sujeto«, Lápiz, 127 (diciembre, 1996), pp. 40-49.
15 · «Die Biographie in der geschichte des 19 und 20 Jahrhunderts», Actas 17º Congreso de Ciencias Históricas. Tomo 1. Grandes Temas y Metodología, Comité Internacional de Ciencias Históricas Comité Español de Ciencias Históricas, Madrid, 1990, pp. 209-216.
16 · University of Hawai Press.
17 · Hodden –Interpretación en Arqueología: corrientes actuales (Barcelona, 1988)- se enfrenta a la Nueva Arqueología, representada por L.H. Binford –En busca del pasado (Barcelona, 1988)- quien, concibiendo la arqueología más como antropología que como historia, parece reducir al individuo a una constante atempotal.
18 · Cfr. J.C. Bonnet, Naissance du Panthéon. Essai sur le cuite des grands hommes, Fayard, 1998; S. Hook, El héroe en la Historia, Buenos Aires, 1958.
19 · «La biografía en Francia», en II Conversaciones Internacionales de Historia. Las individualidades en la Historia, Pamplona, 1985.
20 · Entre l’Eglise et l’Etat. Quaxxe viés de prélats français à la fin du Moyen Age. XII-XIIIe siécles, Gallimard, 1991.
21 · Why Russian Read Biography?, TLS, marzo 29, 1991.
22 · Cfr. «El Diario íntimo. Fragmentos de diarios españoles (1995-1996)», Revista de Occidente, 182-183 (julio-agosto, 1996). Véase también A. Caballé, Narcisos de tinta, Málaga, 1995.

Catedrático Emérito de Historia Contemporánea, Universidad Carlos III