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El modelo de Estado-nación como forma fundamental de organización política, basado en una concepción territorial de la soberanía, ha sido puesto en cuestión desde diversos frentes. Ya a partir de 1945 surgieron una serie de organizaciones interestatales para hacer frente a problemas comunes a varios Estados, que dieron lugar a un complejo de relaciones que van tramando el tejido de una sociedad de carácter progresivamente transnacional.

Tras una breve exposición de la doctrina clásica de la democracia y del surgimiento del Estado nación, David Held analiza los distintos factores que han provocado esa crisis del modelo tradicional que unía inseparablemente nación y Estado. Las disfunciones que actualmente podemos encontrar en él se deben, por un lado, al desarrollo progresivo de un cuerpo de legislación supraestatal, que prima sobre la producida por cada Estado en particular; la hegemonía de estructuras de poder y de seguridad supraestatales, la internacionalización del political decision-making, para hacer frente a problemas que no están ligados a los límites geográficos de un Estado, como puede ser el ecologismo o el terrorismo. A ello hay que añadir la internacionalización de los procesos económicos y, finalmente, el desarrollo de las telecomunicaciones. Este último factor es de una importancia capital. Las posibilidades de comunicación, potencialmente ilimitadas gracias al desarrollo de las nuevas tecnologías, traen como consecuencia dos fenómenos que actúan como dos vectores de sentido opuesto sobre el modelo tradicional de Estado-nación. Por una parte, favorecen el pluralismo sociocultural dentro de los límites del Estado-nación, al dar la palabra -al menos como posibilidad- a comunidades e identidades culturales que ahora pueden hacerse oír y, por otra, permiten la interrelación entre diferentes sistemas socioculturales. Ambos procesos afectan al modelo tradicional «un Estado, una nación», basado en una concepción de la soberanía derivada del espacio geográfico.

Todo ello influye en la identidad cultural de pueblos y naciones. Los media permiten una democratización de la cultura, en el sentido de que resulta más fácil el acceso a ella. Continuando con el programa de la Ilustración, hemos pasado de una cultura de élite a una cultura de masas. «Los nuevos sistemas de comunicación crean nuevas experiencias, nuevas comunidades y nuevos horizontes de sentido independientemente del contacto directo entre las personas», señala el autor (pág. 136). El mundo entero se ha convertido en una gran comunidad moral, lo que MacLuhan denominó la aldea global, gracias a la densidad y agilidad de las telecomunicaciones. Por eso, ya no tiene sentido identificar «nacional» con «identidad cultural» puesto que la cultura se está convirtiendo en algo transnacional: «se ha considerado que este proceso crea un sentido de pertenencia y vulnerabilidad global que trasciende las lealtades al Estado- nación»; es decir, a «lo que es correcto o no respecto a mi país» (pág. 124). La movilidad a velocidad infinita no solo de personas individuales, sino sobre todo de culturas, trae como consecuencia el fenómeno de la transnacionalidad, de la disolución progresiva de fronteras e identidades culturales fijas. En pocos años, el concepto de nacionalidad tal como lo entendemos actualmente resultará obsoleto.

No es posible, sin embargo, aplicar al nuevo orden global el modelo de democracia -con sus múltiples variantes- en que llevamos viviendo desde hace casi doscientos años. La emergencia de nuevos movimientos, problemas e identidades, tanto de carácter supranacional como regional, hace necesario repensar la democracia para adaptarla a unas circunstancias actuales en las que la vinculación tradicional entre situación geográfica y ubicación sociopolítica se ha roto. A ello dedica el autor la segunda parte de su libro. Sin embargo, en opinión de Held, así como la teoría de la democracia ya no puede ser elaborada como una teoría política territorialmente delimitada, tampoco el Estado-nación puede ser desplazado como punto de referencia central. No se deben exagerar los procesos de globalización como si representaran un eclipse total del sistema de Estados o la emergencia de una sociedad mundial integrada (pág. 136). Lo que ocurre es que el modelo de Estado- nación vinculado a una concepción territorial de la soberanía está perdiendo progresivamente el protagonismo que había tenido hasta ahora como forma fundamental de organización sociopolítica, para compartirlo con otro tipo de organizaciones de carácter más bien funcional, no tan ligadas al espacio geográfico.